martes, 24 de junio de 2008

Estado, libertad y estímulo en el socialismo (3ra parte)

Mecanismo principal de estímulo a la producción socialista

Por Pedro Campos Santos.

“En el terreno de la Economía Política, la investigación científica libre se encuentra con más enemigos que en todos los demás terrenos.”
Carlos Marx


Tradicionalmente se ha denominado ley fundamental de la economía, al mecanismo principal que impulsa, que dinamiza, que estimula, a un tipo de economía dada. Carlos Marx descubrió que esa ley en el capitalismo era la obtención de plusvalía, la ganancia que busca y obtiene el capitalista a través del trabajo asalariado.

“Asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y el perfeccionamiento ininterrumpidos de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada”.

Así definió Stalin “la ley económica fundamental del socialismo”, en su obra Problemas Económicos del socialismo en la URSS (1951). Desde entonces, la economía política del socialismo real, la ha asumido como tal. En término similares, más o menos, así quedó enunciada en todos los manuales de economía política y normalmente a ella se refieren los economistas a la hora de hablar de la palanca principal que mueve la economía socialista conocida. También eran identificadas otras leyes, como el crecimiento armónico y proporcional de las ramas y las regiones y la planificación centralizada.

En su práctica, ese “socialismo estatal”, en verdad un capitalismo monopolista de estado, también llamado “socialismo de estado”, que relegó la concepción cooperativista del socialismo que avanzaron Marx, Engels y Lenin, siguió funcionando fundamentalmente sobre la base de las relaciones asalariadas de producción, lo cual permitía a aquellas economías -que estaban en función del estado y no del ser humano- apropiarse y controlar centralizadamente las ganancias (plusvalía) para realizar sus planes generales sociales, económicos, militares, políticos y otros.

De manera que, independientemente de sus enunciados “socialistas”, aquellas economías seguían teniendo –contradictoriamente- como ley fundamental real, como motor principal, la obtención de plus-trabajo o plusvalía, encubierta en la “lucha del estado socialista por satisfacer las necesidades crecientes de la población”.

No es que, deliberadamente, los dirigentes del “socialismo de estado” se hubieran propuesto hacerlo así, es que la realidad objetiva del modo de producción capitalista que mantuvieron equívocamente, con la organización estatal asalariada del trabajo y la concentración de la propiedad en el estado, estancaba la socialización y los llevaba a seguir utilizando la ley fundamental del capitalismo, para intentar su “acumulación centralizada” en función de sus fines distributivos “socialistas”.

Al respecto señaló Engels: “Según eso (la concepción materialista de la historia), las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y de cambio, han de buscarse no en la filosofía, si no en la economía de la época de que se trate.(1)

Por otra parte, la vida misma ha ido demostrando que ninguna economía moderna podría nunca tener como ley principal “satisfacer las necesidades crecientes” puesto que éstas son –sencillamente- inconmensurables, insaciables y terminarían por acabar con todos los recursos existentes en el planeta y hasta fuera de él, si no se impusiera una lógica racional de equilibrio entre las necesidades del ser humano y la naturaleza. El capitalismo moderno, que apenas puede satisfacer las necesidades crecientes de la burguesía, una pequeñísima porción de la población actual, está condenando al planeta a su extinción y acabará con él si no somos capaces de ponerle coto a su desenfreno consumista.

La búsqueda arbitraria de ganancias, de cualquier tipo de capitalismo, nunca encontraría la media racional imprescindible. Sólo una concepción colectivista, auto-sustentable, verdaderamente humanista de la sociedad, proyectada hacia el futuro, puede ser capaz de establecer parámetros racionales de consumo, que permitan equilibrar e integrar las necesidades humanidad/naturaleza.

