domingo, 25 de mayo de 2008

Cooperativismo capitalista y cooperativismo revolucionario. El caso vasco y Cuba.

Por: K. Raveli

Hay que tener en cuenta una gran contradicción que se ha puesto en evidencia en el mundo cooperativo. Gracias al abandono de un discurso abierto de lucha de clases y de clase obrera, con el cierre de la dialéctica cooperativa únicamente al interior del sector trabajador de la clase, es decir del sector empleado, se han reproducido las contradicciones de clase intramuros, en el mismo modelo.

MCC, la multinacional de Cooperativas vascas

Es necesario un parámetro fundamental para reconocer la diferencia esencial entre las dos versiones de cooperativa:

- lo que determina el desarrollo del cooperativismo revolucionario, entendido como modelo para la transición hacia un modo de producción superior al capitalismo, es que responde directa y concretamente al interés de toda la clase obrera, la que está o puede estar en conexión con la propuesta especifica de cooperación en la región interesada. También, asumiendo perspectivas biorregionales, ecológicas y culturales democráticas.

- lo que determina el cooperativismo capitalista, es su respuesta a intereses económicos de un sólo y delimitado sector obrero: el sector trabajador, empleado e involucrado en la manifestación cooperativa.

Luego, esta diferencia de fondo se tiene que manifestar en el tema de la propiedad cooperativa, que es la que al final define palmariamente, como trataremos más adelante, los dos modelos: capitalista o socialista.

En el primer caso, se propone un desarrollo cooperativo en el marco territorial, conectando con necesidades y propuestas de los demás sectores obreros, los desempleados y los subempleados, y de toda la sociedad. En el segundo caso, se constituye una unidad cooperativa excluyendo del proyecto y modo de gestión a los otros sectores sociales, privilegiando de forma economicista al sector obrero trabajador específico de la cooperativa.

En el caso vasco, para entendernos sobre esta cuestión, es necesario exponer de forma muy resumida tres grandes fases de desarrollo del cooperativismo nacional:

la fase inicial, surgida del auzolan (trabajo colectivo de barrio y pueblo) acostumbrado de la civilización vasca, específicamente en zonas con fuerte tradición campesina y artesana, que ha generado proyectos empresariales de tipo cooperativo, sobre todo industrial.

la fase de control capitalista, desde los años de la dictadura militar (1939-76), con la intervención colonial directa de los españoles, la substitución de los dinamizadores sociales con técnicos y políticos contrarios a la cooperación productiva popular e impulsores de modelos de gestión capitalista de la producción.

la fase actual, con el desgaje de algunas unidades cooperativas con modelo de gestión muy avanzado, que abandonan la principal corporación multinacional de cooperativas (MCC o Corporación Mondragon) justamente fomentada por el capitalismo vasco-español en las décadas anteriores.

Hay que tener en cuenta una gran contradicción que se ha puesto en evidencia en el mundo cooperativo, sea vasco, italiano, etc., a partir de su control reformista o liberista capitalista. Gracias al abandono de un discurso abierto de lucha de clases y de clase obrera, con el cierre de la dialéctica cooperativa únicamente al interior del sector trabajador de la clase, es decir del sector empleado, se han reproducido las contradicciones de clase intramuros, en el mismo sistema cooperativo.

Es decir que, a partir de la división del trabajo al interior de la cooperativa de trabajadores, y según modelos de gestión productiva capitalistas, se han desarrollado sub-divisiones y contradicciones entre diferentes fracciones y figuras de trabajadores. Asumiendo del entorno capitalista tradicional muchas funciones y figuras productivas, modelos y procesos de gestión, categorías de status y de poder.

Uno de los resultados principales de este fenómeno, lo encontramos en un fuerte desarrollo en las cooperativas de la figura del obrero capitalizado (1), profundamente laborista y hasta stajanovista, que goza de sueldos relativamente muy altos, del control de los procesos de gestión, y de una fuerte base individual de “ahorro” y de participación al capital y a la propiedad de bienes rentistas o de estatus burgués.

