jueves, 16 de octubre de 2008

Cuba 2008: entre la realidad y los sueños

Las utopías en el huracán de los cambios
Ramón García Guerra - Para Kaos en la Red

www.kaosenlared.net/noticia/cuba-2008-entre-realidad-suenos




Comienzo con una objeción este artículo. En el editorial de Granma del 29 de septiembre de 2008 se reconoce el estado de emergencia que hoy enfrentamos los cubanos(as). La prensa oficial ha suplido así la ausencia de un Decreto del Consejo de Estado. (Previsto este último en la Constitución de 1992.) La carencia de una legislación en particular sobre estados de emergencia daría margen a la arbitrariedad en el empleo de la fuerza. En esta decisión oficial la única solución parece haber sido confiada a la eficacia de la retórica política. Yo me opongo al acto. Porque las reglas del juego deben ser precisas. En caso contrario no tendría la clase dirigente del país otras fronteras que respetar que no fuera su propia voluntad. Lo que ahora importa no es solamente el resultado a obtener. En cambio, un análisis más detenido de este decreto oficioso nos mostraría una legalidad implícita cuya fuente de legitimidad no sería únicamente la elección política. Es decir, este editorial nos confiesa una razón de Estado que supera la realpolitik --a nivel del discurso, a lo menos--; para apostar por la adopción de prácticas de diálogo, autogestión y consenso en materia de articulación y realización de políticas de Estado. Significa esto, además, la confesión de una teoría democrática alternativa en el poder: no utilitaria (o sustancialista), no legalista (o procedimental). Todo bien. Pero el peligro antes indicado es real y efectivo. Las fuerzas de la reacción podrían sacar partido de dichas políticas de Estado. La política de reordenar a la sociedad, educar para el trabajo, recuperar la capacidad de desarrollo, etcétera está motivando a algunos funcionarios a remozar al socialismo cuartelario en Cuba. En el fondo significa la expresión de una filosofía neofascista que busca criminalizar a las víctimas de sus propias felonías. En verdad no existe un respeto por las leyes en Cuba. Sobre todo, entre la élite en el poder. Pero… La carencia de estas agravaría aún más la situación.
Discutamos los detalles. La clase política en Cuba está integrada por un amplio segmento de cuadros de dirección cuyos orígenes se hallarían en el Estado obrerista (1971-1989). En la estructura de dicha burocracia se encuentra una élite tecnocrática (entre 5-7% del total), que está adscripta al Comité Central (nomenclatura). El grueso de dicha burocracia (más o menos un 47%) tiene un ejército de administrativos bajo su autoridad. (El poder de la misma se hace notorio dada la cantidad excesiva de trámites que deben cumplir los cubanos(as) en la vida cotidiana [entre 1500 y 1700 en total] para lograr solventar cosas nimias. Significa este un eficaz mecanismo de control del “tiempo libre” de las personas. La falta de una visión de conjunto del drama nacional, junto a esta ocupación extra que ofrece el régimen, forman una cortina de humo que nos disociará de lo esencial: ¿Qué hace cada quién con su vida en Cuba? ¿En que país vamos a vivir en el futuro?) Estos cuadros resultan ser la columna vertebral de la actual burocracia en Cuba y, sin duda, serían capaces de echar adelante un proceso político de carácter regresivo, cuyos efectos podrían modificar incluso hasta la constitución misma de la sociedad. (Proceso similar al realizado por la militancia del PSP en la década de 1960.) Por cuanto éstos fueron adoctrinados por los obreristas, hacen uso de amplias cuotas de poder, así como deben su supervivencia al ancie regime. Entonces la retórica política puede ser tan progresiva como la contenida en el editorial de Granma, incluso. Pero esto no resultará freno suficiente contra los lebreles del status quo. Es un estado regresivo que lo sostiene, además, la nueva burguesía nativa. (Sea ésta mike o chatarra, lo mismo da.) La nueva clase tiene una ideología fracturada por dos referentes temporales opuestos –uno, antes de 1968; y otro, sobre los 90s--. No obstante, estos hallan en la sociedad de mercado el punto de contacto. Ubicamos así entre las élites tecnocrática y gerencial el área de peligro.
