sábado, 14 de junio de 2008

HASTA LA VICTORIA SIEMPRE

Por: Ramón García Guerra

Este artículo tiene interés en mostrar la actualidad del pensamiento integro del Che Guevara, frente a los grandes desafíos que debe enfrentar la sociedad cubana en el siglo XXI. Desde esta óptica, analiza las reformas y la resistencia al cambio en Cuba.


La imagen del Che Guevara --captada por Korda (1961)-- recorre el planeta y se convierte en símbolo. Símbolo para “los oprimidos y los vilipendiados del mundo” –según una expresión del Che-- que así mostraron su malestar histórico y cotidiano de esta manera. Pero en Cuba no fue así. Durante casi 20 años Che resultó el gran ausente en Cuba. Porque alguien así significó una figura en nada pertinente para el Estado obrerista (1971-1989). Cuando en 1987 el compañero Fidel Castro, en la fábrica “Ernesto Che Guevara” en Pinar del Río, hace un rosario de problemas que afectaban a la sociedad cubana, y cierra el mismo apelando a la figura del Che, creímos algunos que al siguiente día algo importante iba a ocurrir en Cuba. Pero no. Siquiera una hoja se movió de lugar. La derecha en Cuba había ocupado en el proceso de reproducción cultural e ideológica de nuestra sociedad los puntos decisivos. Significaba esto que cierto esfuerzo de adocenamiento había rendido sus frutos. Resultado de ello, se había reducido el filo subversivo del pensamiento del Che Guevara en burda retórica oficial. Solo en eso: nuestro Guerrillero Heroico. La apelación del Comandante en Jefe, por tanto, apenas si afectaría en aquel momento a algunos idealistas en Cuba. Entonces la clase obrera se hallaba atrapada por el interés material. La falta de consenso para emprender un proceso de profundización socialista incluso obligaría a diferir las sesiones del propio congreso del Partido. La figura del Che Guevara que se restauró como resultado de aquel proceso quedó a medias. En tal sentido, este acto retórico se articuló como un repertorio de frases bíblicas todas sacadas del contexto y sin filo alguno. La derecha ha cobrado caro la inclusión de ideas subversivas en la “colección” y ha frenado todo intento de recuperar la integridad de la figura del Che Guevara. La actual batalla de ideas, sin embargo, ha traído de vueltas al Che.
Este artículo tiene interés en mostrar la actualidad del pensamiento integro del Che Guevara, frente a los grandes desafíos que debe enfrentar la sociedad cubana en el siglo XXI. Convendría en esta hora una lectura sustantiva del libro que al respecto la editorial Casa de las Américas publico en 1973 bajo el título: Ernesto Che Guevara. Obras 1957-1967. Luego, este artículo debe entenderse en diálogo con “El Che Guevara: los sesentas y los noventas”, de Fernando Martínez Heredia (2001), y “”Che Guevara y los movimientos revolucionarios contemporáneos”, de James Petras (2000). Estos textos fueron elaborados en la década de 1990. Los autores discuten en ellos con la izquierda en América Latina una estrategia que permitiera tomar la ofensiva y colocan al Che Guevara al centro del debate continental como un referente esencial al respecto. Esta será nuestra intención de fondo: Enfrentar el dilema de Cuba en la actualidad desde esa fecunda perspectiva que nos ofrece Che Guevara. No obstante, debo subrayar cierta diferencia de aquellos con este artículo. En tal sentido estos marxistas se enfrentan a enemigos de clase comunes: Ellos son el Estado obrerista en Cuba (Fernando) y el Estado neoliberal en América Latina (Petras). En el efecto regresivo de sus políticas se concentrara el malestar de nuestros pueblos. Estos autores intentan así capitalizar las fuerzas de izquierda en América Latina, en medio de un proceso de combustión del espíritu insurgente de los pueblos, sobre el empleo de ideas-fuerzas –como sería aquella carga simbólica que aún conserva la figura del Che-- que ayuden a movilizarlas para la revolución en el Continente. Este artículo mío, en cambio, ataca otro costado de igual asunto. Sobre todo, me refiero a una de aquellas formas regresivas de dominación política que debió enfrentar el Che Guevara en la década de 1960. Es decir, me enfrento aquí a la áspera resistencia al cambio que ofrecen los lebreles del status quo en Cuba.

