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miércoles, 23 de julio de 2008

COOPERATIVA, COOPERATIVISMO Y AUTOGESTION SOCIALISTA

Por: Pedro Campos

Tres conceptos claves de la economía política del socialismo.

Nunca serán suficientes el tiempo y el espacio dedicados a tratar de esclarecer las diferencias y relaciones entre la cooperativa, el cooperativismo y la autogestión socialista, tres de los conceptos claves de la economía política del socialismo, toda vez que de su comprensión dependerá, en gran medida, que se pueda llegar a entender el carácter de las nuevas relaciones de producción en el socialismo, sus formas fundamentales de propiedad y las ideas centrales del Socialismo Participativo y Democrático (SPD).

La cooperativa es una forma colectiva específica de propiedad que surge en el seno del sistema capitalista, estructurada sobre la unión voluntaria de varios propietarios de medios de producción (para fines de la producción agrícola, industrial o de servicios) que, puestos de acuerdo explotan en común esos medios. No es la única forma de propiedad en el socialismo.

El cooperativismo o autogestión es la manera en que se organiza la producción, el trabajo, en las cooperativas, caracterizada por la propiedad colectiva sobre los medios de producción, la gestión democrática (elección de la dirección, planificación de la producción, búsqueda de recursos, inversiones, comercialización de los productos y otros) y la distribución equitativa (justa, no igualitaria) de una parte de las utilidades. Es el nuevo tipo de relaciones de producción. El cooperativismo o autogestión obrera es al socialismo, lo que el trabajo asalariado es el capitalismo.

La Autogestión Socialista (AS) es la forma general integral del funcionamiento de la sociedad socialista que implica la generalización de las propiedades del sistema cooperativista o autogestionario a todas y cada una las instituciones de su superestructura y a toda la sociedad en su conjunto, ajustando el funcionamiento diferenciado a las que se alimentan del presupuesto estatal o comunal (salud, educación y otras). El ser social generado por las relaciones cooperativistas de producción, y sus principios colectivistas, democráticos, solidarios, libertarios, justos y humanistas inherentes a sus formas de propiedad, gestión y distribución, es lo que dará lugar a una nueva conciencia social socialista. La conciencia individual es otro fenómeno y tiene otras causas y manifestaciones. Para consolidarse, la AS deberá extenderse, al menos, a un grupo de países.

La Autogestión Socialista se diferencia de la yugoslava en que además de empresarial, es social, sus atributos organizativos se asumen por toda la organización comunal y social y por este contenido social, naturalmente tiende a la sustitución del mercado por la planificación democrática y a la transformación del intercambio de mercancías por el intercambio de equivalentes, a la creación de Uniones de Asociaciones y a la formación de una gran unión de cooperativas, en un plan común, como previó Marx. Procesos que no se imponen, sino que derivan de la propia naturaleza del régimen de producción al socializarse. Diverge de la autogestión administrativa burguesa, en que ésta sólo brinda participación limitada y dividida a los trabajadores en la propiedad (por acciones), en la gestión y en una parte pequeña de las ganancias, sin afectar el grueso de la plusvalía.

Con toda precisión Carlos Marx identificó como el nuevo régimen de producción a la forma en que las cooperativas organizan la producción, en el Capítulo XXVII del Tomo III del Capital “El Papel del Crédito en la Producción Capitalista”, al señalar:

“... Las fábricas cooperativas de los obreros mismos son, dentro de la forma tradicional, la primera brecha abierta en ella, a pesar de que, dondequiera que existen, su organización efectiva presenta, naturalmente, y no puede por menos de presentar, todos los defectos del sistema existente. Pero dentro de estas fábricas aparece abolido el antagonismo entre el capital y el trabajo, aunque, por el momento, solamente bajo una forma en que los obreros asociados son sus propios capitalistas, es decir, emplean los medios de producción para valorizar su propio trabajo. ...
… Estas fábricas demuestran cómo al llegar una determinada fase de desarrollo de las fuerzas materiales productivas y de formas sociales de producción adecuadas a ellas, del seno de un régimen de producción surge y se desarrolla naturalmente otro nuevo.”

Igualmente en muchos escritos Marx dejó bien establecido que la clase trabajadora tendría que proponerse la abolición del trabajo asalariado y sustituirlo por la nueva forma de producción cooperativa. En la Guerra civil en Francia, donde analizó la Comuna de París, señaló: “... si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de sustituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, más que el comunismo, comunismo “realizable”?…”

De manera que cuando los partidarios del Socialismo Participativo y Democrático, SPD, abogamos por el desarrollo del cooperativismo o autogestión obrera, por la extensión de las nuevas relaciones cooperativistas-autogestionarias, no nos estamos refiriendo, como creen algunos, al simple establecimiento de cooperativas cuyas primeras formas existían ya desde los albores del capitalismo, sino a la ampliación y generalización a toda la organización productiva y social del sistema de trabajo que surgió en las cooperativas.

La propiedad sobre los medios de producción asume como apellido la forma en que son explotados, por lo cual la simple clasificación de la propiedad en privada o social, no abarca todo el significado de una propiedad específica en un nivel de desarrollo histórico determinado. Hubo propiedad privada en la esclavitud, en el feudalismo, en el capitalismo y también habrá propiedad privada en el socialismo, como hubo formas de propiedad “social” en función de la sociedad en todas las formaciones socioeconómicas anteriores, las llamadas tierras del estado, las comunales, y las empresas que siempre ha explotado estatalmente el capitalismo.

La propiedad capitalista es la que se explota en forma capitalista, por medio del trabajo asalariado y con el fin determinado de obtener ganancias a través de la plusvalía. La propiedad socialista es la que se explota en base a las nuevas relaciones socialistas de producción cooperativas-autogestionarias y su propósito principal es la realización de la justicia social. Así la propiedad y la forma de su explotación van unidas, aunque puedan describirse separadamente.

Pero las cooperativas solas, aisladas en el capitalismo, si bien funcionan en forma socialista a lo interno de la cooperativa, están inmersas en un mar de capitalismo y como escribió Marx “ no pueden por menos de presentar, todos los defectos del sistema existente”, de manera que las cooperativas asumirán una forma socialista en sus relaciones externas solo cuando el poder político esté en manos de los trabajadores y la sociedad en su conjunto avance al predominio de las nuevas relaciones cooperativas, lo que permitirá que entre las Asociaciones Económicas empiecen a desarrollarse formas de intercambio distintas a las típicas del mercado capitalista.

De acuerdo con la práctica histórica, las formas más comunes de la propiedad socialista parecen ser: la cooperativa, propiamente dicha, la asociación autogestionada y la asociación cogestionada (entre el estado o nivel comunal correspondiente y los trabajadores). Existen otras denominaciones utilizadas por distintos especialistas, pero sus rasgos esenciales son los mismos. Estas formas serían comunes para la agricultura, la industria y los servicios y que sean de un tipo u otro dependerá de las propias características concretas de los medios de producción, forma de adquisición, volumen e importancia de los mismos.

Cooperativa. Es la cooperativa tradicional, las primeras que surgieron en el capitalismo, que puede considerarse la forma de producción socialista inferior, pues los medios de producción aportados son de propiedad original de los trabajadores y generalmente de un bajo nivel de desarrollo. Corresponde a pequeños campesinos unidos, pequeñas empresas industriales o de servicios, más bien de tipo artesanales.

Asociación autogestionada. Sería la entidad económica propiedad de los trabajadores, adquirida o entregada en propiedad por el estado a un grupo específico de trabajadores, sea por cesión de propiedad, venta directa o a través de crédito bancario pagadero según los arreglos establecidos entre el estado o su banco y la empresa autogestionada. Este tipo de propiedad socialista, parece ser la más adecuada para las pequeñas y medianas empresas, debiendo quedar estatuido que son indivisibles e invendibles, y su fusión o unión con otras empresas quedar sujeta a leyes.

Asociación cogestionada (entre el estado y los trabajadores) La propiedad se mantendría total o parcialmente en la Comunidad (el nivel correspondiente, sea nación, provincial, municipio o comunal) y sería explotada en usufructo por los trabajadores que la administran en base a los principios de la autogestión obrera. Parecen las más convenientes para aplicar en las empresas de interés nacional o estratégico, con alto nivel tecnológico, que demandan una enorme cantidad de recursos y personal altamente especializado que solo puede ser aportado por el presupuesto estatal o el capital extranjero en países menos desarrollados. El carácter de propiedad Comunal y en usufructo compartido con los trabajadores, garantizaría que no haya eventuales subestimaciones de los intereses generales de la nación o el surgimiento de tendencias localistas, regionales o sectoriales perjudiciales. Podría haber también una administración compartida, donde exista un representante del estado o Comuna, como preferían llamarle Marx y Engels.

El trabajo por cuenta propia y familiar, es también una forma autogestionaria de producción, pues no explota trabajo ajeno, el mismo dueño es el trabajador que gestiona toda su labor. La imposibilidad de usar trabajo asalariado, el que por explotador debe quedar proscrito en el socialismo, impide a esta forma autogestionaria de producción aunque privada, desarrollar la reproducción ampliada. Por ser menos competitiva y reconfortante, deberá tender en general a integrarse en las formas cooperativas. De manera que la reproducción mercantil simple, es una forma que tiene cabida en el socialismo y cumple multitud de funciones sociales, especialmente relativa a los artistas, artesanos, consultores y otros tipos de trabajo que las nuevas tecnologías están originando.

La adopción mayoritaria del sistema de trabajo cooperativo llevaría de la mano a cambiar el ingreso según el pago de la fuerza de trabajo, el salario, la forma en que lo hace el capitalismo, que se extiende por un tiempo inicial en el socialismo, por la repartición equitativa de una parte de las utilidades, fórmula más justa, que no llega a ser la comunista “según las necesidades”. Tal fórmula posibilita a su vez que se vayan modificando paulatinamente las leyes y categorías de la producción mercantil, como las leyes del valor y de oferta y demanda y el intercambio de mercancías se vaya convirtiendo en intercambio de equivalentes, lo cual supondría ya el triunfo de la sociedad socialista.

El predominio de la Autogestión Socialista en toda la superestructura irá condicionando la desaparición de las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual, en la división general social del trabajo, entre la ciudad y el campo, entre las clases y, finalmente, la transformación paulatina del propio estado hasta su extinción.

Socialismo por la vida.

La Habana, 18 de julio de 2008

Contacto: perucho1949@yahoo.es

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¿Estamos construyendo el socialismo?

Por Pedro Campos Santos.

A partir de la pregunta realizada por el nuevo presidente de Cuba ante la Asamblea Nacional del Poder Popular el 11 de julio pasado, Pedro Campos retoma las medidas tomadas - y las que se deberían tomar - desde la asunción de Raúl Castro

Esa pregunta la hizo el General de Ejército Raúl Castro en su importante primer discurso como nuevo Presidente de Cuba ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 11 de julio pasado, Esta interrogante y otros elementos del discurso sugieren que la dirección actual de la Revolución pudiera estarse acercando ya a un efectivo abordaje del problema fundamental, el determinante, el que tiene que ver con todos los demás problemas de la sociedad cubana y de los cubanos: qué tipo de socialismo queremos.

El tema subyace y se desplaza difusamente por toda la intervención del líder revolucionario cuando se refiere al sentido de pertenencia de los trabajadores; al criticar el burocratismo, el igualitarismo y los excesivos subsidios fuentes de corrupción; al estimular la validez del poder soberano de la Asamblea Nacional por encima del Consejo de Estado; al promover que las leyes sean discutidas por todo el pueblo; al mostrar modesto respeto en el trato hacia los funcionarios; al evidenciar un estilo de dirección colectiva; al llamar nuevamente a todos a pensar y a aportar sobre las soluciones a los problemas planteados, al señalar que las regiones deben resolver ellas mismas sus constructores, maestro y policías y especialmente al reconocer cabida en el socialismo al cooperativismo y al trabajo por cuenta propia además de a las empresas estatales.

