martes, 24 de junio de 2008

Estado, libertad y estímulo en el socialismo. (2da parte)

¿Qué libertad, qué igualdad? Mientras el ser humano tenga que venderse como fuerza de trabajo y no pueda disponer de medios de producción propios, colectivos o individuales, no será libre ni igual.

Por: Pedro Campos

Las ideas de la igualdad y de la libertad entre los seres humanos son tan viejas como los seres humanos mismos, pero vinieron a convertirse en bandera casi universal a partir de la Revolución Francesa que enarboló las consignas de igualdad, libertad y fraternidad.

Los revolucionarios burgueses lucharon por esos ideales buscando llegar a alcanzar niveles sociales y políticos similares a los de la nobleza. Tales ideas mágicas arrastraban tras sí a los trabajadores que, liberados de su condición de siervos, esclavos o semiesclavos serían la fuerza, la energía que movía el motor de aquellas revoluciones.

Los humanistas de distintos signos clasistas, creyeron que la igualdad y la libertad podrían alcanzarse por la buena voluntad de los seres humanos, las buenas leyes, por la educación en principios altruistas y nobles. Los socialistas utópicos se acercaron, como ningunos otros a la creación de condiciones objetivas que llevaran a una verdadera igualdad y la liberación de los seres humanos.

Las revoluciones burguesas habían liberado de sus vínculos feudales a los trabajadores que eran ahora libres de poder vender su fuerza de trabajo al mejor postor y podrían disfrutar en “igualdad” de condiciones de todos los derechos consagrados en las constituciones burguesas. Eran libres e iguales ante la ley. Pero las leyes eran hechas por los burgueses para proteger sus intereses clasistas y además tenían el poder político y económico para imponerlas.

Fue Carlos Marx, quien vino a descifrar y establecer el vínculo indisoluble entre estos conceptos y la realidad material, quien identificó que no había, ni podría haber igualdad ni libertad plenas, ni –desde luego- justicia, mientras no existieran las condiciones materiales objetivas que lo permitieran, mientras los seres humanos tuvieran que depender de otros para poder lograr su sustento, mientras tuvieran que verse obligados a vender su fuerza de trabajo (una moderna forma de esclavitud) a los dueños de los medios de producción, como una mercancía más.

Ni libertad, ni igualdad, ni justicia verdaderas puede haber en una sociedad donde unos son dueños de medios de producción y otros sólo de su fuerza de trabajo, para la cual no siempre encuentran comprador; donde unos poseen riquezay otros no son dueños de nada; donde unos compran la justicia y otros no pueden pagar ni un abogado; donde unos tienen dinero para disponer y hacer lo que deseen, y otros carecen de los necesario para alimentarse, vestirse, calzarse y techarse; donde, en fin, hay una sociedad dividida en clases, una de las cuales, minoritaria, explota y vive de la otra, mayoritaria.

La comprensión de esa realidad, de que el trabajo asalariado no era más que una nueva forma de esclavitud, es una de las bases principales del socialismo moderno y lo que llevó a los clásicos, a Marx específicamente, a identificar en El Capital todos los hilos de la madeja del sistema de explotación asalariado del capitalismo, desde la acumulación originaria de las tierras y el capital, hasta el desarrollo industrial y fabril con la maquinaria de vapor y su concentración de obreros y capital, que llegaron a vivir ellos.

Marx identificó claramente que el trabajador “despojado” de su condición de siervo, era ahora libre, sí, pero para ser libremente explotado por los dueños de capital y de los medios de producción. Y ser libre para ser explotado no es ser libre ni igual. El asalariado, al tener que vender al mejor, o peor, postor su trabajo, se ve obligado a depender del empleador, a responder incluso a sus intereses, a servirle. Es por eso que en el mundo capitalista una buena parte de los asalariados son sostenedores de ese orden, obligados por sus patrones a participar de sus partidos y organizaciones políticas y a reproducir el sistema. La libertad para la burguesía es esencialmente libertad para explotar, mercar y lucrar.

