martes, 7 de julio de 2009

La disyuntiva cubana

Del prolongado estancamiento estatista-burocrático se podría transitar o al nuevo socialismo o a la plena restauración capitalista.

Por Narciso Isa Conde
La revolución cubana ha sido uno de los procesos más admirables de la historia moderna para todo aquel que ponga en el centro de su corazón y de su mente la lucha por la justicia, el derecho a vivir dignamente y el sentido humano del quehacer político, social y cultural en los combates por la emancipación de los pueblos.

Cuba revolucionaria merece, porque se la ha ganado, una solidaridad sin límites ni condiciones, y sus conquistas y aciertos históricos deben ser defendidos hasta las últimas consecuencias.

Su pueblo, sus fuerzas revolucionarias, sus movimientos sociales, sus dirigentes históricos, sus intelectuales, atletas y artistas… precisamente por ejemplares concitan una sincera admiración que es preciso rodear de respaldo.

Me inscribo en el amplísimo arco iris que ha militado y admirado la revolución Cubana como si fuera propia y, sobretodo, como tesoro de nuestra América y de toda la humanidad; primera y única revolución de orientación socialista en el hemisferio occidental a todo lo largo del siglo XX.

No solo por ser la primera en su tipo a escala continental y en el escenario de una pequeña isla ubicada en el centro de la frontera imperial, la Revolución Cubana es merecedora de todo eso y mucho más, sino además por su singular rebeldía y determinación antiimperialista en condiciones tan adversas: cercada, bloqueada, sistemáticamente agredida por la feroz superpotencia capitalista estadounidense. Gravemente erosionada por todo lo que implicó el derrumbe de la URSS y del “campo socialista”. Y siempre digna.

Pero además la revolución cubana le ha garantizado a su pueblo -con los altibajos causados por su accidentada y heroica existencia- una vida biológica y espiritual de calidad, expresada en niveles de alimentación-nutrición, salud colectiva, educación, cultura, deporte…realmente sin precedente a lo largo de la existencia de países parecidos en todos los continentes.

Aun con todas las adversidades, aun con todas las agresiones, aun con las circunstancias adversas que han gravitado sobre el proceso revolucionario cubano, allí en breve plazo se superó la miseria y el hambre que azotan cada vez más a la humanidad y azotaron su territorio y sus pobladores por cuatro siglos y medio, logrando así que las expresiones de pobreza que han perdurado no alcancen niveles extremos. Eso es una gran hazaña.

Una hazaña como lo ha sido también mantenerse altivamente de pie frente a todos los cercos, agresiones bloqueos y derrumbes; al tiempo de exhibir a escala mundial la hoja más pródiga en materia de internacionalismo y solidaridad para con los demás pueblos del mundo.

Eso no está en discusión, como no lo está nuestra solidaridad sin límites frente a la continuidad del bloqueo estadounidense, a la hostilidad del imperialismo occidental, a las perversidades de la mafia cubano-americana de Miami, a las agresiones de las derechas de todas las matices, a las pretensiones de afectar su autodeterminación y de utilizar sus dificultades externas y internas -incluidas las que se derivan de la crisis que afecta sus estructuras socio-económicas- políticas estatistas y del desgaste físico-biológico de sus dirigentes históricos- para inducirla y/o forzarla a cualquier tipo de restauración capitalista.

Esta nítida y beligerante actitud frente a los enemigos de la revolución y del pueblo cubano, respecto al antiimperialismo y anticapitalismo que han abrazado sus sectores de vanguardia y respecto a las convicciones socialistas (que más allá de la burocratización estatal han posibilitado construir el “socialismo de Estado” con importantes conquistas sociales y significativa reducción de las desigualdades), no conlleva en mi caso dejar de expresar preocupaciones sobre los peligros que en otro órdenes asechan a ese valioso proceso.

Peligros relacionados con la evolución del modelo establecido y con los errores propios que terminaron de conformarlo y expandirlo hasta adoptar sus presentes características; riesgos relacionados con la crisis estructural y la tendencia al agotamiento del modelo vigente y con los problemas derivados del peso implacable de los años sobre su liderazgo histórico y de la cercana perspectiva del agotamiento de su vida biológica.

Obviar esta reflexión, ocultar estas preocupaciones, cuando la necesidad de nuevos cambios revolucionarios tocan como necesidad las puertas de esa sociedad para la superación de su crisis singular y el repunte de las transformaciones, sería a mi entender no solo erróneo, sino además poco solidario; aunque esa omisión complaciente tome por pretexto la solidaridad frente a sus adversidades externas y las asechanzas y propósitos del enemigo imperialista.

La continuidad de la revolución cubana como revolución popular anticapitalista y –sobretodo- como nuevo proceso que posibilite avanzar más aceleradamente hacia el socialismo, está ciertamente amenazada por factores externos de carácter endémico a la naturaleza del capitalismo y del imperialismo mundial, pero también –repito- por factores internos relacionados con el nivel actual de la crisis estructural del modelo estatista establecido en ese país

Si erróneo sería debilitar la solidaridad frente a los agresivos factores externos contrarrevolucionarios, también lo es no atender las disyuntivas internas y no reconocer la necesidad cada vez más imperiosa de la renovación revolucionaria de ese proceso.

En ese espíritu nos decidimos por exponer – como lo hemos hecho en otras ocasiones- nuestras sinceras apreciaciones en torno a la trascendente actualidad cubana. Siempre desde la militancia en la revolución, desde el antiimperialismo y desde los ideales comunistas, socialistas…, que ha sido nuestra opción de vida en el quehacer político y social; siempre desde el interés de hacer crecer, como factor contrario a los estancamientos y dogmatizaciones, la “herejía revolucionaria”, esto es, la creación y renovación permanente.

Reconozco que no es el camino más cómodo, sobretodo por el peso de la intolerancia en la cultura política de ciertas izquierdas, pero sí el que me parece más honesto, más eficaz y más sincero.

· Preocupaciones, tensiones y endurecimientos


Desde Cuba nos llegan señales de que las tensiones crecen y las preocupaciones más.

En esta fase el poder establecido, más allá de cualquier deseo inicial de sus representantes, se endurece hacia dentro cuando convendría tonarse más tolerante y reflexivo; incluso se impregna en mayor medida del conjunto de concepciones y métodos que caracterizan el quehacer militar en una sociedad donde la defensa por esa vía ha jugado un rol tan sobresaliente.

Esto ha sido consecuencia directa del traspaso en mayor escala a las áreas civiles del Estado de cuadros y concepciones propias de la incursión militar en la economía y otros aspecto de la gestión y organización estatal desde la destaca personalidad de Raúl Castro y su equipo técnico-militar, quien al relevar a Fidel ha comenzado a desplegar su impronta.

Las primeras y positivas señales a favor del debate ofrecida por el nuevo gobierno, la concreción del llamado a la discusión interna en todos los niveles y el anuncio de la disposición a “cambiar todo lo que haya que cambiar”, no rebasaron el rol de la catarsis, del desahogo en gran escala.

Cierto que algunas cosas cambiaron: algunas para mejor, otras para peor. Pero la mayoría –y en especial las fundamentales- se han quedado iguales. Por lo que de un cierto entusiasmo, de un moderado resurgir de la esperanza, se ha pasado a una significativa insatisfacción, a un resurgir del descontento, a un crecimiento de la crítica sin canales abiertos ni programas de reuniones para su expresión.