También al llamar a “virarse para la tierra”, está haciendo un planteamiento de fondo, más allá de la simple convocatoria a aumentar la producción agrícola. Ya se había dicho: la autosuficiencia alimentaria es un problema de seguridad nacional. Se trataría de un cambio en el esquema que pretende resolver los problemas del país a partir de “una economía de servicios mercantiles” para un mercado capitalista externo y el reconocimiento tácito de su fracaso.

Con este discurso, donde hay un tratamiento a fenómenos medulares de la problemática actual cubana, quedan en un segundo plano los simples llamados a la disciplina y a combatir el “robo” que han estado caracterizando las apelaciones de una parte del aparato burocrático. Para Raúl, los problemas son mucho más graves y complejos, como se observa cuando trata de explicarse la actitud indiferente de los trabajadores y sus soluciones apuntan a las relaciones de producción, propiedad, distribución y consumo, más que a la arenga exhortativa inmovilista.

La propuesta del nuevo anteproyecto de ley de seguridad social contiene algunos elementos que beneficiarían a los trabajadores, pero otros son muy controvertidos, por lo cual pudiera no ser éste el momento más oportuno para su discusión, cuando la gente espera decisiones que claramente beneficien a las mayorías y nos encontramos abocados a un proceso de transformaciones que demandarán mucho apoyo popular. El propio concepto de seguridad social y sus vías de realización en el socialismo merecerían ser reconsiderados.

Aún cuando el nuevo gobierno ha eliminado algunas viejas y absurdas prohibiciones, ha mostrado un estilo de dirección más flexible y tolerante y ha estado dando pasos para tratar de aligerar los problemas más agobiantes como la alimentación, el transporte y la vivienda, todo lo realizado hasta aquí no ha cambiado en nada el esquema básico del cada vez más resquebrajado sistema estatal asalariado que, ya sabemos, conduce al desastre.

La recién anunciada repartición de tierras ociosas pudiera ser un paso en un nuevo camino, si es acompañada de la liberación de la tutela burocrática estatal que frena y desestimula las iniciativas de los colectivos laborales y en cambio, éstos reciben apoyo y créditos del estado. Para el 26 de Julio próximo muchos esperamos otras medidas, de nueva orientación socialista.

Socialismo por la vida

La Habana, 19 de julio de 2008

Contacto: perucho1949@yahoo.es


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jueves, 10 de julio de 2008

Stalin previno la restauración capitalista

Por: Pedro Campos

"El pecado original de esta concepción estuvo en el desconocimiento u ocultamiento por el estalinismo de la concepción cooperativista integral de Carlos Marx sobre el socialismo y en la creencia de que el socialismo se cimentaba en la propiedad estatal y el trabajo asalariado"


Yeltsin toma el poder

La posibilidad de la reversión del proceso revolucionario y la restauración capitalista, siempre fue un tema que preocupó a los líderes del socialismo soviético. En el XI Congreso del Partido Comunista (bolchevique) celebrado en marzo-abril de 1922, Lenin (1) censuraba el "escolasticismo" de Preobrazhenski por insistir éste en que "el capitalismo de estado era capitalismo" al cual Lenin y otros dirigentes del Partido creían necesario consolidar con la NEP y poder controlar por la dirección que ejercía la vanguardia de la clase obrera, el Partido, sobre el estado.

E. Preobrazhenski, (2) en su trabajo "Perspectivas de la Nueva Política Económica" sentenció: "La alianza contra natura entre el estado socialista y el gran capital extranjero fracasa y es reemplazada por una alianza natural entre este último y todas las fuerzas burguesas de Rusia."

En 1928, en su discurso "Sobre el peligro de derecha en el Partido Comunista (bolchevique) de la URSS", (3) Stalin señaló:

"¿Existen en nuestro país, en el país soviético las condiciones que hagan posible la restauración del capitalismo? Sí, existen, tal vez esto parezca extraño, pero es un hecho camaradas? ¿Dónde anidan esas raíces? Anidan en la producción de mercancías, en la pequeña producción de la ciudad y sobre todo del campo. La fuerza del capitalismo reside, como dijo Lenin en la fuerza de la pequeña producción pues esta engendra al capitalismo y a la burguesía constantemente (La enfermedad infantil del izquierdismo?)"

Posteriormente, Stalin hace una argumentación más detallada sobre ese supuesto origen pequeño burgués de la amenaza restauracionista, de donde las conclusiones fundamentales derivadas fueron la necesidad de "eliminar los elementos capitalistas de la ciudad y el campo". Luego de este discurso se abandonaron los principios de la NEP, que habían permitido el desarrollo del capitalismo privado (pequeño y medio), para avanzar aceleradamente a la industrialización bajo dominio pleno del estado en la ciudad, a la promoción de la colectivización forzosa en el campo para poder aplicar la base técnica de la "gran producción moderna" capitalista; a la centralización de la planificación (empiezan los planes quinquenales) y el comercio y a la represión de las "manifestaciones mercantilistas" en la ciudad y el campo, bajo el criterio de que estatización era sinónimo de socialización. La solución fue el desarrollo máximo del capitalismo monopolista de estado.

Se inicia el período de las represiones abiertas contra las "desviaciones de izquierda y derecha, el trotskismo y el bujarinismo" y todos aquellos procesos que condujeron al asesinato de los propios líderes históricos del partido, la represión a los miembros del Buró Político y del Comité Central, la concentración del poder en el Secretario General, el culto a la personalidad y el tenebroso período del estalinismo. Buscando evitar la restauración capitalista, consiguió luego todo lo contrario.

Los historiadores soviéticos siempre consideraron que sin aquel período de desarrollo acelerado de la industria estatal y la cooperativización forzada en el campo, a costa de obreros, campesinos y pequeño burgueses, y la concentración de todo el poder político, militar y económico hubiera sido imposible el desarrollo militar que permitió el enfrentamiento y derrota del fascismo alemán en la II Guerra Mundial. Otros historiadores marxistas, no comprometidos con aquella visión, estiman que fueron precisamente el totalitarismo estalinista y sus políticas represivas durante esos años, los factores principales que aterrorizaron a la burguesía europea, incluida la pequeña y mediana y a parte del movimiento obrero, contribuyeron al aumento de la represión contra la izquierda y los comunistas en Europa y llevaron a la división del frente democrático en el viejo continente, circunstancias que posibilitaron el desarrollo del fascismo, la creación del eje Berlín-Roma-Tokyo y la II Guerra Mundial. ¿Qué engendró qué? Valore Usted.

Lo cierto es que fueron varios los errores conceptuales cometidos por el estalinismo en su análisis sobre las bases de la restauración capitalista, en la identificación de las políticas a seguir y los "blancos" definidos.

El pecado original de esta concepción estuvo en el desconocimiento u ocultamiento por el estalinismo de la concepción cooperativista integral de Carlos Marx sobre el socialismo y en la creencia de que el socialismo se cimentaba en la propiedad estatal y el trabajo asalariado. Dos aberracionesdel "socialismo de estado" que están en la génesis de su autodestrucción como ya se ha explicado ampliamente en otros trabajos de este y otros autores, donde se demuestra que, la esencia de la debacle del "socialismo de estado" o "real", estuvo en no avanzar a las relaciones de producción socialistas (cooperativistas-autogestionarias), mantener el trabajo asalariado y concentrar la propiedad en el aparato burocrático, cuyas partes más corruptas se convirtieron en una nueva burguesía que terminó pactando con el capitalismo internacional y traicionando a la clase trabajadora y al socialismo.

La práctica demostró que el verdadero peligro de restauración no provenía de la pequeña producción mercantil citadina o campesina, sino del sistema estatal asalariado y la excesiva centralización. No fue la pequeña burguesía la que restauró el capitalismo en Rusia, sino la parte aburguesada de la burocracia engendrada por el propio capitalismo de estado sostenido y "controlado" por el Partido vanguardia de la clase obrera. Al parecer, Preobrazhenski en este aspecto no estaba tan desacertado.

Lenin no se equivocaba, ni tampoco Stalin, al señalar que la pequeña burguesía engendraba capitalismo. Eso es verdad, sí, pero en el capitalismo atrasado. Y por eso precisamente en ese capitalismo de estado que ellos mantuvieron y alimentaron, la pequeña burguesía se desarrolló vertiginosamente en apenas dos años y se convirtió en un peligro para las empresas estatales menos rentables y productivas por razones obvias cuando se desarrolló el capitalismo estatal con la NEP, el cual luego Stalin hiperbolizó cuando declaró la guerra a todos los pequeños capitalistas, estatizó los chinchales de todo tipo, violentó la colectivización de los pequeños granjeros y estatizó todo el comercio. Eso no fue llamado ?totalitarismo? por gusto.

Lo que Lenin (4) sí entendió antes de morir y Stalin y sus seguidores nunca comprendieron era que el socialismo para serlo debía pasar del capitalismo de estado a la generalización del sistema cooperativo, dondeciertamente la pequeña producción mercantil simple no tiene ningún futuro, porque demostrado está que el trabajo cooperativo es más productivo, decoroso y estimulante en todos los ordenes. Si la producción mercantil simple tuvo posibilidades de salir adelante en aquel "socialismo" reconocido capitalismo de estado, fue por la incapacidad de su sistema estatal-asalariado parar superar siquiera la productividad que alcanzaban los pequeños negocios.

El error teórico principal estriba, en no entender que la producción mercantil simple, sea individual o familiar, jamás podría tener posibilidades objetivas de pasar a la reproducción ampliada en el nuevo sistema socialista autogestionario por la sencilla razón de que no podría explotar trabajo asalariado, el cual debería quedar -además- prohibido por ley por su carácter explotador. Para prohibirle el trabajo asalariado a los pequeños productores, el estado primero tiene que prohibírselo a sí mismo, lo que solo es posible con el desarrollo de la autogestión obrera socialista. Este mismo factor obligaría de forma natural a la pequeña producción a integrarse paulatinamente ?como norma- al trabajo cooperativo, tendencia que sería lógicamente reforzada por la propia naturaleza autogestionaria de la producción mercantil simple.

De todo esto, queda claro que no se trata de eliminar la pequeña producción mercantil simple para evitar la restauración capitalista, sino de sustituir el sistema estatal de trabajo asalariado por el cooperativo-autogestionario.

Por las propias características de algunas labores puntuales y el desarrollo de nuevas tecnologías que permiten la individualización de trabajos productivos, específicamente artistas, artesanos, consultantes y otros, de todas formas deberá permitir la continuidad de este tipo de organización productiva en forma indefinida.

Por último, si vamos a ser consecuentes con la alianza obrero-campesina como uno de los ejes del triunfo del socialismo; con el comportamiento práctico de la pequeña burguesía durante todos los procesos revolucionarios, donde siempre han apoyado las causas más radicales y han estado en las posiciones de vanguardia; con el análisis clasista de la de la pequeña burguesía como productora directa, que nos lleva a aceptar que ella es también trabajadora; y -por último- con el hecho de que el capitalismo tiende a su destrucción, no podemos menos que reconocer que la pequeña burguesía es naturalmente anticapitalista y tiene un papel importante que jugar en el proceso de la construcción socialista, tanto en su fase inicial revolucionaria como en el período propiamente socialista hasta su natural y no forzada extinción como clase.

N. Bujarin (5) en su escrito "Una nueva revelación sobre la economía soviética o como se puede deshacer el bloque obrero y campesino", luego de reconocer que "la teoría del bloque obrero y campesino es el rasgo original esencial del leninismo", señala: "¿Es cierto que hemos de pasar fatalmente por la destrucción de la pequeña producción agrícola? En nuestra opinión es radicalmente falso. Esta forma de plantear la cuestión no es leninista y de ninguna manera corresponde con la evolución hacia el socialismo?. La práctica parece haberle dado la razón.