¿Cómo convertir en verdaderamente libres e iguales a los esclavos modernos, a los trabajadores manuales e intelectuales asalariados, obligados a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir? Marx comprendió que eso sólo era posible con la abolición del trabajo asalariado y buscó la realización práctica de la libertad y la igualdad en unas nuevas relaciones de producción, donde el ser humano no fuera una mercancía más, vendible o comprable, de lo cual dependiera su existencia.

¿Cual sería la forma en que el ser humano dejaría de ser mercancía? Sólo cuando no se viera obligado a venderse a dueños de medios de producción, cuando él fuera también dueño de tales medios, para lo cual tenían que dejar de ser propiedad privada de alguien, para convertirse en propiedad colectiva, de manera que los seres humanos no tuvieran que depender de otros que le alquilasen o comprasen su fuerza de trabajo, y el sistema de trabajo asalariado se transformara así en una nueva forma de organización del trabajo, donde el hombre fuera a la vez dueño y productor, al fin verdaderamente igual que los demás ante los medios de producción y verdaderamente libre de su condición de esclavo moderno, pues ya por ser dueño, no tendría que trabajar para nadie, sino sólo para sí.

Era la desenajenación del trabajo. La forma de resolver la gran contradicción capitalista entre la producción social y la apropiación privada: haciendo también social la apropiación.

Marx encontró esa solución en las relaciones de trabajo que existían en las cooperativas formadas por los propios trabajadores, donde desaparecía la contradicción entre “el capital y el trabajo”, entre la producción y la apropiación, entre el dueño y el trabajador, donde los mismos que producían era los dueños, decidían democráticamente la gestión y repartían equitativamente (equidad no es sinónimo de igualdad, sino de justicia) las utilidades.

El socialismo de estado que se agenció todas las características del capitalismo monopolista de estado, nacionalizó la propiedad y la concentró, aún más que el capitalismo, en manos del aparato burocrático estatal todo-poseedor, que al monopolizar el mercado del trabajo anulaba su competencia y aumentaba su dependencia del capital, ahora estatal. El resultado fue el estancamiento del proceso hacia la igualdad y libertad plenas que se suponía al socialismo, donde los seres humanos serían iguales y libres porque ya no tendrían que vender su fuerza de trabajo y estarían en las mismas condiciones que todos los demás ante los medios de producción, serían igualmente dueños reales, no nominales.

Mientras el ser humano tenga que venderse como fuerza de trabajo para subsistir, a un privado o a un estado, mientras no pueda disponer de medios propios de producción (colectivos o individuales), no será libre ni igual, por muchas leyes que lo promulguen y enarbolen, por la sencilla razón de que seguirá siendo un asalariado, una mercancía, un algo que se tiene que vender para subsistir y puede o no comprarse, por las razones que sean.

Sólo es posible garantizar que todos y cada uno de los individuos posean medios de producción propios o en usufructo, en un sistema complejo basado fundamentalmente en la propiedad colectiva, cooperativa, autogestionaria y cogestionaria (trabajadores y estado), que incluya la pequeña propiedad individual o familiar y organice mayoritariamente el trabajo en forma cooperativa-autogestionaria, donde la propiedad colectiva, la gestión democrática y la repartición equitativa del plus-trabajo posibiliten a cada ser humano ser libre, dueño y decisor de su destino, condiciones reales de igualdad, que siempre se verificarán en un destino social, común, pues los hombres solos, aislados, sin vínculos de interdependencia con los demás no son seres humanos, sino bestias, como lo son en el capitalismo donde el lobo del hombre, es el hombre mismo.

“El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa”, se expresa en el Manifiesto Comunista, puesto que la propiedad lleva como apellido la forma de su explotación. La propiedad o el usufructo del colectivo de trabajadores que convierte en propietarios o usufructuarios libres y asociados a cada uno de los productores en forma individual, no es propiedad capitalista sino cooperativa, porque no sirve a los fines de la explotación del trabajo asalariado, si no que responde a las nuevas formas de producción socialistas.

Mientras exista trabajo asalariado y concentración de la propiedad sobre los medios de producción en pocas manos, habrá propiedad capitalista sea privada o estatal y por tanto la libertad, la igualdad y al justicia seguirán siendo objetivos humanos por alcanzar.

Socialismo por la vida.

La Habana, 19 de junio de 2008.

Contacto: perucho1949@yahoo.es

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