Cuando el nuevo Presidente Raúl Castro convocó a ese importante debate, lo dicho ordenadamente en centenares de miles de reuniones de núcleos del partido, de Comités de Defensa de la Revolución (CDR), de reuniones de organismos, de asambleas y encuentros de organizaciones sociales, se quedó soterrado, sin expresión horizontal y, peor aun, sin expresión abierta.

De todo lo expuesto y propuesto, cuyo volumen y diversidad se ha dicho que fue realmente impresionante, solo se ha tenido en cuenta una parte reducida; casi nada realmente relevante, mucho menos diferente a lo inicialmente planteado por la nueva administración. Y a partir de esos resultados, las quejas, las ideas, las propuestas diferentes, las críticas, las valoraciones… se han reactivado desordenadamente por todos los canales imposibles de prohibir.

Entonces, la presión soterrada desde las bases ha endurecido la defensa del poder inmóvil en medio de su prolongada crisis. Su verdadera naturaleza burocrática-militarizada-autoritaria, más allá de los diversos matices y las diferentes sensibilidades de sus principales figuras, se ha potenciado hasta romper su pasividad frente a las críticas y comenzar a aplicar medidas administrativas y restrictivas más fuertes, sin diferenciar al contra-revolucionario pro-capitalista del revolucionario marxista en búsqueda de alternativas, más bien con bastante ensañamiento hacia estos/as últimos/as.

· Los temas de fondo

La cuestión de fondo toca dos grandes temas, que se han tornado en grandes necesidades: el cambio de un modelo económico y político adoptado en el devenir de la revolución anticapitalista y antiimperialista y el cambio a favor de las más jóvenes generaciones revolucionarias en las funciones de Estado, partido y movimientos sociales. Ambas necesidades forman parte de la agenda actual de aspiraciones de quienes vehementemente no desean la derrota del proceso y al mismo tiempo se oponen a la restauración capitalista en cualquiera de sus variantes: la china, la gringa y las demás.

Ambos temas a su vez se relacionan muy estrechamente con dos grandes problemas todavía sin superar:

1) El agotamiento del modelo estatista-burocrático que paso a paso, progresivamente, se impuso contra las propias características jacobinas, rebeldes, heréticas de la revolución original. El proceso de conversión de las estructuras de poder en Cuba en mecanismos y sistemas muy parecidos a los del llamado socialismo euro-oriental, reproduciendo parcialmente fenómenos negativos similares y generando la presente crisis.

2) La declinación biológica de la generación histórica de la revolución, la que le facilitó una significativa y fundamental cuota de legitimidad política al modelo burocrático en expansión y la que condicionada por la consolidación del modelo vigente hizo cultura de poder conduciéndolo; interiorizando - posiblemente sin proponérselo- una parte de sus concepciones, métodos y procedimientos; desechando finalmente (en diferentes ocasiones en que fueron oportunos o estuviera planteada su necesidad) los cambios necesarios hacia la renovación socialista, y persistiendo en las tolerancia y concesiones significativas al proceso de burocratización.

II

La tendencia al agotamiento del modelo cubano como factor de desarrollo ha devenido en crisis estructural, insuperable dentro de su propia dinámica sin producir un corte superador. Más aun, en ese contexto las grandes conquistas tienden a debilitarse y afectarse, mientras las precariedades y deformaciones políticas, económicas y sociales tienden a crecer, y no solo por las agresiones externas.

En realidad si no se le abre camino a las nuevas transformaciones socializantes y democratizadoras, si no se supera la intermediación burocrática, si no se convierte al pueblo trabajador en real dueño y gestor de los medios de producción, distribución y servicios, sino se deja atrás toda expresión del patriarcado, del adulto-centrismo y del racismo cultural; sino se pasa del -ordenó y mando- a una auténtica participación colectiva en la toma de decisiones, sería imposible salir del estancamiento, generar esperanzas y potenciar nuevos entusiasmos liberadores.

En Cuba, el aparato del Estado, el aparato político, el sistema administrativo empresarial y el sistema de privilegio que acompaña a una gran parte de sus instancias de decisión y a los funcionarios correspondientes, se han alejando cada vez más del pueblo llano; lo que se agrava más aun en la medida pierde energía el liderazgo histórico y carismático.

En esas circunstancias el partido deja de ser tal, se funde con el Estado y sus fuerzas armadas, y ambos desde sus respectivas escalas jerárquicas se apropian de las libertades para restringirlas, clasificarlas, eliminarlas, mutilarlas y concederla a su conveniencia-o mejor dicho- a la conveniencia del poder centralizado, paulatinamente minimizado de participación popular.

Otro tanto acontece en el sector externo entre los intereses de Estado y los de la solidaridad revolucionaria con los pueblos en lucha: progresivamente, por el peso abrumador de las relaciones de gobiernos a gobierno, se va embotando, mediatizando y eliminando la solidaridad de pueblo a pueblo que siempre demanda desbordar esos estrechos límites intergubernamentales.

Los poderes populares originales, las formas de democracias directas, no prosperan debido al peso aplastante de los aparatos.

Las organizaciones y movimientos sociales son marginados por los aparatos superiores ajenos a su naturaleza y además por sus propios aparatos dependientes del Estado.

Las restricciones al debate en las cuestiones cruciales enrarecen el clima político y generan sensación de asfixia.

La certeza política de las decisiones depende del talento de los líderes, incomparablemente menor, por más geniales que resulten, que la sabiduría colectiva, que las decisiones hijas del debate, de la participación y de la democracia socializada.

En ese contexto –como apuntamos antes- el agotamiento y/o declinación biológica del liderazgo histórico reduce más aun la legitimidad del modelo hegemónico, acelera la crisis de confianza, acentúa la decadencia del sistema estructurado y lleva a una situación en la cual es muy difícil de sostener el actual estatus quo.

Esto ha acontecido en todos los modelos parecidos, dondequiera que ha predominado el estatismo a nombre del socialismo, dondequiera que ha primado el llamado “socialismo de Estado”. Y lamentablemente esto está ocurriendo en la Cuba actual.

Por eso el cambio de modelo y el cambio generacional –que venía tocando las puertas de ese proceso desde años atrás- se tornaron más imperiosos a raíz de la enfermedad de Fidel y de su decisión de delegar la Jefatura de Estado en favor de Raúl como sucesor constitucional; y entonces ambos temas cobraron más actualidad y generaron más presión político-social… hasta reabrir temporalmente –como aconteció en el 2007- las válvulas del debate interno dentro de verticalidad de los procedimientos establecidos a que hicimos referencia.

Aparecieron entonces con más claridad las matices y diferencias, incluso se delinearon mejor las corrientes de pensamiento dentro y fuera del poder, así como la inclinaciones y preferencias respeto a la manera de superar el estancamiento con mayores o menores reformas destinadas a enfrentar el inmovilismo o con actitudes destinadas a reafirmarlo o simplemente a atenuarlo.

En tales circunstancias hubo razones para que los ánimos se elevaran y la esperanza comenzara a renacer, pese a que su ascenso en mayor escala dependía de como la nueva jefatura de gobierno asumiera el contenido de los innumerables propuestas en torno a los cambios necesarios; dependencia que entrañaba una debilidad esencial en cuanto a la posibilidad de cambios y avances sustanciales, dada su dependencia del poder central responsable del estancamiento.

