sábado, 31 de mayo de 2008

"Tierra-bebé" - Una foto, tres textos




El niño de los niños envuelto
en pañales de nubes
clama su linaje maternal
la mano insolente, atrapadora de sueños
lo ha hecho clamar.
CLAMOR DE JUSTICIA, en todo el espacio
las lágrimas quietas, quieren gritar
cometas y estrellas hamacan al niño
hasta que el tiempo resuelva tanta IMPUNIDAD.

Iván Tallaferro
Foto: Daniel Matz

***
Ambición

Una extraña e inaprensible infinitud es la característica del universo.
La Tierra, extraña y supuestamente único planeta habitado, es un punto tan diminuto en el universo como lo es el hombre en ella. Insondables abismos y exuberantes riquezas habitan en ambos.
Pero más extraña aún es la ambición del hombre: no sólo no vela por el planeta -única fuente conocida para desarrollar su propia vida- sino que lo transforma en un frágil cuerpo a punto de desaparecer.

Por: Oscar Oriolo

***

PERSISTENCIA

PURO PURISIMO...

BLANCO DE BLANQUISIMO RESPLANDOR.
Y... LA TIERRA GIRA A JIRONES.

PURO PURISIMO...

BLANCO DE DAR EN EL BLANCO.
MOVILES.

PURO PURISIMO...

NADADOR TRAVIESO EN TRAVESIA AMNIOTICA.
BLANCO DE DAR EN EL BLANCO.
MOVILES.
SI SE MECE... CRECE EN BLANCA LECHE.
BLANCO DE DAR EN EL BLANCO.
MOVILES.
RESISTE, SE RESISTE... RESISTENCIA DE LA PERSISTENCIA.

Por: Nora Beltramino

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¿Hacia dónde va el gobierno cubano?

Por: Guillermo Almeyra en La Jornada

En este artículo publicado en Kaos en la red, Almeyra da cuenta de los cambios en la situación económica cubana y resalta la importancia de "colocar esa realidad en la dinámica de la economía mundial"


"Todo está en juego"

En comparación con las penurias del llamado “periodo especial”, la situación económica de Cuba ha mejorado sensiblemente y la economía crece, a pesar de las dificultades, aunque ese crecimiento se refleje muy poco en la vida cotidiana de la mayoría de la población (¿En que quedamos?). Por ejemplo, los cortes de luz, que eran constantes y larguísimos, se han reducido mucho; el transporte colectivo urbano mejoró, y la alimentación también, pero la comida no es muy variada, es cara y en buena parte debe ser pagada en el peso convertible cubano (¿En que quedamos?). Sin embargo, servicios públicos esenciales que fueron de calidad, como la salud pública y la educación, se han deteriorado y en la actualidad son blanco de muchas críticas en la isla y, sobre todo, la corrupción y el robo de los bienes del Estado (es decir, de todos), lejos de reducirse han aumentado porque los salarios son cada vez menos suficientes para hacer frente al aumento del costo de la vida y subsisten las trabas a la autorganización de iniciativas populares que permitan reducir la escasez.

Por consiguiente, son reales muchos de los problemas que enumera el artículo de Samuel Farber (“La vida después de Fidel”), publicado en la revista Sin Permiso el 18 de mayo y, grosso modo, también tiene asidero su visión de las cuatro corrientes político-ideológicas predominantes en estos momentos en la dirección del partido y del Estado cubanos, a las que él define como neoliberales, “comunistas de mercado”, partidarios de la aplicación en Cuba de un sistema sinovietnamita (control férreo de un partido único sobre una economía de libre mercado) y un puñado de los llamados “talibanes” o “huerfanitos” ligados a Fidel Castro y a una política voluntarista de lucha burocrática contra la burocracia y de medidas administrativas estatales contra los vicios que resultaron o resultan del sistema.

Pero aunque sacarle una fotografía a la realidad cubana sea muy útil, mucho más importante es colocar esa realidad en la dinámica de la economía mundial y tratar de asir, de aprehender, las corrientes poderosas pero poco visibles que se expresan en lo profundo de la sociedad y no en los sectores dominantes o sólo indirectamente en éstos. O sea, la tendencia no revolucionaria o potencialmente contrarrevolucionaria alimentada por el descreimiento en la revolución de parte importante de la juventud urbana, sobre todo habanera, que está compuesta por una polvareda de lumpen, de pequeños delincuentes, de gente que considera normales los fraudes y los arreglos de todo tipo, y tiene como meta conseguir dinero de cualquier modo y como lema: “primero yo”.(El hombre nuevo) Y, en la vertiente opuesta, la tendencia revolucionaria, socialista, democrática y, en los hechos, autogestionaria, que existe en capas juveniles y minoritarias de los intelectuales y defiende a capa y espada las conquistas de la revolución (la dignidad y la independencia de los cubanos, el sistema educativo y sanitario, la democratización social con la incorporación de los negros, las mujeres y los pobres en general, el internacionalismo).

El aumento del costo mundial de los alimentos y del petróleo se sentirá cada vez más con mayor fuerza, ya que las medidas que se adoptaron para paliar este problema (como la entrega de tierras y apoyos a los campesinos o las exploraciones petroleras) no darán frutos en el corto plazo y además los ingresos por concepto de turismo, que sirven para pagar las importaciones, se reducirán, porque la crisis económica afectará el poder adquisitivo de las capas más pobres de turistas de las clases medias europeas y canadienses, y encarecerá los viajes en avión a la isla y los productos de consumo que debe comprar la hotelería cubana.

El crecimiento de la economía cubana será afectado, las necesidades sin satisfacer persistirán, y con ellas subsistirá la tensión política y social que la apertura relativa a los sectores que reciben dólares de los emigrados (poder viajar, comprar electrodomésticos, ir a hoteles de lujo) no podrá calmar, ya que ni los pobres urbanos, los lumpenes ni los estudiantes e intelectuales radicales se cuentan entre los beneficiarios de esas medidas distensivas.

Además, Cuba no tiene, como China o Vietnam, una enorme masa de mano de obra barata disponible. La de la isla es escasa y debido a lo obsoleto del equipamiento industrial y agrícola es relativamente cara y tiene baja productividad, aunque tenga alta creatividad potencial y buen nivel cultural, y el país no es rural sino que 75 por ciento de su población es urbana.

La gente común (sobre todo los jóvenes que entraron en la pubertad en los años 80) se ha formado en la crisis y en la escasez durante más de 20 años y deberá seguir remando con gran esfuerzo contra la corriente. El efecto sicológico y político de este hecho es y será enorme, y tiende a polarizar más la sociedad entre el ala desesperanzada u hostil y la que busca una renovación radical, aunque en el centro, entre los burócratas, los miembros del partido y los intelectuales (es decir, en las capas privilegiadas y dominantes, incluyendo en éstas a los miembros del partido en uniforme que aunque forman un grupo particular también tienen diferencias internas), se muevan las tendencias que apunta Samuel Farber.

Pero lo importante es que en Cuba la protesta estudiantil y la de los intelectuales no es igual a la que existió en su momento en la Unión Soviética o en Checoeslovaquia, pues es liberalizadora, potencialmente libertaria, no neoliberal, y tiene fuertes elementos democráticos y autogestionarios que aparecen esbozados en artículos de importantes revistas cultural-políticas. Lo importante es también que el pueblo cubano se formó en grandes experiencias políticas, aunque con una dirección que parecía omnipotente porque se apoyaba en ese consenso siempre renovado. Y lo importante, por último, es que la crisis de desarrollo, en todos los sentidos, que encara Cuba, tiene lugar cuando hay en América Latina un entorno favorable y una crisis profunda del enemigo imperialista. Todo está en juego.

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¿Qué es el Socialismo autogestionario?

De Wikipedia, la enciclopedia libre

El siguiente es un punteo de las ideas centrales que abarca el Socialismo autogestionario, publicado en la enciclopedia libre "Wikipedia". Sin intentar ser una idea acabada, los elementos que presenta nos permiten conocer los pilares de un modelo autogestionario en el socialismo y retomar algunas experiencias históricas.

El socialismo autogestionario o socialismo de autogestión es el sistema político basado en la colectivización y la participación de las diferentes comunidades de la vida de la persona en la gestión de comunidades políticas superiores (Estado, federaciones, confederaciones, etc.) desde los ámbitos más cercanos a su vida cotidiana: empresa, sindicato o partido político.

Las comunidades autogestoras del Estado, Federación o Confederación serían:

* Comunidad laboral, representada por los sindicatos.
* Comunidad ideológica, representada por partidos.
* Comunidad territorial, representada por naciones o nacionalidades del Estado, Federación, o Confederación.

Aparezca la comunidad política superior como Estado o no, según las diferentes concepciones anarquistas o comunistas de la autogestión, dicha comunidad política será garante de un plan económico fruto de la participación del trabajador y ciudadano en los diferente ámbitos de su vida. Resulta imprescindible así en los modelos de Estado autogestionario dotarse de un parlamento tricameral o tricameralidad, compuesto por una cámara de baja o parlamento, cámara alta o senado con una función de representación territorial y cámara laboral con la representación sindical. Esta visión de Estado será rechazada obviamente por los anarquistas, no en cambio la división de la tres comunidades.

* 1 Antecedentes
* 2 Socialismo de autogestión en España
* 3 Socialismo de autogestión en el Mundo
* 4 La teoría
* 5 Forma de gestionar la empresa
* 6 Véase también

Antecedentes

Como antecedentes del socialismo autogestionario se encuentran en numerosas experiencias históricas que demuestran que la clase obrera siempre ha luchado por esta idea, teniendo muy presentes las circunstancias especificas de cada situación. Estas son algunas de estas experiencias:

* La Comuna de París (1871)
* Los soviets rusos (1905 y 1917)
* Los consejos de trabajadores en Alemania(1918)
* Los consejos de fábrica en Italia (1919)
* Las colectividades en España (1936-37)
* Los kibbutz israelíes (1947)
* Yugoslavia (1950)
* Los Bhoodan Gramdan indios (1951)
* Polonia (1956)
* Los consejos obreros húngaros (1956)
* Las comunas chinas (1958)
* Argelia (1963)
* La primavera de Praga (1968)
* La Teología de la Liberación (1968)
* El mayo francés (1968).

Socialismo de autogestión en España

Se suele citar como primera experiencia autogestionaria en España la protagonizada por los grupos anarquistas en Aragón durante la Guerra Civil . Asimismo son citadas como experiencias pre-autogestionarias las protagonizadas por los pueblos y muncipios a lo largo de la historia con un fin comunal y que incluso sobreviven hoy en día como el auzolan o trabajo voluntario para la comunidad y batzarra o consejos comunales en Navarra, o el sistema de concejos.

El socialismo de autogestión, propiamente dicho, aparece durante la década de los 70 cuando muchos partidos de izquierda adoptan el socialismo autogestionario como alternativa ideológica al socialismo real. También partidos nacionalistas de izquierda, como el Partido Socialista Vasco, uno de los fundadores de Herri Batasuna, abanderan el Socialismo de autogestión.

Actualmente en España el socialismo de autogestión es revindicado por el Partido Carlista así como por los grupos anarcosindicalistas como la CNT y la CGT.

Socialismo de autogestión en el Mundo

El Socialismo de autogestión surge como alternativa a las experiencias de Socialismo real en la URSS y así será revindicado por anarquistas, o comunistas no alineados a la URSS, como la República Federal Socialista de Yugoslavia.

Para algunos la experiencia yugoslava bajo Tito fue paradigmática respecto a la autogestión. También Argelia en los 1970 intentó la experiencia autogestionaria. De alguna manera se encuentra una tendencia similar en los Kibutzim de Israel, especialmente es sus orígenes. Sindicatos como el Frente Auténtico del Trabajo en México desde los años 1970 promueven también esta propuesta.

La Proyecto de Reforma Constitucional de 2007 en Venezuela.

Autogestión en Mondragón, País Vasco y en Cataluña.

La teoría

* Propiedad social de los medios de producción a partir de determinados niveles de volumen de empleo.
* Gestión autónoma por parte de los trabajadores de la unidad productiva.
* Planificación descentralizada, desburocratización relativa basada en actuaciones estatales de carácter indicativo y no jerarquización (eliminación de fallos del sector público)
* La Confederación u órgano común de los Estados Confederados sólo se ocupa de sectores clave: sistema bancario, Hacienda Pública (Imposición distributiva).
* Bajo estas condiciones se permite inversión extranjera y el mercado en resultados, pero corregido, (eliminación de fallos de mercado).
* Derecho de cada partido comunista a establecer su propia vía hacia el socialismo, de acuerdo a las condiciones socioeconómicas y características nacionales (o regionales) específicas que prevalecen en cada país (política de no alineamiento). Esto supone total independencia de cada federación respecto a las demás elegidas democráticamente.
* Cambiar el concepto de internacionalismo proletario (sumisión al partido-guía) por el de solidaridad internacionalista.

La autogestión implica la propiedad social de los medios de producción y la descentralización máxima de las decisiones, lo cual no impide un acuerdo o conexión con otros entes superiores que deben ser representativos de la base. La autogestión total es imposible en un régimen capitalista, así como en un régimen socialista de planificación central jerarquizada. Supone la participación de la base o sus representantes en todos los entes u organismos del nivel superior, los cuales se convierten en unidades sociales y administrativas libremente constituidas, gestionadas y coordinadas (Se cuestiona por tanto la Dictadura del Proletariado aunque se mantiene la idea de su posible utilidad).

Forma de gestionar la empresa:

* El colectivo obrero: formado por el conjunto de los trabajadores. Órgano supremo de control y gestión de los trabajadores.
* El consejo obrero: es elegido por el colectivo obrero. Aprueba el plan general de la empresa y distribuye el beneficio neto. Elige y controla el comité de gestión.
* Comité de gestión: dirige y organiza el trabajo, fija el plan de base de la empresa, contrata y despide trabajadores y aplica las leyes sociales.
* El director: es elegido conjuntamente por delegados del comité de distrito y los del consejo obrero y forma parte del comité de gestión.

La libertad de la empresa autogestionada está limitada por las directrices del plan económico elaborado democráticamente. Los sindicatos deben servir como elemento de conexión entre la clase obrera, para evitar los desequilibrios excesivos entre las distintas empresas autogestionadas debido a deficiencias de estructura productiva (no de baja productividad, mala gestión, etc.). Además deberán representar a los trabajadores si tienen conflictos con entes superiores.

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viernes, 30 de mayo de 2008

DEMOCRACIA ECONÓMICA: propuesta para un socialismo eficaz

Por: David Schweickart

Partiendo de que "la izquierda ahora está en condiciones (...) de argumentar con confianza moral y científica, que existe una forma deseable de socialismo que funcionará", David Schweickart propone un modelo de "socialismo de mercado" entendiendo por tal un socialismo con planificación descentralizada de las inversiones y con democracia en el trabajo. Parte para ello de las experiencias de Yugoslavia, Japón y Mondragón.