Las fuerzas de derecha en Cuba, es obvio, no están cruzadas de brazos. Integran estas fuerzas de derecha los viejos burócratas y los nuevos burgueses que, respectivamente, han adoptado una retórica obrerista y populista con la intención política de disciplinar a toda la sociedad. Cuando todo marcha a su favor, entonces, estos lebreles del status quo articulan un discurso que se sostiene sobre sagrados mitos fundadores y dogmas constitucionales perversos. Cuando les son adversos los tiempos, en cambio, las mañas policiales afloran y su retórica indigente se impone. La táctica que adoptan ante las cíclicas ofensivas contra la burocracia o el mercado desde el Estado son diversas. Estas van desde los intentos de fuga hasta la resistencia pasiva ante los cambios. Desde luego, las tintas medias de centroizquierda hacen lo suyo. Por ejemplo, según asegura el presidente de la Asamblea Nacional, compañero Ricardo Alarcón de Quesada, (emisión radial: 30/05/08), la reforma que promueve el compañero Raúl Castro debe entenderse apenas como un ajuste institucional del Estado cubano. Esto dijo en la Comisión de Asuntos Económicos de la Asamblea Nacional ese día. El día anterior exigía el compañero Alarcón a los miembros de la Comisión de Asuntos Jurídicos, que su esfuerzo mejor debía consistir en dar mayor coherencia a las leyes y evitar absurdos en estas. ¿Significa esto dejar intocado el modelo jurídico-policial actual mientras se elucubra una ascética pragmática legalista? Esto es, para que todo marche sobre ruedas sería suficiente que el régimen actual funcione según el diseño original. ¡Esas mismas leyes que motivaron la reforma en curso! Pero hacer que todo funcione bien es la mitad. La otra mitad será echarlo todo abajo. Rehacer el edificio de nuevo –he dicho--. Digamos que no bastaría con deshollinar los techos. Sobre todo, si al estar sentados bajo estos un fuerte aguacero nos ducha de cuerpo entero. Estas lecturas de las reformas en curso, ante todo, reducen el alcance político de aquellas y hacen el juego a la derecha en Cuba.

Sintetizando en forma brutal la figura del Che Guevara diría lo siguiente: Como aquel poeta inglés: Milton, que hacía su poesía ante la multitud sin miedo a errar y a corregir sus errores en público, el Che se entregó a una causa. El dolor de los pueblos era tanto, que --según la visión del mismo-- para hacer la revolución era suficiente con la acción conciente de aquellos. El sabio consejo de aquellos marxistas más ortodoxos de esperar por la creación de las condiciones objetivas antes de atreverse a tanto le pareció un absurdo al Che Guevara. Estas estaban dadas. Significaba esto para cierta cordura de centroizquierda que aquél había perdido todo contacto con la realidad. Los filósofos de la antiutopía lo convirtieron en un alucinante Quijote. Lo cual dice de su falta de cultura y de su cinismo en apenas un gesto. Entre otras cosas, esto explica la fragilidad de las fuerzas de izquierda en Cuba ante la nueva coyuntura a inicios de la década de 1970. En el fondo estaba una ideología desarrollista que no había sido purgada. La voz que se enfrenta en contracorriente al ideario populista será la del compañero Fidel Castro. Lo cual se expresa en su adscripción a la “teoría de la dependencia” en aquella época, que, asimismo, significo un ajuste de cuentas con aquel proyecto modernizador que de fondo se justificaba sobre una matriz populista. Sin embargo, el poder que la ortodoxia ganó empujó aquel discurso del Comandante en Jefe fuera del espacio nacional. Extiéndase bien: Che y Fidel coinciden en todo. Por eso la derecha los recicla. (La forma más oprobiosa de mutilar el filo revolucionario en el pensamiento de Fidel son esos “compendios” de su ideario.) Esto resulta también una traición al Che. Entonces estos sacristanes del vetusto socialismo de Estado hablaran de “modernizar” la economía y de “reformar” al Estado como una estrategia del socialismo en Cuba.