En política la creación de un enemigo artificial, solo tiene por objeto evadir el enfrentamiento al real. Convertir a la pequeña burguesía en el enemigo fundamental que engendra capitalismo en el "socialismo de estado" solo sirve para desviar la atención de los trabajadores sobre el verdadero origen de la restauración capitalista: la parte corrupta del aparato burocrático que concentra la propiedad y, por medio del trabajo asalariado, sigue apropiándose y decidiendo sobre los resultados del trabajo de todos, nueva clase burguesa que en todas partes ha preferido pactar con el capital internacional antes que compartir el poder económico y político con los trabajadores.

Según datos recientes de investigadores rusos el 61 % de la clase política actual y el 71 % de los directivos empresariales en la Rusia de hoy provienen de la vieja nomenclatura soviética.

Socialismo por la vida.

La Habana 5 de julio de 2008.
Contacto: perucho1949@yahoo.es

Notas:

1-V.I. Lenin. Discurso de resumen de la discusión sobre el informe político del CC del PC (b) de Rusia. 28 de marzo de 1922 en el XI Congreso. V.I. Lenin. Discursos pronunciados en los Congresos del Partido (1918-1922). Editorial Progreso. Moscú.

2-E. PreobrazhenskiPerspectivas de la Nueva Política Económica. Teoría económica y economía política en la construcción del Socialismo. Ediciones Roca. S.A. México 1974.

3-J. Stalin. Sobre el peligro de derecha en el partido comunista (bolchevique) de la URSS. 19 de octubre de 1928. Cuestiones del Leninismo. Ediciones en lenguas extranjeras. Moscú 1946.

3-V.I. Lenin. Sobre la cooperativización. T- XXXIII. O.C. Editora Política. La Habana.1964

4-N. Bujarin. Una nueva revelación sobre la economía soviética o como se puede deshacer el bloque obrero y campesino. Teoría económica y economía política en la construcción del Socialismo. Ediciones Roca. S.A. México 1974.

Artículos y ensayos relacionados en:

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martes, 24 de junio de 2008

Estado, libertad y estímulo en el socialismo (1ra de tres partes)

Estado y socialismo

Por Pedro Campos Santos


“En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra”
F. Engels

En carta a Bebel el 18-28 de marzo de 1875, Engels escribió:

“Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta esto del “estado Popular”, a pesar de que la obra de Marx contra Proudhon y luego el Manifiesto Comunista dicen claramente que con la implantación del régimen social socialista, el estado se disolverá por si mismo, y desparecerá. Siendo el Estado una institución meramente transitoria… Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra Comunidad (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa Commune”.

Luego de leer este pasaje, no pueden quedar dudas sobre la forma en que los fundadores concebían el estado socialista: al estilo del de la Comuna de París, en franco proceso de disolución, con carácter transitorio, algo que no será ya un estado “en el verdadero sentido de la palabra” y para rematar, sugerían que ya ni estado se le llamara, si no Comuna.

La práctica del socialismo real del siglo XX les dio la razón a ellos y a todos los revolucionarios que pensaron en la necesaria extinción del estado como parte de la construcción socialista. En este párrafo, Engels señala que “el estado se disolverá por sí mismo” en el nuevo régimen social, sin embargo se hace necesario determinar por qué ocurrió todo lo contrario.

La lógica del pensamiento de Marx y de Engels, sus formas de considerar todos los fenómenos en concatenación como causas y efectos e identificar siempre las últimas instancias, sugieren que si el “estado no se disolvió por sí mismo” como ellos esperaban “en el nuevo régimen”, es sencillamente porque nunca existió “el nuevo régimen social socialista”.

Al respecto, en su obra Del socialismo utópico al socialismo científico, escrita en 1880 por Engels, éste precisó: “El estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, es el estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas suma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza. Más al llegar a la cúspide se derrumba. La propiedad del estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno, el medio formal, el resorte para llegar a la solución. Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción”.

Y nunca hubo “régimen social socialista” porque nunca en aquellos países, que sí llegaron a iniciar su construcción con la concentración inicial de la propiedad en el estado, no fueron capaces de “armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción”, pues no sustituyeron el trabajo asalariado por el cooperativo-autogestionario, las nuevas relaciones socialistas de producción, que de haber llegado a ser predominantes, sí hubieran posibilitado que la gestión administrativa de la sociedad pasara a manos de los trabajadores y el pueblo, en lugar de quedarse bajo el control del aparato estatal burocrático autoritario, heredado del sistema burgués, al que solo cambiaron los nombres de los ministros. Los estalinistas que reasumieron la forma burguesa de estado, creían que habían cambiado su esencia porque “ahora estaba en manos de los representantes” del proletariado.

La disolución paulatina del estado hubiera sido la consecuencia natural del la socialización de la apropiación, la auto-administración que engendrarían las nuevas relaciones socialistas de producción, los principios del cooperativismo: propiedad o usufructo colectivo, gestión democrática y repartición equitativa del plus-trabajo. El estado de nuevo tipo, La Comuna, así surgida y desarrollada, no conllevaría el autoritarismo propio de las relaciones capitalistas asalariadas de producción, donde los dueños de capital explotan a los trabajadores que se ven obligados aceptar su situación por carecer de medios de producción, ni por tanto demandaría los sistemas policiales, judiciales y carcelarios que le son afines.

Si en el socialismo “real” esos sistemas represivos continuaron y hasta se desarrollaron, fue precisamente porque subsistieron las condiciones que los engendraron, es decir las relaciones de producción típicas del capitalismo, sustentadas en el trabajo asalariado, solo que ahora el papel de los capitalistas es asumido por el aparato burocrático estatal.

El “socialismo de estado”, para garantizar el control sobre los medios de producción expropiados a los capitalistas, como no los entregó a los trabajadores en propiedad ni usufructo, se vio obligado a mantener esos aparatos represivos y crear otros para proteger “las propiedades e intereses del estado”.

En la Comuna de París, los trabajadores, eran al mismo tiempo los custodios de los medios de producción, también eran los que integraban los órganos de justicia y eran al mismo tiempo los soldados que lucharon en las barricadas.

El estado es una institución clasista y solo tiene sentido para defender los intereses de una clase contra otra. El socialismo, que debe tender, por naturaleza, a la desaparición de las diferencias entre las clases sociales, puesto que elimina las bases de su existencia al socializar la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción (no la propiedad privada individual, ni sobre medios individuales de producción), lógicamente debe tender a la desaparición de los instrumentos de dominación de una clase sobre otra. De manera que el mantenimiento de los órganos de represión del estado es, por tanto, un claro indicativo de hasta dónde es real el avance del socialismo.

Pero mientras las clases expropiadas hagan resistencia y exista el imperialismo, los trabajadores y el pueblo tendrán que estar organizados militarmente y con capacidad para derrotar al enemigo, preferiblemente por “no presentación”, pues como han señalado los grandes estrategas militares de la historia: “la mejor manera de ganar la guerra es evitarla”.

Esa fuerza militar del pueblo y para el pueblo, debe estar integrada y conformada principalmente por los propios trabajadores organizados territorialmente en milicias, con un cuerpo de especialistas profesionales, mantenido económicamente por los trabajadores, capaces de defender sus zonas de defensa y medios de producción y vida.

La historia reciente ha demostrado que la defensa de las Revoluciones no radica en la calidad técnica ni la cantidad del armamento, por sí solas, sino en el apoyo del pueblo al proyecto político social y su disposición a defenderlo por medio de la guerra popular revolucionaria armada, con participación de todos, contra el eventual enemigo; por lo cual el concepto de Seguridad Nacional abarca no solo las fuerzas armadas, sino también la economía, la política, la ideología, la cultura y otros aspectos en su integración orgánica.

El análisis de la experiencia actual china, muestra como la creación de una casta burocrático-militar que controla a su vez el aparato político, termina creyéndose dueña ella de los medios de producción, los recursos naturales y la fuerza de trabajo que trata como un capital más que se vende al mejor postor. Esa casta burocrático-militar en China, con tal de mantener el “control” sobre el país, los recursos y los medios de producción, ha terminado aliándose al capital internacional en la explotación asalariada de la clase trabajadora, entregándole -de hecho- el más importante de los recursos productivos: la fuerza de trabajo, hasta ofertarla como “ejército de reserva asalariada” contra el resto de los trabajadores del mundo, uno de los principales factores del actual disloque económico mundial.

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Estado, libertad y estímulo en el socialismo. (2da parte)

¿Qué libertad, qué igualdad? Mientras el ser humano tenga que venderse como fuerza de trabajo y no pueda disponer de medios de producción propios, colectivos o individuales, no será libre ni igual.

Por: Pedro Campos

Las ideas de la igualdad y de la libertad entre los seres humanos son tan viejas como los seres humanos mismos, pero vinieron a convertirse en bandera casi universal a partir de la Revolución Francesa que enarboló las consignas de igualdad, libertad y fraternidad.

Los revolucionarios burgueses lucharon por esos ideales buscando llegar a alcanzar niveles sociales y políticos similares a los de la nobleza. Tales ideas mágicas arrastraban tras sí a los trabajadores que, liberados de su condición de siervos, esclavos o semiesclavos serían la fuerza, la energía que movía el motor de aquellas revoluciones.

Los humanistas de distintos signos clasistas, creyeron que la igualdad y la libertad podrían alcanzarse por la buena voluntad de los seres humanos, las buenas leyes, por la educación en principios altruistas y nobles. Los socialistas utópicos se acercaron, como ningunos otros a la creación de condiciones objetivas que llevaran a una verdadera igualdad y la liberación de los seres humanos.

Las revoluciones burguesas habían liberado de sus vínculos feudales a los trabajadores que eran ahora libres de poder vender su fuerza de trabajo al mejor postor y podrían disfrutar en “igualdad” de condiciones de todos los derechos consagrados en las constituciones burguesas. Eran libres e iguales ante la ley. Pero las leyes eran hechas por los burgueses para proteger sus intereses clasistas y además tenían el poder político y económico para imponerlas.

Fue Carlos Marx, quien vino a descifrar y establecer el vínculo indisoluble entre estos conceptos y la realidad material, quien identificó que no había, ni podría haber igualdad ni libertad plenas, ni –desde luego- justicia, mientras no existieran las condiciones materiales objetivas que lo permitieran, mientras los seres humanos tuvieran que depender de otros para poder lograr su sustento, mientras tuvieran que verse obligados a vender su fuerza de trabajo (una moderna forma de esclavitud) a los dueños de los medios de producción, como una mercancía más.

Ni libertad, ni igualdad, ni justicia verdaderas puede haber en una sociedad donde unos son dueños de medios de producción y otros sólo de su fuerza de trabajo, para la cual no siempre encuentran comprador; donde unos poseen riquezay otros no son dueños de nada; donde unos compran la justicia y otros no pueden pagar ni un abogado; donde unos tienen dinero para disponer y hacer lo que deseen, y otros carecen de los necesario para alimentarse, vestirse, calzarse y techarse; donde, en fin, hay una sociedad dividida en clases, una de las cuales, minoritaria, explota y vive de la otra, mayoritaria.

La comprensión de esa realidad, de que el trabajo asalariado no era más que una nueva forma de esclavitud, es una de las bases principales del socialismo moderno y lo que llevó a los clásicos, a Marx específicamente, a identificar en El Capital todos los hilos de la madeja del sistema de explotación asalariado del capitalismo, desde la acumulación originaria de las tierras y el capital, hasta el desarrollo industrial y fabril con la maquinaria de vapor y su concentración de obreros y capital, que llegaron a vivir ellos.

Marx identificó claramente que el trabajador “despojado” de su condición de siervo, era ahora libre, sí, pero para ser libremente explotado por los dueños de capital y de los medios de producción. Y ser libre para ser explotado no es ser libre ni igual. El asalariado, al tener que vender al mejor, o peor, postor su trabajo, se ve obligado a depender del empleador, a responder incluso a sus intereses, a servirle. Es por eso que en el mundo capitalista una buena parte de los asalariados son sostenedores de ese orden, obligados por sus patrones a participar de sus partidos y organizaciones políticas y a reproducir el sistema. La libertad para la burguesía es esencialmente libertad para explotar, mercar y lucrar.