· La “clase imprevista” en acción.

El entusiasmo –repetimos- no tardó en desvanecerse y las esperanzas a breve plazo chocaron con una realidad más resistente que la prevista por mucho/as revolucionarios/as cubanos/as.

El planteo alternativo de corte anti-capitalista y prosocialista, las ideas en dirección a un nuevo modelo socialista y a la superación del estatismo-burocrático, si bien no se expresaron desde la dirección del partido y del Estado cubanos, si contaron con múltiples y variadas expresiones y aportes a otros niveles de la sociedad y del propio partido, no debidamente proyectadas por las características semi-cerrada de la discusión. Esto sin restarle merito al discurso que Fidel pronuncio en septiembre del 2005, contribuyendo al inicio de un debate que contó con un intenso seguimiento en la sociedad.

Ese arco iris contestatario, pero predominantemente marxista y nítidamente revolucionario, salió débilmente a la superficie en palabras e ideas expresadas por diversos actores del mundo político, intelectual, artístico de la Cuba actual.

Su calidad a mi no me sorprendió, pero de todas maneras resultó impresionante tal y como se plasmó sobre todo en el Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en los medios digitales de izquierda, especialmente en “Kaosenlared” y en los sectores de la prensa alternativa mundial que se han interesado por el tema; y, en mucho menor medida -y muy ocasionalmente- en las páginas de Juventud Rebelde y en algunos programas de radio y TV.

Sobresale sí el hecho –reitero- de que esas ideas no encontraron acogida ni coincidencias expresas en los centros de decisión del Estado ni del partido, por lo que lógicamente no se publicitaron en la escala merecida y se les impuso una especie de contrapeso.

El freno se sintió primero como resistencia corporativa de la burocracia y después como contra-ofensiva conservadora, tratando de provocar un nuevo descenso de las expectativas de cambios.

Justo en ese momento de descenso del estado de ánimo apareció en “Kaosenlared” (01-07-2008) un interesante artículo de la autoría de Nacho Palenque, el cual creo haber citado en otra ocasión, del que reproduzco aquí una parte que permite apreciar con más tino el curso actual de la situación política cubana, más allá de cualquier imprecisión o exageración de su autor:

“Me preocupa –señala el autor- que el proceso cubano, después de algunas situaciones esperanzadoras, ahora pareciera inclinarse por rutas no promisorias para el proyecto de nuevo socialismo.”
…………….
“En verdad lo que esta haciendo Raúl no lo hizo Fidel y no creo que lo hubiera hecho de esa manera en respuesta a los riegos de reversión que el mismo denunció, aunque ambos hayan expresado mucha inconformidad con la parte mala de los resultados alcanzados en estas cinco décadas de revolución.”
“Raúl al parecer se inclina por una fórmula híbrida que combine la centralización estatal y el sistema de partido único (fundido con el Estado) con “reformas económicas” y algunas medidas políticas y sociales liberalizantes y modernizantes, apuntando hacia el modelo chino y hacia la distensión con los polos de poder imperialistas (europeo y estadounidense).”
“Fidel opta más bien por la moralización, la eficiencia y el combate a las “deformaciones”, siempre dentro de la defensa del modelo estatista (intenciones reiteradas veces frustradas por causas estructurales). Le disgustan las reformas y concesiones de corte liberal-mercantil y sostiene una postura firmemente antiimperialista y anticapitalista.”
A eso parece reducirse en el más alto nivel la relación inmovilismo vs. movilismo, expresadas desde estas dos figuras relevantes del liderazgo histórico de la revolución: cruzadas posiblemente ambas posiciones por valoraciones diferentes respecto a la oportunidad que ofrecería el triunfo de OBAMA y un eventual “cambio” en la política exterior de EEUU, como la reciente flexibilización de las posiciones de la Unión Europea frente a Cuba. Lo que no quiere decir que no exista un inmovilismo mucho más duro, nutrido de los típicos intereses burocráticos, del sistema de privilegios, de los intereses y dogmatismos generados al margen de la ética y la moral de Fidel y del propio Raúl; fruto de una realidad estructural, de la dinámica propia de la burocracia estatal, del ser social conformado en décadas de estatismo.”
………………
… trabas mayores tienen mucho que ver con la naturaleza socio-política de los principales factores de poder dentro del Estado y del partido fusionado con el Estado, resistentes -más allá de las virtudes de los líderes- a dejar de ser hegemónicos y renunciar a su condición de estructuras situadas por encima de la sociedad. Porque está históricamente comprobado que en los modelos estatistas los sectores burocráticos–partidocráticos-tecnocráticos y militar con más poder de decisión, carecen de vocación e interés (por su naturaleza) para facilitar un proceso hacia un socialismo participativo, democratizador, integral y autogestionario.”

Esa situación en las alturas, que ha continuado expresándose de alguna manera de esos tiempos a esta parte, parece haber influido para reciclar el estancamiento y favorecer el inicio de la contra-ofensiva de la burocracia más endurecida, ahora acompañada de una mayor militarización de lo civil.

El peso de los personajes en juego en la esfera del poder central ha paralizado la acción, obligando a pactar en los hechos; reduciendo de nuevo al mínimo la movilidad política e impidiendo desde arriba cualquier propósito de cambios significativos al modelo predominante, incluido el freno al para mí indeseable viraje hacia modalidades de reformas parecidas a las que se han aplicado en China Popular.

De facto va ganando el inmovilismo mientras crecen las tensiones respecto a sus nefastas consecuencias. La burocracia civil y la tecno-burocracia militar imponen así su lógica socio-política y sus intereses, y salen temporalmente gananciosas en cuanto a su permanencia y preeminencia privilegiadas; aunque eventualmente puedan acceder a un curso más lento de las privatizaciones, de las asociaciones con nuevos capitales extranjeros y del crecimiento del mercado de corte pro-capitalista; con tal que se le garantice participación y amplíe sus privilegios y supremacías políticas.

En términos históricos la burocracia es sumamente camaleónica, en Europa Oriental lo demostró con creces. Esa ya no tan “imprevista” siempre ha percibido los mayores riesgos a su estabilidad y a su destino, no en el capitalismo, en la crítica marxista y en el accionar de los/as partidarios/as de la socialización de lo estatal y del poder político y, en consecuencia, por más incipiente que sea la corriente contestataria de izquierda, la burocracia presiona para arrinconarla y/o aplastarla en la cuna.

La burocracia aprecia –y en eso no está equivocada- que la alternativa socialista esbozada desde ese pensamiento crítico en gestación y desarrollo, puede enriquecerse y contribuir a la conformación de un movimiento, un estado de opinión generalizada y una movilización ordenada que a mediano plazo la destrone. Por tanto pretende “curarse en salud”, aunque no hay forma de que no siga enferma si prolonga demasiado su status actual en espera de la oportunidad para mutarse en propietaria capitalista privada o asociada a ella desde cualquier modalidad de reparto del botín del Estado.

Sus diferencias no son esenciales con la restauración capitalista y sus componentes privados, aunque prefiere no ser un factor subordinado sino hegemónico en esa mutación. En circunstancia como esas sus representantes pueden eventualmente hacer el papel de instrumento de la regresión: de hecho lo ha sido de manera taimada al conformar un cuadro de poder caracterizado por el usufructo de la propiedad estatal y la continuidad del trabajo asalariado a nombre de un supuesto “socialismo de Estado”.