La falta de calidad humana de tales sacristanes resulta evidente. Ellos no podrían ver la angustia de aquel hombre que palpita tras los gruesos volúmenes de El Capital, como el mismo Che Guevara lo advirtió. En tal sentido, Che Guevara fue un hombre más honrado que valiente. (Y aclaro: Nunca le faltaría el coraje.) Enfrentó con furia el desafió que significaba construir simultáneamente el socialismo y el comunismo en una isla pequeñita del Caribe. Lo cual haría con la misma rabia, por ejemplo, con que afrontó su propia asma. Entendió el drama de la autoeducacion, tal como la practico el mismo. Como en aquel poema de Roque Dalton: “Decirles”, Che Guevara prefería no esperar inútilmente mientras hacia interminables lecturas sobre los manuales soviéticos. La cordura de estos señores hace más que los mismos imperialistas por ser integrados al sistema imperialista mundial, bajo la lógica de un capitalismo senil que para sostenerse en pie apenas juega con ilusiones ópticas. La reforma que promueve el compañero Raúl Castro, por tanto, al filo de la navaja ante tipos así, corre el peligro de ser reconducida por ese realismo indigente de “lo posible”. (Another day in Paradice, según Phillip Collins.) Cuando habla el compañero Raúl Castro de fortalecer la institucionalidad de la Revolución cubana, tributa a lo más genuino del ideario guevarista. “Es evidente que el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas y que falta una conexión más estructurada con la masa”, dirá Che Guevara (1965). (Esto dice cuando antes asegura que “el Estado se equivoca a veces”.) El método que siguen “los estratos superiores del Gobierno” aún –además del aparato estatal creado al efecto-- se reduce “auscultar las reacciones generales frente a los problemas planteados” desde arriba. Esto indica un situarse frente al pueblo y no dentro del mismo para construir juntos un destino común. El sentido humano del Che Guevara nos desafía.

Estamos por un enfoque cultural del proceso político. Ensanchar el visor frente la tragedia humana del mundo en la actualidad sería lo mejor. Entremos en detalles. Las clases populares crean o actualizan formas de autogestión social, económica y política de su vida cotidiana, ante situaciones límites o coyunturas complejas, sobre las bases de cierta tradición que incluso será anterior al estado político de contenido social que aparece en las sociedades europeas a finales del siglo XIX. Los métodos autoritarios de mando, por tanto, afectan la integridad de la sociedad. La reforma que promueve el compañero Raúl Castro no puede detenerse apenas en un cambio de estilos. El cambio en los métodos políticos ha llegado a su turno. La filosofía carcelaria de derecha induce la articulación de mundos yuxtapuestos o contrapuestos entre sí, así como fomenta un espíritu antiestatista entre las masas populares. La cultura de resistencia y el espíritu de tenacidad de las multitudes ofician en beneficio de aquellas. Aquel cordón umbilical que en el capitalismo une al individuo con la sociedad, la ley del valor, ahora en el socialismo igualitario es sustituido por un nuevo mecanismo más explicitito y brutal: el Estado burocrático policial. El cual se resume en una frase: “Le debes a la Revolución todo”. En cambio la diosa Revolución ha cobrado caros tributos. El más patético ha sido el daño irreparable contra la autoestima de los cubanos(as). El impacto regresivo del Estado obrerista (1971-1989) fragmentó a la sociedad y canceló toda posibilidad de articular una visión de totalidad. Sobre sí misma y desde abajo. La gente negocia el día-a-día contra una legalidad que les hace sentir culpables por dar de comer a los hijos. El dilema que moviliza aquel ensayo del Che Guevara: “El socialismo y el hombre en Cuba” –es decir, “la abolición del individuo en aras del Estado”-- sigue en pie hasta hoy y debe ser resuelto en la raíz.
En una solución de continuidad para el régimen socialista en Cuba, el énfasis justiciero del socialismo igualitario debe ser reciclado por un socialismo libertario que, al centrar su discurso en la libertad --“con todos y para el bien de todos”, diría José Marti--, logre marcar la distancia tanto de los liberales como de los fascistas, justo al articular formas colectivas de vida cotidiana en la sociedad. La visión de una sociedad política que se moviliza sobre correas o ruedas dentadas que van de minorías a mayorías pudo ser una metáfora en Lenin o una sarcasmo en Chaplin. Pero no pertenece al Che. Porque no sólo la noción de democracia al uso parece negar –que lo será-- sino que resultó una razón de Estado burocrático policial que buscaba una mejor imagen ante el pueblo. El modelo de sociedad política que resulta pertinente para un socialismo libertario se debe argumentar en el diálogo, la autogestión y el consenso. En tal sentido Che Guevara diría: “En la imagen de las multitudes que marchan hacia el futuro encaja el concepto de institucionalización como un conjunto armonioso de canales, escalones, represas, aparatos bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección natural de los destinatarios a caminar en la vanguardia y que adjudique el premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción”. Estas resultan ideas que se aproximan más a la ecología política. Según Che Guevara: La “falta de un mecanismo que permita la investigación y desbroce la mala hierba tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado por la subvención estatal”, resulta una carencia fundamental de las formas institucionales en el periodo de transición socialista. Esto define el profundo espíritu libertario del Che Guevara. Incluso, según el Che Guevara, el destino final de aquella elite política esta marcado por los progresos de la educación de las masas. Personas que al crecer moral e intelectualmente llegan a superar a dicha elite política. Lo cual debe suceder desde el primer día.