¿Cómo convertir en verdaderamente libres e iguales a los esclavos modernos, a los trabajadores manuales e intelectuales asalariados, obligados a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir? Marx comprendió que eso sólo era posible con la abolición del trabajo asalariado y buscó la realización práctica de la libertad y la igualdad en unas nuevas relaciones de producción, donde el ser humano no fuera una mercancía más, vendible o comprable, de lo cual dependiera su existencia.

¿Cual sería la forma en que el ser humano dejaría de ser mercancía? Sólo cuando no se viera obligado a venderse a dueños de medios de producción, cuando él fuera también dueño de tales medios, para lo cual tenían que dejar de ser propiedad privada de alguien, para convertirse en propiedad colectiva, de manera que los seres humanos no tuvieran que depender de otros que le alquilasen o comprasen su fuerza de trabajo, y el sistema de trabajo asalariado se transformara así en una nueva forma de organización del trabajo, donde el hombre fuera a la vez dueño y productor, al fin verdaderamente igual que los demás ante los medios de producción y verdaderamente libre de su condición de esclavo moderno, pues ya por ser dueño, no tendría que trabajar para nadie, sino sólo para sí.

Era la desenajenación del trabajo. La forma de resolver la gran contradicción capitalista entre la producción social y la apropiación privada: haciendo también social la apropiación.

Marx encontró esa solución en las relaciones de trabajo que existían en las cooperativas formadas por los propios trabajadores, donde desaparecía la contradicción entre “el capital y el trabajo”, entre la producción y la apropiación, entre el dueño y el trabajador, donde los mismos que producían era los dueños, decidían democráticamente la gestión y repartían equitativamente (equidad no es sinónimo de igualdad, sino de justicia) las utilidades.

El socialismo de estado que se agenció todas las características del capitalismo monopolista de estado, nacionalizó la propiedad y la concentró, aún más que el capitalismo, en manos del aparato burocrático estatal todo-poseedor, que al monopolizar el mercado del trabajo anulaba su competencia y aumentaba su dependencia del capital, ahora estatal. El resultado fue el estancamiento del proceso hacia la igualdad y libertad plenas que se suponía al socialismo, donde los seres humanos serían iguales y libres porque ya no tendrían que vender su fuerza de trabajo y estarían en las mismas condiciones que todos los demás ante los medios de producción, serían igualmente dueños reales, no nominales.

Mientras el ser humano tenga que venderse como fuerza de trabajo para subsistir, a un privado o a un estado, mientras no pueda disponer de medios propios de producción (colectivos o individuales), no será libre ni igual, por muchas leyes que lo promulguen y enarbolen, por la sencilla razón de que seguirá siendo un asalariado, una mercancía, un algo que se tiene que vender para subsistir y puede o no comprarse, por las razones que sean.

Sólo es posible garantizar que todos y cada uno de los individuos posean medios de producción propios o en usufructo, en un sistema complejo basado fundamentalmente en la propiedad colectiva, cooperativa, autogestionaria y cogestionaria (trabajadores y estado), que incluya la pequeña propiedad individual o familiar y organice mayoritariamente el trabajo en forma cooperativa-autogestionaria, donde la propiedad colectiva, la gestión democrática y la repartición equitativa del plus-trabajo posibiliten a cada ser humano ser libre, dueño y decisor de su destino, condiciones reales de igualdad, que siempre se verificarán en un destino social, común, pues los hombres solos, aislados, sin vínculos de interdependencia con los demás no son seres humanos, sino bestias, como lo son en el capitalismo donde el lobo del hombre, es el hombre mismo.

“El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa”, se expresa en el Manifiesto Comunista, puesto que la propiedad lleva como apellido la forma de su explotación. La propiedad o el usufructo del colectivo de trabajadores que convierte en propietarios o usufructuarios libres y asociados a cada uno de los productores en forma individual, no es propiedad capitalista sino cooperativa, porque no sirve a los fines de la explotación del trabajo asalariado, si no que responde a las nuevas formas de producción socialistas.

Mientras exista trabajo asalariado y concentración de la propiedad sobre los medios de producción en pocas manos, habrá propiedad capitalista sea privada o estatal y por tanto la libertad, la igualdad y al justicia seguirán siendo objetivos humanos por alcanzar.

Socialismo por la vida.

La Habana, 19 de junio de 2008.

Contacto: perucho1949@yahoo.es

Artículos y ensayos relacionados:

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Estado, libertad y estímulo en el socialismo (3ra parte)

Mecanismo principal de estímulo a la producción socialista

Por Pedro Campos Santos.

“En el terreno de la Economía Política, la investigación científica libre se encuentra con más enemigos que en todos los demás terrenos.”
Carlos Marx


Tradicionalmente se ha denominado ley fundamental de la economía, al mecanismo principal que impulsa, que dinamiza, que estimula, a un tipo de economía dada. Carlos Marx descubrió que esa ley en el capitalismo era la obtención de plusvalía, la ganancia que busca y obtiene el capitalista a través del trabajo asalariado.

“Asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el perfeccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada”.

Así definió Stalin “la ley económica fundamental del socialismo”, en su obra Problemas Económicos del socialismo en la URSS (1951). Desde entonces, la economía política del socialismo real, la ha asumido como tal. En término similares, más o menos, así quedó enunciada en todos los manuales de economía política y normalmente a ella se refieren los economistas a la hora de hablar de la palanca principal que mueve la economía socialista conocida. También eran identificadas otras leyes, como el crecimiento armónico y proporcional de las ramas y las regiones y la planificación centralizada.

En su práctica, ese “socialismo estatal”, en verdad un capitalismo monopolista de estado, también llamado “socialismo de estado”, que relegó la concepción cooperativista del socialismo que avanzaron Marx, Engels y Lenin, siguió funcionando fundamentalmente sobre la base de las relaciones asalariadas de producción, lo cual permitía a aquellas economías -que estaban en función del estado y no del ser humano- apropiarse y controlar centralizadamente las ganancias (plusvalía) para realizar sus planes generales sociales, económicos, militares, políticos y otros.

De manera que, independientemente de sus enunciados “socialistas”, aquellas economías seguían teniendo –contradictoriamente- como ley fundamental real, como motor principal, la obtención de plus-trabajo o plusvalía, encubierta en la “lucha del estado socialista por satisfacer las necesidades crecientes de la población”.

No es que, deliberadamente, los dirigentes del “socialismo de estado” se hubieran propuesto hacerlo así, es que la realidad objetiva del modo de producción capitalista que mantuvieron equívocamente, con la organización estatal asalariada del trabajo y la concentración de la propiedad en el estado, estancaba la socialización y los llevaba a seguir utilizando la ley fundamental del capitalismo, para intentar su “acumulación centralizada” en función de sus fines distributivos “socialistas”.

Al respecto señaló Engels: “Según eso (la concepción materialista de la historia), las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y de cambio, han de buscarse no en la filosofía, si no en la economía de la época de que se trate.(1)

Por otra parte, la vida misma ha ido demostrando que ninguna economía moderna podría nunca tener como ley principal “satisfacer las necesidades crecientes” puesto que éstas son –sencillamente- inconmensurables, insaciables y terminarían por acabar con todos los recursos existentes en el planeta y hasta fuera de él, si no se impusiera una lógica racional de equilibrio entre las necesidades del ser humano y la naturaleza. El capitalismo moderno, que apenas puede satisfacer las necesidades crecientes de la burguesía, una pequeñísima porción de la población actual, está condenando al planeta a su extinción y acabará con él si no somos capaces de ponerle coto a su desenfreno consumista.

La búsqueda arbitraria de ganancias, de cualquier tipo de capitalismo, nunca encontraría la media racional imprescindible. Sólo una concepción colectivista, auto-sustentable, verdaderamente humanista de la sociedad, proyectada hacia el futuro, puede ser capaz de establecer parámetros racionales de consumo, que permitan equilibrar e integrar las necesidades humanidad/naturaleza.

El socialismo, llamado a sustituir al capitalismo por medio de la solución de su contradicción fundamental entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación (de la propiedad y el excedente, plus-trabajo o plusvalía), tenderá naturalmente a la socialización de tal apropiación, por medio del establecimiento de nuevas relaciones de producción, que no podrían ser las asalariadas del capitalismo, sino las basadas en el trabajo asociado cooperativo o autogestionario de los colectivos de trabajadores, unidos en un plan común, como definió Marx y se ha abordado en distintos trabajos de varios autores.

¿Cuál sería entonces la dinámica fundamental que impulse el sistema de trabajo cooperativo, la nueva forma de producir en el socialismo? La lógica indica que el mecanismo principal que impulsaría la economía en la fase socialista del nuevo modo de producción y estimularía el desarrollo y ampliación racionales de la producción en una economía sustentada en la propiedad colectiva y la gestión democrática, sería necesariamente la distribución equitativa de las utilidades, de las que antes se apropiaba el capitalista, desde luego una vez descontada la reproducción y los impuestos para los fondos sociales y de desarrollo.

Y este mecanismo que viene manifestándose ya imperceptiblemente por debajo de la propia economía capitalista, con los trabajadores imponiendo cada vez más sus intereses, con sus luchas legales y extralegales para ampliar sus ingresos, será el que permitirá al nuevo sistema ser más productivo, racional y capaz de superar la contradicción principal del capitalismo y resolver los otros problemas globales que está generando el moderno desarrollismo capitalista, como el de la contaminación ambiental y la relativa escasez de materias primas, agua y tierra, toda vez que una repartición equitativa (sinónimo de justicia y no de igualitarismo) de las utilidades en el colectivo humano que la produce, obliga a la racionalidad en el consumo y la búsqueda del equilibrio entre el hombre y la naturaleza.

De haber facilitado –como correspondía- la manifestación consecuentemente de esta regularidad del trabajo cooperativo asociado, el “socialismo real” no hubiera dado paso a la corrupción y el burocratismo, desviaciones que lo caracterizaron y que lo llevaron a la restauración capitalista. Entiéndase, que tales descarríos no son propiedades humanas, sino sistémicas, propias del trabajo asalariado y por tanto no se combaten, y menos se derrotan, en la esfera ideológica, si no en la de la organización de la producción.

Si esta regularidad, tuviera o no carácter de ley fundamental de la economía en la fase socialista, es algo que queda a demostración de la práctica histórica.

La distribución equitativa de las utilidades lleva de la mano a la abolición del trabajo asalariado y por tanto a imposibilitar la obtención de la plusvalía que busca el capitalismo; así como a la paulatina transformación de las leyes y categorías de la economía mercantil y a la transmutación del intercambio de mercancías en intercambio de equivalencias, base material del nuevo socialismo.

Tal distribución no será un fin en sí misma, si no un medio para lograr todos los objetivos económicos y sociales del socialismo como son un sustancial desarrollo de la base material y técnica, la extinción de las diferencias entre las clases, entre el trabajo manual y el intelectual, del desarrollo desigual entre las ramas y las regiones, la del propio estado y la materialización de una nueva cultural general integral en un hombre nuevo, en fin la creación de las condiciones objetivas y subjetivas, materiales y sociales para el desarrollo de la fase superior comunista.

Una vez alcanzadas esas bases, cuando el ser humano reciba no según su trabajo si no según sus necesidades razonables, entonces sí tendría lógica que la ley fundamental de la economía pase a ser la satisfacción de las necesidades racionales de la humanidad, pero no las consumistas “crecientes”, las cuales ya estamos viendo a dónde pueden conducirnos.

La Habana, 18 de junio de 2008.

Contacto: perucho1949@yahoo.es
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NOTAS:

1-F.Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico. Marx y Engels. O.E. Editorial Progreso 1974.

