En Cuba, caudillismo y conflicto generacional son causas principales de los problemas actuales. Adicionales fundamentos para el Congreso de la Nación.
Frankly Berthario Para Kaos en la Red
Había pensado tratar acerca de las cuestiones que considero medulares dentro de las agudizadas y muy negativas circunstancias de mi país, cuando Pedro Campos, seguido colaborador de Kaosenlared -como si me hubiera leído el pensamiento y se anticipara a mi publicación- expuso en ese sitio digital su trabajo Nuestros apremiantes problemas y la propuesta de celebrar un “Congreso de la Nación”, con el cual sostengo básicamente puntos de coincidencias.
Y, también, algunos desencuentros. A los cuales me referiré seguidamente.
Entre los primeros, me declaro ferviente partícipe también de la idea de un Congreso Nacional lanzada por el fraterno y admirado escritor y poeta cubano Félix Guerra, a través de su artículo Diversidad expresada, oída, debatida, incorporada conduce a la unidad; ya que, de no producirse la convocatoria para este año del tan largamente esperado VI Congreso del PCC, o de resultar éste otra actividad de mero trámite, no vislumbro mejor alternativa que ese gran evento de la cubanía, que estaría fundamentado en lo mejor del pensamiento martiano y cabría dentro del socialismo, democrático, participativo e inclusivo, que entre todos los anticapitalistas del mundo, de una forma u otra, estamos preliminarmente tratando de esbozar y, seguidamente, construir.
También me adhiero a los análisis de Campos acerca de la necesidad y naturaleza estructural de los cambios que precisa con urgencia el país; pero me hubiera gustado decantar esa sensación (implícita) de “esperar a ver qué piensan y definen los de arriba”, que exhalan algunos párrafos, cuales restan la fortaleza explícita de otros. Pero eso es cuestión de meros criterios y Campos es el autor, no yo uotros; y ése es su estilo.
Por ejemplo, cuando se refiere a estar pendiente de lo que enuncia tranquilamente como el gobierno-partido, parecería inobviable exigir la inmediata eliminación, como una de las primeras causas de nuestros males, de esa trágica fusión. Un ente que -como Zeus con sus hijos- no sólo deglute a las organizaciones sindicales y de masas, las pocas únicas que permite, contrariamente a las previsiones constitucionales; sino que, también, tiene omitida la organicidad funcional del partido único en sus niveles de base, intermedios y hasta una parte del superior.
La llamada sociedad civil en Cuba sigue estando tendida supinamente, amarrada y amordazada. El ejercicio de sus derechos políticos y civiles son casi nulos, pudiéndose expedir solo gemidos leves, en círculos elitistas de debate y en páginas electrónicas, principalmente, extranjeras, no leídas por el mar de pueblo sin acceso a la red. Y los que reclaman y proponen de tal manera, lo hacemos con grandes dificultades, así como con muchos y variados riesgos.
Si es real lo que se asevera en los tres párrafos anteriores, vale preguntarse además: ¿Y, entonces, en quiénes radica el poder real? Ah! Precisamente en ese grupo de militares que conforman la dirección histórica a la que el mencionado autor califica eufemísticamente de clarividente; cuando lo que ella ha hecho es convertir la necesidad en una virtud, anteponiendo siempre lo urgente a lo necesario, a su sacralísimo criterio. Ello, no motivado fundamentalmente por amenazas externas sino por el des-encauce del proyecto martiano original, del Programa del Moncada, como el propio Campos expresara en un anterior, más decidido y afortunado trabajo.
En nuestro país, lo que se llama estructuración del poder real no pasa, como en la mayoría de las naciones (para bien o mal de éstas), por instituciones u órganos sino que se encuentra totalmente imbricada con específicas personas. Por lo cual, no resulta posible entrar al análisis de causas y consecuencias de las problemáticas nacionales si no se trata acerca de esas personalidades, de los históricos Fidel y Raúl, con Almeida, Ramiro, Guillermo, así como Machado, Balaguer y, en sus momentos, Hart y otros muy pocos a mencionar, durante medio siglo.
También en la historia, como se ha demostrado, hay una vinculación en todo lo que ha existido/existe en el espacio-tiempo, que puede ser más directa o lejana e, incluso, torcida pero no interrumpida.
