viernes, 10 de octubre de 2008

Las crisis del capital y sus ¿salidas?

La clase obrera norteamericana aprovecharía mejor esta crisis si tuviéramos hoy un socialismo triunfante que hubiera realizado una verdadera socialización.


Pedro Campos
“Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso."
José Martí

La actual crisis financiera que ahora se manifiesta acusadamente en EE.UU. en el área inmobiliaria es consecuencia de la crisis general del sistema capitalista que ya, hace décadas, parece más permanente que cíclica y que tiene expresiones sistémicas y constantes en distintas regiones, en las guerras de rapiña, en los altos precios del petróleo, las materias primas y los alimentos, en sus efectos medioambientales y otros.
Las características específicas de sus manifestaciones visibles actuales han sido tratadas por varios especialistas, consistentes –fundamentalmente- en una cadena de impagos que se originó en la concesión de millones de pequeños créditos para aumentar el consumo, particularmente en el área de la construcción de viviendas, finalmente hipotecadas, obligaciones que fueron compradas y aseguradas por bancos y aseguradoras que ahora no pueden honrar sus deudas, porque nunca los consumidores originarios de los créditos pudieron pagarlos. Salida momentánea: dinero para cubrir esas deudas y mantener a salvo la cadena.
El capitalismo, sistema económico-social sustentado en el trabajo asalariado para la obtención de plusvalía, no puede subsistir si no es a base de nuevas inversiones para obtener más ganancias, con las cuales invertir más, para seguir obteniendo otras ganancias, pero cuando esas inversiones no producen los dividendos esperados vienen las pérdidas y con ellas la retracción de la inversión: la recesión. Es lo que ocurrió al invertir miles de millones en hipotecas que nada producen, simple acción especulativa del capital.
Por mucho que esta realidad no quiera o no pueda ser reconocida por los defensores del sistema que, más que creer ciegamente en la filosofía de la libre explotación de la fuerza de trabajo en forma asalariada, la necesitan para mantener y ampliar sus dividendos, la misma termina por convertir en cero la cuota de ganancia, debido a la ley de su tendencia decreciente, ampliamente explicada en el siglo XIX por Carlos Marx (1), puesto que el ineludible aumento del costo del capital constante (medios de producción), asfixia inevitablemente la inversión en capital variable (fuerza de trabajo), provocando la disminución sistémica y permanente de ganancias debido a que la única mercancía que la crea, es la fuerza de trabajo. En este caso especulativo, el colmo fue que la inversión en fuerza de trabajo fue cero.
Muchos hablan de las “causas” de la crisis, cuando en verdad están explicando las manifestaciones del fenómeno: hipotecas no pagadas, la ausencia de garantías en los préstamos, desconfianza entre instituciones financieras y otras por el estilo. Mírese como quiera verse, la causa esencial de la crisis está en que se invirtió dinero sin respaldo productivo, para más consumo, en actividades donde no aparece por ningún lado la inversión en la reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo, el más importante de todos los recursos productivos, el único capaz de crear nuevos valores. Lo que los capitalistas post-modernistas llaman “capital humano”, puesto que para ellos todo es “capital” explotable.
El capitalismo creyó poder controlar la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia expandiendo el crédito artificialmente, en el área de la circulación monetaria, lo cual generó un proceso inflacionario indirecto, en las llamadas burbujas, que al no poder recuperar ni reciclar el capital invertido, han dado por resultado esta crisis que se expandirá del sector inmobiliario a otros. Paliativos encontrará el sistema, como siempre a costa del trabajo, cerrará más fabricas, despedirá más obreros, rebajará salarios, ampliará la jornada laboral, recortará los fondos de la seguridad social, emitirá más dinero; pero no resolverán los problemas sistémicos que solo encontrarán solución verdadera en un cambio en las relaciones de producción.
Como corresponde al gobierno del gran capital, se dedican 700 mil millones de dólares a salvar de la quiebra a los más ricos, estatizando importantes “empresas financieras” e inyectando dinero a los bancos para que puedan enfrentar sus operaciones, acciones que algunos han tildado de “medidas socialistas” por la simple intervención del estado, esos que olvidan que el capitalismo es un sistema de producción, que acude a la estatización o la privatización según convenga a sus intereses. Los defensores del estatismo en todas sus variantes creerán ver allí y ahora la demostración palpable de la importancia de la participación del estado en la economía. En verdad, malabares y muecas de la economía sustentada en el trabajo asalariado en sus reajustes estructurales para tratar de sobrevivir.
Sí habría que considerar a estas medidas como del tipo keynesiano, no neoliberales, lo que vendría a demostrar la capacidad dialéctica del gran capital para moverse de una a otra de sus tendencias y olvidarse de hipotéticos fundamentalismos escolásticos, cuando el agua les viene al cuello. Son por tanto una demostración del fracaso, en las condiciones actuales, del neoliberalismo en su propia meca. Los teóricos del sistema capitalistas que siempre abogaron por más control estatal sobre la inversión, la emisión de moneda y el crédito, por una mayor acción reguladora gubernamental, se sentirán ahora vencedores, cuando ayer eran vapuleados por la “ineficiencia” de sus programas y medidas. Pero no confundir, son iguales de capitalistas.
Esta crisis, por profunda y abarcadora que se presenta, y por darse en el más importante consumidor mundial, razón por la cual tendrá repercusiones en muchos países, no parece significar el fin del sistema, sino el testimonio de su incapacidad para sostener los niveles de gastos y crecimientos que experimentaba la economía estadounidense a costa de insuflar más y más dinero a inversiones no productivas y a expensas de otros países.