Artículos y ensayos relacionados:
http:/www.kaosenlared.net/rss/kaos_colaboradores_195.xml http://analitica.com/va/internacionales/opinion/8777149.asp.
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sábado, 14 de junio de 2008

INCONDICIONAL DEL FUTURO

Por: Pedro Campos

Che nunca murió, porque no es una fotografía, una boina negra, ni un mortal al que había que rendirle honores, era un luchador incansable por un futuro mejor, un romántico soñador de siempre.
Muchos no tuvimos el privilegio de conocerlo personalmente, pero para buena parte de mi generación, sencillamente era nuestro arquetipo humano; tratando de imitarle –“ser como el Che”- hicimos nuestra juventud, después vino la entrega incondicional a las tareas que por la Revolución nos fueron asignadas, hasta que las circunstancias históricas lo permitieran. Ni más ni menos, ésa, en pocas palabras, ha sido la vida de una generación, la que algunos llamamos la Generación del 68 que tuvo en el Che y su obra, su máxima inspiración.
Otros en esta fecha escribirán del Che sus experiencias revolucionarias y su pensamiento político, económico y militar. Yo voy tratar de significar, brevemente, mi visión sobre el impacto de su figura en esa generación cubana, mozuela al triunfar la Revolución, hoy por los 60, la de Silvio y Pablito, y no pido que nos comprendan o nos acepten, simplemente que conozcan de su existencia.
Nuestra niñez -adolescencia fue marcada por la batalla de todo el pueblo cubano contra el régimen tiránico de Batista. La lucha clandestina en las ciudades, de una u otra forma nos llegaba a todos, las sirenas de los autos patrulleros, los tiroteos esporádicos, las explosiones de bombas, los jóvenes presos y asesinados que aparecían por doquier, las banderas roji-negras, los apagones provocados por las cadenas lanzadas al alumbrado público, “aquí radio rebelde….”. En las provincias orientales todo era más marcado. Algunos pocos de los mayores de nuestra generación llegaron a tener alguna participación directa en aquellas luchas.
La leyenda de la Sierra crecía aceleradamente en los meses finales de 1958. Desde la ciudad de Santiago de Cuba se apreciaban los aviones de la tiranía bombardeando y ametrallando las zonas montañosas cercanas, donde todos sabíamos estaban “los rebeldes”, cada vez los mayores se cuidaban menos y los niños accedíamos a sus planes para alzarse, sus ideas para hacerse de algún arma, los escondites donde se guardaban los uniformes verde olivo que se cosían por madres, tías y abuelas, los bonos del 26 que se guardaban pegados debajo de las gavetas de los escaparates.
El triunfo del 1 de enero de 1959, lo disfrutó apoteósicamente mi generación, a la llegada de los barbudos nos tirábamos fotos con ellos, eran como reyes magos y los ídolos: Fidel, Camilo y el Che. Fidel quedó al frente de la Revolución, como figura cimera, Camilo desapareció en el mismo 59, pero el Che seguía haciendo leyenda cercana al pueblo, ahora en la economía y nos contagiaba con sus trabajos voluntarios, sus cortes de caña, su vinculación con los hombres del sudor, su industrialización, sus libros sobre la lucha en la Sierra, sus discusiones sobre economía política del socialismo, sus teorías que claramente confrontaban algunos de los planteamientos que veíamos en los manuales que leíamos porque queríamos o porque empezábamos a estudiarlos en las escuelas de la Juventud o el Partido. Su amplia sonrisa nos inspiraba una confianza, casi ciega.
Fidel era el líder, el estadista, el campeón del enfrentamiento político al imperialismo, el Che el más metido en la economía, el más cercano, el que criticaba el sabor de los refrescos y le espetaba dulcemente a la burocracia en su cara su naturaleza anti-socialista, el que mandaba para la península de Guanahacabibes a los que cometían errores, para que se reeducaran con los mosquitos y el trabajo duro en la ciénaga.
Y en eso se nos va, como mismo hizo el ingenioso hidalgo, a cabalgar el mundo, a luchar contra molinos imperiales en cualquier parte, inspirando “la era está pariendo un corazón” con la que Silvio nos hacía vibrar de emoción. Quienes lo habíamos convertido en nuestro ídolo desde que lo vimos en una foto con su brazo en cabestrillo en medio de la batalla de Santa Clara, no pensábamos ya en otra cosa que en “entrenarnos para incorporarnos a la guerrilla” y, en el deporte abundante, maratónico, buscábamos románticamente prepararnos para subir las lomas y practicábamos tiro al blanco donde podíamos, esperando, “trabajando” nuestra oportunidad guerrillera, que finalmente llegó, de alguna manera, para unos pocos.
La carta del Che a Fidel leída por éste, sorprendió a muchos pero no a la generación del 68, que se “la olía hacía rato”: ¿por donde andará el Che que hace rato no sale en ningún trabajo voluntario? Ese está metido en el Congo o en cualquier país de América Latina. ¡Quien pudiera estar con él!
El asesinato del Che nos golpeó a todos. Ese sí que no lo esperábamos. Era para nosotros un invencible, como Abel, “un animal de galaxias” y en verdad lo era y lo sigue siendo. Pero las noticias del cerco, de su posible caída se convirtieron en una pesadilla para la generación del 68. Asidos a la radio, oímos la confirmación de Fidel…entonces el deseo de ser como él, de luchar como él y de morir como él, se convirtió en necesidad, o no sé si en necedad, pero así fue, era una especie de enfermedad que llegó a esa generación y que todavía hoy, inconcientes muchos de nuestras ya limitaciones, “inmaduros todavía”, seguimos padeciendo.
Para nosotros el Che nunca murió, no es una fotografía de mirada perdida en el tiempo, una boina negra con su estrella dorada, ni un mortal al que había que rendirle honores, alguien de la historia de atrás, o de la presente que pasará; era sí un luchador incansable por un proyecto humanizador, un romántico soñador por un futuro mejor, de esos necesarios siempre –¡ay de los que ya no sueñan!-, como le gusta ser a buena parte de los jóvenes que, confiada en el triunfo final de la justicia, la libertad y la democracia verdaderos, que llegará con o sin ellos, poco le importa caer en cualquier combate, en cualquier selva, en cualquier calle… A eso, en él, seguíamos entonces y hoy todavía no pocos, todos canosos, de esa generación cubana del 68 –aún soñadores impertinentes-, a lo que era y sigue simbolizando: un incondicional del futuro.
Hasta la victoria siempre, Comandante.
Socialismo por la vida.

La Habana, 14 de junio de 2008


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martes, 3 de junio de 2008

Algunas inquietudes sobre la abolición del trabajo asalariado

Por: Pedro Campos

En el presente artículo, Pedro Campos parte de comentarios hechos a sus textos anteriores para explicar el proceso de implementación de la autogestión y el cooperativismo. Asimismo analiza cuáles serían las nuevas relaciones de producción si se implementara este nuevo modelo en la experiencia cubana.

Dos artículos recientes: "Producción o salario, ¿qué va primero? y "La abolición del trabajo asalariado y el socialismo en Cuba" provocaron algunas reflexiones y comentarios sobre las supuestas intenciones "utópico-comunistas" de eliminar el dinero, los ingresos de los trabajadores y el mercado, ocultas tras la consigna marxista de abolir el trabajo asalariado.

Aunque en varios trabajos anteriores queda claro que el socialismo es una etapa de tránsito hacia el comunismo de tiempo indefinido, durante la cual persisten las relaciones monetario mercantiles hasta que predominen las relaciones cooperativas-autogestionarias y el intercambio de mercancías vaya siendo sustituido por el de equivalentes, y desaparezcan las diferencias entre el trabajo manual y el intelectual, entre el campo y la ciudad, vale la pena aprovechar la oportunidad para esclarecer el tema a quienes de buena o mala fe se equivocan en esa suposición, sea por 1) el miedo natural que en los capitalistas inspira el poder real económico en manos de los trabajadores, 2) el desconocimiento de las teorías marxistas sobre el socialismo, cultivado por el estalinismo, sus manuales y seguidores o 3) la mala fe de quienes tratan de confundir a los lectores sobre los medios y fines de la concepción cooperativista de Carlos Marx sobre el socialismo, presentándola como "continuidad capitalista", o "pasada de moda", a fin de combatirla entre los revolucionarios. Se sabe: la confusión creada por el "socialismo real" es enorme.

En ninguno de esos dos trabajos se alude a la supuesta supresión del dinero, de los ingresos de los trabajadores ni del mercado. Son pues inferencias. Ocurre que los amantes ciegos del dinero y el mercado, los nuevos adoradores - algunos criollos- de la macroeconomía, el marketing y la terminología burguesa contemporánea con la que tratan de suplantar, hacer olvidar y hasta negar las categorías de la Economía Política marxista, necesitan ver "utopías y voluntarismos", dondequiera que aparece la idea de sustituir las relaciones asalariadas de producción por las cooperativas, porque sí comprenden perfectamente que eso implica el traspaso del poder real en la economía, sobre propiedad y el plus-trabajo, a los trabajadores y su pérdida por el capitalismo, sea privado o estatal.

En el sistema de trabajo cooperativo, donde los medios de producción pertenecen en propiedad o usufructo a los trabajadores, estos no devengan salario, pero perciben un estipendio mensual para cubrir sus necesidades básicas, que va contra la repartición de la parte de la ganancia que queda para ellos al final del corte productivo, luego de descontada la reproducción de la empresa y los impuestos para fines sociales. Como sus entradas dependerán entonces, no del pago de un salario, sino de la ganancia de su empresa, el trabajador se siente dueño, ahorra, no permite que nadie sustraiga nada de allí y por tanto se siente estimulado a aumentar la productividad y la disciplina laboral. De manera que el trabajador sigue percibiendo una cantidad de dinero, pero no ya en forma de salario, como paga el capitalismo, privado o estatal. Con las nuevas relaciones cooperativistas de producción el salario pasa a ser repartición de ganancias, la tendencia natural -ante la presión de los trabajadores- a regañadientes y en contra de su voluntad del capitalismo moderno, que llega a permitir la autogestión administrativa, con limitada participación en las acciones, cuyo monto principal siempre controlan los capitalistas. Esta tendencia ya había sido señalada por Marx al valorar las sociedades anónimas (1).

Algunos despistados, es preferible creer, cuando oyen hablar de cooperativismo y autogestión, creen que queremos implantarlo de la noche a la mañana, "a la cañona", crear la anarquía y el caos en el estado socialista, cuando siempre se ha estado insistiendo en que se trata de un proceso paulatino, organizado, sistemático para fortalecer el poder de las clases trabajadoras, donde se irán extendiendo, profundizando y hasta reformando las nuevas relaciones de producción, el llamado período de tránsito, que tampoco significa dejarlo para cuando ya no haya remedio. Debe haber sí, una voluntad sostenida de avanzar en esa dirección.

En Cuba, a su manera, los trabajadores también han impuesto al "estado socialista" -que se queda con la mayor parte del excedente- una relativa repartición de la ganancia, con el desvío de recursos, las apropiaciones indebidas, los pagos por la izquierda y en especie por algunos servicios, el uso de los medios del estado para fines personales y los "robos autorizados". Es uno de los factores que permiten al autor señalar que este proceso está en marcha y que los trabajadores lo entienden perfectamente, más que los burócratas que sólo identifican allí "robo e indisciplinas de los trabajadores". La respuesta represiva, a esta reacción obrera a los bajos salarios, más tarde o más temprano tendrá que ceder al análisis sereno, al aumento de salario o mejor, a un avance hacia la autogestión, aunque la palabra cause pavor en algunos.

El capitalismo privado o estatal se apropia (más bien trata de apropiarse) de toda la ganancia con la cual hace lo que estima conveniente, lo mismo la derrocha, que la invierte en otro "negocio", que la deposita en un banco o la convierte en medios de control social (policía, cárceles, órganos judiciales, ejercito, guerras), según la demanda del mercado de capitales o las protestas y revueltas sociales.