A pesar de eso, hay analistas -tal vez entre ellos Campos- que aceptando la continuidad histórica en los aspectos positivos (por ejemplo, la tan recurrida intransigencia revolucionaria de Antonio Maceo en ocasión de la denominada Protesta de Baraguá, o el antimperialismo de nuestros principales próceres) tienden a rechazar esa continuidad en cuestiones negativas.
En eso se incluye el caso del caudillismo militarista del que representativamente siempre se acusa únicamente a Vicente García y su posición en las Lagunas de Varona pero que adoleciera Máximo Gómez (hasta pocos días antes de la muerte de Martí), quien hablando de dictadura personalista y no de clase dijera “¿Acaso se puede citar una revolución en el mundo que no tenga dictadura?” Y de lo que precisa y definitivamente Maceo fue el más grave exponente, que escribiera en carta a Anselmo Valdés (6.07.1884): “Una cabeza dirigirá la política y la guerra y nosotros seremos las leyes y los defensores del orden”. O sea, en su particular forma de expresión, el bastión militar sería un bloque que gobernaría y reprimiría, y constituiría en sí hasta las mismas leyes.
Recientemente, en nuestra Feria Internacional del Libro, fue presentado por el Centro de Estudios Martianos una obra de las que dejan profunda huellas en sus lectores: José Martí dirigente, político e ideólogo, del Premio en Ciencias Sociales/2008, el excelente historiador Jorge Ibarra.
Con la lectura de sus apasionantes 267 páginas se hace una honda inmersión en el persistente batallar de nuestro Héroe Nacional desde los años setentas del siglo XIX hasta su muerte en 1895, para la constitución del Partido Revolucionario Cubano y en función de los preparativos y la organización de la Guerra Necesaria a los fines esenciales de la liberación del yugo colonial y del establecimiento de una república civilista, democrática, inclusiva y participativa. Una república, según él mismo, con todos y para el bien de todos. Y ello, en franco batallar ideológico y político, contra el caudillismo militarista de las dos patrióticas figuras ya mencionadas y otras muchas.
Para confirmar las (éstas sí clarividentes) prevenciones del Apóstol, no puedo resistirme a la tentación de transcribir algunas de sus vaticinadoras y siempre vigentes palabras contra ese caudillismo, las cuales tomo de la joya escrita de Ibarra. Veamos.
·“Usted y yo tenemos decidido que el poder en las Repúblicas solo debe estar en manos de los hombres civiles.” (Carta a Manuel Mercado, de fecha 10.11.1877).
·“Nuestro país abunda en gente de pensamiento y es necesario enseñarles que la Revolución no es un mero estallido de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar, sino una obra detallada y previsora de pensamiento.” (Carta a M. Gómez, 20.07.1882)
·“Domine Ud. General esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y el disgusto con que oí un inoportuno arranque de Ud. y una inoportuna conversación que provocó de él el General Maceo en la que quiso -¡locura mayor!- darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Ud. En la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos (…) La patria no es de nadie; y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.” (carta a M. Gómez20.10.1884)
·“¿Qué somos, General? (…) ¿los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (ídem)
·“… tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque con ello exponga la vida”. (ibídem)
·“Yo no necesito ganar una guerra para hoy; sino que, al ganarla, desplegar por el aire el estandarte de la victoria sesuda y permanente, que nos haga libres de un tirano, ahora y después (…) ¿Qué dónde estoy? En la revolución. Pero no para perderla, ayudándola a ir por malos caminos”. (J.M. Obras completas, Tomo 22, Pág.73).
·“Que Ud., como nosotros, cree que la guerra de un pueblo por su independencia, fruto de un siglo de trabajo patriótico y de la cooperación de todos sus hijos, no puede ser la empresa privada ni la propiedad personal de uno que debe a la obra de todo el país la parte que el heroísmo le dio en la gloria común(…)” (J.M. OC. t. 22, p.216)
Martí, con razón que comprobamos en nuestra actualidad, al decir de Ibarra en la referida obra, “temía que los caudillos militares terminasen por imponerle su sello a la república futura, si llegaban a arraigar los métodos expeditivos de la guerra en la conciencia de la dirigencia revolucionaria”.