I. UN SOCIALISMO PLAUSIBLE QUE REALMENTE FUNCIONARÍA

Los marxistas se miran los proyectos con escepticismo. Siempre lo han hecho. Todos recordamos la polémica de Marx contra Proudhon en el Manifiesto Comunista allí donde critica que "la acción histórica esté sometida a la acción de inventiva personal, las condiciones de liberación creadas por la historia, a unas fantasiosas, la espontánea y progresiva organización clasista del proletariado, a una organización especialmente imaginada por unos inventores" (Marx y Engels, 1986: 64),

Y recordamos otras numerosas ocasiones en las que los padres del socialismo "científico" criticaban a los "utópicos". En general, esta aversión de Marx a establecer proyectos ha sido saludable, alimentada, al menos en parte, por un respeto a la concreta especificidad de la situación revolucionaria y a los agentes comprometidos en la actividad revolucionaria; la tarea de los intelectuales marxistas no es decir a los agentes de la revolución cómo deben construir su economía post-revolucionaria.

Pero la dialéctica histórica es algo muy curioso: las virtudes a veces se convierten en vicios, y viceversa. En el actual momento histórico, la escéptica aversión a los proyectos está fuera de lugar. Esta es mi aseveración. En la coyuntura histórica actual, necesitamos un "proyecto" –un modelo teórico de socialismo viable y deseable–. No es ningún secreto que el viejo argumento de que el socialismo no puede funcionar, ha recibido un fuerte impulso con los recientes acontecimientos –aún en curso– de la Europa del Este y de la Unión Soviética. Ciertamente, el alcance y la profundidad de los sentimientos antisocialistas y procapitalistas, entre aquellos que han vivido o aún viven bajo el "socialismo real", son inevitablemente preocupantes, incluso para aquellos de nosotros que durante mucho tiempo hemos sido críticos con ese tipo de socialismo. Parece suficientemente claro que la izquierda necesita algo más que eslóganes sobre planificación democrática y/o control del trabajador, si tenemos que competir con algún grado de efectividad contra la ahora creciente hegemonía de la ideología capitalista.

La dialéctica histórica es algo muy curioso. Precisamente ahora que la hegemonía capitalista parece más segura, y la izquierda parece más necesitada de una visión alternativa, los materiales para construir y defender esta visión están al alcance.

Durante las dos últimas décadas ha habido un resurgimiento de la búsqueda teórica y empírica de arreglos económicos alternativos –esquemas alternativos de organización de los puestos de trabajo, mecanismos alternativos de planificación, sistemas alternativos de integración de la planificación y el mercado– y mucho de ello, aunque no todo, ha venido de la competencia intensificada entre naciones capitalistas.

Mi tesis es que la izquierda ahora está en condiciones, como nunca lo habíamos estado, de argumentar con confianza moral y científica, que existe una forma deseable de socialismo que funcionará. Este cuaderno avanza en esta dirección.

Antes de empezar, quisiera destacar que no creo que el proyecto de construir y defender modelos de socialismo viable y deseable sea el único proyecto meritorio para los agentes o intelectuales socialistas en estos momentos; ni tampoco creo que tener un modelo viable solucione el problema de "qué hay que hacer". En absoluto. El "problema de la transición" aún es enorme. Al mismo tiempo, creo que es importante que tengamos alguna idea sobre qué es lo que esperamos ser en la transición –aun reconociendo al mismo tiempo que las exigencias de la lucha concreta exigirán indudablemente diversas modificaciones de cualquier proyecto que se proponga–. Ciertamente, el "proyecto" a establecer aquí no debería entenderse como una norma fija, óptima en cada situación del mundo real. Más bien se entiende básicamente como una arma intelectual contra los apologetas del capitalismo, que siempre proclaman que no importa que las cosas vayan mal con el capitalismo, puesto que no hay alternativas viables.

ESTABLECIENDO EL MARCO

En 1920, Ludwig von Mises disparó el tiro de salida en lo que había de ser una escaramuza académica durante diversas décadas. El Socialismo, declaró von Mises, es imposible: sin propiedad privada de los medios de producción, no puede haber un mercado competitivo para los bienes de producción; sin un mercado para los bienes de producción, es imposible determinar sus valores; sin estos valores, la racionalidad económica es imposible.

Por ello, en un estado socialista, donde la búsqueda del cálculo económico es imposible, no puede haber –en nuestro sentido del término– ningún tipo de economía. En asuntos triviales y secundarios, la conducta racional aún puede ser posible, pero en general no se podría hablar nunca más de producción racional" (Mises, 1935: 92).

Las crisis actuales de las economías soviética y de Europa del Este podrían parecer la definitiva justificación de von Mises. Realmente está de moda hoy en día leer el colapso del comunismo europeo en este sentido. Pero vayamos con un poco más de cuidado.

Se ha admitido sobradamente que el argumento de von Mises es lógicamente defectuoso. Incluso sin un mercado de bienes de producción, sus valores pueden determinarse. En respuesta a von Mises, un número de economistas señalaron que ya el discípulo de Pareto, Enrico Barone, había demostrado, trece años antes, la posibilidad teórica de un socialismo de "mercado simulado" (1).

Está claro que el modelo de "mercado simulado" de Barone y otros es muy distinto al modelo soviético de "economía dirigida", que no permite un mercado libre ni en la producción ni en el consumo de bienes, ni tan solo intenta imitar la conducta del mercado. ¿No ha acabado teniendo razón von Mises, como mínimo por lo que respecta a esta forma de socialismo?

Creo que deberíamos ser justos, aquí. Incluso las economías dirigidas, que han fracasado recientemente, han tenido algunos éxitos sustanciales. En la mitad de los años setenta, la Unión Soviética se había erigido en segundo poder económico mundial. En el espacio de una generación, China ha conseguido sacar su población, actualmente ya de mil millones de personas, de la larga lista de países aún azotados por el hambre. Desde sus inicios, en el año 1959, el socialismo cubano dió a sus ciudadanos un nivel de bienestar económico trágicamente excepcional en Latinoamérica, si no es en las clases altas. Y por lo que respecta a la Europa del Este, deberíamos escuchar al poeta y ensayista alemán occidental Hans-Magnus Enzenberger (1989: 114, 116), reflejando, en 1985, su reciente visita a Hungría:

Casi nadie recordaba que antes de la Segunda Guerra Mundial había habido millones de proletarios agrarios en Hungría viviendo por debajo del nivel de subsistencia, sin tierra ni derechos. Muchos de ellos emigraron para encontrar salvación; centenares de miles acabaron como mendigos... Después de amargos conflictos y peleas sin fin, el régimen de Kadar cerró definitivamente el vacío entre campo y ciudad y ha hecho posible una especialización agrícola que consigue grandes excedentes. El silencio de los pueblos esconde el hecho de que aquí, tras las vallas adormecidas, donde sólo un perro a veces rompe la paz del mediodía, el socialismo húngaro ha puesto fin a la miseria y a la servidumbre, y ha conseguido sus éxitos más revolucionarios.

Reconocer que un socialismo de mercado simulado es teóricamente posible y que las economías dirigidas tienen algunos logros significativos, no significa abogar por cualquiera de estas formas de socialismo; pero este reconocimiento debería obligar a pensarlo un poco más antes de suscribir la proposición simplista de que el socialismo es imposible. Las crisis económicas no salvan los argumentos lógicamente defectuosos, ni tampoco niegan los éxitos históricos. El socialismo puede "funcionar". La cuestión importante es, ¿hasta qué punto puede funcionar bien? Específicamente, ¿puede el socialismo funcionar mejor que el capitalismo?

Yo afirmo que la respuesta a esta última pregunta es "depende". Depende del tipo de socialismo. Y afirmo, además, que hay como mínimo una forma de socialismo que, si se aplicara, sería superior al capitalismo en casi todos los aspectos: sería más eficiente, más racional en su crecimiento, más igualitario, más democrático. Es esta forma de socialismo la que yo quisiera explicar en las páginas siguientes.

TRES CASOS

El modelo a establecer aquí no surge totalmente de la teoría política o económica, ni es una estructura económica estilizada de algún país o región particular. Es una síntesis de la teoría y la práctica –quisiera pensar que una "síntesis dialéctica"–. Para ser más específico, lo que yo llamaré "Democracia Económica" es un modelo cuya forma ha sido dada por los debates teóricos sobre organizaciones económicas alternativas que han proliferado en los últimos veinte años, a partir de la evidencia empírica de modos de organización del trabajo, y del recuerdo histórico de diversos "experimentos" a gran escala hechos después de la Segunda Guerra Mundial. De estos experimentos pueden sacarse lecciones negativas, básicamente del fracaso de la planificación central en la Unión Soviética y en la Europa del Este, pero también hay lecciones positivas, derivadas especialmente de tres casos principales.

Empecemos por un "fracaso" socialista: Yugoslavia

A principios de los años cincuenta, un pequeño país de la Europa del Este con "dos alfabetos, tres religiones, cuatro lenguas, cinco naciones, seis estados federales llamados repúblicas, siete vecinos y ocho bancos nacionales" (Horvat, 1976: 3) se embarcó en una notable aventura. En 1948 Stalin había acusado a Yugoslavia de antisovietismo. En 1949, todo el comercio entre Yugoslavia y los demás países comunistas se había interrumpido, y se había impuesto un boicot económico. Presionada por los acontecimientos, Yugoslavia empezó una construcción altamente original: una economía socialista descentralizada que presentaba una autogestión de los trabajadores en las fábricas. Milovan Djilas (1969: 220-221) explica la decisión:

Poco después del comienzo de la discusión con Stalin, en 1949, por lo que recuerdo, empecé a releer El Capital de Marx, esta vez con mucha más atención, para ver si podía encontrar la respuesta al acertijo de por qué, en términos simples, el estalinismo era malo y Yugoslavia era buena. Descubrí muchas ideas nuevas y, lo más interesante de todo, ideas sobre una sociedad futura en la que los productores inmediatos, a través de la libre asociación, tomarían ellos mismos las decisiones sobre la producción y la distribución, decidirían efectivamente sobre sus propias vidas y su propio futuro. Se me ocurrió que los comunistas yugoslavos podíamos empezar a crear la libre asociación de productores de Marx. Las fábricas tendrían que dejarse en sus manos, con la única condición de que deberían pagar un impuesto por las necesidades militares o de otro tipo.

Kardelj y Djilas presionaron a Tito, quien inicialmente no lo veía claro.

La parte más importante de nuestro caso fue que esto sería el principio de la democracia, algo que el socialismo aún no había conseguido; además, el mundo y el movimiento internacional obrero podrían verlo como una salida radical del estalinismo. Tito se paseaba arriba y abajo, completamente inmerso en sus pensamientos. De repente se paró y exclamó: "Que las fábricas pertenezcan a los trabajadores es algo que nunca se ha conseguido aún!" (Djilas, 1969: 222-223).

El sistema así iniciado (impuesto desde arriba, hay que recordar, y sin el aval de ninguna teoría económica) sufrió diversas modificaciones durante las décadas siguientes; pero la estructura básica de la autogestión de los trabajadores persistió y se combinó con una creciente dependencia del mercado. Durante un tiempo, los resultados fueron impresionantes. Entre 1953 y 1960 Yugoslavia registró el nivel más alto de crecimiento de todos los países del mundo. De 1960 a 1980 Yugoslavia, de entre los países de renta pequeña y media, se encontraba en tercera posición en crecimiento por cápita (Cf. Horvat (1976: 12) y Sen (1984: 490).

Estas estadísticas reflejan una transformación real en la calidad de vida de millones de personas. En 1950 Yugoslavia era, tal como había sido desde su creación en 1918, un país pobre y subdesarrollado, con tres cuartas partes de población rural y agrícola. En 1975, el campesinado rural constituía sólo el treinta por ciento de la población, y Yugoslavia había alcanzado un nivel de vida, en Eslovenia, equivalente al de Austria, y, en todo el país en conjunto, a dos terceras partes del de Italia. Incluso Harold Lydall, uno de los principales críticos del experimento yugoslavo, admite que "resulta claro que Yugoslavia, bajo su sistema de 'autogestión socialista', ha conseguido un alto nivel de crecimiento económico, tanto en producción como en consumo. El nivel de vida medio ha cambiado totalmente en los últimos treinta y cinco años" (Lydall, 1984: 183).

Y aunque el péndulo iba y venía entre liberalización y represión, Yugoslavia era sin duda el país más libre de todos los estados comunistas, más libre incluso que muchos países no comunistas de renta baja o media. Citar tan solo un indicador: desde 1967 los yugoslavos han gozado de libertad casi completa de viajar fuera de sus fronteras, una libertad muy usada.

Durante los años ochenta la economía yugoslava se hundió.

El producto social real... ha caído un 6 por ciento de 1979 a 1985 y aún más desde entonces... La productividad laboral en el sector social cayó durante el mismo período en un 20%, y los ingresos personales de los trabajadores del sector social un 25%. El nivel de los servicios de educación, salud y vivienda también han caído... A pesar de una gran cantidad de gente empleada, tanto en la industria como en el gobierno, ... hay más de un millón de personas registradas sin empleo, cuatro quintas partes de las cuales son jóvenes" (Lydall, 1989: 4-5).

Además, los antagonismos étnicos, durante mucho tiempo dormidos, han revivido con intensidad. Al escribir estas líneas, el país parece desmembrado.

¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué la economía yugoslava ha fracasado? ¿Qué lecciones hay que sacar de ello?

— ¿Debemos concluir, con el profesor Lydall de Oxford, que el experimento yugoslavo era defectuoso desde el principio?

— ¿O con Jaroslav Vanek, de Cornell, (1990: 182), hemos de concluir que cualquier país que intente el camino yugoslavo procurando evitar sus defectos de diseño, ahora bastante evidentes, "tiene la mejor oportunidad de salir de la crisis universal de finales del siglo veinte"? (2).

Dejemos de lado estas preguntas, por ahora, y vayamos del "fracaso" socialista a...

El "éxito" capitalista: Japón

En 1945, el General Douglas MacArthur observaba el Japón devastado, e instituyó cinco reformas básicas: el sufragio femenino, el derecho de los trabajadores a organizarse, la educación liberal, la abolición del gobierno autocrático, y la democratización de la economía. Los elementos de esta última reforma incluían una rotura de los zaibatsu (grandes conglomerados capitalistas), la imposición de un rígido impuesto sobre el patrimonio, y una gran reforma agraria. El objetivo era crear un país capitalista competitivo, que podría ser relativamente pobre, pero que fuera democrático e igualitario.

Sin embargo, con la victoria de los comunistas chinos en 1948 y el estallido de la guerra de Corea en 1950, este objetivo cambió dramáticamente. De acuerdo con Michio Morishima (1982: 161-162),

Abandonando el objetivo político inicial de construir un país democrático basado en un sistema de libre empresa, cuya actividad sería moderada y pacífica, hubo un giro hacia medidas tendentes a reconstruir el Japón como país poderoso, dotado de la fuerza militar y económica necesaria para convertirlo en base avanzada del campo "libre" (anticomunista). Como consecuencia de este cambio de política, el capitalismo japonés renació como el ave fénix, bajo una forma casi idéntica a la que tenía antes de la guerra.

Con frecuencia se olvida que el "milagro" japonés no empezó después de la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo a la Revolución Meiji (1867-68), el Japón se preparó a consciencia para construir una economía industrial moderna. En 1905, la victoria del Japón en la guerra ruso-japonesa sorprendió a la conciencia occidental: por primera vez desde el comienzo del imperialismo occidental, unos no blancos habían triunfado sobre unos blancos. La economía japonesa avanzaba. Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, el Japón se había convertido en uno de los cinco grandes poderes mundiales y, aunque muy afectada por la Gran Depresión, la economía japonesa, alimentada por los gastos militares, se recuperó más deprisa que las economías occidentales. (En 1937, la expresión "el milagro japonés" se utilizaba para describir el aumento del 81.5% en la producción industrial desde 1931-34 (Johnson, 1982: 6). Es esta economía la que, en palabras de Morishima, "renació como el ave fénix" en los años cincuenta, con una estructura casi idéntica a la que tenía antes de la guerra.