El capitalista privado, generalmente, con el salario, paga al trabajador por el uso de su fuerza de trabajo lo suficiente para que se reproduzca. En el socialismo cooperativo-autogestionario, al repartir entre los trabajadores una parte de la ganancia, el ingreso del trabajador deja de ser salario como tal, y es a partir de ahora que el trabajador empieza a recibir más allá del valor de su fuerza de trabajo, aunque nunca el resultado completo de su trabajo pues, ya se ha dicho, una parte va para la reproducción de la empresa y otra para los impuestos.

El "socialismo de estado",en verdad un capitalismo monopolista de estado según Lenin, por la contradicción entre su sistema de distribución "socialista", que tiende al igualitarismo y su forma de producción asalariada neocapitalista, así como por el enorme aparato burocrático que necesita mantener para controlar y cuidar los medios de producción, no paga siquiera por el valor de su fuerza de trabajo a los trabajadores productivos, a los cuales considera simplemente parte de "su capital", los que terminan desvinculándose, cambiando hacia trabajos más remunerados o yéndose del país, con todo el desastre que esto conlleva.

Igualmente, por utilizar, al modo y manera de los pocos que deciden, la acumulación centralizada del plus trabajo, el "socialismo de estado" despilfarra muchos recursos, invierte donde le parece y no donde es precisamente más necesario, no garantiza la reproducción de las empresas productivas y por esas vías termina malgastando y destruyendo las fuerzas productivas.

En el socialismo autogestionario, la reproducción empresarial está garantizada junto a las inversiones sociales pero sin abandonar el pago a los trabajadores, el cual se realiza en dinero, mientras continúen entre las empresas las relaciones monetario-mercantiles, las que funcionarán por un tiempo indeterminado en el socialismo. Los estato-socialistas argumentan que la centralización de todo el plus producto es necesaria para la acumulación social socialista y la planificación centralizada, sin darse cuenta de que esa concepción antidemocrática del desarrollo de la economía termina por obstaculizarla e impide la planificación democrática que parte de los recursos de que dispone cada nivel. Si nada se deja a las empresas para su reproducción ¿cómo hacer la planificación democrática?

La consigna de la abolición del trabajo asalariado, parte sencillamente de que esta forma de organizar la explotación de la fuerza de trabajo es la típica del capitalismo, como fue el trabajo de los siervos la propia del feudalismo, o el trabajo esclavo la forma natural del esclavismo. Mientras exista trabajo asalariado y por tanto plusvalía, habrá alguna forma de capitalismo. La forma genérica de la producción socialista es el cooperativismo -la autogestión obrera- descubierto por Carlos Marx en las cooperativas que habían creado los trabajadores en el mismo seno del capitalismo, para eliminar la contradicción entre la apropiación privada y la producción social, convirtiendo en social la apropiación de la propiedad y del excedente. De manera que él no sólo descubrió las leyes de la producción capitalista, también identificó las nuevas relaciones de producción socialistas. Esto fue deliberadamente excluido de los manuales soviéticos, por el estalinismo enemigo por principio de la autogestión obrera socialista. Desde luego esto no es de fácil comprensión para los capitalistas, ni para los estatistas interesados en continuar centralizando el plus trabajo; pero los trabajadores lo entienden fácilmente.

En la construcción socialista, donde el estado ha prolongado innecesariamente su control casi absoluto sobre los medios de producción, el enfrentamiento entre el trabajo asalariado y el trabajo cooperativo-autogestionario no es más que la forma en que se manifiesta la lucha de clases por avanzar hacia la socialización de la apropiación. Aquí, lógicamente, la parte ya enferma de capitalismo en la clase burocrática que ha ido creando el estado autoritario y que es la mayor beneficiaria de la concentración del plus trabajo, se resiste al avance del trabajo autogestionario. A la larga, en todas partes donde se consolidó ese cáncer, por sus intereses creados sobre el control de los medios de producción y el excedente, terminó pactando con el capital internacional y traicionado a la clase trabajadora y al socialismo. Fue lo que ocurrió en Rusia y China, 70 y 40 años después de sus respectivas Revoluciones.

Nuestra lucha porque las acciones del nuevo gobierno de Raúl contra el burocratismo se extiendan a las bases económicas objetivas que le dan sustento (la propiedad estatal y el trabajo asalariado) y se concrete en el desarrollo de la autogestión socialista más allá de las cooperativas y el Perfeccionamiento Empresarial, es precisamente para evitar que ese desastre ocurra en Cuba y que la Revolución sea revertida, como previno Fidel en el 2005.

Socialismo por la vida.

La Habana, 1 de junio de 2008

Contacto: perucho1949@yahoo.es

(1) C. Marx. El Capital. Tomo III, Capítulo XXVII, El papel del crédito en la producción capitalista. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.

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domingo, 25 de mayo de 2008

La abolición del trabaja asalariado y el socialismo en Cuba

Por Pedro Campos Santos.

La Revolución se pierde o se gana, según sigamos la filosofía del viejo burocrático, estatismo-asalariado o avancemos a la introducción de la autogestión socialista con las nuevas relaciones de producción cooperativas, a fin de garantizar el triunfo del trabajo sobre el capital.

A 106 años del inicio de la seudo-república, a la cual no queremos volver.


Desde la discusión del discurso de Raúl del 26/7/07, tiene lugar una “apertura limitada” para dar paso a las opiniones y críticas de los de abajo, a lo interno de la Revolución, donde las posibilidades de intercambio horizontal entre militantes de base, políticos, académicos y profesionales, siguen constreñidas; los pequeños espacios controlados en la prensa se muestran insuficientes y en consecuencia el debate profundo se queda en estrechos marcos sin compartirse en el Partido, el gobierno y la sociedad.

Ante los llamados del Presidente a debatir abiertamente, pocos han sido los análisis amplios y profundos de todo lo ocurrido, publicados por académicos, profesionales y políticos estudiosos de las ciencias sociales marxistas y menos, los debates de fondo en la prensa oficial, que si bien se ha permitido algunos artículos críticos, en pocos casos llega a valorar las causas sistémicas que, en cambio, sí son tratados con todo descarne en la prensa digital de izquierda, donde la derecha entra sólo con comentarios, a veces agresivos, que nada significativo aportan, mostrando sólo su ansias revanchistas. Cada día son más los que, estimulados por el desastre real del socialismo pretendido, prefieren basar sus análisis en cualquier pensador de “moda”, que no sea Carlos Marx.

Entre las posiciones que han recibido alguna difusión nacional, destacan las de quienes intentan encontrar soluciones “socialistas” en las esferas de la distribución, moviendo precios y salarios; en la circulación de la moneda y en la concientización política de las masas para que produzcan más, poniendo el énfasis en la disciplina, “aumentar la producción para poder aumentar los salarios”, distribuir “estatal y adecuadamente” lo que tenemos, estimular la producción agrícola a partir sólo de incentivos mercantiles, incitar el consumo de los “pudientes” para “equilibrar las finanzas”, fortalecer la “economía de servicios” (turismo, comercialización de fuerza de trabajo calificada y otros) para incrementar los ingresos estatales y ofertar más participación al capital extranjero en la explotación de nuestros recursos naturales, compartida con el estado. Los pocos que hablan del cooperativismo, sólo se refieren a las cooperativas en la agricultura, casi nadie habla de cambiar las relaciones de producción en la industria y los servicios.

Son las posiciones de los que, atados al tradicional discurso del viejo “socialismo de estado”, demostradamente inviable por su estatismo asalariado y sus esquemas burocráticos centralizados de acumulación, planificación y monopolio gubernamental del mercado interno, que reprodujeron el estado autoritario, no captan las señales de los nuevos tiempos, del “cambio de época” y siguen haciendo malabares con los viejos dogmas en la mano derecha, y el nuevo discurso de Raúl en la izquierda, que sí está claramente dirigido a promover mayor descentralización, participación democrática y control obrero. Algunos no saben o no entienden todavía el movimiento que sigue, acostumbrados al estilo de esperar la señal desde arriba; pero otros –a propio intento- dejan caer al piso lo que llevan en la izquierda y lanzan al aire lo que tienen en la derecha.

Ahora, ¿casualmente?, el Imperialismo agudiza su campaña intervencionista y redobla su ayuda a la contrarrevolución interna con la doble intención de capitalizar el descontento real existente en la población por la situación económica, cuya “luz no asoma todavía al final del túnel” y buscando fortalecer las posiciones más conservadoras y enemigas de los cambios necesarios en el seno del aparato estatal, a fin de frustrarlos y obstaculizar el diálogo complejo entablado entre los revolucionarios para buscar soluciones socialistas a nuestros problemas. Son ahora los imperialistas los empeñados en que les sigan “echando la culpa” porque aquí no podamos avanzar en la democracia socialista. Si necesario es desmotar la actividad enemiga, la forma de hacerlo puede servir a sus intereses provocativos. Veremos quiénes –dentro- le siguen la rima.

Dadas la confusión y la desesperanza que nos dejó el desastre del “socialismo real” se hace necesaria la mayor claridad posible en cuanto a los fines y medios del socialismo, por lo cual el debate no puede cesar y hay que seguir diciendo y escribiendo y tratando de presentar nuevos argumentos sobre la necesidad de la Autogestión Socialista como vía para impedir la reversión de la Revolución y garantizar el socialismo. Es la batalla ideológica a la que nos convoca el momento histórico.

Carlos Marx dedicó el Capítulo LI del III Tomo de su obra cumbre, El Capital, a establecer las diferencias y vínculos de dependencia entre las relaciones de distribución y las de producción (1). 150 años después muchos “socialistas” y “marxistas” siguen hablando del socialismo como un asunto relativo a la esfera de la distribución y no sustantivo al de las relaciones de producción.

Allí escribió el fundador de la teoría revolucionaria:

“…las relaciones de distribución son esencialmente idénticas a estas relaciones de producción, el reverso de ellas, pues ambas presentan el mismo carácter histórico transitorio…..Las llamadas relaciones de distribución responden, pues, a formas históricamente determinadas y específicamente sociales del proceso de producción, de las que brotan, y a las relaciones que los hombres contraen entre sí en el proceso de reproducción de su vida humana. El carácter histórico de estas relaciones de distribución, es el carácter histórico de las relaciones de producción, de las que aquellas solo expresan un aspecto.”

En su afamada y muy conocida, pero poco estudiada y menos interiorizada Crítica al Programa de Gotha (2), “El Moro” –así le decían sus amigos- señala:

“… es equivocado, en general, tomar como esencial la llamada distribución y hacer hincapié en ella, como si fuera lo más importante.

… La distribución de los medios de consumo es, en todo momento, un corolario de la distribución de las propias condiciones de producción.
Y esta distribución es una característica del modo mismo de producción. Por ejemplo, el modo capitalista de producción descansa en el hecho de que las condiciones materiales de producción les son adjudicadas a los que no trabajan, bajo la forma de propiedad del capital y propiedad del suelo, mientras la masa sólo es propietaria de la condición personal de producción, la fuerza de trabajo. Distribuidos de este modo los elementos de producción, la actual distribución de los medios de consumo es una consecuencia natural. ...” y remata: “El socialismo vulgar (y por intermedio suyo una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada la verdadera relación de las cosas, ¿porqué volver marcha atrás? “

En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels expusieron: “…la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado”, debido a que el trabajo asalariado es la forma de organizar la producción para extraer la plusvalía al trabajador, razón de ser del capitalismo. De manera que la superación del capitalismo pasa por la eliminación de la condición de su existencia. Socialista será, por tanto, el partido que inscriba en su bandera: “Abajo el trabajo asalariado”

Fue por ello que en su obra “Salario, precio y ganancia” (3) Marx escribió:

“Creo haber demostrado que las luchas de la clase obrera por el nivel de los salarios son episodios inseparables de todo el sistema de salarios, que en el 90 por 100 de los casos sus esfuerzos por elevar los salarios no son más que esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado del trabajo y que la necesidad de forcejear con el capitalista acerca de su precio va unida a la situación del obrero, que le obliga a venderse a sí mismo como una mercancía. Si en sus conflictos diarios con el capital los obreros cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.