Las crisis de ese tipo de formación político-social –y estamos en pleno despliegue de una de ellas- o dan lugar a un verdadero tránsito al socialismo o favorecen un retorno al capitalismo mondo y lirondo, cuyas modalidades pueden ser diferentes en forma y tiempo.

Los administradores de ese modelo en crisis, que eventualmente muestren mayor vocación de continuidad en el poder y mayor inteligencia desde los intereses de la “clase imprevista”, y que dispongan de tiempo hábil para lograrlo, podrían optar por el camino al parecer menos traumático: la llamada “vía China”, que de todas maneras en Cuba, por la proximidad con EU y la dimensión del país, tendría consecuencias peores que las registradas en esa potencia asiática.

Todo esto sin descartar, en otro contexto peor, la posterior reconciliación e imbricación de la parte más maleada de la burocracia y la tecnocracia con los agentes promotores de una contrarrevolución brusca, pura y simple, fraguada con mayor o menor violencia desde Miami y desde Washington; casi imposible de cristalizar por carecer de bases sociales y movimientos fuertes en el interior del país. Así procedieron en el Este de Europa.

Esta última variante, claro está, es difícil que pase sin desatar una guerra civil de enormes proporciones y desenlaces inciertos, por lo que resulta muy improbable que sus aparentes propulsores externos se decidan a ejecutarla.

La Era Obama también la limita, dado que el “poder suave” prefiere opciones menos inciertas y menos traumáticas. Su inteligencia le indica que la conciencia antiimperialista y anticapitalista acumulada en Cuba es un enorme obstáculo para un viraje de ese tipo y que la restauración capitalista precisa allí de mucha vaselina y mucho engaño.

El freno a la variante chinófila desde Fidel y desde los/as que piensan como él y la evidente indeterminación de Raúl (pues contrario a lo expresado por Palenque en el artículo citado, pienso que su actitud no es tan definida en esa dirección, además de estár rodeado de no pocos inmovilistas duros), ciertamente han creado un cuadro de relativa parálisis políticas en el marco de un estancamiento general causado por la prolongación de las actuales estructuras y formas de poder y de gobierno, así como de las razones, intereses métodos y procedimientos propios del modelo decadente, ahora más militarizado.
y III

La actual parálisis en Cuba estimula la reacción crítica por un lado y la intolerancia por el otro, tanto en lo que concierne a la demanda de cambio del modelo como a la necesidad del relevo generacional; este último sensiblemente golpeado por acontecimientos recientes, más allá de sus razones y sinrazones.

En nada ayudó en ese orden el hecho de que el relevo constitucional de Raúl resultara ser alguien de su misma generación e incluso mayor que él. Eso y otras promociones del mismo tipo restaron confianza a esa aspiración discretamente expresada.

Posteriormente cuadros de generaciones intermedias, con vocación sucesoral por capacidades desplegadas, prestigios conquistados y promociones avaladas por el liderazgo histórico, fueron relegados y finalmente excluidos en medio de una confusa situación, manejada con un grado de secretismo, métodos y formas de sanción, que más que aclarar confunden; dado que más allá de sus reales o supuestos errores, más allá de las no precisadas fallas que se le imputan, el hecho objetivo es que esto ocasionó que el poder más que rejuvenecerse se envejeciera, sin relevo a la vista .

En ese contexto se dieron los traumático desplazamientos y posteriores renuncias de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, los dirigentes de la segunda generación de mayor influencia; acompañados en la misma suerte por algunos de su misma generación y otros más jóvenes aun, que también se destacaron y fueron ascendidos y elogiados en el pasado.

La sensación de que para sostener la revolución se confía fundamentalmente en los dirigentes históricos y en los cuadros más envejecidos, se han reforzado; y de convertirse en convicción asentada, se corre el riesgo de que la continuidad prolongada de lo existente se siga apuntalando -sin reversa- en una especie de gerontocracia parecida a la que gobernó en la fase de agotamiento de los regímenes del Este europeo, esto es, del llamado socialismo real. Tal posibilidad sería desastrosa, ya que marcaría un distanciamiento político insalvable respecto a las generaciones jóvenes, que en lo inmediato podrían alimentar la necesaria renovación sin grandes confrontaciones, así como restarle posibilidad a la misma.

Cuatro generaciones políticas cruzan el proceso revolucionario cubano y lo cierto es que en relación con su peso real en la sociedad y su gravitación como posibles puentes con la población de cada uno de esos tramos de edad, se expresan desproporciones significativas en la representación de las mismas en los puestos estatales y partidarios de mayor decisión.

Estas resistencias a los cambios necesarios son expresiones de la incapacidad para transformar estructuras en crisis y para auto-transformarse desde arriba, fenómeno que generalmente se ha dado de igual modo cuando la burocracia monopoliza el poder y la propiedad por largo tiempo, cuando se entroniza de verdad y cuando ese fenómeno social genera todas sus lamentables consecuencias materiales e ideológicas.

Poco a poco, paso a paso, dolor a dolor la “clase imprevista” –como la llama el cientista ruso Alexei Goussev (Kaosenlared, 04-08-2008)- se coloca por encima de las individuales por potentes y bien intencionadas que sean.

Poco a poco, paso a paso, dolor a dolor, la burocracia impone sus intereses e incluso le imposibilita rectificar el rumbo a los/as que desde la política se basan en su poder económico, administrativo y militar, y hasta a los/as que por su gran liderazgo en la sociedad civil arbitran sus contradicciones, atenúan su domino sobre los gobernados y responden a otras sensibilidades.

En Cuba ese proceso no ha sido fácil ni uniforme, sino sumamente contradictorio; pues siempre en torno a sus principales dilemas se expresaron diferencias importantes en todos los niveles e incluso desde el propio liderazgo de Fidel: la brega constante entre el avance progresivo de la “sovietización”, de la burocratización, del dogma seudo-marxista… y el deseo de un proceso original, creador, con capacidad de rectificación; la eterna controversia entre el rol de los aparatos y el del pueblo movilizado.

Esto ha sido tan así que en el avanzar del “socialismo de Estado” cubano, por esa peculiaridad, se limitaron muchos de los rasgos negativos consustanciales a ese modelo, se lograron niveles de igualdad y principios éticos, se alcanzaron conquistas sociales y formas de dignificación de los seres humanos, difíciles de encontrar en países estructurados en forma parecida; a la vez que se contuvieron las formas más aberrantes de represión desplegada en los modelos de referencia en la Europa Oriental.

A eso se debe su enorme inversión social en educación, salud, ciencia, deportes, nutrición…su apertura cultural y sus espacios de libertades. Siempre sus dirigentes se mantuvieron apegado a defender en grande un derecho fundamental: el derecho a la vida. Y en ese orden lograron verdaderas hazañas en comparación con un capitalismo que ha fracasado en cuanto salvar vidas y derechos sociales en los dos tercios de la población del planeta.

A eso se debe también la gran vocación internacionalista y solidaria de Cuba. Su enorme generosidad respecto a otros pueblos. Su digna resistencia frente al imperialismo. Su capacidad para sobrevivir al derrumbe del “socialismo real” euro-oriental, la permanencia de su esencia martiana y la ética de sus principales líderes.