Las características estructurales de la economía japonesa contrastan muchísimo con el capitalismo occidental, y aún más con el ideal teórico del laissez-faire. Sus características principales incluyen

1) intervención estatal a gran escala, particularmente en las decisiones sobre inversión,

2) una economía dual, una mitad dominada por un grupo de conglomerados competidores (keiretsu, sucesores de los zaibatsu de antes de la guerra), y la otra mitad consistente en miles de empresas más pequeñas, con frecuencia vinculadas jerárquicamente entre ellas, o con un keiretsu vía acuerdos de subcontratación,

3) relaciones laborales (en el sector de los keiretsu caracterizadas por garantías de ocupación vitalicia, salarios vinculados fuertemente a la antigüedad, bonificaciones sustanciales ligadas a los beneficios de la empresa, y una considerable participación del trabajador en la toma de decisiones.

Ni decir tiene que, en términos materiales, la economía japonesa ha triunfado enormemente. Entre 1946 y 1976, la economía del Japón aumentó cincuenta y cinco veces. Un país de las dimensiones de California, falto de recursos naturales significativos, representa ahora el 10% de la producción económica mundial. (Los Estados Unidos representan el 20%).

Se ha tenido que pagar un precio por estos éxitos: muy poca movilidad de clase o de empleo, un sistema que da al joven sólo una oportunidad de entrar en las filas de una buena empresa, un sistema educativo que obliga a los adolescentes japoneses a estudiar de 13 a 15 horas diarias. El resultado ha sido una fuerza de trabajo altamente productiva y disciplinada; pero, dice Morishima (1982: 183), "no debemos olvidar la otra consecuencia, que ha sido la destrucción de su personalidad". Parece que habría lecciones a aprender, aquí. Pero ¿qué lecciones?

Consideremos un tercer caso: Mondragón

Este es –en mi opinion– un éxito inequívoco (lo digo sin miedo). Más o menos al mismo tiempo en que la nación yugoslava empezaba su singular reestructuración y la economía japonesa se aceleraba bajo el estímulo de la guerra de Corea, otro experimento, de alcance mucho más modesto, se realizaba en una pequeña y subdesarrollada ciudad del País Vasco, en España. En 1943 se abrió una escuela para niños de clase obrera en Mondragón, a instancias de José María Arizmendi, un cura local que había escapado milagrosamente de la ejecución por parte de las fuerzas franquistas durante la Guerra Civil. El "cura rojo", como le llamaban en los círculos conservadores, era un hombre con gran visión (3). Creyendo que Dios da a casi todos una capacidad intelectual igual, pero que queda bloqueada por las condiciones de poder desigual, y viendo con consternación que ningún chico de clase obrera de Mondragón había ido nunca a la universidad, el Padre Arizmendi estructuró su escuela con el fin de fomentar la educación técnica pero también la educación "social y espiritual". Once alumnos de su primera clase (de 20) continuaron los estudios y acabaron siendo ingenieros profesionales. En 1956, cinco de ellos y dieciocho trabajadores más montaron, a instancias del sacerdote, una fábrica cooperativa para hacer pequeñas cocinas y hornos. En 1958 se hizo una segunda cooperativa, para hacer herramientas diversas. En 1959, nuevamente movidos por el Padre Arizmendi, se creó un banco cooperativa.

El movimiento despegó. Treinta y cuatro cooperativas industriales se añadieron al grupo durante los años sesenta. La expansión aún fue más rápida durante los años setenta.

Hacia finales de los años ochenta, el Grupo Mondragón comprendía cerca de 20.000 trabajadores en más de 180 cooperativas. Además de las cooperativas industriales productoras de cocinas, hornos, neveras, lavadoras automáticas, herramientas, equipamento eléctrico, productos petroquímicos, y mucho más, hay cooperativas agrícolas, cooperativas de construcción, cooperativas educativas, una cooperativa del consumidor, una cooperativa de mujeres, una cooperativa de seguridad social, y una cooperativa de investigación y desarrollo. El banco cooperativa se ha extendido en casi cien sucursales por todo el País Vasco, y ahora es el 14º mayor banco en España (4).

En todos sentidos, el experimento ha tenido un éxito sorprendente. Se ha visto que la productividad de las empresas de Mondragón ha superado la de empresas capitalistas comparables (Thomas y Logan, 1982). El nivel de fracaso de las nuevas cooperativas de Mondragón es casi cero. El éxito del grupo, a la hora de hacer frente a tiempos económicamente difíciles, ha sido excepcional. (El País Vasco fue duramente castigado por la recesión de finales de los setenta y principios de los ochenta; entre 1975 y 1983 la economía vasca perdió el veinte por ciento de sus puestos de trabajo; durante el mismo período, el grupo Mondragón –aunque sufrió algunos ajustes dramáticos– prácticamente no registró paro (Bradley y Gelb, 1987: 87)–.

La característica estructural más destacable de una empresa de Mondragón es su naturaleza democrática. Sus trabajadores se reúnen como mínimo una vez al año en una Asamblea General. Eligen, mediante el sistema de una persona un voto, un Consejo Supervisor que nombra a la dirección de la empresa; también eligen un Consejo Social que tiene jurisdicción sobre los asuntos que afectan directamente al bienestar de los trabajadores, y un Consejo de Control que escuche, recoja y verifique la información para la Asamblea General.

La innovación estructural más notable del Grupo Mondragón es la creación de una red de instituciones de apoyo, sobretodo la Caja Laboral Popular, el "banco de los trabajadores", que interactúa con las empresas productivas de distintos modos: aporta capital para la expansión, aporta asesoramiento técnico y financiero, ayuda en los cambios de una empresa a otra, ayuda en la creación de nuevas empresas. La Caja también mira por los intereses a largo plazo de la región, planifica el desarrollo, y trabaja para armonizar los posibles conflictos de intereses.

II. DEMOCRACIA ECONÓMICA

El modelo socialista que esbozaré a continuación tiene características en común con el socialismo yugoslavo, con el capitalismo japonés y con el cooperativismo de Mondragón, pero no es una versión estilizada de ninguno de ellos. Nuestro modelo difiere de cada uno de estos experimentos en diversos aspectos cruciales; pero estos experimentos, sus éxitos y sus fracasos, constituyen una prueba empírica altamente relevante para las reivindicaciones que haré en favor de este modelo.

Este modelo se llamará Democracia Económica (5). "Democracia Económica", tal como lo usaré aquí (término capitalizado para indicar el modelo específico) significa algo más que el control general de una economía por parte de la ciudadanía. También significa algo distinto a la característica común de los sistemas yugoslavo y de Mondragón, en los cuales los trabajadores de una determinada empresa controlan democráticamente su funcionamiento. A esta característica, que será un elemento de la Democracia Económica, la llamaré "autogestión de los trabajadores". Así, la Democracia Económica es una forma de socialismo caracterizada (entre otras cosas) por la autogestión de los trabajadores.

Como el socialismo yugoslavo (en teoría, aunque menos en la práctica), la Democracia Económica es un socialismo de mercado autogestionado por los trabajadores. A diferencia de la variante yugoslava (de antes de 1989), la Democracia Económica presupone democracia política. Dejaré abiertos los detalles políticos, pero entenderé por democracia política un gobierno constitucional que garantiza las libertades civiles a todos; entenderé un gobierno representativo, con órganos escogidos democráticamente a nivel local, regional y nacional (6).

La estructura económica del modelo que propongo tiene tres características básicas:

1. Cada empresa productiva está dirigida democráticamente por sus trabajadores;

2. La economía del día a día es una economía de mercado: las materias primas y los bienes de consumo se compran y se venden a precios determinados por las fuerzas de la oferta y la demanda;

3. La nueva inversión se controla socialmente: el fondo de inversión se genera mediante los impuestos y se distribuye según el plan democrático de acuerdo con el mercado.

Intentaré desarrollar cada uno de estos elementos.

1. Cada empresa productiva está dirigida por sus trabajadores

Los trabajadores son responsables del funcionamiento de las instalaciones: la organización del lugar de trabajo, la disciplina de la fábrica, las técnicas de producción, qué y cuánto producir, cómo distribuir los beneficios netos (7). Las decisiones sobre estos puntos se toman democráticamente, una persona un voto. En una empresa de dimensiones considerables será necesaria, indudablemente, alguna delegación de autoridad. Se puede dar poderes a un consejo de los trabajadores o a un director general (o a ambos) para tomar determinados tipos de decisiones (8). Pero estas personas son elegidas por los trabajadores. No son designadas por el Estado, ni por la comunidad en general.

A pesar de que los trabajadores dirigen la empresa, no tienen la propiedad de los medios de producción. Éstos son de propiedad colectiva de toda la sociedad. La propiedad societaria se manifiesta en la insistencia (apoyada por la ley) de que el valor del capital social de una empresa debe mantenerse intacto.

Hay que establecer un Fondo de Amortización con este objetivo. El dinero de este fondo se podrá emplear en cualquier reposición de capital o mejoras que la empresa considere oportunas, pero no se podrá usar para aumentar los ingresos de los trabajadores. Si una empresa se encuentra con dificultades económicas, los trabajadores son libres de reorganizar las instalaciones, o de marchar y buscar trabajo en otra parte. No son libres, sin embargo, de vender su parte de capital social sin sustituirla por un fondo de igual valor, no sin autorización explícita de la autoridad pertinente de la comunidad (el banco al cual está afiliada; hablaremos de ello en seguida). Si una empresa es incapaz de generar incluso el ingreso mínimo por capita, tiene que declararse en quiebra. El capital mueble será vendido para pagar a los acreedores. Cualquier sobrante se devuelve al Fondo de Inversión, mientras que el capital fijo revertirá en la comunidad –ambos procesos mendiante el banco afiliado–. Los trabajadores deberán buscar trabajo en otro sitio.

2. La Democracia Económica es una economía de mercado, como mínimo por lo que respecta a la asignación de los bienes de consumo y los bienes de capital existentes.

La alternativa a la asignación de mercado es la planificación centralizada, y esta planificación centralizada (tal como la teoria predice y la historia confirma) conduce a una concentración autoritaria de poder y, al mismo tiempo, es ineficaz.

Hace una década, el argumento de que la planificación centralizada es fundamentalmente deficiente era muy polémico entre los socialistas. Hoy en día ya no lo es tanto. La mayoría de los socialistas (aunque no todos) admiten que sin un mecanismo de precio regulado por la oferta y la demanda es muy difícil para un productor o un planificador saber qué y cuánto y qué variedad hay que producir; es muy difícil saber qué medios son los más eficaces. También se reconoce ampliamente que sin un mercado es difícil conjugar suficientemente los intereses personales y los intereses societarios, para no gravar excesivamente las motivaciones altruístas. El mercado resuelve estos problemas (hasta cierto punto, considerable pero incompleto) de una manera no autoritaria y no burocrática. Y eso no es poco.

La economía socialista que proponemos es una economía de mercado. Las empresas compran materias primas y maquinaria a otras empresas, y venden sus productos a otras empresas o a los consumidores. Los precios normalmente no están regulados, excepto por la oferta y la demanda. En algunos casos, sin embargo, pueden funcionar controles selectivos de precios o subsidios de precios (los primeros en industrias que muestran concentraciones monopolísticas, los segundos en la agricultura, para contrarrestar la incertidumbre provocada por las variaciones climatológicas, y quizás para preservar un modo de vida que de otra manera desaparecería). Nuestra sociedad socialista no tiene ningún imperioso compromiso de laissez-faire. Como el liberalismo moderno, tiene intención de permitir la intervención del gobierno cuando el mercado no funcione bien. Nuestra sociedad socialista no mira el mercado como un bien absoluto, paradigma de la libre interacción humana. Prefiere concebir el mercado como un instrumento útil para conseguir determinados objetivos sociales, que tiene grandes ventajas, pero también defectos inherentes. La gracia está en utilizar este instrumento apropiadamente.

Desde el momento en que las empresas, en la economía que proponemos, compran y venden en el mercado, luchan para obtener un "beneficio". Aquí, sin embargo, el "beneficio" no tiene el mismo sentido que en el capitalisno. Las empresas se esfuerzan para maximizar la diferencia entre el total de ventas y el total de costos no laborales. En la Democracia Económica, el trabajo no es otro "factor de producción" técnicamente comparable a la tierra o al capital. El trabajo no es en absoluto una mercancía, porque cuando un trabajador entra en una empresa, se convierte en un miembro con voto, y tiene derecho a una determinada participación en los beneficios.

Esta participación (porcentaje en los beneficios, no una cifra absoluta) no tiene por qué ser la misma para todos los miembros. Los propios trabajadores deben decidir cómo distribuir los beneficios. Pueden optar por la igualdad, pero también pueden decidirse por remunerar más las tareas más difíciles; pueden considerar interesante ofrecer bonificaciones especiales por técnicas o habilidades escasas, para así atraer y mantener los talentos que necesitan. Estas decisiones se toman democráticamente.

3. El control social de la inversión

La tercera característica fundamental de la Democracia Económica es una característica que, paradójicamente, es más evidente en el Japón capitalista y en el Mondragón cooperativista que en la Yugoslavia socialista: el control social de la inversión (9). Es una característica crucial.

La autogestión de los trabajadores intenta romper el carácter de mercancía de la fuerza del trabajo y su consiguiente alienación. El mercado es un contrapeso de la excesiva centralización y la burocracia. El control social de la nueva inversión, pensado para aliviar la "anarquía" de la producción capitalista, es el contrapunto al mercado.

Bajo el capitalismo, el mercado tiene dos funciones distintas: asigna los bienes y recursos existentes y determina el curso y nivel de desarrollo futuro. En nuestro modelo estas dos funciones están separadas. No existe "mercado del dinero" donde acuden al mismo tiempo los ahorradores privados y los inversores privados, cuya interacción determina un tipo de interés.

En nuestro modelo, los fondos de inversión están generados y distribuidos mediante procesos mediatizados democráticamente. Se generan no ofreciendo el aliciente del interés a los ahorradores, sino gravando los bienes de capital. Este impuesto tiene dos objetivos importantes. Fomenta el uso eficiente de los bienes de capital (desde el momento en que las empresas deben pagar un impuesto sobre el valor de sus bienes de capital, desearán economizar en su uso), y conforma los fondos para nuevas inversiones. Este "impuesto patrimonial" es el sustituto del interés en una economía capitalista, que también ejerce esta doble función. De hecho, ya que la fiscalización es la fuente del fondo de inversión, no hay ninguna razón para pagar a los particulares un interés por sus ahorros ni, por ello mismo, tampoco es necesario cargar intereses en los préstamos personales. La antigua prohibición de la "usura" vuelve bajo la Democracia Económica (10).

Los fondos de inversión se generan mediante impuestos. ¿Cómo deben distribuirse? Aunque la sociedad es democrática, no sería factible intentar un voto popular en cada proyecto de inversión. No sólo el propio número de proyectos hace absurdo dicho procedimiento, sino que negaría un gran beneficio a la inversión socializada: la adopción consciente de un conjunto coherente y razonablemente coordinado de prioridades de inversión.