El gran patriota, tanto en las Resoluciones de la Emigración Cubana de Tampa, en las bases para la organización del Partido Revolucionario Cubano, como en infinidad de artículos y discursos, pretendió cerrarle el paso al predominio de un caudillo o de un grupo de militares. Siempre definió que debía haber un poder central al que se subordinara lo civil y lo militar pero teniendo muy en cuenta que las decisiones de las operaciones militares eran de los jefes correspondientes, que no debían ser entorpecidos en ello; como tampoco estos incursionar en las cuestiones civiles y políticas.
Casi un mes después de la muerte del Delegado, el abogado santiaguero Rafael Portuondo -siguiendo las posiciones militaristas de Maceo- presentó en Jimaguayú un proyecto constitucional tendente a que el Presidente y Vicepresidente de la República fueran, respectivamente, el Generalísimo y su segundo de todo el Ejército Libertador. Sólo faltaba en tal proyecto poner sus nombres. Cualquier semejanza con nuestra actualidad parecer NO ser pura coincidencia.
Aquel proyecto no prosperó en la votación (15 Delegados en contra y sólo cinco de la parte oriental de Maceo, a favor), entre otros motivos porque Gómez había asimilado las claves del pensamiento martiano al respecto y fue consecuente con ellas. En la Mejorana, había tenido que enfrentar y rechazar con fuerza la idea de Maceo de convocar a una Junta de Generales, en lugar de la Asamblea de Delegados.
Lamentablemente, la muy prematura muerte de Martí, a sus 42 años de edad, no posibilitó que ese gigante pudiera lograr junto al pueblo cubano la república que soñara. Desde entonces, se sucedieron los caudillismos hasta nuestros días.
Ese mismo caudillismo militarista y la subestimación por razones edad son las causales que llevan a Fidel en su reflexión sobre los “sanos cambios“ -llenos de los acostumbrados voluntarismos y secretismo- a decir que algunos (Lage y Felipe) probaron la miel del poder sin sacrificarse. En esa frase toda una revelación sobre una especial visión del poder, no como servicio al pueblo y a la sociedad, sino como algo que se degusta en la individualidad; así como todo un contenido discriminador de las generaciones sucesoras que por cuestión epocal no pudieron participar en la lucha insurreccional, aunque sí en otras muchísimas batallas civiles y militares, nacionales e internacionalistas, durante cinco largas décadas.
Gerontocracia a la que debe responderse como Martí: “…la cantidad de canas que coronan la cabeza no es la medida de la cantidad de amor que mueve el corazón” (Martí a Valero Pujol el 27.11.1877) y caudillismo al que contestar que tampoco es preciso, para defender y seguir construyendo la patria, el vestir permanentemente de uniforme militar; recordando lo que Martí respondiera viril y patrióticamente ante una ofensa de Zambrana: “A quien Ud. ha hecho alusión, no le cabe la vergüenza en los calzones…”
Lo sabe y siente nuestras actuales y más jóvenes generaciones: ellas no son el futuro, son el presente. Sus integrantes somos tan ciudadanos como nuestros mayores, vivimos, trabajamos y luchamos igual o mucho más que estos; muchos son más revolucionarios (dialécticos, no fundamentalistas) que todos sus antecesores. Martí, con admirable y marcado indeterminismo, diría al respecto: “No es que la fuerza del progreso esté en la tierra escondida; no es que la recibamos por una ley lógica, fatal-es fatal el progreso- pero está en nosotros mismos. Nosotros somos nuestras propias leyes: todo depende de nosotros:- el hombre es la lógica y la Providencia de la Humanidad” (Coloquio Internacional de Budeos)
Concluyamos estas líneas con algunos de los pensamientos de Martí que se ajustan perfectamente a la coyunturaactual de nuestro estancado proceso.
Y, también, algunos desencuentros. A los cuales me referiré seguidamente.
Entre los primeros, me declaro ferviente partícipe también de la idea de un Congreso Nacional lanzada por el fraterno y admirado escritor y poeta cubano Félix Guerra, a través de su artículo Diversidad expresada, oída, debatida, incorporada conduce a la unidad; ya que, de no producirse la convocatoria para este año del tan largamente esperado VI Congreso del PCC, o de resultar éste otra actividad de mero trámite, no vislumbro mejor alternativa que ese gran evento de la cubanía, que estaría fundamentado en lo mejor del pensamiento martiano y cabría dentro del socialismo, democrático, participativo e inclusivo, que entre todos los anticapitalistas del mundo, de una forma u otra, estamos preliminarmente tratando de esbozar y, seguidamente, construir.