Y eso le permitió perdurar en el camino de la emancipación humana.

Por eso es de justicia afirmar, que si no hubiera sido así, si Cuba hubiera contenido las peores tendencias burocráticas y hubiera sucumbido después del derrumbe de la URSS y sus aliados europeos, la ola de cambios promisorios que hoy vive nuestra América hubiera sido mucho más difícil

Perdurar, resistir, sobrevivir sosteniendo tales ideales en tales condiciones tiene un mérito inconmensurable, y no me cansaré de repetirlo. Por eso es tan importante ahora el destino de ese proceso, constatada la profunda crisis que de todas maneras afecta su envejecido y agotado modelo.

· Crisis y cambio

Las crisis estructurales se superan con revoluciones.

El modelo estatista al prolongarse demasiado va erosionando valores y creatividad en el ejercicio del poder; de un poder que se torna cada vez más absoluto y mas conservador, cada vez mas resistente a los cambios.

Que no percibe el agotamiento de su dinámica de desarrollo, no capta que de continuar así podría afectar partes de sus conquistas históricas, que no percibe su sensible separación respecto a una parte importante de la sociedad, su alejamiento de la sociedad civil y de los/as jóvenes en particular (según la definición gramsciana de sociedad civil). Que no comprende lo negativo de sobre-dimensionar lo militar sobre lo civil y que no pocos de sus principales gestores se ensordecen y enceguecen, entrando en el círculo vicioso del reconocimiento de males y de las recetas fracasadas.

El debate necesario abarca tanto lo relativo a la naturaleza del sistema capitalista actual como a las características del llamado “Socialismo de Estado” o estatismo burocrático y, sobre todo, a las alternativas correspondientes.

En los casos de predominio de la propiedad privada sobre los grados medios de producción, distribución y servicios la transformación socialista implica su reemplazo sistemático por las más variadas formas de propiedad y gestión social.

No se trata, claro está, de estatizar para el usufructo de una burocracia, sino de convertir lo privado en social por la vía de diversas modalidades de propiedad social o de propiedad pública controlada y gestionada socialmente (traspaso de los medios a los/as trabajadores/as, autogestión y cogestión en las empresas publicas, cooperativas socialistas, unidades asociativas, empresas colectivas, control social y/o ciudadano sobre empresas e instituciones).

El estatismo a nombre del socialismo ya exhibió sus límites y sus crisis hasta devenir en sujeto a transformar, mientras el capitalismo ha empobrecido a las dos terceras partes de la humanidad y colocado en alto riego la vida en el planeta. El dilema está planteado con más crudeza: socialismo o barbarie, comunismo o caos.

El avance hacia el socialismo precisa a la vez del reemplazo de la economía de mercado por una economía de equivalencias basada no en los precios de las mercancías determinados por la oferta y la demanda, sino en intercambios determinados por el valor real de los valores de uso determinados por el aporte en trabajo y capacidades necesarias para su producción y circulación sin favorecer procesos empobrecedores.

Los procesos productivos de valores de uso generan riquezas, pero también fenómenos de empobrecimiento de seres humanos y del medio ambiente que el tránsito al socialismo exige superar desde una racionalidad social y tecnológica diametralmente distinta a la que ha primado históricamente en la relación seres humanos y medio ambiente, seres humanos y ecosistemas en el contexto del capitalismo y otros sistemas de dominación.

No basta, en consecuencia, intervenir en lo relativo a la justa distribución de la propiedad, de las riquezas y los ingresos generados, sino además en las políticas, métodos y procedimientos, que a la luz de la necesaria superación de esa contradicción, contenga y revierta los procesos de empobrecimiento generados por la producción de bienes; superando concomitantemente la injusta asignación a los seres humanos empobrecidos del entorno natural también empobrecido por la dinámica rapaz del capitalismo, componente esencial de la racionalidad de su dominación

Por eso en ese orden, más allá de la socialización de la propiedad y de la economía y más allá de la superación progresiva del mercado, hay que hablar de la necesidad de un socialismo también ecológico, capaz de enfrentar los enormes desafíos derivados del empobrecimiento de planeta y de las naciones que lo integran en el contexto de una mega-crisis capitalista que potencia la voracidad de sus elites.

A la luz de todo lo vivido y sufrido el socialismo de esta nueva época debe ser concebido integralmente, esto es, nunca reducido a una esfera determinada, ya sea económica, social, política, cultural o medioambiental.

Todos los poderes opresores, empobrecedores, discriminadores, degradadores y excluyentes del capitalismo precisan ser superados por el nuevo socialismo en el sentido del reino de lo social, de lo comunitario, de lo colectivo y de la vida plena. Cada poder establecido precisa de un contrapoder que se plantee eliminarlo en dirección al “no poder”, a la supresión y extinción de todas las modalidades y mecanismos de dominación, explotación, opresión y subordinación.

Es común hablar de socialización referida solo a la economía, pero se trata de una visión muy limitada de esa alternativa. Pero la socialización bien entendida debe incluir el poder político, el poder en las relaciones de género, el poder en los vínculos intergeneracionales, el trato al medio ambiente, a las relaciones ínter-étnicas, interraciales e interculturales.

La socialización así entendida es armónica y justa, con tendencia a la igualdad en la diversidad, conquistada persistente mente desde un contrapoder que persiga extinguir paulatinamente todo lo que sea poder.

Dicho esto, necesitaría la debida traducción a la actual sociedad cubana (dado que ella es el objeto de este análisis); sociedad donde si bien no existe el predominio de la gran propiedad privada capitalista, ni del mercado tal y como se presentan en el capitalismo dependiente de nuestros países, existe sí la hegemonía burocrática dentro del predominio estatal, un área dólar en su economía, ciertas variantes de la economía del mercado, modalidades específicas de asociación del Estado con inversionistas extranjeros y concesiones también específicas al capital privado transnacional.

Exigencia obligada también dado todo lo peculiar de esa revolución en cuanto a avances y rezagos en las relaciones de poder en el campo político, en las relaciones de género, en la familia, en el tema racial, en la cuestión generacional, en lo relativo a los procesos productivos y tecnológicos, en el devenir de su medio ambiente y ecosistemas, y en el curso de procesos de otras índoles

En Cuba, en consecuencia, tanto la superación de la crisis del estatismo como el rechazo a las vías que pudieran conducir a la restauración del capitalismo privado, requieren del tránsito a un socialismo de nuevo tipo, no solo por la necesidad de diferenciarlo del fracasado “socialismo irreal” y de recuperar con prontitud los valores socialistas originales hace años archivados, sino además por los problemas propios de un socialismo integral y actual, generados en esta nueva era.


Cierto que la revolución política necesaria en la Cuba de hoy, la que podría abrirle el cause al nuevo socialismo, la que podría desmontar el régimen burocrático y transformar al poder estatal y empresarial en poderes realmente socializados… se facilitaría con el apoyo del liderazgo histórico de su proceso actual.

Cierto que la transformación que complete la emancipación de la mujer del yugo patriarcal, la que recree y rejuvenezca el poder popular, la que separe los roles del estado y del partido, de las fuerzas armadas y las instituciones civiles, del estado y la sociedad civil…se lograría así con menos obstáculos.