En este artículo voy a discutir las condiciones de posibilidad del proceso de reformas en curso. En ese sentido hago tal objeción, pues el enemigo nos vigila. Este podría así desviar la ruta. Luego sería difícil regresar al camino correcto. Exigimos pues ordenar la sociedad de forma tal que las astutas estrategias de defensa de la derecha en Cuba apenas resulten en intentos de fuga fallidos. La creación de un entorno político donde el ciudadano(a) pueda ejercer su condición humana --como hacedor de estados alternativos posibles-- sería una condición de posibilidad que induciría a la actualización del régimen socialista cubano. En tal sentido el editorial de Granma resulta el programa mínimo para la realización de dicho entorno. Sugerimos que la estrategia política del Gobierno cubano sea consigo consecuente y viabilice entonces una radical rearticulación de las relaciones entre Estado y sociedad. El editorial es paradigmático al respecto. Por ejemplo, las formas de control ciudadano en la aplicación de la política emergente de precios han sido confiadas tanto a las autoridades locales –que deben “responde(r) por el cumplimiento de lo dispuesto”-- como a la actuación directa --individual y colectiva-- o mediada –a través de organizaciones de masas-- de los actores sociales. La política económica entonces confía la conservación de los equilibrios macroeconómicos a la acción conciente y organizada de las masas populares en la comunidad. La alta política ha convertido a esta última en un campo estratégico de la batalla por el socialismo en Cuba. Las estructuras de poder resultarían así una prolongación de las extremidades sociales del ciudadano. En tal sentido está siendo consecuente en todo el compañero Raúl Castro con la visión horizontal del poder adoptada en las reformas. Exigimos pues convertir esa épica contingente en ética cotidiana. Evitemos con las reformas que la derecha consiga capitalizar tal decisión, para así fortalecer al Estado burocrático policial que la califica, legitima y protege.

El análisis del actual proceso de reformas en Cuba debe considerar un hecho elemental en la política: Las reformas serán el resultado de negociaciones más o menos complejas y difíciles. Grafiquemos este dilema. El ruedo político tiene un área alumbrada por las luchas sociales. En estado de latencia otras batallas han quedado en la penumbra --o la oscuridad total-- con la esperanza de ejercerse en un tiempo histórico propio. (La sociedad sólo se planteará –decía Carlos Marx-- los cambios cuyas condiciones de realización han sido previamente creadas o marchan por tal camino.) Y así, el área donde hay luces es donde se discute el destino real del país. Los actores sociales arrojan sobre el ruedo político cortinas de humo o libran de malezas el campo de batalla. La política en este extremo exige de ingentes esfuerzos por sostener las riendas del proceso de cambios. Los que realiza el compañero Raúl Castro no sería menos. ¿Cómo se podría identificar aquel ‘punto lumínico’ donde las fuerzas políticas en Cuba discuten el destino del país? Porque la tarea es empujar hacia el rojo intenso. En tal sentido el editorial de Granma nos presenta el ofrecimiento por el Gobierno de un pacto cívico. Pacto donde la relación existente entre el Estado y la sociedad es renovada en contra del estatismo. Entonces, insisto, planteo la exigencia de convertir esa épica contingente en ética cotidiana. Es decir, nada se ganaría con salir de la emergencia para luego regresar al punto de partida. Considero este el momento exacto de institucionalizar tales prácticas libertarias en nuestra sociedad. Debemos, además, no confundir la “actitud de resistencia del pueblo” con el “apoyo por consenso al Estado”. Esta sería una manera burda de entender lo que pudiera estar pasando hoy en Cuba. (Politizar la situación es absurdo.) El editorial se refiere al “poder multiplicador de la moral”. (Incluso hace la distinción entre solidarios y egoístas.) Lo cual indica que el editorial --antes que modificar al régimen político del Estado-- sugiere una reforma del estado ético-social de la sociedad.