Al mismo tiempo, y aun prescindiendo por completo del esclavizamiento general que entraña el sistema de trabajo asalariado, la clase obrera no debe exagerar ante sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos, que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos pero no cura la enfermedad. No debe, por tanto, entregarse por entero a esta inevitable guerra de guerrillas, continuamente provocada por los abusos incesantes del capital o por las fluctuaciones del mercado.

Debe comprender que el sistema actual, aun con todas las miserias que vuelca sobre ella, engendra simultáneamente las condiciones materiales y las formas sociales necesarias para la reconstrucción económica de la sociedad. En vez del lema conservador “Un salario justo por una jornada de trabajo justa”, deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: “Abolición del sistema de trabajo asalariado”.

La socialdemocracia alemana después de Engels y particularmente Kautsky y luego Berstein, se olvidaron de la “abolición del trabajo asalariado” y aceptaron el punto de vista según el cual se considerada una política socialista, la distribución de la renta nacional de manera que, además de los salarios, ayudara a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y representara una más amplia distribución de la riqueza acumulada por la sociedad, sin tener que enfrentar un cambio en la propiedad sobre los medios de producción ni en la organización asalariada del trabajo. Nuevos “sabios” aparecen señalando que lo determinante del capitalismo no es la forma de la producción asalariada, sino su afán mercantil, como si este no hubiera existido desde la esclavitud.

La URSS y el “campo socialista” se quebraron precisamente por no avanzar más a las nuevas relaciones de producción socialistas, mantenerse atados al trabajo salariado –la ley de la sujeción, según el Profesor Radulfo Páez (4)- y dar la espalda al poder real de los trabajadores que se verifica en el control directo sobre sus condiciones de producción y existencia. Después ha habido quienes acusaron a los trabajadores de haber sido ellos lo que dieron la espalda al socialismo, ¿a cuál? Lenin trató infructuosamente de enmendar el camino con su última obra teórica, “Sobre la cooperativización” que sus seguidores sólo aplicaron forzosamente en la agricultura, en las tierras de los pequeños propietarios. Dicen que hoy la Rusia capitalista, no ha podido todavía desactivar aquel intento cooperativo en el campo.

Los que en Cuba promueven “soluciones” de tipo “desarrollistas-capitalistas”, en los marcos del actual “socialismo de estado”, también parecen haber olvidado, o quizás no leyeron nunca, estos pasajes de Marx y no tienen en cuenta que lo determinante en un régimen económico-social es la forma en que se organiza la producción, la manera en que se produce, cómo se explota la fuerza de trabajo, de lo cual depende todo lo demás, la distribución, el consumo, las finanzas, la circulación monetaria, la conciencia social, la superestructura y no al revés.

Si en 1865 Marx llamó “conservador” el lema “un salario justo para una jornada justa”, ¿cómo podríamos calificar hoy, 143 años después, tales ideas en una Revolución inmersa en la construcción del socialismo? Todos tenemos derecho a equivocarnos de buena fe. Esperamos que tales posiciones vayan siendo rectificadas, y que se impongan las relativas a “cambiar todo lo que deba ser cambiado” y a “cambiar los métodos y las estructuras”, como dijeron respectivamente Fidel y Raúl.

Algunos hablan de liberar las fuerzas productivas: SÍ, pero NO para desarrollar más capitalismo del que ya tenemos, con más mercantilismo, más consumismo, más desarrollismo, más destrucción de nuestro medio ambiente, ni seguir introduciendo inversiones extranjeras para explotar en forma capitalista a nuestros trabajadores y recursos naturales.

Liberar las fuerzas productivas hoy en Cuba sería –principalmente- quitar todas las amarras estatales al desarrollo cooperativo en el campo, eliminar todas las trabas burocráticas que le impusieron al Perfeccionamiento Empresarial que lo convirtieron de estimulante de la producción en su contrario y llevarlo cada vez más, en todo el sistema productivo y de servicios, a la participación de todos los trabajadores en las decisiones importantes que se toman en los centros de trabajo de cualquier tipo, desde la elección de los jefes y administradores, que deben ser rotativos, hasta la gestión y la repartición de un por ciento de la ganancia. Los trabajadores lo han venido haciendo a su manera. Eso será lo que hará que la gente se sienta dueña y disminuyan los desvíos y la corrupción.

Mientras no nos cuestionemos el sistema de trabajo asalariado, todo lo que se haga se quedará en los marcos de un neo-capitalismo estatal, pretendidamente socialista, que más tarde o más temprano facilitará la plena restauración capitalista y nos llevará directo al barranco del anexionismo cuando EE.UU. se decida a cambiar su política de agresión y bloqueo por la de acercamiento y penetración. Recordemos que sólo la compra de alimentos al enemigo histórico provocó una peligrosa dependencia alimentaría que condenó el campo cubano al abandono, de todo lo cual Raúl, con mucha razón, trata de salir casi desesperadamente. Con el sistema estatal actual ¿a dónde nos pueden llevar un millón de turistas usamericanos y 100 mil cubanos visitándonos –anualmente- vertiendo su consumismo y corruptelas en cada esquina y miles de empresarios gringos, correteando en sus cadillacs por toda Cuba, invirtiendo en petróleo, turismo y agro-industria, con los bancos norteños dando créditos para vender aquí toda su mercadería y oficinas consulares y comerciales yanquis por doquier? No. ¡Esa no va!

Si los yanquis lograron “tender sus puentes” hasta China, al otro lado del Pacífico, cuando les dieron la oportunidad y “han virado aquello al revés, con toda su diferente historia milenaria y sus mil tres cientos millones de habitantes”, qué no harán a escasas 90 millas, con una idiosincrasia parecida, sobre una pequeña población llena de necesidades y ansiosa de cambios: puentes llegarán y hasta túneles cavarán para el abordaje pirata con bandera bucanera que preparan. La invasión no va a ser con aviones, barcos ni tanques. Semejante acometida solo puede ser neutralizada por el pueblo y los trabajadores organizados económica, social y militarmente en un sistema integrado de autodefensa de los intereses compartidos, alcanzable por la conciencia de propietarios sobre los medios de producción, que hoy no existe porque “todo pertenece al estado”.

Esa “economía de servicios” que algunos nos están “pintando” para un “cercano vuelo nupcial” con el imperio, tiene una clara fetidez anexionista, por muy buenas “perspectivas económicas” que nos quieran “vender” para bien del “estado socialista”. Hay que aguzar el olfato, la visión, el tacto y todos los sentidos. Nuestros especialistas en “marketing” internacional dirigiendo la “economía del socialismo” pueden resultar muy peligrosos.

Pero además, como el suelo y el subsuelo patrios son de todos los cubanos, debería tenerse en cuenta la opinión del pueblo a la hora de hacer contratos con empresas extranjeras para explotar nuestros recursos naturales, sobre todo antes de contraer tales compromisos con vecino tan poderoso. El petróleo ha llevado a la mafia texano-californiana a tres guerras bien lejos de sus fronteras, en el Medio Oriente. Más nos valdría buscar en el ALBA y en cualquier otro lugar antes que en EE.UU., fuentes externas de financiamiento y continuar profundizando las ideas de la revolución energética que nos legó Fidel, investigando todo tipo de alternativas con el concurso de nuestros trabajadores y técnicos y nuevas posibilidades de ahorro en cada centro, en cada equipo, en cada puesto, pero eso demanda -¡claro!- que los trabajadores se sientan dueños, participen de la ganancia y cada uno sufra en sus ingresos las consecuencias de sus acciones de ahorro o despilfarro.

Por muchas razones no tenemos que seguir los senderos de China y Viet Nam que algunos compañeros proponen. Empezando porque estamos en Cuba, a un “brinquito” del imperialismo más fuerte de la historia, que lleva 200 años tratando de anexarse este país y está dispuesto a ensayar todos los medios incluido el cambio de política ya anunciado por Obama -zanahoria que no pocos admiran entusiasmados- y el que van a apoyar allá cientos de miles de cubanos, por razones diversas, pero entre ellos muchos dueños de capitales deseosos de lograr la completa restauración capitalista acá, para la cual cuentan ya con el apoyo explícito o tácito de no pocos dentro, colados en todas partes, que han perdido toda confianza en el socialismo.

Ya se ha visto en la práctica, el “socialismo de estado”, en verdad un capitalismo de estado –así lo llamó el propio Lenin aunque desagrade el uso del término-, es incapaz de pagar la fuerza de trabajo por la falta de correspondencia entre sus fines distributivos “socialistas” y su forma de producción asalariada, capitalista. Nuestra propia práctica con empresas extranjeras que pagan más salario por la izquierda, lo ha evidenciado. Romper el ciclo que conduce de nuevo al capitalismo, pasa por ser consecuentes con el ideario socialista marxista que preconizamos y avanzar hacia la abolición del trabajo asalariado.

Tienen razón quienes plantean que es demasiado grande nuestro aparato burocrático improductivo. No por gusto Raúl se propone disminuir los ministerios, compactar sus estructuras, llevarlos al mínimo y probablemente dejarlos sólo en funciones metodológicas, descentralizando la administración y municipalizando todas las decisiones posibles. Las ramas y aparatos no productivos que deberán funcionar de todas formas, tendrán que readecuarse a nuevos presupuestos, reajustar su personal, optimizar sus recursos y tendrán que agenciarse otras formas de financiamiento y mecanismos de recaudación. La municipalización de los presupuestos debe jugar un papel determinante en esto; así como la vinculación a importantes centros de producción y servicios de círculos Infantiles, escuelas específicas de enseñanza técnica, el médico de los trabajadores y otras prestaciones comunales, que los financien de forma autogestionaria. Estas experiencias se dieron en Cuba, pero el centralismo burocrático las desapareció en la medida en que el estado fue creando su poder “independiente”.

Igual, las Milicias obreras, campesinas y estudiantiles, podrían encargarse de la seguridad y defensa de los centros y áreas respectivas, si la gente tuviera sentido de pertenencia. Entonces nadie desviaría recursos y no harían falta caros y especializados cuerpos de vigilancia de los “bienes del estado”, que se contratan bajo la filosofía de protección a cambio de salario.

La Revolución se pierde o se gana, según sigamos la filosofía económica del viejo socialismo burocrático basado en la propiedad estatal, el trabajo asalariado y la centralización de la acumulación, el mercado y la planificación que lo lleva a hacer cualquier cambalache mercantil, obligado por sus contradicciones sistémicas, a fin de “tener más para controlar, hacer sus planes y repartir paternalmente”, vía por la cual “terminamos en brazos” de nuestro enemigo; o avancemos a las nuevas relaciones socialistas de producción cooperativas, hacia el triunfo del trabajo sobre el capital. Cuba, como ningún otro país del mundo, está en condiciones, para abrir el camino del nuevo socialismo a partir del abandono progresivo del trabajo asalariado y la introducción de la autogestión socialista (con sus formas de propiedad cooperativa, autogestionada y cogestionada entre el estado y los trabajadores), la descentralización de la actividad mercantil y la acumulación, y la planificación democrática, por el hecho de haber logrado nacionalizar la tierra (90 %) y todos los medios de producción fundamentales.