Cierto que los cambios que traspasen la propiedad y el poder de decisión al pueblo, al gran proletariado cubano -vía autogestión, cogestión, control social, combinación de formas de propiedad y gestión… hacia el pleno predominio de lo social sobre lo estatal y lo privado (gerentes por concursos, cooperativización y asociación voluntaria, democracia directa, modelo democrático participativo)-…podrían ser menos compleja con ese apoyo.

Cierto que esa nueva revolución se haría menos difícil si sus lideres históricos entendieran esa necesidad y se desembarazaran del orden burocrático tal y como está establecido.

Claro que sí.

Claro que eso sería lo deseable y lo sigue siendo. Pero hasta ahora lamentablemente no hay señales de esa posibilidad.

La dirección histórica luce entrampada por diversas motivaciones y percepciones, e incluso sus medidas de apertura se han vuelto a cerrar.

Es preocupante no solo como se han estado manejando las contradicciones en las esferas dirigentes, sino como se está abordando desde el poder las reacciones críticas desde posiciones marxistas revolucionarias, que aun con variados matices, aportes desiguales, visiones distintas e insuficiencias, apuntan en dirección a más socialismo, a más democracia, a la socialización progresiva de las empresas estatales y del poder político.

Han trascendido las restricciones en su contra.

Primero fue la indiferencia aparente, el silencio, el desprecio soterrado por esas ideas formuladas desde militancias revolucionarias incuestionables.

Luego se procuró que ese debate no pasara más allá de los límites de los pequeños encuentros y del Internet, por demás sumamente restringidos. Con aislamientos y controles después de sus primeros impactos en órganos radiales, televisados o escritos; sin faltar las estigmatizaciones, las descalificaciones por encargo o a cargo cuadros dogmatizados, así como las acciones administrativas puntuales.
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La intolerancia se refuerza a favor del discurso único y eso no es nada bueno.

Y pienso, conociendo al pueblo cubano y a sus componentes revolucionarios, que esto tiende a aislar más al poder actual, a separarlo más de la sociedad y a afectar el prestigio bien ganado de su dirigente histórico; prestigio que hay que preservar por lo que ha sido esa revolución pionera, por lo que representa en el imaginario popular mundial.

Nueva vez la “clase imprevista” que ejerce el poder detrás del trono quiere hacer de las suyas, dispuesta a la restauración paulatina del capitalismo actual y presta a contraponerse a la necesidad de las nuevas transformaciones socialistas, de la transición del estatismo al socialismo participativo; sin importarle que con su resistencia a los nuevos cambios revolucionarios podría desatar demonios que solo favorecen a la difícil, pero deseada por sus pérfidos beneficiarios, contrarrevolución de factura imperial.

La disyuntiva es fuerte y a penas comienza a desplegarse. Podría durar más o menos tiempo su desenlace, obviamente impredecible. Pero todo indica que en el intervalo más o menos largo entre lo existente y el porvenir, el inmovilismo solo podría ofrecer más degeneración burocrática y más militarización.

Por lo que vale Cuba con su revolución, por lo que representa para el proceso continental y mundial, lo deseable es el crecimiento progresivo de las fuerzas a favor de un cambio impregnado de orientación socialista civilista y democrática, el aislamiento de la resistencia burocrática y su declinación progresiva a consecuencia de la conciencia que se acumule en su contra.

Cuba es una de las pocas revoluciones populares, proletarias, de orientación socialista, que surgida en siglo XX, tiene posibilidad de transformarse en el siglo XXI en un proyecto ejemplar de nueva democracia y nuevo socialismo. De los pocos procesos sobrevivientes con potencialidades de renovarse en el sentido del socialismo participativo y de desplegarse dentro de la nueva ola socializante latino-caribeña del siglo XXI.

Compartir en nuestra América el despliegue de esta nueva oleada de cambios democráticos le ofrece notorias ventajas para ese cambio y dejar atrás lo que fracasó en otros sitios y se está agotando en su propio territorio.

Las opciones están cada vez más claras y tienden a bifurcarse en dos caminos con sus matices y peculiaridades: el que podría imponer la subordinación a un capitalismo todavía poderoso, pero en medio de su peor crisis, o el rearme de la utopia como sueño realizable para transitar hacia el nuevo socialismo. Mientras eso no se decide, el estancamiento burocrático y el inmovilismo seguirán reinando.

Yo que me siento comprometido con esa y con todas las revoluciones justicieras, más aun si es continental y mundial, opto desde mis limitados conocimientos, experiencias y percepciones por insistir en la recuperación, renovación, recreación y enriquecimiento de los valores socialistas, inseparables a mi entender de una consecuente actitud de defensa de la vida, la solidaridad colectiva y las libertades de los seres humanos.

Opto así sin vacilar, porque lo que está en juego en este debate de dimensiones plenarias es la posibilidad de acercar o alargar la emancipación de la humanidad, de hacer posible o no en el corto o mediano plazo, la soñada transición socialista, desvirtuada por circunstancias y actores sociales que fueron difíciles de evitar en el pasado inmediato; desvirtuada muy especialmente por la llamada “clase imprevista”, por la burocracia que suplantó en el poder las clases y sectores revolucionarios.

Hay que hacer lo imposible para evitar una derrota estratégica del socialismo en Cuba.

Si ayer el zarpazo contrarrevolucionario tenía carácter de catástrofe política continental, ahora sería peor si el colapso de lo existente y sus consecuencias contra-revolucionaria, o la restauración pacífica del capitalismo privado, tienen lugar en ese país emblemático de la revolución continental.

Fidel cumplió cuando nos dijo que bajo su mandato la revolución cubana no iba a colapsar, cuando afirmó que había que derrumbarla y que sus enemigos no han podido hacerlo.

Cumplió hasta que nuestra América dio inicio a su segunda independencia, actualizó el debate sobre el nuevo socialismo y recuperó la confianza en el cambio, creándose un contexto más promisorio.

Ahora las generaciones revolucionarias más jóvenes, el proletariado cubano y las mujeres de Cuba tienen un desafío sin par: optar por el tránsito al nuevo socialismo, superar el modelo vigente y en crisis, hacer revolución dentro de la revolución. Y esto es enteramente posible sin debilitar en lo más mínimo la militancia antiimperialista y la lucha contra el bloqueo.

El reforzamiento de la acción para derrotar el bloqueo y los planes imperialistas contra Cuba, y la lucha por la transformación antiburocrática y por la transición hacia un nuevo socialismo, se refuerzan mutuamente y posibilitan la mejor opción dentro de la disyuntiva planteada. En absoluto se contraponen. Es la combinación perfecta.

Esa transición, por demás, requiere abrir las compuertas de la participación y la creatividad popular, confiar en la capacidad del pueblo para ser real poder; de más en más sin delegaciones que la mediaticen. Requiere entender que si ese pueblo ha sido capaz de mantenerse en lo esencial como sostén de una revolución inconclusa, bien puede ser protagonista de primer plano de la nueva etapa que implica sobre todo convertirse en dueño y gestor de sus propiedades, empresas, riquezas y del poder político sin intermediarios, y en factor innovador por excelencia.