Detenerse en la reforma política del régimen --y evitar la revolución social-- implicaría ceder terreno ante la reacción. Continuar obliga a reconsiderar la política. (“Lo personal es político” –dicen las feministas, con razón.) En tal sentido las políticas emergentes adoptadas por el Gobierno cubano me parecen correctas. (En este artículo se discute el margen de impunidad que otorgan tales políticas a la derecha.) Propongo adoptar como idea-fuerza la fórmula de participación popular que reconoce el editorial de Granma. Extender, sobre todo, las fórmulas autogestionarias que propone. Los criterios de seguridad alimentaria que alientan al programa de extensión de la agricultura urbana, por ejemplo, podrían ser convertidos en motivo suficiente para la articulación de estrategias de desarrollo endógeno desde la comunidad. Esta política disiparía el síndrome de ingobernabilidad que padece el Estado cubano. Síndrome que impidió en la década de 1990 extender las formas cooperativas a la esfera de los servicios sociales urbanos –tipo UBPC--. La reforma de los servicios públicos debe otorgar mayor autonomía a los colectivos laborales, pero también un poder superior a la comunidad que los recibe. El poder que no disponen hoy los gobiernos locales, debe con urgencia ser recuperado y confiado al pueblo. Intentar aplicar programas punitivos desde el Estado, y así reducir la presión social, para más tarde liberar la iniciativa popular, ha probado ser ineficaz y costoso. (Por ejemplo, la política de reducir primero la demanda habitacional para después liberar el régimen de la propiedad en ese sector ha resultado fallida.) Luego, las fuerzas de izquierda deben reivindicar la “legalidad” que reconoce el editorial de Granma. Esta es una exigencia de tipo institucional que el compañero Raúl Castro ha ratificado.
Desde luego, las reformas deben hallar recursos para sortear ciertas resistencias y darse márgenes de maniobra más flexibles. El empleo de ideas-fuerzas es un método adecuado para alcanzar tales objetivos políticos. El debate público sobre la nueva legislación de seguridad social, por ejemplo, debe avanzar hacia una reforma del régimen laboral de conjunto. Esta sería una discusión sobre una sociedad del trabajador por refundar, en principio, contra medio siglo de aplicación de aquellos criterios productivistas que han legitimado al Estado cubano. El malestar que expresan en asambleas los trabajadores cubanos es el efecto acumulado de un proceso histórico azaroso. La gente no protesta la ruptura de un pacto. (Paternalista, autoritario, policíaco, etcétera.) La gente se molesta con quienes antes los alienaron del producto social y ahora les reclaman un tiempo extra para lo mismo. Porque se puede escapar de una empresa estatal --incluso de un pésimo barrio--; pero desde un Estado hegeliano absoluto el intento de fuga resulta más difícil. En tal sentido las prácticas sociales de resistencia popular son múltiples y variables. Cuando se arrastra el curso por la sociedad se hace evidente el estado existente de anomia social. En la década de 1990 los planes de vida personal y colectiva solían coincidir en un punto allende la frontera nacional. (Incluidos los islotes del mercado hacia el interior.) Todo es diferente en 2008. Las clases altas mueven los resortes del poder en beneficio de los comunes. Las clases medias tienden a capitalizar sus medios y recursos propios. Las clases bajas se empeñan en encontrar formas evasivas nuevas. Frente a tal situación límite las políticas de Estado no deben reducirse a elevar la productividad vía una ampliación de la jornada o la vida laboral.