El socialismo, llamado a sustituir al capitalismo por medio de la solución de su contradicción fundamental entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación (de la propiedad y el excedente, plus-trabajo o plusvalía), tenderá naturalmente a la socialización de tal apropiación, por medio del establecimiento de nuevas relaciones de producción, que no podrían ser las asalariadas del capitalismo, sino las basadas en el trabajo asociado cooperativo o autogestionario de los colectivos de trabajadores, unidos en un plan común, como definió Marx y se ha abordado en distintos trabajos de varios autores.

¿Cuál sería entonces la dinámica fundamental que impulse el sistema de trabajo cooperativo, la nueva forma de producir en el socialismo? La lógica indica que el mecanismo principal que impulsaría la economía en la fase socialista del nuevo modo de producción y estimularía el desarrollo y ampliación racionales de la producción en una economía sustentada en la propiedad colectiva y la gestión democrática, sería necesariamente la distribución equitativa de las utilidades, de las que antes se apropiaba el capitalista, desde luego una vez descontada la reproducción y los impuestos para los fondos sociales y de desarrollo.

Y este mecanismo que viene manifestándose ya imperceptiblemente por debajo de la propia economía capitalista, con los trabajadores imponiendo cada vez más sus intereses, con sus luchas legales y extralegales para ampliar sus ingresos, será el que permitirá al nuevo sistema ser más productivo, racional y capaz de superar la contradicción principal del capitalismo y resolver los otros problemas globales que está generando el moderno desarrollismo capitalista, como el de la contaminación ambiental y la relativa escasez de materias primas, agua y tierra, toda vez que una repartición equitativa (sinónimo de justicia y no de igualitarismo) de las utilidades en el colectivo humano que la produce, obliga a la racionalidad en el consumo y la búsqueda del equilibrio entre el hombre y la naturaleza.

De haber facilitado –como correspondía- la manifestación consecuentemente de esta regularidad del trabajo cooperativo asociado, el “socialismo real” no hubiera dado paso a la corrupción y el burocratismo, desviaciones que lo caracterizaron y que lo llevaron a la restauración capitalista. Entiéndase, que tales descarríos no son propiedades humanas, sino sistémicas, propias del trabajo asalariado y por tanto no se combaten, y menos se derrotan, en la esfera ideológica, si no en la de la organización de la producción.

Si esta regularidad, tuviera o no carácter de ley fundamental de la economía en la fase socialista, es algo que queda a demostración de la práctica histórica.

La distribución equitativa de las utilidades lleva de la mano a la abolición del trabajo asalariado y por tanto a imposibilitar la obtención de la plusvalía que busca el capitalismo; así como a la paulatina transformación de las leyes y categorías de la economía mercantil y a la transmutación del intercambio de mercancías en intercambio de equivalencias, base material del nuevo socialismo.

Tal distribución no será un fin en sí misma, si no un medio para lograr todos los objetivos económicos y sociales del socialismo como son un sustancial desarrollo de la base material y técnica, la extinción de las diferencias entre las clases, entre el trabajo manual y el intelectual, del desarrollo desigual entre las ramas y las regiones, la del propio estado y la materialización de una nueva cultural general integral en un hombre nuevo, en fin la creación de las condiciones objetivas y subjetivas, materiales y sociales para el desarrollo de la fase superior comunista.

Una vez alcanzadas esas bases, cuando el ser humano reciba no según su trabajo si no según sus necesidades razonables, entonces sí tendría lógica que la ley fundamental de la economía pase a ser la satisfacción de las necesidades racionales de la humanidad, pero no las consumistas “crecientes”, las cuales ya estamos viendo a dónde pueden conducirnos.

La Habana, 18 de junio de 2008.

Contacto: perucho1949@yahoo.es
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NOTAS:

1-F.Engels. Del socialismo utópico al socialismo científico. Marx y Engels. O.E. Editorial Progreso 1974.

Artículos y ensayos relacionados:
http:/www.kaosenlared.net/rss/kaos_colaboradores_195.xml http://analitica.com/va/internacionales/opinion/8777149.asp.
http://es.geocities.com/amigos_pedroc/index.html

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