Los cambios necesarios deben partir de las preservación y fortalecimiento de las conquistas históricas de la revolución, echando solo por la borda lo que no sirve, lo que no funciona, los factores causantes del estancamiento, lo que daña, lo que debilita; apuntando siempre a impedir regresiones desde la lógica del capitalismo, el liberalismo y el neoliberalismo.

Y esos cambios no deben esperar el levantamiento de las adversidades externas (bloqueo, agresividad imperialista), no solo porque eso implica depender de la voluntad del contrario, sino porque los esfuerzos para sostener un modelo que se agota, que resulta cada vez más infuncional y en crisis, puede afectar gravemente la continuidad ascendente del proceso de orientación socialista de acuerdo a las experiencias que arrojan otras situaciones históricas parecidas.

Por demás, los cambios progresivos en Cuba potenciarían sus fuerzas para enfrentar un capitalismo mundial en crisis mayor y nutriría extraordinariamente la perspectiva socialista de la presente ola de cambio continental. Por eso vale decir: bienvenidos serian.

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Nuestra revolución es agria; pero es la nuestra, de todos


Impulsar la Revolución implica abandonar el sistema burocrático-jerarquizado-estatista-asalariado-voluntarista y debatir todos el camino compartido que demanda la unidad del pueblo en su diversidad