Es decir: se desarrolla rápidamente una fracción de clase obrera empleada y garantizada que proporciona nuevos candidatos para reforzar la clase capitalista en funciones, como es el caso, en las empresas capitalistas tradicionales, de los altos directivos que bajan desde una posición obrera – es decir, de necesidad de venta de fuerza trabajo – a una posición capitalista, con propiedad privatizada de capital constante, acciones, inmuebles, etc.

Mientras, los demás trabajadores de la cooperativa, se mantienen en el sector obrero empleado, en general y por supuesto con grandes coberturas y garantías (2), que les acercan ideológica y materialmente a la fracción obrera capitalizada, formando a menudo un frente social laborista y capitalista en sus planteamientos de organización, culturales, políticos e ideológicos. Muchas veces, proporcionando una base social al reformismo político socialdemócrata capitalista.

Por supuesto, el resultado social, en términos de lucha de clases, es que el sector obrero subempleado (precario, subcontrata, autónomo, etc.) y el otro llanamente desempleado (como los migrantes, las mujeres en reproducción absoluta, etc.) resultan decididamente excluidos del proceso cooperativo, facilitando las divisiones clásicas del capitalismo regional entre obreros empleados (los trabajadores (3)), obreros desempleados y obreros subempleados.

Al contrario, un cooperativismo socialista o revolucionario, que rechace la absoluta dominancia laborista del sector trabajador de la clase sobre los demás sectores, para integrar en el proyecto a todas las necesidades obreras nacionales e internacionales, se plantea o se puede plantear como un desarrollo del socialismo en términos de solidaridad obrera local, regional, nacional e internacional.

En el caso de disponer de unas instituciones estatales que se reclamen del socialismo, esto significa crear con más facilidad conexiones materiales de producción, lucha (organización) y solidaridad de clase entre todos los intereses sociales, ecológicos, económicos y culturales que pueden resultar implicados en el entorno del proyecto productivo cooperativista. Sobre todo, desde un punto de vista democrático territorial, de democracia territorial directa.

Al contrario, en un estado liberista capitalista, un proyecto cooperativista de clase obrera, de socialización productiva abierta y dinámica, está destinado a sobrevivir sólo sobre la base de un voluntariado radical, pero susceptible de sucumbir a corto o medio plazo bajo la presión capitalizadora, es decir laborista y privatizadora del entorno. Por medio de la presión del mercado, de las instituciones, de los medios de difusión, etc.

Pero también, por lo menos desde un punto de vista teórico (y externo), en lo que propone Pedro Campos aquí abajo en Kaos a propósito del cooperativismo en Cuba, en http://www.kaosenlared.net/noticia/produccion-salario-va-primero, con el muy interesante artículo “Producción o salario ¿qué va primero?” de que (en Cuba hay que avanzar hacia) “la introducción paulatina y creativa -pero generalizada- de nuevas relaciones socialistas de producción basadas en el cooperativismo y la autogestión (para entrar) de lleno a resolver la gran contradicción entre el objetivo socialista que se pretende y la forma capitalista de conseguirlo”, habría que tener en cuentas también esta experiencia actual de las cooperativas de los países de capitalismo liberista.

* * *

Pero, y aquí llegamos a la segunda cuestión general, este contenido esencial de clase se tiene que plasmar en las formas y contenidos de la propiedad cooperativa. Lo que es prácticamente irresoluble en situación de capitalismo liberista, que no ofrece que una forma cerrada de propiedad entre los cooperativistas fundadores y directamente productivos de la unidad productora.

Al contrario, en un estado donde se ha superado la propiedad privada capitalista, es posible un diseño cooperativo obrero estudiando las mejores combinaciones de propiedad entre: unidad cooperativa, estado, otras administraciones de espacios biorregionales más amplios, y expresiones institucionales y populares del espacio local de desarrollo del proyecto.

De forma que se garantice un margen real de autogestión para los dinamizadores productivos directos de la cooperativa, respeto a las necesidades obreras determinadas por las respectivas organizaciones territoriales, y la intervención estatal o regional que plantea necesidades y propuestas de interés general, según sus planificaciones de medios y largo plazo.

En fin de cuentas, la superación de una exclusiva gestión laborista interna con el fin de lograr una gestión de interés obrero general, y de interés de toda la sociedad, puede que tenga que pasar por una redefinición permanente del mismo modelo cooperativo, de sus planes de gestión y, entonces, de las reparticiones y formas de propiedad.