Algunos, con tal de obstaculizar el desarrollo de la Autogestión Socialista, la acusan diversionistamente de promover el capitalismo sin argumentación ni base alguna, haciendo creer que las “cooperativas son propiedad privada y compiten en un mercado capitalista”. Pero en las nuevas condiciones, ni una, ni la otra cosa según Marx: ya ha sido bien explicado en otros artículos y ensayos. Entiéndase que la gran mayoría de este pueblo no admite la explotación capitalista…ni en su disfraz estatal. La gente que no quiere trabajar lo dice claro: “no trabajo por un salario, menos si no resuelve mis problemas, quiero que me dejen trabajar para mí”. Una mala lectura de ese fraseo popular, en la que coinciden las extremas derecha e izquierda, es que la gente quiere capitalismo o son vagos. Una interpretación revolucionaria es que rechazan ser explotados y quieren autogestión. La parte corrupta de la clase burocrática que se ha ido conformando, hará todo lo posible por obstaculizar la Autogestión Socialista, al igual que el Imperialismo y la contrarrevolución quienes saben que allí, donde exista, sólo pueden entrar después de arrasar, si lo logran. Próximamente se publicará Socialismo y Mercado, para tratar de ayudar a esclarecer el inevitable y necesario papel transitorio del mercado en el socialismo.

La Autogestión Socialista, empresarial y social, que permitiría a los trabajadores sentirse verdaderos dueños de su destino, de sus fábricas, de sus centros de servicios, sería la garantía de la irreversibilidad de la Revolución y de la lucha de los trabajadores por su victoria ante cualquier intento, por cualquier vía, de apoderarse de nuestras tierras, de nuestros medios de producción, de nuestra patria y de restaurar el capitalismo anexionista. Pero eso, no lo lograrán ni por las malas, ni confundiendo. Marx fue muy claro: ¡Abajo el trabajo asalariado!

Socialismo por la vida.


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NOTAS

1) C. Marx. El Capital. T-III. Capítulo LI. Relaciones de distribución y relaciones de producción. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1973.
2) C. Marx. Crítica al Programa de Gotha. O.E, en tres Tomos, T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974,
3) C. Marx. Salario, Precio y Ganancia. O.E. en tres tomos. Tomo II. Editorial Progreso. Moscú 1973.
4) Radulfo Páez. Ley económica que lleva al hundimiento al “socialismo estatal”. Publicado en kaosenlared.net.


Contacto: perucho1949@yahoo.es

La Habana, 20 mayo de 2008.


Artículos relacionados en
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http://es.geocities.com/amigos_pedroc/index.html
http://analitica.com/va/internacionales/opinion/8777149.asp.


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miércoles, 14 de mayo de 2008

Producción o salario: ¿qué va primero?

Por Pedro Campos Santos.

En el sistema de trabajo asalariado, típico del capitalismo, el costo de la fuerza de trabajo queda incluido en el costo de producción. Por tanto, el valor de la fuerza de trabajo no depende de los resultados de la producción: es al revés. La disyuntiva: siguen con el trabajo asalariado pero pagando la fuerza de trabajo por su valor, o avanzamos a nuevas relaciones de producción socialistas.




Que en Cuba, algunos políticos y militares insistan: no puede haber aumento de salario mientras no haya aumento de la producción, es relativamente comprensible; pero que lo aseguren economistas, es cuando menos negligente.


Si se analiza en detalles cómo se conforman los precios de las mercancías en el sistema del trabajo asalariado, vemos que el costo de la fuerza de trabajo está incluido en el costo final de producción y por tanto, el valor de la fuerza de trabajo no depende de los resultados de la producción, sino que es al revés: los resultados de la producción, la cantidad de productos y costos de las mercancías dependen, entre otros factores, de la inversión hecha en fuerza de trabajo, lo que se paga por ella.


El valor de la mercancía o producto creado está determinado por la cantidad de trabajo abstracto invertido en ella, cantidad de trabajo socialmente necesario para su producción, escribió Marx, el pretérito y el agregado, el gasto en medios de producción, materias prima y fuerza de trabajo, aunque el precio en el mercado está influido ya por otros factores como la ley de oferta y demanda, aunque siempre tienda a su costo relativo social original.


La fuerza de trabajo, que en el sistema de trabajo asalariado es una mercancía más, se paga por su valor, el cual se mide por el costo de su reproducción, lo necesario para mantener al trabajador (sea manual o intelectual) produciendo una mercancía o cantidad de determinadas de ellas. Ese costo de la fuerza de trabajo (capital variable en el capitalismo) se agrega al resto de los costos de la mercancía. Así cuando un producto sale ya al mercado, el valor de la fuerza de trabajo está incluido, se sabe cuál es. De manera que el precio de la fuerza de trabajo, el salario, es conocido de antemano, es anterior a los resultados de la producción.


De manera que en la conformación del precio del producto, se incluye como componente el valor de la fuerza de trabajo. Los trabajadores recibirán su paga luego de producida la mercancía que una vez vendida, recupera la inversión que se hizo en el pago del trabajo. Cuando esto se observa así con toda claridad y transparencia, aún cuando se mantenga la explotación asalariada, no hay razón ninguna que justifique pagar salarios que no compensan los costos de vida.


Queda así evidente la falsedad del enunciado de moda: no pueda haber aumento de salario si no hay aumento de producción. Es precisamente todo lo contrario: no habrá aumento de producción mientras no se valore correctamente a la fuerza de trabajo, se incluya en la formación del costo de producción y en consecuencia se pague debidamente al trabajador.


Si se quiere mantener el sistema estatista, vertical, de trabajo asalariado, típico del capitalismo, pero donde sean los burócratas designados desde arriba, haciendo la función de capitalistas, los que tomen las decisiones sobre la producción y los salarios, tendrá entonces que tenerse en cuenta el costo de la fuerza de trabajo e incluirlo en el precio de las mercancías. De lo contrario seguiremos con los bajos salarios, la falta de estímulos y los deficientes resultados productivos.


Rápido vendrán los defensores del “socialismo de estado”: “En el socialismo la fuerza de trabajo no es una mercancía, la acumulación centralizada es necesaria para pagar los servicios de salud y educación que son gratis”. “Si se les paga mayores salarios a los trabajadores que realizan labores de producción directa, entonces no podríamos tener tantos médicos y maestros” (ni tantos burócratas ni aparatos improductivos). Con ese “argumento” tratarían de demostrar que el uso de la fuerza de trabajo por el capital estatal no se puede pagar por su valor, sin percatarse que eso implica que los salarios no satisfacen –en este sistema- las necesidades racionales de vida de los trabajadores, lo cual sería reconocer que el “socialismo de estado” “necesita pagar menos a los trabajadores” que el propio capitalismo, lo cual está en la base del fracaso del estatismo asalariado.


Esta “concepción del socialismo” que se niega a considerar la fuerza de trabajo como mercancía pero que en cambio le da tratamiento de tal al “pagarla con un salario”, encierra una gran contradicción: se quiere mantener la forma de trabajo asalariada, típica del capitalismo, pero sin considerar sus leyes, sin tener en cuenta la ley del valor-trabajo, sin querer pagar la fuerza de trabajo por su valor. Se pretende el “socialismo” con la peor, desgarrante, vergonzosa y más importante “arma mellada” del capitalismo: el trabajo asalariado, pero arriba de eso, sin respetar el valor de la fuerza de trabajo.


Vayamos por parte: Nada es gratis. Todo sale del sudor de los que trabajan. A los trabajadores de la salud y la educación hay que pagarles también por su trabajo. Se ha querido definir que el trabajo de un médico no es “pagable”, pues “no se sabe cuanto puede costar salvar una vida, la vida no tiene precio”. Veamos en detalles el “argumento”. Este criterio parte de una incorrecta interpretación de la ley burguesa extensiva a los inicios del socialismo: “de cada cual según su capacidad a cada cual según su trabajo”, al presuponer que se paga por los resultados del trabajo y no por el valor de la fuerza de trabajo.


El valor de la fuerza de trabajo no se mide por el valor de la mercancía, producto creado, o servicio brindado, sino por lo que cuesta mantener y reproducir esa fuerza de trabajo. El “valor” del trabajo de un médico no está en el invalorable significado de salvar una vida, sino en lo que cuesta mantener económicamente a ese médico y a su familia, con el nivel de vida necesario para que ese médico sea capaz de trabajar eficientemente. Cualquier otra significación que quiera dársele al “valor” del trabajo del médico es idealista, voluntarista y sólo se presta a confusión para definir la forma de pago del trabajo.


Igual del maestro se dice: ¿Cómo valorar todo lo que pueda crear la educación? Pero el valor del trabajo de un maestro, no está en la multitud de valores que podrán crear sus educandos en el futuro, sino en lo que cuesta alimentar, calzar, vestir y techar al maestro y su familia en manera tal que le permita hacer eficientemente su trabajo.


La diferencia entre lo que se paga al trabajador por su fuerza de trabajo y lo que produce en valores esa fuerza de trabajo, es el plustrabajo, excedente o plusvalía, del cual se apropia el capitalista individual en el capitalismo, o el estado en el “socialismo de estado”, en verdad un capitalismo de estado que pretende ser benevolente, buen repartidor, benefactor, paternal, el viejo socialismo, una suerte de “estado de bienestar” que se queda distante de su original concepción socialdemócrata y que ya ha fracasado en todas partes.


Ya se ha dicho, no es culpa de nadie, fue lo que se nos enseñó, lo que se nos vendió por socialismo, lo que había en la gran Unión Soviética que todos admirábamos y cuya desviación y caída sigue gravitando sobre el movimiento comunista y revolucionario mundial que no sale del bache por la ausencia de una alternativa socialista capaz de movilizar a la moderna clase trabajadora.


Ni el médico, ni el maestro, ni ningún trabajador, recibirá “el fruto íntegro de su trabajo”, ya eso fue explicado por Marx al criticar esa noción lassalleana, y sólo en una nueva forma de trabajo, distinto al asalariado, el cooperativo, el trabajador podrá recibir una mayor parte del resultado de su trabajo, por el hecho de que ya no habrá plusvalía de la que se adueñe capitalista alguno, privado o estatal.


Esta diferencia sobre lo que recibe el trabajador entre el trabajo asalariado y el trabajo cooperativo, es lo que hace que el segundo sea más humano, más justo, más racional y estimulante y por tanto más productivo también y menos predador de la naturaleza.


En consecuencia no es posible seguir argumentando que para pagar más salario, hay que producir más. Simplemente, en el sistema de trabajo asalariado hay que organizar la producción y los costos, teniendo en cuenta lo que hay que pagar a los trabajadores, respetando las leyes de la producción asalariada, inherente al capitalismo, que desea mantener el “socialismo de estado”.


Nuestros economistas y políticos defensores de no cambiar nada en la esencia del sistema (las relaciones de producción) responderán: pero eso es capitalismo puro, a pulmón, con sus leyes mercantiles, la fuerza de trabajo como mercancía, etc., todo eso que hemos criticado los comunistas en los últimos 200 años. Pues claro, capitalismo simple y llano, no disfrazado de socialismo, así es como funcionaría mejor una economía sustentada en el trabajo asalariado, ¿no es acaso eso lo que quieren mantener?


Pero como diría Maruja la peluquera, “te peinas o te haces papelillos”, una de dos: 1) siguen con el trabajo asalariado; pero entonces respetando el valor de la fuerza de trabajo o, 2) avanzamos a su eliminación y a la introducción paulatina y creativa -pero generalizada- de nuevas relaciones socialistas de producción basadas en el cooperativismo y la autogestión y entramos de lleno a resolver la gran contradicción entre el objetivo socialista que se pretende y la forma capitalista de conseguirlo.


Lo otro que hay de fondo en todo esto es que, al parecer, algunos no han acabado de entender todavía que el “viejo socialismo, ese basado en la propiedad del estado, el esquema centralizado de acumulación y el trabajo asalariado” es en verdad un capitalismo de estado mal administrado, que ha llevado a buena parte del pueblo y los trabajadores a pensar, como solución, en el capitalismo que conocen por las películas del sábado por la noche y las remesas que mandan los familiares, muchos de los cuales lo hacen bajo terribles condiciones de explotación, trabajando dos jornadas diarias. Arreglemos de una vez, pues, todo este entuerto.


Socialismo por la vida.

La Habana, 14 de mayo de 2008

perucho1949@yahoo.es

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http://analitica.com/va/internacionales/opinion/8777149.asp.





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