También me adhiero a los análisis de Campos acerca de la necesidad y naturaleza estructural de los cambios que precisa con urgencia el país; pero me hubiera gustado decantar esa sensación (implícita) de “esperar a ver qué piensan y definen los de arriba”, que exhalan algunos párrafos, cuales restan la fortaleza explícita de otros. Pero eso es cuestión de meros criterios y Campos es el autor, no yo uotros; y ése es su estilo.
Por ejemplo, cuando se refiere a estar pendiente de lo que enuncia tranquilamente como el gobierno-partido, parecería inobviable exigir la inmediata eliminación, como una de las primeras causas de nuestros males, de esa trágica fusión. Un ente que -como Zeus con sus hijos- no sólo deglute a las organizaciones sindicales y de masas, las pocas únicas que permite, contrariamente a las previsiones constitucionales; sino que, también, tiene omitida la organicidad funcional del partido único en sus niveles de base, intermedios y hasta una parte del superior.
La llamada sociedad civil en Cuba sigue estando tendida supinamente, amarrada y amordazada. El ejercicio de sus derechos políticos y civiles son casi nulos, pudiéndose expedir solo gemidos leves, en círculos elitistas de debate y en páginas electrónicas, principalmente, extranjeras, no leídas por el mar de pueblo sin acceso a la red. Y los que reclaman y proponen de tal manera, lo hacemos con grandes dificultades, así como con muchos y variados riesgos.
Si es real lo que se asevera en los tres párrafos anteriores, vale preguntarse además: ¿Y, entonces, en quiénes radica el poder real? Ah! Precisamente en ese grupo de militares que conforman la dirección histórica a la que el mencionado autor califica eufemísticamente de clarividente; cuando lo que ella ha hecho es convertir la necesidad en una virtud, anteponiendo siempre lo urgente a lo necesario, a su sacralísimo criterio. Ello, no motivado fundamentalmente por amenazas externas sino por el des-encauce del proyecto martiano original, del Programa del Moncada, como el propio Campos expresara en un anterior, más decidido y afortunado trabajo.
En nuestro país, lo que se llama estructuración del poder real no pasa, como en la mayoría de las naciones (para bien o mal de éstas), por instituciones u órganos sino que se encuentra totalmente imbricada con específicas personas. Por lo cual, no resulta posible entrar al análisis de causas y consecuencias de las problemáticas nacionales si no se trata acerca de esas personalidades, de los históricos Fidel y Raúl, con Almeida, Ramiro, Guillermo, así como Machado, Balaguer y, en sus momentos, Hart y otros muy pocos a mencionar, durante medio siglo.
También en la historia, como se ha demostrado, hay una vinculación en todo lo que ha existido/existe en el espacio-tiempo, que puede ser más directa o lejana e, incluso, torcida pero no interrumpida.
A pesar de eso, hay analistas -tal vez entre ellos Campos- que aceptando la continuidad histórica en los aspectos positivos (por ejemplo, la tan recurrida intransigencia revolucionaria de Antonio Maceo en ocasión de la denominada Protesta de Baraguá, o el antimperialismo de nuestros principales próceres) tienden a rechazar esa continuidad en cuestiones negativas.
En eso se incluye el caso del caudillismo militarista del que representativamente siempre se acusa únicamente a Vicente García y su posición en las Lagunas de Varona pero que adoleciera Máximo Gómez (hasta pocos días antes de la muerte de Martí), quien hablando de dictadura personalista y no de clase dijera “¿Acaso se puede citar una revolución en el mundo que no tenga dictadura?” Y de lo que precisa y definitivamente Maceo fue el más grave exponente, que escribiera en carta a Anselmo Valdés (6.07.1884): “Una cabeza dirigirá la política y la guerra y nosotros seremos las leyes y los defensores del orden”. O sea, en su particular forma de expresión, el bastión militar sería un bloque que gobernaría y reprimiría, y constituiría en sí hasta las mismas leyes.
Recientemente, en nuestra Feria Internacional del Libro, fue presentado por el Centro de Estudios Martianos una obra de las que dejan profunda huellas en sus lectores: José Martí dirigente, político e ideólogo, del Premio en Ciencias Sociales/2008, el excelente historiador Jorge Ibarra.