Pero, en concreto, ¿cómo se debería formular y aplicar un plan de inversión? Es importante darse cuenta de que hay un abanico de opciones. No es probable que una opción sea siempre la óptima para todos los países.

— En un extremo habría un conjunto de instituciones basadas en el modelo japonés: una burocracia de élite diseña un plan, y entonces lo aplica rigurosamente, no a la fuerza, sino usando sus amplios poderes en el acceso a las finanzas para frenar algunas empresas y atraer otras a desarrollarse en las direcciones deseadas. (Cf. Johnson (1982: 315-319) para una visión de las instituciones que harían posible, en su opinión, que una economía se aproximara a la planificación japonesa).

— En el otro extremo habría un "plan" que imitara el resultado del libre mercado, evitando al intermediario capitalista; una especie de "laissez-faire socialista". En este caso, el fondo de inversión se reparte proporcionalmente entre una red de bancos nacionales, regionales y locales, los cuales ahora lo reparten concediendo subvenciones, exactamente con los mismos criterios que un banco capitalista. El Parlamento fija el impuesto sobre utilización de bienes (tipo de interés), ajustándolo anualmente para así alinear la oferta del fondo de inversión con la demanda. Este interés se carga a los mismos bancos. A éstos se les permite cargar un tipo más alto en las subvenciones que conceden, y así, al intentar maximizar su propio beneficio, corren un riesgo contra el beneficio proyectado del mismo modo en que lo hace un banco capitalista. Bajo este laissez-faire socialista no hay planificación de la composición cualitativa de la inversión, no se intenta incentivar ni desincentivar ninguna línea de producción en particular, ni ningún control consciente sobre la cantidad de inversión.

En la mayoría de los casos, el mecanismo óptimo anida probablemente entre estos dos extremos.

Consideremos ahora otro mecanismo que se encuentra más o menos a medio camino entre ambos

Será más democrático y descentralizado que el modelo japonés; dará a la sociedad un control sobre la inversión más positivo que el que da el "laissez-faire" socialista.

Hay que tener en cuenta que la planificación que yo propongo no es para toda la economía; la planificación sólo es para la nueva inversión que se emprenda, es decir, la inversión no financiada por las reservas de amortización. Aunque interviene dinero sustancial, sólo constituye una fracción de la actividad económica total de la nación. (La formación bruta de capital en los Estados Unidos, 1960-84, fue de una media de 17,9% anual, del cual una cuarta parte fue de vivienda residencial (Lipsey y Kravis, 1987: 25, 42). No hay que temer que la asignación social de la nueva inversión de negocios constituya una parte enorme del PNB, aunque, ciertamente, es una parte estratégicamente central del mismo.

También hay que notar que las empresas particulares que ya funcionan no quedan afectadas por este plan, a no ser que deseen hacer cambios en sus operaciones que no puedan ser financiados por su Fondo de Amortización (11).

Un impuesto no progresivo sobre los bienes de capital de cada empresa en la economía habrá generado una oferta de fondos para la inversión. El control social de estos fondos, apropiadamente democratizado y descentralizado, se conseguirá mediante planes y bancos interconectados.

Comencemos por los planes

Debemos distinguir tres tipos de inversiones que la sociedad puede hacer:

1. Las que emprenden espontáneamente las cooperativas con ánimo de lucro.

2. Las inversiones pensadas como generadoras de beneficios pero que, dadas las externalidades positivas de consumo o de producción, tienen más valor para la sociedad de lo que su rentabilidad indica.

3. Las inversiones de capital referidas a la provisión de bienes y servicios gratuitos, es decir, infrastructura, posibles escuelas, hospitales, tránsito urbano, instalaciones de investigación y similares.

Las categorías 2 y 3 son las que la planificación debe fomentar (12). Respecto a estas dos categorías surgen dos cuestiones: decidir qué proyectos hay que fomentar, y asignar los fondos para los mismos. Estas decisiones las tendrían que tomar democráticamente los parlamentos elegidos a los niveles adecuados. Deberían abrirse consultas sobre las inversiones (tal como se hace con los presupuestos); habría que recoger la opinión de los expertos y de la población. El Parlamento debería decidir entonces la cantidad y la naturaleza del gasto de capital en bienes (públicos) gratuitos, y qué áreas del sector cooperativo quiere fomentar. Los fondos para gasto público deberían transferirse al organismo gubernamental adecuado; los fondos para el sector cooperativo reservados como "subvenciones incentivadoras" deberían especificarse en cuanto a cantidad y condiciones (un tipo impositivo menor que el tipo general, quizás sólo para un cierto período).

Las asignaciones del fondo de inversión deberían seguir el proceso siguiente: primero, el Parlamento decide, de acuerdo con los procedimientos democráticos descritos anteriormente, el gasto público en proyectos de alcance nacional; por ejemplo, una mejora del transporte ferroviario. Los fondos para este proyecto son asignados al organismo gubernamental pertinente, por ejemplo el Departamento de Transportes. El resto del fondo de inversión se distribuye entre las regiones (estados, provincias) con un criterio per capita. Es decir, si la Región A tiene X% de la población de un país, recibe X% del fondo de inversión (13). El Parlamento nacional también puede decidir que se debería fomentar algunos tipos de proyectos y, por tanto, especificar la cantidad de recursos a aportar y el tipo impositivo a aplicarles (14).

Los Parlamentos regionales toman, entonces, decisiones similares: sobre el gasto público, y sobre los proyectos a fomentar. Los fondos para aquél se transfieren a las autoridades regionales pertinentes; el resto se asigna, por capita, a las comunidades locales, quienes entonces adoptan sus decisiones sobre el gasto público y sus propias subvenciones incentivadoras.

Bancos interconectados

Una vez se han fijado las prioridades a nivel nacional, regional y local, las comunidades asignan sus fondos a sus bancos. Yo propongo que estos bancos se estructuren a la manera de la Caja Laboral Popular de Mondragón. Cada compañía de un sector determinado se afilia a un banco de su elección, que mantiene sus reservas de amortización y los ingresos por ventas, y le da el capital para ir trabajando y, quizás, otros servicios técnicos y financieros. Normalmente la empresa busca capital para inversión en este banco, aunque es libre de solicitarlo en otro sitio. Cada banco es dirigido como una "cooperativa de segundo grado" –es el término que se utiliza en Mondragón para designar una cooperativa cuyo consejo rector incluye representación de otros sectores aparte de los trabajadores de las cooperativas–. El consejo rector de un banco de la comunidad debe incluir a representantes del organismo de planificación de la comunidad, representantes de la fuerza de trabajo del banco y representantes de las empresas que tienen negocios con el banco (15). Cada banco recibe de la comunidad una parte de los fondos de inversión asignados a la comunidad; una parte determinada por: a) el tamaño y el número de empresas afiliadas al banco, b) el éxito previo del banco a la hora de conceder subvenciones rentables (incluidas las subvenciones incentivadoras de tipo bajo) y c) su éxito a la hora de crear nuevos puestos de trabajo (16). Los ingresos del banco, que se distribuyen entre sus trabajadores, provienen de la recaudación de los impuestos generales (ya que son funcionarios), de acuerdo con la fórmula que vincula los ingresos al éxito del banco al conceder subvenciones rentables y crear empleo.

Si una comunidad no es capaz de encontrar suficientes oportunidades de inversión para absorber los fondos que le han sido asignados, el remanente debe ser devuelto al centro, para que sea reasignado a los lugares donde hay más demanda de fondos de inversión (17). De este modo, las comunidades tienen un incentivo para buscar nuevas oportunidades de inversión, para mantener en ese territorio los fondos asignados. También los bancos tienen un incentivo similar, por lo cual es razonable esperar que las comunidades y sus bancos estableceran Divisiones de Iniciativas, órganos que busquen nuevas oportunidades de negocios, y que aporten asesoramiento técnico y financiero a las empresas existentes que busquen nuevas oportunidades y a aquellas personas interesadas en montar nuevas cooperativas, ayudándolas con estudios de mercado, solicitudes de subvenciones y similares. Estos organismos podrían incluso contratar directivos y trabajadores para nuevas empresas. (La Caja Laboral Popular de Mondragón tiene una división de este tipo –otra de sus innovaciones acertadas–. Véase Whyte y Whyte (1988: 71-75) y Morrison (1991: 111-134) para más detalles).

Veamos ahora el contexto básico para el control social de la inversión

Repasemos brevemente: tenemos los ingresos por impuestos de los bienes de capital, recaudados por el gobierno central, repartidos por toda la sociedad a una red de bancos locales, quienes distribuyen estos fondos (algunos destinados a fomentar determinados tipos de proyectos) a las empresas afiliadas y a empresas de nueva creación, para optimizar la ocupación y la rentabilidad de sus afiliados. Así tenemos una red de Mondragones (o mini-keiretsu, si se prefiere) que reciben los fondos para la nueva inversión del Fondo de Inversión público. El banco que hay en el centro de cada uno de ellos puede conceder subvenciones según su criterio, cargando el tipo normal del impuesto sobre utilización de bienes, en la mayoría, pero permitiendo un tipo inferior en los proyectos a fomentar. Estas subvenciones, una vez recibidas, no se retornan, pero se añaden al capital de la firma, y por consiguiente a su base impositiva (18). Asociadas con la mayoría de bancos, existen las Divisiones de Iniciativas, que intentan fomentar la expansión de las empresas y la creación de nuevas empresas. (La Democracia Económica aporta, y necesita, claro está, "hombres de iniciativa socialistas", individuos o colectivos con ganas de innovar, de arriesgarse, con la esperanza de aportar nuevos bienes o nuevos servicios, o viejos pero en nuevas formas. Los críticos no se equivocan al insistir en que esta gente es importante en el bienestar de una sociedad, pero que no se les fomenta suficientemente en las economías socialistas existentes).

III. EFICACIA

He explicado con cierto detalle lo que entiendo que es una forma de socialismo económicamente viable y altamente deseable. Es importante, especialmente ahora, que los socialistas seamos capaces de ver y articular esta estructura. Debemos ser claros, con nosostros mismos y con los demás, en el hecho de que el problema no es elegir entre planificación y mercado, sino integrar ambas instituciones en un contexto democrático.

También debemos ser claros en el hecho de que la democracia no es sólo un valor político, sino que es un valor con profundas implicaciones económicas.

La Democracia Económica no es sólo más democrática que el capitalismo democrático, sino que también es más eficaz

Vamos a centrar lo que resta de cuaderno en esta última idea, porque es la supuesta ineficiencia del socialismo lo que atrae tanta crítica hoy en día. Las limitaciones de espacio hacen imposible una demostración completa, pero permitidme, como mínimo, apuntar la idea básica y citar alguna de las pruebas de peso. (Para un tratamiento más completo de este tema, y un análisis de un conjunto de cuestiones respecto a este modelo, véase Schweickart (de próxima aparición).

De entre las diversas formas de ineficacia económica, se puede diferenciar las ineficacias de asignación, las ineficacias keynesianas y las ineficacias que llamaremos X.

— Las "ineficacias de asignación" son disminuciones del bienestar global derivadas de aquellas imperfecciones del mercado que hacen que los precios se desvíen de lo que deberían ser bajo una competencia perfecta ideal. Estas son las ineficacias que resultan familiares a quienes han estudiado nociones básicas de economía; esencialmente las causadas por los monopolios y las "externalidades". Para aislar estos tipos de ineficacias, a efectos de estudio, normalmente se parte de la base de que: 1) la tecnología de la economía está fijada, 2) hay pleno empleo de recursos humanos y materiales en la sociedad en general, y 3) que cada empresa puede transformar rápidamente sus entradas (inputs) en resultados (output) de acuerdo con sus objetivos, es decir, que no se pierde nada dentro de la empresa.

— Las "ineficacias keynesianas" hacen referencia a aquellas desviaciones de la optimalidad que tienen lugar cuando los recursos materiales y humanos no se usan totalmente, es decir, cuando la anterior circunstancia (2) no se consigue.

— Las "ineficacias X" son las ineficacias respecto a la anterior circunstancia (3), es decir, las que tiene lugar dentro de la empresa, a causa de la estructura interna de la empresa. (El término "ineficacias X" lo dió Harvey Leibenstein (1966) en un artículo muy citado. Sus ideas han sido desarrolladas en Leibenstein (1976) y Leibenstein (1987).

Los órdenes de magnitud relativos de estas tres formas de eficacia son importantes. Vanek se refiere a ellos como "pulgas, conejos y elefantes" (Vanek, 1989: 93).

Ineficacia de asignación (la pulga)

El estudio de Leibenstein sobre las pruebas empíricas encuentra que las ineficacias de asignación son del orden de una décima parte del uno por ciento del PNB, mientras que las ineficacias X dentro de las empresas con frecuencia exceden el 50%. A pesar de aceptar problemas metodológicos en las comparaciones, Leibenstein nota que las ineficacias de asignación tienen que ser más bien pequeñas, ya que –dados los puntos de partida– los precios que exceden de lo "correcto" en unas áreas serán contrarrestados por los precios que, en otras áreas, estén por debajo (19). Si a todas estas consideraciones añadimos la evidente gravedad del paro que contínuamente azota las economías capitalistas, entonces la metáfora de Vanek no parece mal encontrada (20).

Como era de esperar, nuestro modelo coge algunos de los valores de la eficacia del capitalismo. La Democracia Económica también es una economía de mercado. Igual que su equivalente capitalista con ánimo de lucro, una empresa autogestionada está motivada por descubrir y satisfacer las preferencias del consumidor y por utilizar eficientemente las materias primas y la tecnología. Sin embargo, el atento lector podría quedar perplejo. El "Beneficio", bajo la Democracia Económica, no es el mismo que el beneficio bajo el capitalismo. El trabajo cuenta como coste en este último, pero no en aquélla. ¿No podría, esta diferencia, tener consecuencias a nivel de la eficacia en el conjunto de la economía?

El impacto de esta diferencia en la eficacia de la asignación de recursos ha sido, en estos últimos años, el foco de la atención teórica en los modelos de autogestión de los trabajadores (21). Pero si Vanek y Leibenstein y Horvat tienen razón (como creo yo) respecto a las magnitudes relativas, entonces este debate es en gran parte sólo ruido y no lleva a gran cosa (22). Pasaremos de largo, aquí. Sean cuales sean las ineficacias de asignación (si las hay), su impacto final en la economía será probablemente pequeño.

Ineficacia keynesiana (el conejo)

El tema de la eficacia keynesiana es más importante, pero aquí puede darse el caso de que la Democracia Económica, dado que su mecanismo de inversión aporta incentivos específicos para la creación de empleo, tenga menos problemas con el paro que el capitalismo. Esta conclusión viene reforzada por la consideración, ya apuntada por Marx, y después estudiosamente ignorada por la teoría neoclásica, de que el paro es fundamental en un capitalismo "saludable", porque sirve para disciplinar la clase trabajadora. Esta disciplina no hace falta en la Democracia Económica (estoy haciendo un breve resumen de un tema importante).