En el fondo el dilema histórico y clasista que encubre esta discusión se refiere a la identidad del sujeto de una revolución popular en curso. Es un debate que suscitó Carlos Vila en la década de 1990. Los cubanos hicimos un profundo silencio al respecto. Sin embargo, había una historia política por discutir. Los textos de la Constitución en Cuba, sucesivamente, hablan del pueblo cubano (1959), la clase obrera –y sus adjetivos: Los demás trabajadores manuales e intelectuales que integran la sociedad-- (1976), o pueblo trabajador (1992). Esto en términos de retórica. Los teóricos de la ortodoxia marxista en Cuba, entonces, le irán a prestar mayor atención a otros asuntos. La misión de estos se reduciría a reciclar los dogmas soviéticos, mientras hacían una apología del Estado burocrático policial que se presentaba como la defensa del socialismo cubano. La actitud de los intelectuales más honrados –entre quienes es Fernando un ejemplo a mostrar-- sería defensiva en mucho. (Lo que se entiende bien dadas las circunstancias que enfrentan las fuerzas de izquierda en América Latina.) En cambio, en aquel articulo de Fernando al cual hicimos antes referencia este nos dice: “Hoy es necesario replantearse el socialismo, volver a preguntarse no solo qué no era, sino qué va a ser, qué puede ser el socialismo”. Siendo fiel a sus ideales, este marxista cubano adoptara una actitud de resistencia activa sin esperar por mejores tiempos para la lucha. No obstante, los tiempos han cambiado lo suficiente para tomar distancia en algunos puntos. La falta de un enfoque clasista de la sociedad nos ha impedido apreciar la dialéctica de la lucha de clases en la sociedad socialista en Cuba. Entonces, cuando la ofensiva neoliberal nos desborda, el único refugio seguro parece hallarse en el Estado socialista. Lo cual hace del mismo una garantía contra aquella fuerza telúrica. Es hora ya de rehacer las alianzas políticas en medio de la lucha de clases en Cuba.

Ahora bien, la actual reforma debe afrontar otros desafíos. La presión que ejercía el sujeto popular sobre las estructuras de poder en la década de 1960, será en mucho diferente a la situación del mismo en la década del 2000. Las clases medias en Cuba son antiestatistas pero igual justifican formas autoritarias de poder. Las formas de exclusión creadas por la nueva economía son naturalizadas por éstas; mientras, así mismo, tales prácticas son reproducidas por las políticas del Estado cubano. Discutamos un caso. En las tiendas de recaudación de divisas (TRD) los precios de venta de los productos son 2,4 veces superiores a los precios de compra de los mismos. La idea es que el cliente es un agente del capital y debe ser tratado como tal; es decir, las reglas del mercado se imponen en tal espacio del consumo. Pero el cliente no recibe la divisa únicamente a través de remesas desde el exterior. (Y aquí no considero otra idea: Lo que viene del exterior esta bajo sospecha de colaborar con los enemigos de clase de la Revolución cubana. Lo cual hace olvidar que Carlos Marx no nació en Trinidad sino en Tréveris.) Implica esto que quien las obtiene ha tenido que luchar fieramente antes de llegar al punto de ventas. (Sobre todo para comprar el puré de tomate y el aceite.) Indica esto, ante todo, frente a qué Estado se esta. El sujeto popular de la década de 1960, evidentemente, estuvo frente a un otro-Estado que militaba en su bando. Las políticas del Estado cubano eran estimadas por su contenido justiciero y liberador ante el mercado. Incluso, siendo en aquella época el régimen de la propiedad más plural que hoy mismo. Sería un acto liberador aquel pues entonces había cubanos para quienes ni siquiera dicho “mercado” existió antes de 1959. La sociedad cubana en la década de 1950, en todo caso, habitó entre los extremos (decilas) de una sociedad de consumo que emergía y una multitud de olvidados que padecía. El actual dilema en Cuba es cómo reciclar ese “Estado burgués” que tenemos hoy encima y nos reduce a menos.