Desde luego, la sociedad del trabajador es una reducción clasista. En esa sociedad ¿lo doméstico cuenta? Incluso las formas sociales de contenido litúrgico, las no finalistas, etcétera son redomadas en esta sociedad. Aún así puntuemos las características del caso. Por ejemplo, la lógica del capital ha reducido lo social en una sombra que se mueve tras las rejas. (Che Guevara diría: La gente así es tan libre como un mono para saltar dentro de una jaula.) Confunde así la libertad con la opresión. Digamos que revolución, emancipación y socialismo son sinónimos. Porque el trabajo debe ser honor, compromiso y deseo en nuestra sociedad --según la Constitución de 1992--. La crítica ha hecho énfasis en el éxodo de la fuerza laboral joven del país. Y no está mal eso. Pero este análisis sólo considera un costado del asunto. Porque… ¿Podríamos impedir el éxodo de jóvenes apenas con políticas de Estado que ofrezcan a la juventud motivos suficientes para insertarse en programas de desarrollo del Gobierno más “atractivos”? ¿Cubrirían estas políticas el déficit de “productividad” de la fuerza de trabajo actual? (Cuando baja el entusiasmo popular baja la productividad –decía Che--: es hora de rectificar.) Incluso, ¿bastaría con reconvertir las tecnologías del aparato productivo? Y la falta de sentido de vida ¿qué? ¿Qué sería de los jubilados en la calle? ¿Será acaso un tiempo de jubileo el suyo? (En latín jubileo es fiesta.) Etcétera, etcétera. Quevá. El dilema es más complejo pues implicaría una redistribución de la riqueza y del poder en la sociedad. Exigiría, además, un proceso de desalienación del trabajo. Es decir, hacer del trabajo una trinchera donde cumplir un deber social. La cosa no es restringir el espacio a las relaciones mercantiles en la sociedad; sino, fundar una sociedad poscapitalista desde la libertad. Las formas de cogestión de fondos públicos, por ejemplo, sería el primer paso para descalificar el mito político de las gratuidades en Cuba ofrecidas por un Estado-padre-de-familia. Una falacia total. Cuando cada cubano(a) logre recuperar el derecho a disponer sobre las condiciones que aseguran la reproducción de la vida cotidiana, entonces, la cárcel que significa el Estado policial actual se disolverá y formas de realización más plenas emergerán en su lugar. (Proceso que tendría por escenarios básicos a la sociedad local y por actores sociales a las diversas asociaciones civiles.) La crítica debe catalizar el proceso de constitución de una sociedad abierta y libertaria ajena a los criterios racistas, clasicistas y sexistas que sostienen a la sociedad existente en Cuba.
Sin embargo, las reformas en este momento están situando en desventaja a la izquierda en Cuba, mientras la derecha capitaliza a su favor la situación límite que enfrentamos los cubanos(as). Ante todo, el sentido común está enfermo y exige formas económicas privatistas de apropiación del ingreso nacional –del tipo socialista mercantil--. El control de mecanismos de poder institucional en manos de los burócratas, y las formas ideológico-culturales en cuestión, amplían en mucho la capacidad de negociación de la nueva clase. Para colmo el discurso del compañero Raúl Castro en la Asamblea Nacional en febrero último (2008), haría crecer las expectativas sobre las reformas en amplios segmentos de la sociedad. El amplio margen de ubicuidad de aquel discurso; pero, sobre todo, la presión que representa una demanda acumulada desde la década de 1990 –mayor al 56% del PIB--, así como una memoria colectiva que legitima los patrones irresponsables de consumo que antes fomentará el Estado obrerista (años 1970 y 1980), en conjunto, hizo que cada quien se imaginara los cambios a su medida. La clase media urbana –sobre todo, capitalina--, por ejemplo, daba por seguro modificaciones en el régimen de la vivienda, los trámites migratorios externos y el acceso no restringido a Internet. Pero este no sería el contenido del discurso del compañero Raúl Castro el 26 de julio de 2008. Entonces las reacciones son diversas. En cambio, todas ellas coinciden en el efecto de desaliento que dejaron como resultado de sus palabras. Luego, culpar al compañero Raúl es absurdo. La gente se inventa falsos amores a falta de amores reales. Estamos frente al resultado de un proceso histórico (acumulativo) de mediana duración, quizá, insisto, donde la demanda aplazada de los 90 estaría mezclándose con los patrones de consumo de los 80. (Coctel Molotov.) Lo cual complica cierto proceso de transición desde un modelo de hombre masa hacia unas formas ¿libertarias? inciertas de sociedad futura. Etcétera, etcétera.