Cuba
6-7-2009


En algunos círculos revolucionarios, cansados ya de tanto esperar a que caigan del cielo los cambios necesarios y prometidos, he escuchado criterios tales como que la Revolución ya “se perdió”, ya lo que tenemos es una “caricatura de Revolución”, o que la Revolución se acabó hace tiempo. También, otros tienden a identificar Revolución con alguna entidad: los líderes históricos, el Partido, el gobierno o el estado.
Carlos Marx en su prologo de la contribución a la critica de la Economía Política expresa: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social”. (1)
Según esta concepción marxista, la revolución es un proceso político, económico y social que abarca toda una época histórica en la cual se producirían los cambios en las relaciones de producción, por lo cual todas las personas que viven en una sociedad en revolución, se ven envueltas, son partícipes de ese proceso.
Dicho proceso se verifica en la permanente unidad y lucha de muchos contrarios; en la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos que se dan en pequeña, mediana y gran escala y en la sistemática negación de lo viejo por lo nuevo que surge de su seno. Los contrarios antagónicos y no antagónicos, son partes del proceso y sin su existencia, sin la lucha entre ellos no habría desarrollo ni revolución. Cuando esos fenómenos se detienen, se estancan porque la inercia se impone al movimiento, sobreviene la involución, el deslizamiento hacia atrás. El avance no es siempre rectilíneo hacia arriba, sino en espiral, de manera que por momentos pareciera que se está volviendo al punto anterior y también pudiera ocurrir así.
Para implantarse el feudalismo y luego el capitalismo, los respectivos procesos sufrieron altas y bajas, avances y retrocesos que no en menor cuantía ya han venido afectando a los intentos socialistas. Muchos revolucionarios aspiramos, a veces, a tratar de alcanzar en vida todas las metas que, en verdad, corresponden a varias generaciones, por lo cual cada una debería considerar que no es más que un eslabón en una cadena de generaciones revolucionarias, cada una de las cuales debe definir cómo desea enfrentar la etapa que le corresponde vivir y garantizar el engarce con el siguiente eslabón.
En nuestro caso, dado el nivel alcanzado por las fuerzas productivas y el predominio de las relaciones de producción capitalistas, la Revolución Cubana de 1959, que comenzó estimulada por la lucha contra un régimen tiránico, por el restablecimiento de la democracia burguesa, avanzó atropelladamente por su fase democrática y rápida y paralelamente asumió la etapa agraria que tenía que ser antiimperialista por la estructura de la propiedad y de la economía cubanas y se adentró muy temprano en la socialista con el conjunto de medidas que favorecieron los intereses de las grandes mayorías y la temprana formación de un sistema de cooperativas agrícolas (productoras básicamente de caña) en las tierras confiscadas al capital extranjero (2).
Ante el aumento de las agresiones de todo tipo por parte del Imperialismo y por la amenaza de agresión directa después de su derrota en Girón, hubo un rápido acercamiento económico, político y militar a la URSS, que produjo un reforzamiento de las corrientes estato-centristas en la correlación interna de fuerzas, precisamente, cuando se estaban creando las condiciones para avanzar en la socialización de la economía, dados los altos índices de nacionalización de la industria y los servicios, los crecimientos económicos alcanzados en los primeros años, el mejoramiento del nivel de vida de las clases trabajadoras, los triunfos sobre la contrarrevolución y el imperialismo y la culminación exitosa de la Campaña de Alfabetización, grandes olas sobre cuyas cretas avanzaba la revolución en esos momentos.
El temprano aumento de esas influencias, que predominaban en el movimiento revolucionario del Siglo XX y que pusieron el desarrollismo tecnócrata por encima de los cambios en las relaciones de producción, de las asalariadas a las asociadas, llevó al estancamiento en el proceso de socialización de la propiedad, la apropiación y las decisiones, fenómeno regresivo que se constató claramente en febrero-marzo de 1962 cuando la nueva dirección del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria) inició el desmontaje de las cooperativas cañeras, convirtiéndolas en granjas del pueblo, descooperativizando y devolviendo el carácter de asalariado, de nuevo, a más de 100 mil trabajadores. Ese proceso anti-socialización tuvo un reforzamiento con la “ofensiva revolucionaria del 68” que eliminó con una sola ráfaga la pequeña producción mercantil simple, salvo la campesina que se vio desde entonces acosada por todo tipo de regulaciones y disposiciones sobre qué sembrar, a quién vender, cómo y dónde hacerlo y a cuáles precios.
Todo eso, vulnerando la idea martiana de la repartición de la propiedad como base socio-económica de la Nueva Cuba que propugnara el Apóstol y que Fidel enarbolara dialécticamente en el programa del Moncada, nunca concluido, por la asunción del esquema neo estalinista que quiso convertir en dogma para toda revolución, pensamientos y acciones de Lenin propios para la Rusia de entonces. La obra de Stalin “Cuestiones del Leninismo” fue la gran matriz del dogmatismo y el manualismo que todavía hoy persisten en la filosofía política de no pocos revolucionarios.
El esquema neo estalinista partía del estado como sujeto principal del cambio, en lugar del ser humano, de los trabajadores organizados en nuevas formas de producir y vivir. Por eso luego predominó la concepción estatista de “socialización de los excedentes desde el poder centralizado”, que ciertamente garantizó altos niveles de educación y salud pública para nuestro pueblo, pero que resultó insuficiente para garantizar la reproducción ampliada de la industria y los servicios, el desarrollo armónico y proporcional de las ramas y regiones y desde luego para satisfacer las necesidades de los trabajadores y el pueblo todo, que van mucho más allá de esos logros, a la vez, bases imprescindibles de la ulterior socialización y fuentes de nuevas necesidades de las masas. Lógicamente, tampoco el estado-sujeto jerarquizado que explota monopólicamente trabajo asalariado, podría ser capaz de producir una nueva conciencia social diferente a la tradicional individualista-consumista por mucha educación y propaganda de orientación socialista intentada.
Una de las peores limitaciones del esquema neo-estalinista adoptado por el estado cubano “en nombre del socialismo y la clase obrera”, fue el cercenamiento de las iniciativas de las masas y de los individuos por el exceso de centralización de las decisiones y las restricciones impuestas a la participación de todos en la construcción colectiva del imaginario social cubano a partir del cuerpo de ideas profundamente libertarias y democráticas que nos legara el pensamiento martiano. Si la revolución rusa fue marxista-leninista; marxista por los valores generales de la dialéctica-materialista de Marx y leninista por las peculiaridades rusas que supo interpretar Lenin, la nuestra tendría que ser marxista-martiana, más allá de toda proclamación.
La permanente amenaza de agresión imperialista generó la necesidad de concentrar a muchos de los más capacitados y mejores cuadros de la Revolución en las tareas de la defensa y demandó la concentración de medios y recursos en esa esfera, situación que unida a la propia forma en que se derrocó la tiranía de Batista, por la vía de las armas y la guerra y a la realidad objetiva de una economía centralizada estatalmente, ha estimulado el predominio de concepciones verticalistas, jerárquicas, paternalistas, autoritarias, militaristas, policíacas, secretistas y de hiper-liderazgo adultocéntrico que han contribuido a frenar los necesarios procesos participativos, democráticos, de horizontalidad, dispersión del poder y renovación que debieran caracterizar al socialismo.
Todos esos factores si bien no justifican el actual estancamiento del proceso de socialización, explican las dificultades que confrontamos los revolucionarios y comunistas cubanos para entablar un dialogo constructivo integral, tolerante e inclusivo capaz de profundizar nuestra Revolución, que junto a tantos triunfos en muchos campos tiene no pocos agrios sabores, pero es la que nos corresponde hacer avanzar o resignarnos a la restauración capitalista-privada traída por la mano de una burocracia cada vez más alejada de los intereses, las realidades y el nivel de vida del pueblo.
En esos mismos círculos se precisó: la revolución, ese proceso que involucra y afecta de una u otra manera a todos, no pertenece a sus dirigentes, al partido o a las instituciones estatales; tampoco es algo externo a la actividad de las masas, no es obra de elites, sino de multitudes. Participar de la Revolución no es un derecho que se otorga por alguien o por algo, pues en Cuba nos lo legaron nuestros padres y abuelos con sus luchas, como todo humano nace con todos los derechos, sin que dependan de algunos deberes particulares.
La Revolución nos pertenece a todos los que le hemos dedicado nuestras vidas, a todos los trabajadores y en definitiva a todo el pueblo de Cuba que es el que ha llevado sobre sus hombros todo el peso de los sacrificios que se han hecho para traerla hasta aquí y son los que han resistido y pagado el mayor precio por la agresión y el bloqueo del imperialismo.
Pero sobre todo pertenece a los jóvenes, que son los que van a vivir “la construcción” que se está haciendo. Cada cubano, independientemente incluso de sus ideas políticas, religiosas o sociales en general, puede y debe sentir y decir: la revolución soy yo y actuar en consecuencia para hacer realidad la socialización del poder, de la propiedad y la democracia. No se trata de hacer otra revolución distinta o ponerse frente a ésta, sino de llevar esta que es nuestra, de todos, a planos superiores.
Algunos tratan de estigmatizar como “contrarrevolucionarios” a todos aquellos cubanos que no están de acuerdo o están insatisfechos con leyes y decretos emitidos por el gobierno o alguna de sus instituciones, cuando la práctica ha demostrado que son precisamente algunos de esos edictos los que tienen carácter contrarrevolucionario y anti-socialista por obstaculizar la socialización. Esa manera de tratar de dividir al pueblo en bandos políticos prediseñados y opuestos, perjudica la Revolución y recuerda los nefastos métodos del estalinismo que tanto daño hicieron a la causa socialista.
Nuestra Revolución debemos y tenemos que defenderla con las armas en las manos, si es necesario, de ese enemigo imperialista que siempre ha querido apoderarse de Cuba, por las malas o por las buenas, pero cada día tenemos que defenderla de sus propios errores, de los que quieren secuestrarla para realizar sus proyectos personales hegemónicos o convertirla en el gran negocio privado de unos pocos; de los que pretenden “editarla” como si fuera un video que cortan, ordenan y pegan de acuerdo con su personal e interesado guión, de las desviaciones a las que la está conduciendo una burocracia que ejercita el poder en forma absoluta, sin control alguno del pueblo, de los trabajadores, de la sociedad, de otras instituciones y organizaciones que no sean las que responden a ella misma.
Defender la revolución solamente a partir del reconocimiento de los logros, de la apología constante de lo alcanzado, de las edulcoraciones de la realidad, pretendiendo sacrificar el futuro de todos en el altar del actual capitalismo monopolista de estado que se fortaleció en el Período Especial con sus medidas proto-capitalistas, sería postrarla en el inmovilismo presente que ha ido creando las condiciones para la restauración del capitalismo privado, por la ausencia, debería decirse obstrucción, del debate social necesario democrático y horizontal, crítico, práctico y científico del modelo estatista asalariado fracasado en todas partes donde se ha intentado, enemigo y obstáculo principal de los cambios imprescindibles.
Los que cooperan con nuestra revolución desde una solidaridad efectiva como el gobierno hermano del Presidente Chávez, los Pastores por la Paz, o los grupos que se movilizan para exigir la liberación de nuestros 5 compañeros o el levantamiento del bloqueo, merecen todo nuestro agradecimiento. Los que se dedican a la apología, a cantar loas, a minimizar nuestros problemas para ser invitados a eventos y pasar vacaciones pagadas en los hoteles cubanos a costa de los sacrificios de nuestro pueblo, nunca aportaron un ápice de avance a la Revolución y por el contrario están contribuyendo al desastre presagiado por Fidel en septiembre de 2005.
Nuestras Revolución es agria, pero es la nuestra, es la cubana, la que iniciara Céspedes en el 68, revitalizara Martí en el 95, la que quisieron rescatar Quintín Bandera y la generación del 30, la que volvió a arrancar en el Moncada y tuvo su clarinada en el 59, la que queremos hacer avanzar hoy hacia a un socialismo auténtico. Toda ella tiene claros hilos conductores: han sido luchas por la independencia, por la libertad plena del hombre, por la participación democrática en la toma de decisiones, por la repartición-socialización de la propiedad, contra la esclavitud que antes fue directa y luego se ha escondido tras el salario, por la justicia social, contra todas las formas de discriminación y por el humanismo.
Nos toca a todos los cubanos, incluidos a nuestros sinceros amigos en otros países, hacerla avanzar por el bien de nosotros mismos y de la revolución social americana que aquí empezó; pero eso demanda echar a un lado el sistema burocrático centralizado vertical jerarquizado y asalariado de dirección económica y política, junto con la apología y el voluntarismo concomitantes y acabar de debatir entre todos el camino compartido por donde vamos a guiar nuestros pasos en esta difícil coyuntura internacional que demanda la unidad de todo nuestro pueblo en su diversidad. Un pueblo dividido es un pueblo débil, fácil victima de las hegemonías internas y externas.
No se trata de construir la nueva Cuba mejor posible contra alguien o contra algo, se trata de hacerlo “con todos y para el bien de todos”.

La Habana, 4 de julio de 2009


1- C. Marx. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C. Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973.2- Ejemplo cubano de socialización: las cooperativas cañeras 1960-62 (I y II)

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Pedro Campos en Kaos en la Red

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