Cuando se tiene una idea no exacta sobre las fuerzas e intereses que mueven y ordenan a una sociedad, insisto, puede esto conducir a actitudes tanto autoritarias como anarquistas al intentar dar solución a los agudos conflictos entre las clases sociales. Lo que resulta paradójico aquí sería el entender estos conflictos como fuerzas motrices de la Historia, mientras no aplicamos un enfoque clasista de la sociedad existente en Cuba. Las políticas del Estado cubano han ido modificando la estructura clasista de la sociedad y, por tanto, serán ellas las responsables del estado actual. Luego, acusar al gobierno de Estados Unidos de los conflictos internos es algo imbecil o cínico. (Los agentes externos logran invadir y liquidar a un organismo cuando el estado de fragilidad interna en este resulta ya evidente. Nunca antes.) La historia de una burocracia (años 1960) hecha tecnocracia (1970-1980) y esta última en gerenciado (1990) tendría “causas viejas, motivaciones nuevas” –según Che Guevara--. La actual estructura de clases en Cuba, en tal caso, admite la articulación de diversas formaciones posibles sobre la misma. Estas formas debe potenciar la acción política del sujeto popular en su ofensiva contra las actuales prácticas y estructuras sexistas, clasistas y racistas de la sociedad cubana. La actual reforma debe habilitar los modos y los espacios que resulten a ella necesarios para continuar ésta desde cualquier lugar o tiempo en la sociedad cubana. Estamos por rescatar hoy aquel activismo y espíritu de pluralidad propios de las décadas de 1960 y 1990. En cambio, hemos de estimar sobre que condiciones fueron articulados esos diversos tejidos sociales de la sociedad. Sobre el rango de pertinencia de la nueva sociedad política para con las circunstancias actuales ha hablado ya el compañero Raúl Castro. Lo que estaría por discutir son los espacios y tiempos del debate de ideas que debe afectar a la multitud, así como vindicar el derecho de aquella a hacer sociedad. Porque el acceso al debate en Palacio ¿será apenas un asunto de entendidos donde las opiniones del pueblo no cuenten? La razón de un Estado-capitalista-colectivo no contribuye en la educación comunista de las masas populares.

En tal sentido Che Guevara habla del hombre nuevo. Aquella idea libertaria que Carlos Marx sólo enuncia en sus Manuscritos de 1844, acerca del “proceso de apropiación por el hombre de su verdadera condición humana”, Che Guevara la desarrolla a fondo: “Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte”. La crítica de izquierda en Cuba, en esta línea, frente a las políticas antipopulares del Estado burocrático policial, debe ahondar en el contenido libertario de la cultura popular. La autora de “El dueño de los caballitos”: Antonia Eriz, por ejemplo, hacía una pintura más auténticamente popular que la política que entonces hacían los burócratas de la cultura. Cuando se siguen la historia de los decorados con figuras de yeso en las viviendas del pueblo, por ejemplo, entre las décadas de 1960 y 1970, resulta obvio advertir como aquellas bailarinas blancas, bajo el impacto de una autentica revolución popular de los años 60, a finales de la década van a cambiar a negras. El efecto acumulado de las políticas del Estado obrerista, en tal sentido, inducen en cambio regresivo en los decorados de esas familias. Las bellas figuras de yeso cargadas con frutos nativos se convierten en frutas exóticas. (¿CAME-integración?) Pero hay más. ¿Qué decir del sentido popular de aquel espacio interior, humilde, que se halla en las piezas de Ángel Acosta? Incluso el arte escatológico de Umberto Peña… ¿Quién en verdad ha militado junto al pueblo? La actitud homicida del funcionario estatal contra el “mensajero” indica su complicidad con la alineación de fondo. En todas partes los políticos encuentran críticas contra la Revolución cubana, sin advertir que tales indicios hablan de un dilema de fondo. Estamos aún frente al “Estado burgués”. En esa batalla me extiendo en un articulo mío: “Ante la Ciudad Letrada en Cuba” (Kaos-Cuba).

La crítica de Che Guevara contra La Ciudad Letrada, en carta a Ernesto Sábato (12/04/60), cuando escribe: “Aquí la forma de sumisión de la intelectualidad tomó un aspecto mucho menos sutil que en Argentina”, sin embargo, no conecta con aquella otra de Juan Marinello contra los pintores abstractos en Cuba. Las obras artísticas que en la transición socialista Che Guevara cree más urgentes –porque son necesarias todas--, entonces, serán aquellas que logran la expresión exacta de ese siempre difícil e irresuelto drama humano que significa alcanzar toda la libertad. Pues bien, ¿qué marca la diferencia entre Che y Marinello en tal caso? En tal sentido Che Guevara dirá: “No debemos crear asalariados dóciles al amparo al pensamiento oficial ni “becarios” que viva al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas”. En un ensayo mío: Escritura y oralidad. Las clases sociales en Cuba (1959-2001), --mención en “Premio Andrés Bello 2006”--, estimo las poéticas y los tiempos de tres trovadores cubanos: Carlos Pueblas (años 60), Pedro Luís Ferrer (años 70-80) y Frank Delgado (años 90). Las poéticas se asocian con Francisco Oramas. Estos será el tiempo para los griots del pueblo. Las actitudes e los políticos frente a La Voz del Pueblo cubren un registro muy amplio. Situados en puntos extremos se hallan Pueblas y Delgado. Glorioso o maldito. La suerte de Pedro Luís lo llevaría a ambos extremos bajo el Estado obrerista (1971-1989). Sería su actitud tan patética como digna. Entonces, siendo la trova en Cuba una y única –según ha dicho Pablo Milanes (junio, 2008)--, me atrevo a afirmar que ha sido antipopular el Estado cubano (1959-2001). Populista en mucho. Pero no sólo fue tomada por los burócratas la ciudad de los escribas, sino la ciudad de todo el pueblo. La mejor prueba se hallaría en una administración de la ciudad que censura la voz del pueblo.

Los actuales planes directores de las ciudades en Cuba, por ejemplo, son un ejercicio a espaldas del pueblo. Lo cual no discute los saberes o las virtudes de nuestros arquitectos y urbanistas sino el diseño político que se hallaría detrás. Los expertos discuten sobre “arquitectura vernácula” en este instante, mientras los archivos especializados no disponen de estudios sobre los bateyes –por ejemplo--. En cambio sobre El Vedado hay muchos. Porque el dilema de fondo, en verdad, habla de practicas y estructuras de poder que hipertrofian las formas de reproducción cultural de la sociedad cubana. Estaría hoy por aprobar el nuevo Plan Director de Ciudad de La Habana, a cargo del Consejo de Estado, sin que haya asistido el pueblo en su diseño. Esta sería la ciudad donde harían sus vidas por última vez el 20% de los cubanos. La gente no espera nada bueno de este plan. Después se preguntan porqué incumplen el mismo. La cosa es que todos reproducimos día-a-día la peor ciudad. Los patrones culturales de las clases más opulentas de la sociedad cubana aspiran a ocupar una mansión en los barrios residenciales de oeste de esta ciudad. Ellas insisten en el modelo americano de los años 50 que ya ni siquiera en Estados Unidos tiene sentido asumir. (Lo cual no desdice aquel empeño de un arquitecto cubano allá en Norteamérica por reducir en una escala más humana las grandes ciudades.) Están las clases más humildes de la sociedad cubana, por otra parte, que practican un modelo paralelepípedo de vivienda popular por esfuerzo propio. Su ajuste ecológico es nefasto. La ciudad va adelante a la buena de dios. Los medios dan cobertura a una “revolución energética” que pasa de largo. La falta de control popular sobre los enclaves de la nueva economía en todo el país corre la misma suerte. La lógica de poder que se hallaría detrás cubre la vida toda. Las personas no tienen derecho a decidir sobre aquellas condiciones materiales que aseguren la reproducción social de sus vidas cotidianas.

Seamos justos. En verdad la nueva economía ha propiciado una situación de autarquía en Cuba. (Sin duda que la dualidad monetaria será su mejor excusa.) El dilema se reduce al estado de sumisión en que se hallan dos tercios de las alcaldías en el país, al tener que esperar por un Estado-padre de familia que les provea de fondos para ejercer una libertad a medias. Entre otras cosas, esto alienta actitudes autoritarias en los políticos y crea pasividad en el pueblo. Lo cual impide una democratización radical de la sociedad. La sociedad local se halla mediatizada por unas estructuras de poder que las omiten. Lo mismo da una cadena hotelera como Cubanacán que una megaempresa como CIMEX S.A. En tal caso ¿qué control sobre la actividad económica de dichas entidades tiene un gobierno municipal como Varadero o Playa? Disponen de las fuentes empleo en la sociedad local, de la infraestructura, del crédito bancario, etcétera, así como impactan sobre esta no siempre de forma conveniente para la vida de las comunidades que la integran. La forma de gestión económica más pertinente para una autentica sociedad socialista sería la autogestión social, económica y política. Lo que ocurre con la producción de leche sería un buen ejemplo de cuánto se pudiera hacer en toda la agricultura en Cuba. Pero también en toda la economía del país. Sobre todo si ésta no se hallara tan volcada sobre el exterior y si más centrada sobre sí misma. En medio de tal estado de cosas, por ejemplo, las fuentes de acumulación interna crecerían y sería mayor la integración entre sectores. Entonces sería posible integrar toda la economía como una gran empresa. Esta idea adoptó una forma “estatista” en los años 60. La misma se ajustaba al nivel de las fuerzas productivas en Cuba en la década de 1960. Lo que hoy tocaría hacer, ante todo, sería rehacer la relación entre Estado-economía-sociedad de forma tal que aquella idea resulte viable. Porque está en pañales aún la teoría marxista sobre la economía política del período de transición al socialismo que Che Guevara buscó adelantar cuatro décadas atrás.
Estamos por terminar este artículo. Pero antes discutamos una teoría. La teoría que sintetizo en este extremo del artículo, acerca de la economía política del período de transición al socialismo, según he podido deducir de las búsquedas del Che Guevara al respecto, apenas intenta ofrecer una perspectiva para el debate y nada más. Sería esta dicha teoría: La relación capitalista se justifica en una sociedad mercantil pero esta última por definición no será capitalista por sí misma. La sociedad mercantil que se ha presentado hasta hoy en la transición socialista, en principio, obligó a establecer como mecanismo de control la búsqueda de cierto equilibrio entre el fondo mercantil y la demanda solvente. (Podríamos hablar de mercancía en tal caso, según Che Guevara, justo cuando un producto se convierte en objeto de transacción entre el Estado y la población que lo consume.) El manejo de fondos sociales identifica un espacio no capitalista dentro de la gestión estatal. Estado-propietario-colectivo. (Quise decir: Estado que debe negarse como propietario y como Estado.) Las formas múltiples de autogestión marcan la continuidad en tal proceso. Porque también existen y deben ser ampliados y fortalecidos ciertos espacios no mercantiles de vida colectiva en la sociedad. Los rangos de solvencia de las personas deben ser modificados según los patrones culturales que sean adoptados, según vallan resultando estos más inclusivos y solidarios. La sociedad mercantil debe ser reducida a una forma de reproducción simple de los valores, hasta ser disuelta en un modelo autogestionario total que resuma a la sociedad. Lo cual resulta una contradicción en los términos. Esta visión sobre el período de transición nos sugiere algunas pistas. Ante todo, la relación entre Estado y mercado queda así resuelta. Luego, esta teoría restituye a la esfera del consumo dentro del proceso de reproducción de la sociedad una condición de elemento esencial del mismo. Finalmente, la misma dota de una gramática en todo más pertinente para enfrentar dicho proceso.

Entrar a analizar con dicho instrumental teórico la actividad económica del Estado cubano nos parece lo más adecuado. En tal sentido el autor es responsable de los desarrollos que otorga al pensamiento del Che Guevara, así como de la evaluación que hace de aspectos concretos de la economía cubana en la actualidad. Lo que aquí discutimos será la propia facticidad de tal teoría. (Esto debe ser entendido como un homenaje al Che Guevara en su natalicio.) Consideremos ahora las reformas del aparato bancario, financiero y monetario que el Estado cubano instrumentó a finales de la década de 1990. Empecemos por el principio. Los cambios que debió enfrentar la economía cubana durante el período especial, se tradujo en una mayor autonomía para las empresas que –bajo los métodos convencionales de control estatal-- se convirtió un peligro de autarquía contra el régimen socialista cubano. Entonces tal reforma tiene por objetivo superar tales carencias. La ausencia de una “definición conceptualmente integrada” del modelo económico a adoptar, según Oscar U. Echeverría (1997), no impidió que aquella se realizara. La adopción del referente teórico y metodológico de carácter internacional sobre la materia resultaría decisiva. Los nuevos aparatos financieros no pudieron frenar la situación de autarquía que aparecía en la economía, ni esto fue posible siquiera con aquellos esquemas de financiación que apenas facilitaron un precario equilibrio de conjunto. Definitivamente, las formas económicas que sean pertinentes en la transición socialista lo serán mientras contribuyan a construir el comunismo desde el primer momento de iniciado el proceso en cuestión. En tal sentido la reforma que instrumento el actual aparato bancario, financiero y monetario de la economía cubana, no logró su conversión en interfase que contribuya en el proceso de resemantizacion de aquellas viejas categorías del capitalismo, así como facilitar la realizaron del proyecto emancipador que significa la Revolución cubana en sí misma. Estos son temas que deben ocupar mayor espacio. El motivo que nos moviliza no será evidentemente de tipo académico sino político. Los he tratado aquí como consecuencia de la actual batalla de ideas.
La derecha en Cuba está huérfana de ideales. Tengamos en cuenta que cuando la derecha se encuentra en la ofensiva, según ciclos alternos entre Estado y mercado, adopta métodos casi fascistas para gobernar y resulta más arrogante en sus actitudes. (Sobre estos ciclos hablé en un artículo mío: “La mala palabra en Cuba no es centralización sino exclusión”; aquí en Kaos-Cuba.) Durante la pleamar ella cambia. La vieja burocracia en Cuba, por ejemplo, suele resultar algo grosera. Lanza ataques morales para descalificar toda actitud de contestación contra status quo. (¡La misma estrategia que siguió la derecha imperialista en la década de 1960 contra el movimiento pro derechos civiles en Estados Unidos!) La derecha en Cuba, en cambio, practica una hipocresía institucional que le permite reducir en tiempos difíciles los costos sociales en su contra. Entonces ahora se convierte en juez supremo de la sociedad. Cuando se está ante un pueblo entero que debió enfrentar un “período especial” donde se presentó ante la disyuntiva entre asegurar la vida o violentar las leyes, entonces, sabiendo el resultado de tal momento, no sería difícil imaginar el efecto devastador que podría producir estos ataques morales. Esto intenta ser capitalizado por la derecha. Desde luego, los ataques morales de la derecha nos muestran la estatura moral e intelectual de la misma. Desarmar a la derecha es esencial. Superar el pacto indigente que nos sujeta; acusar todos los mecanismos del Estado policial; revelar el carácter antipopular de ciertas políticas públicas. Esto define el espíritu libertario que nos anima. Los cubanos debemos saber a quiénes benefician tales políticas o a cuales lógicas responden ciertos estados de cosas. Entender que la presión de la multitud y de las circunstancias actuales ha justificado llevar adelante las reformas en curso, nos obliga a ser concientes del destino que forjamos en común. Quizá sea poco aquello que pudiera hacer usted. Pero basta que hiciera algo al respecto.

Santa Fe, Ciudad de La Habana, Cuba: 4 de junio de 2008.
E-mail: ramon0260@gmail.com

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