Ahora bien, esta cuestión subleva otro tema fundamental: el nivel de desarrollo democrático del país, de poder popular, el empuje de democracia local directa por empezar, de organización popular (otros movimientos sociales), y luego de flexibilidad democrática institucional general del país. Allí donde los intereses de la clase obrera se encuentran con los demás y también conectan más allá del marco nacional, con los procesos de lucha internacional.

Pero, para volver al tema inicial y para terminar, supongo que aunque en Cuba las características de las clases no sean por supuesto homologables a las de un país socialmente subdesarrollado como en Europa, es evidente que cuando se reconoce de una forma o de otra la referencia al capitalismo de estado, se reconoce también la posibilidad actual o futura de la existencia de algunas de estas fracciones, formas y figuras sociales del desarrollo capitalista general.

Y por lo tanto, no se puede proponer un proceso cooperativista autogestionario sin tener en la debida consideración los fracasos de otros países, en términos de desarrollo de propuestas de socialización productiva.

Sobre todo por lo que podría generar de nuevas contradicciones, en términos de lucha de clases local y nacional, para seguir en la transición post-capitalista. Teniendo en cuenta además que la transición socialista cubana podría impulsar grandes pasos adelante en el mismo terreno en otros países conectados con esta experiencia.

Publicado en: Kaos en la red
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NOTAS:

(1)
Se trata de figuras sociales que gozan de sueldos muy por encima de la media proletaria, y que están desconectando de su realidad obrera, materialmente e ideológicamente. Son trabajadores fijos muy garantizados, que antes, en típicos términos laboristas, se le denominaba a veces “aristocracia obrera”. No comparten o no quieren compartir relaciones de solidaridad de clase con los demás sectores obreros desempleados y subempleados, mirando a situarse cuanto antes en la clase capitalista o en un estatus lo más cercano posible.

En las cooperativas capitalistas ya no pertenecen en muchos casos a la clase obrera, por faltar la condición esencial para ello: no necesitan vender su fuerza de trabajo para vivir, puesto que ya gozan de otro estatus, de propiedades y de posibilidad de empresa propia, para seguir bajando hacia la pertenencia definitiva a la clase capitalista rentista o capitalista en funciones. Pueden naturalmente alcanzar muy raramente al tercer gran sector de la clase capitalista, la oligarquía, posible únicamente para muy pocos ejemplares humanos, y a partir de muy grandes concentraciones de capital constante. Y explotación.

(2)
No hay que olvidar que muchas cooperativas capitalistas desarrollan importantes relaciones de subempleo con trabajos precarios, subcontratas, investigadores becarios, teletrabajo, etc., lo que se manifiesta sobre todo en el caso vasco de la Corporación Mondragon en el exterior (estado español, China, Mexico, Brasil, Sudáfrica, etc.) con el empleo subsidiario y precario de grandes cantidades de obreros locales. Es decir: no sólo cierran la función cooperativa a un sector trabajador garantizado, sino que profundizan en la división de la clase obrera mundial entre empleados, subempleados y desempleados, a nivel nacional e internacional. Lo que explica también la profunda ideología laborista, es decir capitalista del trabajo salariado, que caracteriza muchos cooperativistas.

(3)
Sobre la base de la función e ideología de este sector, el laborismo ha producido el concepto de “clase trabajadora”, apoyado en ciertas indeterminaciones teóricas de la fase capitalista industrial primitiva, y que ha sido asumido de forma acrítica en la tradición socialista del siglo XX. En realidad, es un concepto laborista que hoy se opone radicalmente al la noción materialista de clase obrera, que es trabajadora únicamente en el sector empleado por el capitalismo, pero que como tal, como trabajadora, no forma una clase real y objetiva. Ni nacional ni mundial. A menos que se quiera confundir, más o menos interesadamente, los dos conceptos de obrero (que tiene que vender fuerza trabajo para vivir) y de trabajador, que puede ser un capitalista, un campesino, un artesano, etc. (Señalo sobre la cuestión un anterior debate abierto y lógicamente muy animado en estas páginas de Kaos Cuba:
http://www.kaosenlared.net/noticia/trabajadores-no-representan-toda-clase-obrera )

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