IV. EFICACIA X

Dejadme decir más cosas sobre la eficacia X, porque es probable que se trate del componente de la eficacia más decisivo para las economías del mundo real. (El fracaso en este nivel es probablemente el elemento más significativo en la actual crisis económica soviética). El modelo económico que estamos estudiando lleva la democracia a la empresa. He argumentado que una empresa dirigida democráticamente en un contexto de mercado tiene los mismos incentivos que una empresa capitalista, es decir, satisfacer a sus clientes y utilizar eficientemente su tecnología y sus recursos.

"Pero", sin duda preguntará alguien, "¿una empresa autogestionada, lo hará tan bien como una capitalista? ¿Los trabajadores son suficientemente competentes para tomar complicadas decisiones técnicas y financieras? ¿Son suficientemente competentes incluso para escoger a representantes que designen a directivos eficientes? (23) No puedo negar que se trata de preguntas razonables, pero tampoco puedo resistirme a subrayar que es muy curioso que estas preguntas surjan tan deprisa (como siempre pasa, según mi experiencia) en una sociedad tan orgullosa de su compromiso democrático. Consideramos a la gente normal suficientemente competente para elegir alcaldes, gobernadores y presidentes. La creemos suficientemente capaz para elegir a representantes que decidirán sobre sus impuestos, que harán leyes que, si son infringidas, la llevarán a prisión, que incluso la pueden enviar a matar y morir. ¿Es realmente necesario que nos preguntemos si la gente normal es suficientemente competente para elegir a sus jefes?

Pero nos la tenemos que hacer, esta pregunta. La retórica no puede servir de argumento en un tema tan crucial. Después de todo, los trabajadores, en las sociedades capitalistas democráticas, no eligen a sus jefes. ¿Por qué no? Quizás los trabajadores están tan poco cualificados, que si lo hiciesen causarían un caos económico. O si no un caos, como mínimo una gran caída en la eficacia.

La gente normal, ¿es suficientemente competente para elegir a sus jefes y para participar en la dirección de sus empresas? Nos lo tenemos que preguntar. Lo que es sorprendente es que podemos responderlo –y tan claramente como no osaríamos esperar– dados la complejidad y el significado del tema. Es difícil imaginar una pregunta ético-económica más importante, que pueda responderse de manera tan decisiva. La prueba empírica es clara, y a un nivel inusual en ciencias sociales.

Vayamos con cuidado aquí, porque hay mucho en juego. No es necesario, para nuestros propósitos, intentar aislar los efectos de la ineficacia X de los otros elementos de la autogestión de los trabajadores: elección democrática de la dirección, participación en beneficios, opciones de participación, etc. Lo que necesitamos mostrar es que estos elementos, todos a la vez, es improbable que provoquen la ineficacia dentro de la empresa.

Diversos teóricos han planteado cuestiones sobre la ineficacia X de la democracia en la empresa, señalando aspectos como el recelo de los directivos a trabajar a fondo desde el momento en que han de repartir beneficios con los trabajadores, el recelo de los directivos escogidos a disciplinar suficientemente los trabajadores, y la pérdida de tiempo y esfuerzo asociada a la toma de decisiones democrática. (El ataque teórico más comprensivo a modelos como el nuestro es de Jensen y Meckling (1979).

Los teóricos han planteado estas cuestiones, pero la prueba empírica es abrumadora en su contra. Es muy evidente que la participación de los trabajadores, tanto en la dirección como en el reparto de beneficios, tiende a incrementar la productividad, y que las compañías gestionadas por los trabajadores son con frecuencia más productivas que las capitalistas.

Por lo que respecta a los efectos de eficacia de una mayor participación de los trabajadores, existe el estudio del Departamento de Salud, Educación y Bienestar de los Estados Unidos, de 1973, que concluye: "En ninguno de los casos de los que tenemos constancia, el esfuerzo por aumentar la participación del trabajador ha producido un descenso, a largo plazo, de la productividad" (United Staters Department of Health, Education and Welfare, 1973: 112). Nueve años más tarde, al analizar su recopilación de estudios empíricos, Jones y Svejnar (1982: 11) informan que "parece ser que existe un consistente apoyo a la postura que dice que la participación de los trabajadores en la dirección causa una más alta productividad. Este resultado viene avalado por una diversidad de aproximaciones metodológicas, usando diversos datos y durante períodos de tiempo diferentes". En 1990, Alan Blinder, economista de Princeton, publicó un conjunto de investigaciones que aumentan los datos, y llega a la misma conclusión. Levine y Tyson (1990: 203-204), por ejemplo, resumen sus análisis de unos cuarenta y tres estudios distintos con estas palabras:

Nuestra valoración global de la literatura empírica de la economía, de las relaciones industriales, de la conducta organizativa y de otras ciencias sociales, es que la participación normalmente conduce a unas pequeñas mejoras a corto término en la realización, y a veces conduce a mejoras significativas y duraderas... Casi nunca hay un efecto negativo (24).

Llegan, además, a otra conclusión (Levine y Tyson, 1990: 205-214). La participación tiende más a incrementar la productividad cuando viene combinada con 1) la participación en beneficios, 2) el empleo garantizado a largo plazo, 3) unos diferenciales salariales relativamente pequeños y 4) unos derechos laborales garantizados (como el despido sólo por causa justa). Observemos que las empresas, en la Democracia Económica, tenderán a cumplir estas condiciones.

Por lo que respecta a la viabilidad de la democracia completa en el puesto de trabajo, tengamos en cuenta que los trabajadores de las cooperativas de madera contraplacada al Noroeste del Pacífico han estado eligiendo a sus directivos desde los años cuarenta. Los trabajadores de Mondragón desde los años sesenta. Constatemos que, hacia 1981, había más de 20.000 cooperativas productoras en Italia, que constituían uno de los sectores más vibrantes de la economía (Anteriormente ya hemos dado las referencias de Mondragón y Yugoslavia. Sobre las cooperativas de madera contraplacada, véase Berman (1982). Sobre las cooperativas italianas, véase Estrin, Jones y Svejnar (1987). Ni que decir tiene que no todas las experiencias de autogestión han tenido éxito; pero no conozco ningún estudio empírico que ni tan solo pretenda demostrar que los directivos elegidos por los trabajadores sean menos competentes que los directivos capitalistas. La mayoría de comparaciones sugieren precisamente lo contrario. La mayoría encuentran las empresas autogestionadas por los trabajadores más productivas que las capitalistas de similares características. Ya hemos citado el caso de Mondragón. Aquí tenemos el de las cooperativas de madera contraplacada, según Berman (1982: 80):

La base principal del éxito cooperativo, y de la supervivencia de plantas no rentables capitalísticamente, ha sido una superior productividad del trabajo. Los estudios que comparan la producción por metro cuadrado han demostrado repetidamente un mayor volumen físico de producción por hora, y otros ...muestran una calidad superior del producto y también un ahorro en el uso de material.

Existe, además, el ejemplo reciente de la Weirton Steel, la empresa propiedad de los trabajadores más grande de los Estados Unidos. En 1982, después de un año mediocre y a la vista de las perspectivas nada halagüeñas, la National Steel ofreció vender su planta de Weirton (West Virginia) a sus 7.000 trabajadores. El acuerdo se firmó en 1984. La Weirton tuvo dieciocho trimestres rentables seguidos, en un momento en que gran parte de la industria del acero sufría pérdidas exorbitantes (dos de los competidores de la Weirton se declararon en quiebra). "La Weirton es la historia de éxito dentro de las empresas del acero" dijo el analista John Tumazos, de Oppenheimer and Company (Greenhouse, 1985: 4F). "Desde el punto de vista de la producción y del coste, la Weirton es mejor que sus competidores" (Serrin, 1986: 1).

¿El ejemplo negativo de Yugoslavia? Ni tan solo Harold Lydall, quizás el crítico pro-capitalista más severo con el sistema económico yugoslavo, sostiene que el problema sea la incompetencia del trabajador para elegir a los directivos. Como hemos visto, Lydall reconoce que durante la mayor parte del período de 1950 a 1979, Yugoslavia no sólo sobrevivió sino que prosperó. Las cosas han cambiado, para peor, durante los años ochenta. ¿Cómo explica Lydall esta repentina caída?

Es evidente que la causa principal del fracaso fue la falta de voluntad del Partido Yugoslavo y del gobierno para llevar a cabo una política de restricción macroscópica –especialmente restricción en la emisión de moneda– en combinación con la política microeconómica diseñada para ampliar oportunidades e incentivos para las empresas y para un trabajo eficaz. Lo que hacía falta era más libertad para la toma de decisión independiente por parte de las empresas genuinamente autogestionadas dentro de un mercado libre, combinada con fuertes controles en la emisión de moneda nacional (25).

El problema en Yugoslavia no parece ser un exceso de democracia en el puesto de trabajo. En opinión de un periódico de Belgrado, tal como Lydall resume (1989: 96), "La explicación más convincente de la actual crisis social es la reducción de los derechos de autogestión de los trabajadores".

Si lo pensamos un poco, no es tan sorprendente que las empresas autogestionadas por los trabajadores sean eficaces en el sentido X. Desde el momento en que los sueldos de los trabajadores van ligados directamente a la salud financiera de la compañía, todos tienen interés en elegir buenos directivos. Desde el momento en que una mala dirección no es difícil de detectar por parte de quienes están cerca (observando muy de cerca la naturaleza de la dirección y sintiendo sus efectos rápidamente), no es probable que la incompetencia se tolere mucho tiempo. Además, a cada individuo le interesa constatar que los demás trabajadores trabajan eficazmente (y no parecer un vago él mismo), de manera que no es necesaria tanta supervisión.

Estas son las conclusiones de Henry Levin (1984: 28), basadas en sus siete años de estudio de campo:

Hay incentivos, tanto personales como colectivos, en las cooperativas, que probablemente comportan una mayor productividad. Las consecuencias específicas de estos incentivos son que los trabajadores de las cooperativas tienden a trabajar más y de una manera más flexible que en empresas capitalistas; tendrán un menor nivel de movimiento y de absentismo; y tendrán más cuidado de la planta y de la maquinaria. Además, las cooperativas productoras funcionan con relativamente pocos trabajadores no cualificados y directivos medios, no tienen muchos obstáculos en la producción y tienen mejores programas de formación que las empresas capitalistas.

No es mi intención sugerir aquí que la democracia en la empresa es una cura milagrosa para los males económicos. Las ganancias en la eficacia no son siempre notables. No todas las cooperativas salen adelante. El fracaso es con frecuencia dramático, como lo es en las empresas capitalistas, y no sólo para los propietarios. Pero me parece que hay una abrumadora evidencia en el sentido de que las empresas autogestionadas por los trabajadores son, como mínimo, igual de eficaces, internamente, que las empresas capitalistas. De hecho, la evidencia mencionada establece más que esta mínima conclusión. Yo no veo cómo, después de estudiar toda la literatura al respecto, se puede poner en duda, honestamente, que es muy probable que las empresas autogestionadas por los trabajadores sean más eficaces al nivel X que sus equivalentes capitalistas.

V. UNA BREVE CONCLUSION

He dibujado el marco y he aportado algunos detalles de la tesis que dice que la Democracia Económica es una forma eficaz de socialismo; más eficaz, de hecho, que el capitalismo. Pero la eficacia no es ni mucho menos la única virtud de la Democracia Económica. Un análisis detallado y justo demostrará que la Democracia Económica está menos infectada de la manía del crecimiento que el capitalismo, y que, por tanto, está más preparada para un mundo que tiene que aceptar unos límites ecológicos; que es más estable que el capitalismo, más democrática, más igualitaria. Creo que también se puede demostrar, aunque no lo intentaré ahora, que la Democracia Económica sintoniza mucho mejor con los valores auténticos e inherentes del socialismo marxista que ninguna de las alternativas existentes o propuestas. Además, si continuamos a la expectativa (como aconseja Marx) de instituciones de la nueva sociedad que se vayan formando poco a poco dentro de la vieja sociedad, creo que podemos percibir como tales las instituciones de la Democracia Económica. Si el socialismo tiene que ser el futuro de la humanidad (de ningún modo un resultado inevitable), la Democracia Económica es un futuro que podemos proyectar realísticamente, y un honorable objetivo de lucha.

NOTAS

1. En Hayeck (1935: 245-90) aparece una traducción del artículo de Barone. El ataque de principio

Publicado en: Arriola Joaquín (coord.) 2006, "Derecho a decidir: propuestas para el socialismo del siglo XXI", ISBN 84-96356-79-5, pags. 39-92, España

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jueves, 29 de mayo de 2008

LA CUNA DEL HOMBRE

Foto: Daniel Matz

Sé todos los cuentos


Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos...
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos...
Y sé todos los cuentos.
Foto: Daniel Matz
León Felipe
(1884- 1968)



El mérito de lo que se conoce como la primer fotografía de la historia recayó en Joseph-Nicephore Niépce, por un trabajo realizado en el año 1826. Unos años después, en 1838, Daguerre, que siguió con los experimentos, logró ir perfeccionando la técnica y dio la primera fotografía de la historia en la cual aparece la figura humana. A partir de aquellos tiempos, las producciones fotográficas crecieron día a día en cantidad y en tecnología. Hoy, millones de imágenes saturan los medios de comunicación y la mirada de los espectadores. Podríamos decir que lo que no está en imágenes no existe. Por eso vemos en esta fotografía, editada por Daniel Matz, cómo lo invisible, lo que no tiene voz, lo obsceno, lo que está prohibido revelar y lo que nadie quiere ver ocupa, inversamente a lo esperado o a lo que es habitual, el centro mismo de la escena.

La bandera, como símbolo de lo que nos une ocultando las diferencias, es el lugar donde transcurre el acto visual.

El sol es el que fue consagrado, como distintivo en la bandera de guerra, en una sesión del congreso del 25 de febrero de 1818; es decir, el sol, dador de vida, está en guerra contra la desnutrición del niño que se ve al lado, abrigado sólo por la calidez que emana de los rayos, ya que está, al ser invisible y sin voz, desprovisto de las cosas esenciales garantizadas por las más elementales leyes éticas, para no hablar de las incumplidas leyes escritas, sancionadas hipócritamente para garantizar “que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad”.

Pedagógicamente aparece en la imagen un país: el nuestro; el que exporta alimentos al resto del mundo, surcado por unas espigas de trigo: símbolo máximo de la alimentación. Causalmente lo que carece el niño de nuestra imagen.

Hubo un tiempo en el que se bregó por una sociedad más equitativa: está representado en la franja inferior de la bandera.

Más que elocuente es la frase de León Felipe: “La cuna del hombre la mecen con cuentos”. La cuna del niño de nuestra imagen, que muy posiblemente no llegue a ser hombre, también fue mecida por los tétricos cuentos de campañas políticas que no valen la pena enumerar
Esta foto, en sí misma, es una mueca en la que se ve el agobio de toda una vida y, a pesar de verse con el agobio de una eternidad, no deja de estar cargada con un destino establecido y dramático.

Esta foto es un grito dibujado con luz que lacera nuestra mirada; lleva un imperativo implícito: nos exige reflexionar. Y la reflexión que hagamos nos transforma, porque si no cambiamos, si seguimos siendo los mismos y no intentamos modificar el implícito destino de muerte que nos depara el futuro, seremos cómplices de la atrocidad.