Las propuestas del “Plan de rescate” presentado por el gobierno norteamericano al Congreso y aprobado por este, son esencialmente más de lo mismo, trataría de inyectar más dinero del Banco de la Reserva Federal para salvar los bancos y aseguradoras. A la corta se lograría evitar el pánico y la caída libre de las bolsas, pero a la larga será más dinero sin respaldo productivo tirado al ruedo circulatorio, cuyas consecuencias no tardarán en manifestarse en otros sectores y así, todos tendrán que ir pasando por una fase crítica, dada la interconexión del sistema, hasta que el “reajuste” pueda equilibrarlo o empiece a “hacer agua por otra bodega”.
No obstante el paquete contempla, además de los 700 mil millones de dólares, medidas que merecen un análisis particular que no debe escapar a ningún economista marxista. Al margen de que el plan tiene como propósito fundamental, salvar al gran capital, obsérvense estos otros objetivos del paquete de medidas, al parecer impuestas por el Congreso: Se pretende: estimular el uso de la energía alternativa; incentivar a empresas renovadoras, así como a pequeños negocios; posibilitar a los contribuyentes acceder a acciones de las empresas beneficiadas por el paquete; y limitar los “paracaídas dorados”, es decir los grandes beneficios a los directivos de las firmas en quiebra.
Estos elementos sugieren claramente que el gran capital ha tenido que hacer concesiones –aunque ligeras- en la negociación del paquete, a otros intereses de la sociedad norteamericana y aceptar, a su pesar, una cierta socialización de las ganancias, en detrimento de su absoluta concentración, desde luego todavía dentro del capitalismo y preservando los intereses, por encima de todo, de los grandes negocios, principales beneficiados.
Se trata de la natural e inevitable tendencia de la sociedad capitalista a la socialización de la apropiación, después del proceso de maduración del capital, reivindicada por Marx (2) al valorar precisamente el papel del crédito en la sociedad por acciones; lo que no quiere decir que el capitalismo vaya a realizar la plena socialización de la propiedad y el excedente por generación espontánea, ni se caiga por su propio peso; habrá que tumbarlo, pues el gran capital hará siempre lo imposible por evitarla.
Pero esto es una muestra de cómo cualquier variante de solución, aún parcial e ineficaz, a las crisis del capitalismo, necesariamente se relaciona con lo que Marx y Engels definieron como la contradicción principal del sistema, la existente entre la producción cada vez más social y la apropiación cada vez más privada, a lo que corresponde como solución inexcusable, hacer la apropiación más social, la cual solo puede lograrse por medio de la revolución en las relaciones de producción.
La clase obrera internacional, los trabajadores todos, especialmente los norteamericanos hubieran podido estar en mejores condiciones para aprovechar mucho más esta crisis, imponer sus intereses como clase y presionar por una verdadera socialización, si en lugar de un socialismo fracasado como está en el recuerdo de todos, tuviéramos hoy en el mundo un socialismo triunfante que hubiera realizado una efectiva socialización de la propiedad y la apropiación y sirviera de ejemplo y atracción en las circunstancias actuales.
Ésta, como las subsiguientes crisis del capitalismo, solo tendrá salida efectiva con el socialismo, pero no con cualquier “socialismo” que siga sujeto al trabajo asalariado, sino con otro, que asuma nuevas relaciones socialistas de producción sustitutivas de aquel, capaces de echar abajo los puntales rotos del capitalismo, sus “armas melladas” y de modificar, en su desarrollo, todas las leyes y categorías de esa economía y avance hacia una auténtica socialización.
La clase mundial de los asalariados modernos no ha logrado todavía estructurar un nuevo paradigma socialista que sea mayoritariamente aceptado, no hemos sido aún capaces de salir de la crisis ideológica que nos dejó el “socialismo real”. Los comunistas, los revolucionarios, los trabajadores de todo el mundo tenemos que ocuparnos en esta dirección, acabar de unir nuestros esfuerzos y olvidarnos de nuestras viejas rencillas entre todos esos ismos que tanto nos han dañado y dividido, para conformar sin prejuicios, ni especiales protagonismo, el nuevo proyecto de socialismo en este siglo XXI.
La práctica ha demostrado que lo cualquier elaboración, necesariamente tendrá que ser participativa, democrática, humanista, autogestionaria, inclusiva, libertaria, integracionista, ecologista y orientada a la sustitución del intercambio mercantil por el de equivalencias. Muchos comunistas, socialistas y revolucionarios del mundo entero han venido trabajando en su conformación, basándose en los principios de los clásicos del marxismo y la experiencia socialista fracasada del siglo XX. No es necesario mencionar nombres, lo importante es que cada vez más se incorporen nuevas organizaciones y figuras de la política, la economía, la filosofía, las Ciencias y las Artes en este nuevo empeño.
Las ideas de un Socialismo Participativo y Democrático, que estamos defendiendo en Cuba, abarcadoras de esas propiedades tendrían la oportunidad de mostrar sus posibilidades en el proyecto revolucionario del ALBA, que comprende a varios países, si todos sus gobernantes y sus respetivos partidos y organizaciones políticas las debatieran públicamente en cada uno de sus países.
El Che, aunque no está de cuerpo presente, con su legado está participando en este esfuerzo.
La Habana, 8 de Octubre de 2008, en homenaje al Che, a 41 años de su caída. . http://ar.mc396.mail.yahoo.com/mc/compose?to=perucho1949@yahoo.es
Notas:
1- C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973.
2-Carlos Marx. El Capital. Tomo III (Capítulo XXVII “El Papel del Crédito en la Producción Capitalista). Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.




Se recomienda la lectura del ensayo del autor: “El socialismo de estado es inviable económica y socialmente”, donde de analizan las causas sistémicas de las crisis capitalistas.
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