Con la lectura de sus apasionantes 267 páginas se hace una honda inmersión en el persistente batallar de nuestro Héroe Nacional desde los años setentas del siglo XIX hasta su muerte en 1895, para la constitución del Partido Revolucionario Cubano y en función de los preparativos y la organización de la Guerra Necesaria a los fines esenciales de la liberación del yugo colonial y del establecimiento de una república civilista, democrática, inclusiva y participativa. Una república, según él mismo, con todos y para el bien de todos. Y ello, en franco batallar ideológico y político, contra el caudillismo militarista de las dos patrióticas figuras ya mencionadas y otras muchas.
Para confirmar las (éstas sí clarividentes) prevenciones del Apóstol, no puedo resistirme a la tentación de transcribir algunas de sus vaticinadoras y siempre vigentes palabras contra ese caudillismo, las cuales tomo de la joya escrita de Ibarra. Veamos.
·“Usted y yo tenemos decidido que el poder en las Repúblicas solo debe estar en manos de los hombres civiles.” (Carta a Manuel Mercado, de fecha 10.11.1877).
·“Nuestro país abunda en gente de pensamiento y es necesario enseñarles que la Revolución no es un mero estallido de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar, sino una obra detallada y previsora de pensamiento.” (Carta a M. Gómez, 20.07.1882)
·“Domine Ud. General esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y el disgusto con que oí un inoportuno arranque de Ud. y una inoportuna conversación que provocó de él el General Maceo en la que quiso -¡locura mayor!- darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Ud. En la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos (…) La patria no es de nadie; y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.” (carta a M. Gómez20.10.1884)
·“¿Qué somos, General? (…) ¿los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él?” (ídem)
·“… tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque con ello exponga la vida”. (ibídem)
·“Yo no necesito ganar una guerra para hoy; sino que, al ganarla, desplegar por el aire el estandarte de la victoria sesuda y permanente, que nos haga libres de un tirano, ahora y después (…) ¿Qué dónde estoy? En la revolución. Pero no para perderla, ayudándola a ir por malos caminos”. (J.M. Obras completas, Tomo 22, Pág.73).
·“Que Ud., como nosotros, cree que la guerra de un pueblo por su independencia, fruto de un siglo de trabajo patriótico y de la cooperación de todos sus hijos, no puede ser la empresa privada ni la propiedad personal de uno que debe a la obra de todo el país la parte que el heroísmo le dio en la gloria común(…)” (J.M. OC. t. 22, p.216)
Martí, con razón que comprobamos en nuestra actualidad, al decir de Ibarra en la referida obra, “temía que los caudillos militares terminasen por imponerle su sello a la república futura, si llegaban a arraigar los métodos expeditivos de la guerra en la conciencia de la dirigencia revolucionaria”.
El gran patriota, tanto en las Resoluciones de la Emigración Cubana de Tampa, en las bases para la organización del Partido Revolucionario Cubano, como en infinidad de artículos y discursos, pretendió cerrarle el paso al predominio de un caudillo o de un grupo de militares. Siempre definió que debía haber un poder central al que se subordinara lo civil y lo militar pero teniendo muy en cuenta que las decisiones de las operaciones militares eran de los jefes correspondientes, que no debían ser entorpecidos en ello; como tampoco estos incursionar en las cuestiones civiles y políticas.
Casi un mes después de la muerte del Delegado, el abogado santiaguero Rafael Portuondo -siguiendo las posiciones militaristas de Maceo- presentó en Jimaguayú un proyecto constitucional tendente a que el Presidente y Vicepresidente de la República fueran, respectivamente, el Generalísimo y su segundo de todo el Ejército Libertador. Sólo faltaba en tal proyecto poner sus nombres. Cualquier semejanza con nuestra actualidad parecer NO ser pura coincidencia.
Aquel proyecto no prosperó en la votación (15 Delegados en contra y sólo cinco de la parte oriental de Maceo, a favor), entre otros motivos porque Gómez había asimilado las claves del pensamiento martiano al respecto y fue consecuente con ellas. En la Mejorana, había tenido que enfrentar y rechazar con fuerza la idea de Maceo de convocar a una Junta de Generales, en lugar de la Asamblea de Delegados.
Lamentablemente, la muy prematura muerte de Martí, a sus 42 años de edad, no posibilitó que ese gigante pudiera lograr junto al pueblo cubano la república que soñara. Desde entonces, se sucedieron los caudillismos hasta nuestros días.