Hoy, ahora mismo, la sensación térmica que vivimos tal vez sea la que, a través de la imagen de esta foto, nos transmite el sol. Pero la temperatura real sigue siendo la imagen de ese niño, que es uno en la foto, ninguno en la mayoría de las imágenes que transmiten los medios, pero miles en los hogares de la periferia, que deberían ocupar, como en la imagen, el lugar central de la escena política, para que se tome conciencia de que lo obsceno, en realidad, no es un niño desnutrido sino el discurso, la sonrisa y las promesas de los políticos: el cuento con el que ya no debemos permitir que nos vuelvan a acostar.

Por: Oscar Oriolo

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Marxismo y Socialismo Autogestionario

Por: Humberto Miranda Lorenzo

¿Abogó Marx por una única forma de socialismo como sociedad sustitutiva del capitalismo?

Después de la muerte de Lenin, en la década del 20 del siglo pasado, comenzó a fenecer la polémica acerca de las diversas propuestas de socialismo. El período de la guerra del fascismo contra la URSS y la humanidad en su conjunto, así como la adopción de un modelo de socialismo encabezado por Stalin, que asumió un modo específico de construcción social, postergo, entre tantas otras, la alternativa de sociedad socialista por vía autogestionaria.

El fracaso de la experiencia Yugoslava, así como una serie de estereotipos que se establecieron en torno a ella, han inclinado tradicionalmente (y en especial a los revolucionarios más identificados con el modelo de construcción propuesto por el socialismo real) al desdén y el juicio (también prejuicio) a la propuesta con base en la autogestión.

El presente texto, propone un acercamiento a visiones de Marx, Engels y Lenin en torno a las cooperativas, las asociaciones autogestionarias, etc., en la perspectiva de contribuir al debate de las diversas formas de socialismo a la luz de las discusiones sobre el llamado, deseable y posible socialismo del siglo XXI.

En su discurso inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, en 1864 señalaba:

Pero quedaba en reserva una victoria aún mayor de la economía política del trabajo sobre la economía política de la propiedad. Nos referimos al movimiento cooperativista, especialmente en las factorías en régimen de cooperativas, establecidas sin ayuda alguna, por los esfuerzos de unos cuantos valientes. Nunca se exagerará bastante el valor de estos grandes experimentos sociales. Con hechos, no con palabras ellos han demostrado que la producción a gran escala y de acuerdo con los requerimientos de la ciencia moderna es posible sin la existencia de una clase de patronos que contrate a una clase de trabajadores; que para dar fruto no es necesario que los medios de producción estén monopolizados como medios de dominación y extorsión del hombre trabajador; y que, al igual que el trabajo de los esclavos y de los siervos, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria e inferior, destinada a desaparecer frente al trabajo asociado realizado con mano decidida, mente despierta y corazón alegre... Al mismo tiempo, la experiencia del período... ha demostrado sin lugar a dudas que el trabajo cooperativo, por excelente que sea en teoría y por muy útil que sea en la práctica, si no va más allá del estrecho círculo de los esfuerzos ocasionales de unos trabajadores a título individual, jamás será capaz de detener el crecimiento en progresión geométrica del monopolio, de liberar a las masas ni de aliviar siquiera mínimamente la carga de sus miserias. Para salvar a las masas obreras, el trabajo cooperativo tendría que desarrollarse a escala nacional y, consiguientemente, debería ser fomentado con medios de la misma naturaleza. Sin embargo, los señores de la tierra y los señores del capital usarán siempre sus privilegios políticos para la defensa y perpetuación de sus monopolios económicos. Por eso, lejos de promoverla, seguirán poniendo todos los obstáculos posibles en el camino de la emancipación del trabajo...[1]

Al mismo tiempo que alababa ese "trabajo asociado realizado con mano decidida, mente despierta y corazón alegre", Marx señalaba los grandes impedimentos que limitaban el despliegue del cooperativismo en las condiciones de dominio del capital. De ahí que la revolución política, la conquista del poder político de los trabajadores deviniera una condición fundamental para la emancipación del trabajo. Sin embargo, esta emancipación tuvo su correlato teórico en una fórmula que la teoría marxista posterior dejó en la opacidad ante las enormes dificultades históricas que se alzaban para su realización práctica: la asociación de trabajadores libres. ¿Cómo acceder a esa socialidad liberada en términos concretos? La impronta del modelo estatista hipertrofiado que legó la experiencia del socialismo real “y la consecuente descalificación a priori de los intentos autogestionarios que pugnaban por convertirse en alternativas anticapitalistasâ” derivó en menosprecio de las posibilidades políticas del movimiento cooperativo durante varias décadas.

Las lecciones de "el Moro" se reencuentran a cada paso en la complejidad de la lucha de clases de nuestros días. Esta pudiera ser una muestra de una parte totalmente viva de sus ideas, urgidas de reconsideración. La perspectiva asociativa de Marx no es una mera conclusión académica, puesto que se sabe con qué admiración se refirió a la propensión asociativa de los trabajadores franceses e ingleses incluyendo la nueva ética y la espiritualidad que se construía en esas relaciones. Esta pudiera ser una muestra de una parte totalmente viva de sus ideas. La asociación del trabajo, rompiendo los límites en los que las relaciones del capital lo han sumido, es una posibilidad, una de tantas alternativas, para las que entre otras cuestiones, el capital ha preparado la "contraofensiva".

La sociedad del capital ha producido una separación entre economía y política. Esta división está a su vez en la base de la distorsión (posterior) de los criterios de Marx sobre la economía como el factor de última instancia y la visión de la sociedad comunista como el manantial inagotable de la producción a causa del desarrollo incontenible de las fuerzas productivas, o sea, un mayor desarrollo económico que el del capitalismo.[2]

Esta idea de algún modo genera una contradicción con el hecho de que, hasta el momento, la transformación socialista ha comenzado "desde arriba", por la superestructura, a través de la toma del poder y la posterior transformación de la base económica, y se ha supuesto, desde el principio, que no puede ser a la inversa. ¿Dejó Marx cerrado el camino de los cambios al socialismo dentro del sistema? ¿Qué rol tendría la autogestión para el cambio social? ¿Han sido capaces los diversos proyectos de socialismo que han existido de generar un "socialismo económico" desde el poder realmente superador del capitalismo? ¿Han resuelto los diversos proyectos de socialismo el tema del poder real de los trabajadores? ¿Han resuelto el tema del trabajo más allá del empleo?

La historia de las experiencias autogestionarias está muy ligada a la historia de las luchas entre el capital y el trabajo, la historia de las luchas anticapitalistas. Siempre, en cada alternativa surgida del seno de las clases trabajadoras, explotadas y excluidas, ha estado presente la visión de la autogestión como una manera de agrupación, articulación, como una práctica contestataria a la dominación capitalista.

Como antecedente más inmediato a las ideas de Marx, Engels y Lenin sobre el cooperativismo y la autogestión, baste señalar que los intentos de los socialistas utópicos (Saint-Simons, Owen, Fourrier, Thomoson, etc.) están marcados por el pensamiento y la acción para el cambio en términos de asociaciones cooperativas de trabajadores.

Es cierto que en el siglo XIX, en medio del auge de las asociaciones de trabajadores tuvo lugar la experiencia de Rochdale, un barrio pobre de Manchester, en el que menos de 30 tejedores en paro crearon una cooperativa de la que saldrían los famosos "siete principios de Rochdale" que vertebrarían desde entonces el espíritu de un cooperativismo interclasista y apolítico: matrícula abierta, neutralidad política, un socio un voto, interés limitado sobre el capital, ventas al contado, ganancias que vuelven al socio, educación y formación.

Este cooperativismo "light" ha tenido históricamente una gran influencia en Europa y Estados Unidos. Basado en las cooperativas de consumo, tiende a la desmovilización y no tiene horizontes antisistémicos, y su manifestación contemporánea puede encontrarse en el curso actual del complejo de cooperativas de Mondragón en el País Vasco.

Marx, quien fue un defensor del cooperativismo, hizo el énfasis, no obstante, sobre las cooperativas de producción. El argumento principal radica en que estas ayudan a minar, siempre que vayan dentro de un programa general de transformación revolucionaria, la lógica del capitalismo, su proceso de explotación y de extracción de plusvalor como requisitos previos insalvables para el mantenimiento de la producción misma, mientras que el cooperativismo de consumo sólo afecta al reparto, a la esfera de la circulación, y sólo puede mitigar parcialmente la injusticia pero no combatir la explotación en su misma raíz. Este argumento es central y estratégico en toda la concepción marxista al demostrar el rol del cooperativismo dentro del proceso global que va desde el apoyo mutuo precapitalista a la autogestión socialista como paso previo al modo de producción comunista.

Marx insiste reiteradamente en que el obrero se encuentra ante el capital como un creyente ante la religión, con el mundo real invertido e irreal, como los pies puestos sobre la cabeza. Esta insistencia en la alienación, ya presente en sus primeras obras, es reiterada en el sexto capítulo inédito del primer tomo de "El Capital". Tales escritos no fueron editados (y para eso muy limitadamente) hasta 1959 en la ex R.D.A. Esta insistencia no es casual sino plenamente coherente con la tesis estratégica de que sólo mediante la "expropiación de los expropiadores" se culmina el proceso de desalienación humana. Y la "expropiación de los expropiadores", o sea, la superación histórica de la propiedad privada de los medios de producción y de todas sus consecuencias, desde la mercantilización hasta el dinero, culmina a su vez el proceso revolucionario que asciende desde las cooperativas obreras y populares hasta el comunismo, pasando por el control obrero, la ocupación de fábricas, los consejos y soviets, la autogestión social generalizada, etc. Desde esta perspectiva, se comprende mejor la dialéctica de factores económicos, sociales, políticos, culturales, filosóficos y ético-morales que define el proyecto marxista.

En este proceso --afirma Marx-- los caracteres sociales del trabajo aparecen, ante los obreros, como si estuvieran capitalizados frente a ellos: en la maquinaria, por ejemplo, los productos visibles del trabajo aparecen como dominadores del trabajo. Naturalmente, sucede lo mismo con las fuerzas de la naturaleza y de la ciencia (ese producto del desarrollo histórico general en su quintaesencia abstracta), las cuales hacen frente, al obrero, como potencias del capital, desligándose efectivamente de la habilidad y del saber del obrero individual. Aunque sean, en su origen, producto del trabajo, aparecen como incorporadas al capital, apenas el obrero entra en el proceso de trabajo. El capitalista que emplea una máquina no tiene necesidad de comprenderla; sin embargo, la ciencia realizada en la máquina, aparece como capital frente a los obreros. De hecho, todas esas aplicaciones --fundadas sobre el trabajo asociado-- de la ciencia, de las fuerzas de la naturaleza y de los productos del trabajo en serie, aparecen únicamente como medios de explotación del trabajo y de la apropiación de plus trabajo, y, por tanto, como fuerzas, en sí, que pertenecen al capital. Naturalmente, el capital utiliza todos esos medios con el único fin de explotar trabajo, pero, para hacerlo, debe aplicarlos a la producción. Así, el desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo y las condiciones de ese desarrollo aparecen como obra del capital, y el obrero se encuentra, frente a todo ello, en una relación no sólo pasiva, sino antagónica.[3]

En los fundadores del marxismo, particularmente en Marx, se halla una crítica profunda al espontaneísmo y el reformismo acompañantes del movimiento cooperativo y autogestionario en general. La influencia y el atractivo de la propuesta "rochdeliana" ameritaban una aproximación crítica y nada ingenua al asunto. Sin embargo, se puede coincidir perfectamente con Texier en que:

(…) a pesar de todas las reservas o añadidos necesarios, Marx hace en definitiva un juicio muy positivo sobre las fábricas cooperativas. El razonamiento se articula en la caracterización de las sociedades por acciones desde un doble punto de vista: De una parte, tiene la particularidad de que el capital no es privado sino "social": es una socialización que opera en el marco del sistema capitalista sin abolirlo; es pues una socialización contradictoria, pero que prepara directamente la socialización auténtica del modo de producción de los productores asociados. Y esto tanto más cuanto estas sociedades por acciones son también caracterizadas por la desunión de la propiedad y de las funciones de dirección.[4]

Partiendo de su "Encuesta Obrera" de 1880 se puede apreciar que para Marx el cooperativismo tiene un valor incalculable y una amplísima esfera de aplicación, puede ser, desde una "primera necesidad" equiparable a las "sociedades recreativas", cajas de resistencia huelguística y "sociedades de defensa", hasta un sistema empresarial camuflado que utiliza "trabajadores de fuera, al igual que los capitalistas".

En la "primera necesidad" Marx introduce no sólo el permanente esfuerzo de la clase obrera para mantener o aumentar el valor de su fuerza de trabajo mediante el estudio y el aprendizaje, etc., pudiendo presionar así para aumentar su salario directo e indirecto; también introduce gastos relacionados, primero, con su formación humana, cultural y sociopolítica, y segundo, con su práctica de lucha de clases en el sentido fuerte, directo. Esta concepción abre perspectivas políticas contundentes porque relacionan directamente todos los sistemas de centralidad y lucha proletaria con el cooperativismo obrero mediante un concepto teórico clave en el materialismo histórico como es el de "primera necesidad".

Por otra parte, si se sitúan aparte las cooperativas sostenidas por Lassalle, a las cuales Marx se opuso resueltamente porque ellas habían de estar financiadas y controladas por el Estado y que la clase obrera habría vendido su alma -es decir su autonomía- por un plato de lentejas, está claro que Marx veía con interés las cooperativas obreras. Si bien nunca afirmó que fuera este el único camino, ni el más habilitado para el derrumbe del capitalismo, Marx sí tomó nota de la nueva fase en la que entraba la sociedad del capital, una fase en la que comenzaban a producirse procesos de organización que pudieran derivar en el cambio radical de las relaciones que sostienen dicho modo de producción. Asimismo, puso bajo cuestionamiento a las sociedades por acciones y las cooperativas obreras en el capítulo del Tomo III de "El Capital", consagrado al rol del crédito en el desarrollo del capital.

Si algo trababa Marx de dejar claro era su oposición al desarrollo de un accionariado asalariado en las empresas. Esto lo hacía evidente al considerar las cajas de ahorro como "(...) la cadena de oro en la que el gobierno tiene en sus manos a gran parte de los obreros"[5]. Para Marx la cooperativa obrera es una forma colectiva de apropiación privada que anula el poder de la patronal en una empresa, sin que ello implique necesariamente abolir el capitalismo. Si las sociedades por acciones son una forma capitalista de socialización del ahorro que puede transitar más allá de la propiedad privada capitalista, la cooperativa obrera tiene otra vertiente: significa que la clase obrera se prepara -incluso en el nivel de gestión de la empresa-, a la transformación socialista de la sociedad que no solo acaba con el poder del patrón en algunos puntos del sistema, sino con el sistema capitalista mismo.

La limitación (aceptable en Marx, pero inentendible hoy) es la confusión de la agrupación en cooperativas con la autogestión. Ello limita a la autogestión, la deja atrapada en la burbuja de la economía y al cabo la vuelve "inofensiva" al capital, como ha podido apreciarse en numerosos experimentos de este tipo.

El primer texto importante en el que se explica la posición de Marx al respecto del movimiento cooperativo es una resolución adoptada durante el primer Congreso de la A.I.T., del que se extrae el punto a):

Reconocemos el movimiento cooperativo como una de las fuerzas transformadoras de la sociedad presente, fundada en el antagonismo de las clases. Su gran mérito es el de mostrar en la práctica que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, despótico y empobrecedor, puede ser suplantado por el sistema republicano de la asociación de productores libres e iguales.

Sin embargo, en el punto b) precisa muy claramente que el movimiento cooperativo por sí mismo, no será el fin del sistema:

Para convertir la producción social en un gran y armonioso sistema de trabajo cooperativo, los cambios generales son indispensables. Estos cambios nunca se obtendrán sin el empleo de las fuerzas organizadas de la sociedad. Así pues, el poder del Estado, arrancado de las manos de los capitalistas y de los propietarios de la tierra debe ser organizado por los mismos productores.[6]

La cuestión del comunismo y de las cooperativas es un pasaje esencial en "La Guerra Civil en Francia". Del comunismo en primer lugar y de los reformadores que proponen la solución de las cooperativas seguidamente. El concepto de comunismo avanzado por Marx reemprende los términos que había utilizado en uno de los capítulos finales del Tomo I de "El Capital": en los dos casos, está presente la cuestión de la expropiación de los expropiadores, pero también una definición de la propiedad comunista que hace intervenir el concepto de propiedad individual: "Quería hacer (la comuna) de la propiedad individual una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, hoy esencialmente medios de servidumbre y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de un trabajo libre y asociado".[7]

Después evoca a los reformadores burgueses que frente a las dificultades del capitalismo "se convierten en los apóstoles inoportunos y ruidosos de la producción cooperativa".[8] Percibe mejor el punto crítico del pensamiento marxista vuelto contra el socialismo burgués o pequeño burgués. Y precisa así su posición:

Pero si la producción cooperativa no debe quedar en un señuelo y en una trampa; debe eliminar el sistema capitalista, si la unión de las asociaciones cooperativas deben regular la producción nacional según un plan común, tomándola así bajo su propia dirección y poniendo fin a la anarquía constante y a las convulsiones periódicas que son el destino ineluctable de la producción capitalista ¿qué sería esto, señores, sino el comunismo, el muy "posible" comunismo?[9]

Vale la pena, asimismo, detenerse en el aspecto en el que Engels reflexiona sobre la obra de la Comuna en su prefacio de 1891. Menciona, en primer lugar, que el 16 de Abril de 1871: "(...) la Comuna ordena un censo de las fábricas paradas por los fabricantes y la elaboración de planes para dar la gestión de estas empresas a los obreros que trabajan en ellas hasta que se unifiquen en asociaciones cooperativas, organizadas, asimismo en una sola gran federación"[10].

Después de lo cual, comenta la acción tanto de los blanquistas como de los proudhonianos, tomando como hilo conductor la idea que esos "doctrinarios" hacen lo contrario de lo que su doctrina ordenaba hacer. En lo que concierne a Proudhon, su doctrina lo presenta como "el socialista del pequeño campesinado y del artesanado, que odiaban la asociación".

Se enfatiza el párrafo, porque es de una importancia capital, después de "El Manifiesto" Marx y Engels designan la sociedad comunista como "la asociación" (el término comunista - como aclara Texier[11]- está reservado a la designación de las formas de apropiación común pre-capitalistas) y es también, en cierta forma, como Marx designa el comunismo en "El Capital"[12].

"Frente a ella (la asociación) -prosigue Engels, exponiendo el pensamiento de Proudhon-, la concurrencia, la división del trabajo, la propiedad privada serían de las fuerzas económicas"[13]. Hay, sin embargo, una excepción, es la de la gran industria y las grandes empresas, donde la asociación de los trabajadores no sería desplazada según Proudhon. Y Engels se remite, entonces, al tercer estudio de la obra de éste: "Idea general de la revolución".

No obstante, Engels señala que las grandes empresas habrían dejado de ser una excepción:

(...) el decreto más importante de la Comuna, instituía una organización de la gran industria y de la manufactura, que debían, no solamente sostenerse sobre la asociación de los trabajadores en cada fábrica, sino que también debían reunir todas esas asociaciones en una gran federación; en breve, una organización que, como Marx dijo muy acertadamente en La guerra civil en Francia, debía conducir finalmente al comunismo, es decir exactamente a lo opuesto de la doctrina de Proudhon.[14]

El texto de Marx y el de Engels son dos versiones ligeramente distintas de un mismo pensamiento: las cooperativas abandonadas a su aislamiento son un señuelo; cuando son reagrupadas en el seno de una federación, devienen al comunismo y pueden afrontar las tareas de la planificación sin las que no hay comunismo.

Debe abundarse sobre la necesaria transformación de la apropiación pública (en la que el Estado se apropia de los medios de producción y de cambio en el nombre de toda la sociedad), en apropiación social auténtica que solo puede poner fin a la separación de los productores con respecto a sus medios de producción. Jaques Texier, en su análisis sobre democracia, socialismo y autogestión, enfatiza que sólo esta apropiación social auténtica autoriza hablar del comunismo como una libre asociación de productores. Esta libre asociación tiene su punto de partida en la apropiación de la fábrica por los trabajadores, los que administran en lo sucesivo su fábrica en lugar de los patronos. Sin esta participación directa en la gestión de su fábrica es donde las cooperativas ofrecen el primer ejemplo, no hay apropiación social por los trabajadores asociados. Podría decirse que las cooperativas sin propiedad colectiva y sin planificación, no son todavía el socialismo, pero recíprocamente, sin el momento de la gestión directa de la empresa por sus propios trabajadores, la apropiación pública no conduce a la asociación de los productores y se tiene, entonces, una "transición bloqueada".[15]

Se puede también partir de la idea expresada por Marx en "La Guerra Civil en Francia", según la cual el comunismo, expropiando a los expropiadores restablece la propiedad individual de los trabajadores, no sobre instrumentos de producciones dominables individualmente, pero sí sobre los medios de producción social que no pueden ser puestos en marcha más que por el trabajador colectivo. Se tendrá, pues, una apropiación a la vez social e individual, en la que la apropiación escapa a la abstracción de la apropiación simplemente pública del hecho de la participación del trabajador en la gestión de su empresa y donde la apropiación individual no puede perder su carácter privado más que por una apropiación necesariamente colectiva.

Esta cuestión ya estaba reflejada en el capítulo del Tomo I de "El Capital" sobre "La tendencia histórica de la acumulación capitalista". Los términos deben ser traídos de nuevo porque el texto no ha sido siempre considerado con atención:

Pero la producción capitalista engendra a su alrededor, con la ineluctabilidad de un proceso natural, su propia negación. Es la negación de la negación. Ésta no restablece la propiedad privada, pero, era el motivo, la propiedad individual fundada sobre las conquistas de la era capitalista: sobre la cooperación y la posesión común de la tierra y de los medios de producción producidos por el trabajo propiamente dicho.[16]

Resulta difícil hacerse una idea precisa de esta propiedad individual que no es una propiedad privada. Sin duda Marx sugiere pensar en lo que caracterizaba las formas de propiedad anteriores a la propiedad privada burguesa. Ésta en efecto es de una gran simplicidad, al menos en principio. Se es propietario o no. Las formas precapitalistas conocían formas de apropiación mucho más complejas, en las cuales los sistemas de derechos se entrecruzaban a partir de una misma condición de producción: la tierra por ejemplo. Marx recurre a los términos de propietario/poseedor para describirles. El siervo posee su parcela que cultiva de manera autónoma; el señor será su propietario y le sería necesario el recurso a la coacción extraeconómica para obligar al campesino a entregar un sobretrabajo al señor[17].

Para el comunismo es a la inversa: el productor asociado es propietario individual y él posee sus medios de producción en común con otros asociados. Será necesario ver si esta formulación es recuperada en otras partes. A primera vista no lo parece. Pero la formulación es bastante lógica porque la posesión nos remite habitualmente a la libre disposición, al uso. En cuanto a la propiedad, sería necesario precisar con quién el trabajador es copropietario de la empresa. ¿Con otros trabajadores de la fábrica, o con el conjunto de los ciudadanos? O bien la relación de propiedad es todavía más compleja.

Antes de terminar con las cooperativas obreras y con el fin de captar bien la posición de Marx, se debe retornar sobre el capítulo del libro III de "El Capital" dedicado al rol del crédito en la producción capitalista, publicado por Engels en 1894. Este permite comprender por qué puede decirse que la fábrica cooperativa funciona en cierto modo como una fábrica capitalista, donde los obreros se explotan a sí mismos y, además, cómo es que Marx ve, al mismo tiempo, la capacidad antisistema de la propiedad cooperativa.

El resultado del máximo desarrollo de la producción capitalista es el punto por donde pasa necesariamente la reconversión del capital en propiedad de los productores, no tanto como propiedad privada de los productores singulares, como en tanto que propiedad de los productores asociados, propiedad directamente social. Por otra parte, es el punto por donde pasa la transformación de todas las funciones del proceso de reproducción todavía vinculadas a la propiedad del capital en simples funciones de los productores asociados, en funciones sociales.[18]

De ahí se pasa a la idea presente en "La Guerra Civil en Francia", es decir en las notas más tardías en las que Marx responde a los ataques de Bakunin, que los obreros de una fábrica cooperativa eligen a sus directores.[19]

En esas cooperativas, la contradicción entre el capital y el trabajo ha sido suprimida, incluso si los trabajadores no son desde el principio, en tanto que asociación, más que su propio capitalista, es decir si utilizan los medios de producción para valorar su propio trabajo. Nos muestran cómo, en un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales y de las formas sociales correspondientes de producción, un nuevo modo de producción puede surgir y desarrollarse de manera natural a partir de un modo de producción dado.[20]

Aquí es necesario retornar al discurso de Marx citado al inicio, en el cual señalaba que "los señores de la tierra y los señores del capital" harían todo lo necesario "para la defensa y perpetuación de sus monopolios económicos". Y eso han hecho. La realidad es que las cooperativas han sido absorbidas por un sistema capaz de generar constantes "contraalternativas" a las alternativas que surgen en su contra. La experiencia histórica evidencia que el sistema es capaz de devorar lo que se le oponga, ya sea haciéndolo un producto del mercado, o sea, subsunción cultural, o a cañonazos.

Marx y Engels debieron también establecer una ardua polémica con toda la ola reformista que invadió Europa a fines del siglo XIX. Los defensores del camino de Rochdale comenzaban a ser mayoritarios, esta vez encarnados en la "contrarrevolución marginalista" del último tercio del siglo XIX de la que más tarde renacería el actual neoliberalismo. Este movimiento era a la vez defensor a ultranza de la "economía social" en la que se establecía una compleja alianza interclasista mediante la acción de colectivos de ayuda, de cooperativismo integrador, etcétera. León Walras fue su principal promotor y, a partir de su influencia se fomentó un movimiento realmente regresivo que derivó en la creación en 1895 de la Asociación Cooperativa Internacional, cuyas bases programáticas eran las de Rochdale, pero esta vez con un carácter nada ingenuo.

Semejante evolución se inscribía en el aumento de las contradicciones internas en la socialdemocracia por las presiones y problemas surgidos por el tránsito de la fase colonial del capitalismo a su fase imperialista. El debate sobre el cooperativismo no podía aislarse de ese cambio objetivo y subjetivo, como se comprobó en el Congreso de Hannover de 1899 en el que se formaron dos tesis opuestas sobre el tema en cuestión, una la de los seguidores de Marx y Engels, y otra pequeño burguesa y apoliticista de los seguidores de Krüger y Schulze-Delitzsch.[21]

Marx, a la par que tomaba parte activa en este debate, también comenzaba a tomar nota de los desarrollos de las comunidades campesinas en Rusia y de su posible devenir en términos antisistema. Una preocupación básica fue la de contextualizar los límites objetivos y subjetivos a partir de los cuales sería posible o no saltar de la comuna campesina y de la propiedad colectiva de la tierra a la democracia socialista y a la propiedad colectiva de las fuerzas productivas. Es decir, descubrir en la evolución social un punto crítico de no retorno a partir del cual esa comunidad campesina no podría ya eludir los terribles costos y sacrificios de la fase histórica capitalista. En este sentido, con respecto a Rusia, se su tesis básica consistía que el proceso se encontraba al borde un momento de no retorno, a partir de cual la comuna campesina ya no garantizaría por sí misma la posibilidad del salto directo al socialismo.

El carácter agrario y semifeudal de las relaciones de producción en Rusia no le era ajeno a Marx, pero a su vez, podía apreciar en la obshina y en otras formas de asociación particularmente agrarias una vía de salida del sistema. En la presentación de la segunda edición rusa de "El Manifiesto Comunista" afirmaba junto con Engels:

El Manifiesto Comunista anuncia la inevitable cercanía de la disolución de la propiedad burguesa moderna. En Rusia, sin embargo, nos encontramos con que el timo capitalista del rápido florecimiento, y la recientemente desarrollada propiedad burguesa de la tierra se enfrenta con la propiedad comunal campesina de la mayor parte de las tierras. Esto plantea la pregunta: ¿Puede la obshina rusa, forma, aunque muy erosionada, de la primitiva propiedad comunal de la tierra, pasar directamente a la forma superior, comunista, de propiedad comunal? ¿O bien debe pasar primero por el mismo proceso de disolución que caracteriza el desarrollo histórico de Occidente? Hoy existe una sola respuesta. Si la revolución rusa se convierte en una señal para la revolución proletaria en Occidente, de tal modo que una complemente a la otra, entonces la propiedad campesina común de la tierra podrá servir como punto de partida para un desarrollo comunista.[22]

Enrique Dussel aclara en gran medida estos criterios cuando tras analizar la evolución creativa de Marx al respecto desde 1863, aunque con claros indicios anteriores, afirma que:

La discusión de los revolucionarios rusos ayudó a Marx a clarificar un asunto central: los sistemas económicos históricos no siguen una sucesión lineal en todas partes del mundo. Europa Occidental, y de manera clásica Inglaterra, no son la "anticipación" del proceso por el cual han de pasar obligatoriamente todas las sociedades "atrasadas" (...) Lo cierto es que Rusia siguió el camino previsto por Marx. Sin agotar el "pasaje" por el capitalismo, realizó su revolución permitiendo que la "comuna rural rusa" pasara, en gran medida, directamente de la propiedad comunal a la propiedad social del socialismo real, desde la revolución de 1917.[23]

Por su parte Lenin, quien conocía muy bien la sociedad rusa de fines de siglo XIX y principios del XX, además de reconocer, al igual que Marx, la importancia del análisis de las relaciones en el agro ruso y del rol de las colectividades campesinas, insistía con mucha fuerza en el rol activo y dinámico que la autogestión tendría en el sector de la clase obrera.