Quizá sea mejor regresar sobre el discurso de Raúl Castro. Los menos han sido suspicaces y se refieren a una supuesta ralentización de las reformas, en espera del resultado de sendos procesos electorales en Estados Unidos y Venezuela. (Lo cual no estaría mal.) La táctica en cuestión sería premiada al final con unos escenarios más nítidos al instante de definir el curso posterior de las mismas. En virtud de esta dialéctica mi cálculo era favorable a distinguir cuatro etapas del proceso. Según este criterio mío, la etapa de consulta popular había sido realizada entre julio-2007 y febrero-2008. La etapa siguiente debía concluir en julio-2008 con un primer programa de reformas. Estas sólo debían afectar la vida cotidiana de los cubanos, en principio, para “reducir presión a la caldera”. Entonces el debate se centraría en ajustar cuentas con la rémora populista que, al pasar por debajo de la puerta desde la década de 1960, hoy se presenta como la dificultad mayor. La etapa tercera se ubicaría como antesala al Congreso del PC cubano. Período que vendría a coincidir con la presentación de un segundo y último paquete de reformas. Estas últimas traerían a debate las estructuras de poder. (Incluida la reforma del aparato central de Estado cubano anunciada por el compañero Raúl Castro el 24 de febrero de 2008.) Las cuatro etapas en cuestión apenas serían un primer momento del período de gobierno en curso (2008-2012). Proceso que ubicaba como la fase cuarta y final del “período especial” en Cuba (1989-2012). Esta fase define su contenido histórico al lograr (o no) el reciclaje total (o parcial) de aquel modelo socialista igualitario que se extendió entre 1959 y 2001. Después de dicho discurso, sin embargo, hemos tenido que ajustar esta cartografía en algunos puntos y detalles.
La crítica que ofrezco en artículos míos antes publicados en estas páginas de Kaos-Cuba, en principio, ha tratado de modificar la correlación de fuerzas existente en el país. Sobre todo, hemos intentado restar --en el proceso de negociación política-- piezas al tablero; piezas, además, que socorren a la derecha en la articulación de una agenda política, así como facilitan la formación de aquel consenso (regresivo) que torcería el camino de las reformas en curso. Pero esta no ha sido una actitud solitaria en una isla aislada. Los miembros de la Cátedra Haydee Santamaría desde 2000 hemos batallado por recuperar la memoria antifascista y renovar la tradición humanista y popular en Cuba, como antídoto contra aquellas aberraciones políticas que se vienen considerando como socialistas así mismas. (Estructuras que son reproducidas por el oficialismo.) En el discurso del compañero Raúl Castro del pasado 26 de julio, en principio, hallamos una mayor coincidencia con nuestras posturas. Entonces sigo a Raúl Castro, para finalizar este artículo, con lo nuestro más suyo. Cuando habla de asegurar agua potable en los grifos de la región oriental, como algo urgente por su impacto sobre la calidad de vida de casi dos millones de personas, Raúl Castro se refiere además al trabajo de completar infraestructuras inconclusas desde la década de 1960. Y así, ha puesto la mirada en el presente y en el futuro de una vez. Y los sabios que desconfían de políticos así, ¿qué dirán de Raúl? Raúl Castro no lleva ventaja en materia de teorías sociales. Por ejemplo, los estudios subalternos han identificado a figuras clave del proceso hegemónico en el maestro y el policía. Raúl Castro, en cambio, corrige la teoría política al incorporar en el proceso hegemónico socialista al constructor. Exige además un reanclaje de tales figuras en las eticidades de las comunidades de origen de los mismos. (Nada de importar gentes.) Las ciencias sociales en Cuba, en cambio, ni siquiera se dieron por aludidas. Seamos también críticos. Raúl Castro se estaría planteando lo que los académicos no soñamos aún. Lo que no está bien que sea así. Él se puede equivocar y nosotros con él.

Santa Fe, Ciudad de La Habana: 10 de octubre de 2008.
E-mail: ramon0260@gmail.com

No hay comentarios: