martes, 24 de junio de 2008

Estado, libertad y estímulo en el socialismo (1ra de tres partes)

Estado y socialismo

Por Pedro Campos Santos


“En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra”
F. Engels

En carta a Bebel el 18-28 de marzo de 1875, Engels escribió:

“Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. Los anarquistas nos han echado en cara más de la cuenta esto del “estado Popular”, a pesar de que la obra de Marx contra Proudhon y luego el Manifiesto Comunista dicen claramente que con la implantación del régimen social socialista, el estado se disolverá por si mismo, y desparecerá. Siendo el Estado una institución meramente transitoria… Por eso nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra Comunidad (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa Commune”.

Luego de leer este pasaje, no pueden quedar dudas sobre la forma en que los fundadores concebían el estado socialista: al estilo del de la Comuna de París, en franco proceso de disolución, con carácter transitorio, algo que no será ya un estado “en el verdadero sentido de la palabra” y para rematar, sugerían que ya ni estado se le llamara, si no Comuna.

La práctica del socialismo real del siglo XX les dio la razón a ellos y a todos los revolucionarios que pensaron en la necesaria extinción del estado como parte de la construcción socialista. En este párrafo, Engels señala que “el estado se disolverá por sí mismo” en el nuevo régimen social, sin embargo se hace necesario determinar por qué ocurrió todo lo contrario.

La lógica del pensamiento de Marx y de Engels, sus formas de considerar todos los fenómenos en concatenación como causas y efectos e identificar siempre las últimas instancias, sugieren que si el “estado no se disolvió por sí mismo” como ellos esperaban “en el nuevo régimen”, es sencillamente porque nunca existió “el nuevo régimen social socialista”.

Al respecto, en su obra Del socialismo utópico al socialismo científico, escrita en 1880 por Engels, éste precisó: “El estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, es el estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas suma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanta mayor cantidad de ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza. Más al llegar a la cúspide se derrumba. La propiedad del estado sobre las fuerzas productivas no es solución del conflicto, pero alberga ya en su seno, el medio formal, el resorte para llegar a la solución. Esta solución sólo puede estar en reconocer de un modo efectivo el carácter social de las fuerzas productivas modernas y por lo tanto en armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción”.

Y nunca hubo “régimen social socialista” porque nunca en aquellos países, que sí llegaron a iniciar su construcción con la concentración inicial de la propiedad en el estado, no fueron capaces de “armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social de los medios de producción”, pues no sustituyeron el trabajo asalariado por el cooperativo-autogestionario, las nuevas relaciones socialistas de producción, que de haber llegado a ser predominantes, sí hubieran posibilitado que la gestión administrativa de la sociedad pasara a manos de los trabajadores y el pueblo, en lugar de quedarse bajo el control del aparato estatal burocrático autoritario, heredado del sistema burgués, al que solo cambiaron los nombres de los ministros. Los estalinistas que reasumieron la forma burguesa de estado, creían que habían cambiado su esencia porque “ahora estaba en manos de los representantes” del proletariado.

La disolución paulatina del estado hubiera sido la consecuencia natural del la socialización de la apropiación, la auto-administración que engendrarían las nuevas relaciones socialistas de producción, los principios del cooperativismo: propiedad o usufructo colectivo, gestión democrática y repartición equitativa del plus-trabajo. El estado de nuevo tipo, La Comuna, así surgida y desarrollada, no conllevaría el autoritarismo propio de las relaciones capitalistas asalariadas de producción, donde los dueños de capital explotan a los trabajadores que se ven obligados aceptar su situación por carecer de medios de producción, ni por tanto demandaría los sistemas policiales, judiciales y carcelarios que le son afines.

Si en el socialismo “real” esos sistemas represivos continuaron y hasta se desarrollaron, fue precisamente porque subsistieron las condiciones que los engendraron, es decir las relaciones de producción típicas del capitalismo, sustentadas en el trabajo asalariado, solo que ahora el papel de los capitalistas es asumido por el aparato burocrático estatal.

El “socialismo de estado”, para garantizar el control sobre los medios de producción expropiados a los capitalistas, como no los entregó a los trabajadores en propiedad ni usufructo, se vio obligado a mantener esos aparatos represivos y crear otros para proteger “las propiedades e intereses del estado”.

En la Comuna de París, los trabajadores, eran al mismo tiempo los custodios de los medios de producción, también eran los que integraban los órganos de justicia y eran al mismo tiempo los soldados que lucharon en las barricadas.

El estado es una institución clasista y solo tiene sentido para defender los intereses de una clase contra otra. El socialismo, que debe tender, por naturaleza, a la desaparición de las diferencias entre las clases sociales, puesto que elimina las bases de su existencia al socializar la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción (no la propiedad privada individual, ni sobre medios individuales de producción), lógicamente debe tender a la desaparición de los instrumentos de dominación de una clase sobre otra. De manera que el mantenimiento de los órganos de represión del estado es, por tanto, un claro indicativo de hasta dónde es real el avance del socialismo.

Pero mientras las clases expropiadas hagan resistencia y exista el imperialismo, los trabajadores y el pueblo tendrán que estar organizados militarmente y con capacidad para derrotar al enemigo, preferiblemente por “no presentación”, pues como han señalado los grandes estrategas militares de la historia: “la mejor manera de ganar la guerra es evitarla”.

Esa fuerza militar del pueblo y para el pueblo, debe estar integrada y conformada principalmente por los propios trabajadores organizados territorialmente en milicias, con un cuerpo de especialistas profesionales, mantenido económicamente por los trabajadores, capaces de defender sus zonas de defensa y medios de producción y vida.

La historia reciente ha demostrado que la defensa de las Revoluciones no radica en la calidad técnica ni la cantidad del armamento, por sí solas, sino en el apoyo del pueblo al proyecto político social y su disposición a defenderlo por medio de la guerra popular revolucionaria armada, con participación de todos, contra el eventual enemigo; por lo cual el concepto de Seguridad Nacional abarca no solo las fuerzas armadas, sino también la economía, la política, la ideología, la cultura y otros aspectos en su integración orgánica.

El análisis de la experiencia actual china, muestra como la creación de una casta burocrático-militar que controla a su vez el aparato político, termina creyéndose dueña ella de los medios de producción, los recursos naturales y la fuerza de trabajo que trata como un capital más que se vende al mejor postor. Esa casta burocrático-militar en China, con tal de mantener el “control” sobre el país, los recursos y los medios de producción, ha terminado aliándose al capital internacional en la explotación asalariada de la clase trabajadora, entregándole -de hecho- el más importante de los recursos productivos: la fuerza de trabajo, hasta ofertarla como “ejército de reserva asalariada” contra el resto de los trabajadores del mundo, uno de los principales factores del actual disloque económico mundial.

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