El énfasis en luchar por expandir la conciencia política revolucionaria se basaba en su profundo conocimiento de la situación del movimiento obrero, en el que en 1901 adquirió bastante fuerza en Moscú, Odessa, Minsk y otras ciudades industriales la "Asociación de ayuda mutua de los obreros de la industria mecánica", que seguía las tesis de Zubatov según las cuales el movimiento obrero debía organizarse económicamente, participando en la administración de la empresa pero siempre al margen de toda pretensión política y socialista, participación que sin embargo terminaba dependiendo del Estado zarista. Las izquierdas denominaron a este programa "socialismo policíaco".[24]

La agudización de la lucha de clases - apunta Iñaki Gil- destrozó el movimiento para finales de 1903. Pero también dentro de los bolcheviques existía una tendencia que sostenía que el socialismo triunfaría sólo cuando, además de otros dos requisitos como la automatización y el desarrollo previo de la conciencia proletaria, el cooperativismo llegase a dominar y dirigir el desarrollo industrial. Sin esas tres condiciones no podía esperarse la consecución del socialismo.[25]

La revolución rusa de 1905 significó un movimiento radical en cuanto a las concepciones sobre la necesidad del tránsito hacia una sociedad no capitalista, y el cooperativismo y la autogestión no estuvieron al margen de tal proceso de radicalización. El cooperativismo sólo podía ser entendido como uno de los momentos del proceso autogestionario colectivo de la fuerza de trabajo social en su lucha emancipadora y desalienadora, constatación que fue avalada por el debate sobre las formas masivas de huelga, desde la Huelga General hasta el sindicalismo revolucionario pasando por las relaciones entre el partido y el espontaneísmo de masas. Las ideas de Rosa Luxemburgo al respecto y la generalización de los debates en la II Internacional y en el ámbito anarquista planteaban la revolución socialista como un proceso que inevitablemente pasaría por las experiencias consejistas, sovietistas y de poder obrero y popular.[26] Se iniciaba un nuevo ciclo de radicalización del cooperativismo. La revolución rusa de nuevo trajo el problema de "cruzar la línea".

En el Congreso Socialista Internacional de Copenhague de 1910 en el cual Lenin participó activamente, debatió con mucha fuerza el tema del cooperativismo. Las tendencias reformistas habían estado imponiéndose desde finales del siglo XIX y principios del XX, y como se decía anteriormente, era cada vez más evidente que se aproximaba el momento de "llegar a las líneas", de cruzarlas.

El congreso había realizado planteamientos programáticos que de suyo implicaban una radicalización. A contrapelo de lo que el movimiento reformista pretendió imponer. Lenin en aquel momento definía las dos líneas principales de acción:

Una, la línea de lucha de clase del proletariado, el reconocimiento del valor que tienen las cooperativas como un instrumento de esta lucha, como uno de sus medios auxiliares, y la definición de las condiciones en las cuales las cooperativas desempeñarían realmente ese papel, en lugar de ser simples empresas comerciales. La otra línea es la pequeño burguesa, que oscurece el problema del papel de las cooperativas en la lucha de clase del proletariado, les otorga un significado que va más allá de esta lucha (es decir, confunde las opiniones proletarias y las de los patronos sobre las cooperativas) y define sus objetivos con frases generales que también pueden ser aceptables para el reformador burgués, ese ideólogo de los grandes y pequeños patronos progresistas.[27]

Lenin retomaba la línea de Marx en cuanto al rol de las cooperativas de consumo y la importancia de estimular la creación de cooperativas de producción de manera que se pudieran atacar las bases del sistema. Esta última tesis sobre la integración de las cooperativas de producción en las de consumo tiene una importancia trascendental desde la perspectiva marxista porque atañe al núcleo del problema, a saber, el cooperativismo como uno de los instrumentos decisivos de la producción socialista y por tanto, uno de los instrumentos decisivos para lograr la extinción histórica de la ley del valor-trabajo. El secreto del problema radica en que las cooperativas deben tener capacidad de autogestionar el proceso entero de producción, circulación y venta, y reparto e inversión desde los criterios cooperativistas y de ayuda mutua de los beneficios obtenidos. O sea, romper de raíz la lógica de la acumulación privada capitalista.

La gran revolución de 1917 hizo a los revolucionarios rusos poner en práctica muchas de las ideas que habían estado a debate sobre las cooperativas, tanto en el sector industrial, obrero, como en el campo. No obstante la dinámica asumida por el proceso y lo precipitado de todos los acontecimientos, Lenin siempre aconsejó paciencia y prudencia a la hora de ensayar procesos cooperativos en el campo.

La prudencia hacia el campesinado se asentaba en una muy decidida iniciativa de fortalecer el Poder de los Soviets con conquistas revolucionarias cualitativas como las que aparecen en el "Proyecto de reglamento del Control Obrero" redactado por Lenin el mismo día que su declaración anterior: "Queda establecido el control obrero sobre la producción, conservación y compraventa de todos los productos y materias primas en todas las empresas industriales, comerciales, bancarias, agrícolas, etc., que cuenten con cinco obreros y empleados (en conjunto), por lo menos, o cuyo giro anual no sea inferior a 10.000 rublos"[28]. La extensión del control obrero a las empresas agrícolas iba destinado a asegurar que en un contexto tan cargado de prejuicios, dependencias y miedos impuestos por la explotación, pudiera existir un clima de autoconfianza de los campesinos pobres y trabajadores agrarios.

En las complejas condiciones en las que tenía lugar la revolución, los sectores con menor grado de conciencia, más alienados, no respondían sólo a motivaciones ideológicas, religiosas, a costumbres, raíces culturales y tradiciones ancestrales. Estaban actuando en el entorno de las condiciones materiales de su existencia, en estrecho vínculo con toda una serie de prejuicios reaccionarios y subjetivos en apariencia separados totalmente de la miseria material objetiva. Una de las finalidades y a la vez virtudes del cooperativismo, de los comités, de los Soviets era precisamente, de un lado, la de poner sobre sus pies esta situación invertida, demostrando en la práctica diaria a las masas trabajadoras que disponían de instrumentos concretos para emanciparse a sí mismas; y, de otro lado, simultáneamente, demostrar que por debajo de tanta aparente diferencia y dentro de tanta complejidad, existía una explotación última de su fuerza de trabajo, de su género y de su nacionalidad que sólo podía resolverse mediante la revolución socialista.

En este sentido, en el III Congreso de las Cooperativas Obreras Lenin señalaba: "Todos convenimos en que las cooperativas son una conquista del socialismo. Por eso cuesta tanto lograr las conquistas socialistas. Por eso es tan difícil triunfar. El capitalismo dividió intencionadamente a los sectores de la población. Esta división tiene que desaparecer definitiva e irrevocablemente, y toda la sociedad ha de convertirse en una sola cooperativa de trabajadores".[29] Era, en sus propias palabras, el "problema más vital del momento", el tránsito de las cooperativas de corte burgués a una asociación comunista de producción y consumo que agruparía a toda la población.[30]

En medio del desafío que constituía la NEP, Lenin estimulaba por todos los medios posibles el rol de las cooperativas y las experiencias autogestionarias. De hecho, constantemente llamaba a los funcionarios del Partido a apoyar tales empeños. "Y en este momento, el ascenso y la restauración de la economía nacional en el Estado obrero y campesino dependen más que nada del mejoramiento de la vida y de la hacienda de los campesinos (...) Las autoridades soviéticas deben controlar la actividad de las cooperativas, para que no haya fraudes, ocultación al Estado ni abusos. En ningún caso deberán poner trabas a las cooperativas, sino ayudarlas por todos los medios y colaborar con ellas."[31] Lo que hoy se traduciría en acceso a tecnologías de avanzada que permitan una interacción constante en tiempo real de los actores inmersos en los procesos autogestivos, dinamizar esa interacción, y un control colectivo que oriente dichos procesos más allá de los estrechos horizontes del capitalismo.

Lenin en 1922 insiste en "Tesis sobre el Banco Cooperativo" en la "participación en el Banco de los más destacados cooperativistas comunistas de la agricultura para controlar y apresurar el trabajo; estímulo del Banco del Estado al Banco Cooperativo en forma de reducción del interés"[32]. La urgencia de Lenin nace de la inmensa complejidad de los problemas a los que se enfrenta el Poder de los Soviets, y, en especial, del peso, influencia y poder creciente que va tomando la burocracia incrustada en el aparato administrativo.

Ya en medio de su agonía, Lenin, alrededor de marzo de 1923 termina de escribir uno de sus últimos trabajos, al que tituló precisamente "Sobre las Cooperativas". Un trabajo bastante extenso en el que delineaba de manera programática las visiones sobre la sociedad socialistas en la perspectiva autogestionaria. Para él:

Hablando con propiedad, nos queda por hacer una cosa "nada más": elevar a nuestra población a tal grado de "civilización" que comprenda todas las ventajas de la participación de cada cual en las cooperativas y organizar esta participación. Ahora bien, cuando los medios de producción pertenecen a la sociedad, cuando es un hecho el triunfo de clase del proletariado sobre la burguesía, el régimen de los cooperativistas cultos es el socialismo.[33]

Lenin falleció poco tiempo después. La historia posterior es bastante conocida. La práctica socialista en la URSS derivó a un sistema en el que la autogestión no tuvo el más mínimo espacio. La cooperativización forzosa trajo más problemas de los que resolvió. La estatización de la economía y el congelamiento del debate público y teórico impidieron la circulación de ideas distintas a las que Stalin presentó como el único socialismo.

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Notas

[1] Marx, Carlos, Engles, Federico: "Obras Escogidas". En Tres Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1975. T. III. p.p 79.80

[2] Los modelos de Schweickart, Ollman, Roemer y otros, parten del axioma de que el socialismo deberá ser más eficiente que el capitalismo, o sea, más "económico". Esto es una trampa teórica. Seguir los derroteros del "progreso", el "desarrollo", el "crecimiento económico", etc., es seguir el patrón de crecimiento del capital, es no salir jamás de las redes del mercado capitalista, del aumento de la tasa de beneficios, del mito de Sísifo. Al final, la roca que arrastramos cuesta arriba nos cae encima de nuevo.

[3] Marx, Carlos: "El Capital Libro I. Sexto Capítulo (inédito)". Hilo Rojo. Madrid. 1997. p. 12.

[4] Texier, Jacques: "Democracia, Socialismo y Autogestión", La Pensée, Nº 321, Enero/Marzo, 2000. p. 32

[5] Cfr. Jean Lojkine, "Nuevas luchas de clase, nuevos movimientos sociales y alternativas al capitalismo" en Actuel Marx n° 26 sobre Las nuevas luchas de clase. Lojkine escribe después de haber considerado las ventajas que podían derivarse para los salarios del desarrollo del accionariado salarial: "Vemos como el "combate de clase" es hoy complejo, aunque no sea nuevo: Marx trató ya en el libro III de El Capital el caso de las sociedades con acciones controladas por sus asalariados " pp. 114-115. Es cierto que Marx habla en el mismo capítulo de las sociedades por acciones y de las cooperativas obreras. Pero el choque de frente entre las dos no se encuentra en Marx. Ello se realza con la única responsabilidad científica de Jean Lojkine. Si queremos hacernos una idea sobre lo que Marx pensaba de esta asimilación de las cooperativas de producción a las sociedades por acciones, es necesario leer la resolución del primer Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores que se reunió en Ginebra en septiembre 1866. Estas resoluciones fueron redactadas por Marx que no asistió al Congreso. El punto e) de la resolución sobre el trabajo cooperativo es también redactada "con el fin de impedir que las sociedades cooperativas degeneren en sociedades ordinarias burguesas (sociedades por acciones), todo obrero empleado debe necesariamente recibir el mismo salario, asociado o no. Como compromiso puramente temporal, admitimos un beneficio mínimo a los socios." Marx, Carlos: "Obras Economía I", Editorial Pléyade, Madrid, 1965, pp. 1469-1470.

[6] Marx, Carlos: Op. Cit. p. 1469

[7] Marx, Carlos: "La Guerra Civil en Francia", Editorial Paydós, Madrid, 1972, p. 266.

[8] Marx califica el socialismo proudhoniano de socialismo burgués y de pequeño burgués. Burgués, porque lo que propone realizar ya existe, la ilusión de ello al menos. Pequeñoburgués, porque Proudhon es la encarnación de la contradicción entre el capital y el trabajo y su socialismo es esencialmente de origen campesino y artesanal.

[9] Marx, Carlos: "La Guerra Civil en Francia", Editorial Paydós, Madrid, 1972, p. 246. - “ Aquí sería necesario tratar la cuestión de que el socialismo y el comunismo no existen sin planificación y que ello supone la apropiación social de las relaciones mercantiles.

[10] Op. Cit. Pág. 206

[11] Cfr. Texier, Jaques: Op. Cit.

[12] Ibidem

[13] Op. Cit pág 207

[14] Ibidem

[15] Texier, Jacques: Op. Cit. 29.

[16] Marx, Carlos: "El Capital", T. I, Editorial Ciencias Sociales, La Habana,1975, pp. 856-57.

[17] Cfr. Marx, Carlos: "El Capital", T. III, capítulo XLVII, "Génesis de la renta de bienes raíces capitalista". Paragrafo II "La renta del trabajo", Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 170-174.

[18] Marx, Carlos: "El Capital", T. III, prefacio, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 7-12

[19] Esta es la alusión que se encuentra en "La Guerra Civil en Francia": "En lugar de decidir una vez todos a cual de los tres o seis miembros de la clase dirigente que han de "representar" y pisotear al pueblo en el parlamento, el sufragio universal debe servir al pueblo constituido en comunas, como el sufragio individual sirve a cualquier otro empleador en la búsqueda de obreros y de personal de dirección para su negocio. Es un hecho bien conocido que las sociedades, como los individuo, en materia de auténticos negocios saben generalmente situar a cada cual en su lugar y, si comenten algún error, saben rectificarlo inmediatamente." Op. Cit. p. 243. Evidentemente, esto se hace ante todo en relación a los funcionarios de la Comuna. La noción de sufragio individual del empleador es desconcertante. Pero esto es porque Marx piensa la elección de funcionarios de la Comuna, como la de los dirigentes sindicales, o de los gerentes de una cooperativa. Esto es lo que se puede ver en las notas que el redactó al final de 1874 y principio de 1875, para refutar las críticas anarquistas de Bakunin. Cuando éste escribió: "¿Todo el proletariado va poder estar a la cabeza del gobierno?" Pregunta en la que se encuentra el argumento clásico contra la delegación de poder, Marx responde: "¿El comité ejecutivo de un sindicato está compuesto por el todo? ¿Se puede abolir toda la división del trabajo en una fábrica, y con ella las diversas funciones que de ella se derivan?" Yendo más lejos, Marx se apoya directamente en la experiencia de las fábricas cooperativas para responder a su acusador: "Con la propiedad colectiva, desaparece la pretendida voluntad del pueblo para dar lugar a la voluntad real de la cooperativa." Más lejos todavía: "Si el señor Bakunin conociera solo la posición de un gerente en una fábrica cooperativa obrera, todos sus señoriales sueños se irían al diablo. Si hubiera tenido la ocasión de preguntarse: ¿qué forma pueden tomar las funciones de administración sobre la base de este Estado obrero, ya que a él le place llamarle así?" Marx, Carlos, Engels, Federico, Lenin, Vladimir: "Sobre el anarquismo y el anarco-sindicalismo", Moscú, Editorial Progreso, 1978, pp. 165-166-167.

[20] Marx, Carlos: "El Capital", T. III, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 105-106

[21] En los trabajos de Iñaki Gil y de Emile Armand hay todo un acopio de datos ilustrativos de la polémica de ambas tendencias.

[22] Marx, Carlos, Engles, Federico: "Obras Escogidas". En Tres Tomos. Editorial Progreso. Moscú. 1975. T. II. p. 128.

[23] Dussel, Enrique: "El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana". Siglo XXI, México. 1990. p. 102.


Publicado en: Revista Cubana de Filosofia, nro. 10. IF, Instituto de Filosofia, Universidad de La Habana: Cuba. Septiembre-Enero. 2008 1817-0137.
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