Ese mismo caudillismo militarista y la subestimación por razones edad son las causales que llevan a Fidel en su reflexión sobre los “sanos cambios“ -llenos de los acostumbrados voluntarismos y secretismo- a decir que algunos (Lage y Felipe) probaron la miel del poder sin sacrificarse. En esa frase toda una revelación sobre una especial visión del poder, no como servicio al pueblo y a la sociedad, sino como algo que se degusta en la individualidad; así como todo un contenido discriminador de las generaciones sucesoras que por cuestión epocal no pudieron participar en la lucha insurreccional, aunque sí en otras muchísimas batallas civiles y militares, nacionales e internacionalistas, durante cinco largas décadas.
Gerontocracia a la que debe responderse como Martí: “…la cantidad de canas que coronan la cabeza no es la medida de la cantidad de amor que mueve el corazón” (Martí a Valero Pujol el 27.11.1877) y caudillismo al que contestar que tampoco es preciso, para defender y seguir construyendo la patria, el vestir permanentemente de uniforme militar; recordando lo que Martí respondiera viril y patrióticamente ante una ofensa de Zambrana: “A quien Ud. ha hecho alusión, no le cabe la vergüenza en los calzones…”
Lo sabe y siente nuestras actuales y más jóvenes generaciones: ellas no son el futuro, son el presente. Sus integrantes somos tan ciudadanos como nuestros mayores, vivimos, trabajamos y luchamos igual o mucho más que estos; muchos son más revolucionarios (dialécticos, no fundamentalistas) que todos sus antecesores. Martí, con admirable y marcado indeterminismo, diría al respecto: “No es que la fuerza del progreso esté en la tierra escondida; no es que la recibamos por una ley lógica, fatal-es fatal el progreso- pero está en nosotros mismos. Nosotros somos nuestras propias leyes: todo depende de nosotros:- el hombre es la lógica y la Providencia de la Humanidad” (Coloquio Internacional de Budeos)
Concluyamos estas líneas con algunos de los pensamientos de Martí que se ajustan perfectamente a la coyunturaactual de nuestro estancado proceso.
·“Veo venir la Revolución, pero no veo que sean capaces de hacerla fructuosa los que antes la hicieron…y es preciso balancearlos, vallarlos, contenerlos con otros nuevos” (J.M. OC. t. 22, p.112)
·“Nada es el hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo.” (J.M. en Coloquio Internacional de Burdeos: Entorno a J.M.)
·“Con estas Bases y Estatutos se ha querido (…) procurar desde la raíz salvar a Cuba de los peligros de la autoridad personal y de las disensiones en que, por la falta de la intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización, cayeron las primeras repúblicas americanas.” (carta de 25.051892 a un club revolucionario)
·“Sin fin fijo, no hay plan fijo, sin plan fijo es muy dudoso el éxito de una revolución. Una vez fijados por la discusión y el voto de los revolucionarios(..) lo único que queda por hacer es ejecutar, sin confusión y sin pérdida de tiempo, los mandatos expresos en los acuerdos fundamentales del Partido”. (J.M. OC t.1, pp. 459 y 460)
·“Necesitamos anunciar al país, mantener con nuestras artes, un programa digno de atraer la atención de un pueblo que ya no se entrega al primero que, amparándose en un nombre santo, quiera ponerse a su cabeza”.(J.M. OC. t. 22, p.212)
·“Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los especifica, aparta o acorrala, es pecado contra la humanidad.” (de su artículo “Mi raza”)
·¿Cuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos? (J.M. OC t.4 p.95)
·“Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura lo que un pueblo quiere.” ((J.M. OC. t.1, p. 366)
·“Lo que importa es que todos los cubanos buenos, todos los cubanos activos se junten con libertad y sinceridad” (J.M. OC t. 2. P.36)
Por ello, como urgente necesidad y por interés de la casi unanimidad de nuestro pueblo, hágase sin más dilaciones un verdadero Congreso del PCC de donde emane un programa como el que quiso Martí o, en su defecto, constitúyase y celébrese el Congreso de la Nación. En fin, descentralícese permanentemente el poder, dando su efectivo ejercicio al soberano titular: el conjunto de todos los cubanos -al decir de Martí- “buenos y activos”.
Cuba, 1º de abril de 2009.
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