lunes, 19 de enero de 2009

EE.UU.: cambia el gobierno, continúa el sistema


El cambio de gobierno, aún cuando garantice la continuidad del sistema y busque su consolidación, debe conllevar modificaciones en las políticas internas y externas de EE.UU.


Pedro Campos Para Kaos en la Red


El próximo 20 de enero tomará posesión el nuevo Presidente de EE.UU. Barak Obama. Su triunfo, el de su Partido Demócrata, no implica un cambio en el sistema económico, político y social norteamericano, pero sí en el gobierno que además trae una recomposición de fuerzas políticas, sociales y económicas que habrá de reflejarse en las políticas internas y externas que asuma la nueva administración. Sin pretender abarcar un análisis integral del fenómeno, este artículo sugiere que ese cambio de gobierno, aún cuando garantice la continuidad del sistema y busque su consolidación, debe conllevar modificaciones, que pueden ser importantes, en las políticas internas y externas de ese país.
El imperialismo -fenómeno del sistema capitalista- en su país más desarrollado, no podría cambiar en su esencia por la simple llegada de un nuevo mandatario a la Casa Blanca; pero de hecho en el propio establishment, grupo de instituciones y personas que verdaderamente controlan el poder económico y político en el imperio, voces de importantes figuras, ya hacía tiempo venían señalando la conveniencia de un cambio en la imagen y las acciones del sistema, pues los pasos de laadministración Bush estaban afectando sus intereses en EE.UU. y en todo el mundo.
Fueron esas mismas afectaciones las que coadyuvaron al surgimiento de una recomposición socio política en la coalición que lleva a Obama al poder, fenómeno que a su vez fue adquiriendo dimensiones y significados propios, que permiten considerar la existencia de una nueva situación política en EE.UU., que ha generado expectativas en amplios sectores populares en ese país y en todo el mundo.
Ciertamente no fueron opuestos los programas que presentaron los contendientes demócratas ni, finalmente, los de ambos partidos. No podrían serlo porque ambos partidos representan a sectores más/menos interrelacionados de la oligarquía financiera. Pero sí había matices que hicieron la diferencia a favor de Obama, tanto en asuntos internos como externos. Desde ya empezaremos a ver como las fuerzas y sectores más conservadores y retrógrados del sistema se obstinarán en obstaculizar las propuestas del nuevo Presidente en la tradicional lidia por el control de las diferentes partidas del presupuesto en el Congreso donde se dirimen los destinos de las políticas.
Las diferencias entre los intereses que representan Obama y la anterior administración se aprecian en el uso de ambos de los fondos de “rescate” para enfrentar la crisis económica actual: Bush usó los primeros 350 mil millones de dólares aprobados por el Congreso para ayudar a los bancos y a las financieras, mientras que el destino que propone el próximo inquilino de la Casa Blanca a la segunda partida de 350 mil millones es la estimulación al consumo y a la pequeña empresa. El enemigo que Bush enalteció para tratar de unir al pueblo de EE.UU. detrás de sus políticas militaristas y aventureras, no fue lo que unió a las fuerzas detrás de Obama
No es de poca significación el hecho de que por primera vez en la historia de ese país, hasta hace unas pocas décadas escenario de violentas acciones discriminatorias contra los ciudadanos de la raza negra, haya llegado a la Presidencia un descendiente afro-americano con el apoyo mayoritario además de los hispanos que ya se han convertido en la minoría étnica más numerosa en EE.UU., aun cuando se trate de alguien educado por el propio establishmente y poseedor de una fortuna, aunque realmente pequeña en comparación con los que tradicionalmente han detentado el poder presidencial en ese país en las últimas décadas.
Es un “negro del sistema”, pero un negro que llegó a Presidente de EE.UU., bajo de terminadas condiciones históricas, en medio de una crisis económica, con un rechazo general a las políticas del gobierno precedente y por el voto de las mayorías discriminadas -negros, mestizos e hispanos- que constituyen, precisamente, los sectores más pobres y desposeídos en las capas trabajadoras de EE.UU. Por muchos que sean los vínculos y compromisos del nuevo Presidente con el tradicional establishment, esa realidad tendrá que ser tenida en cuenta por él, su equipo, y su partido, o no votarán por él en un segundo período.
Guste o no, en casi todo el mundo, la llegada de Obama a la Presidencia es vista por muchos como un resultado histórico de las luchas de los negros y demás ciudadanos norteamericanos por el respeto a los derechos civiles y un triunfo de los discriminados y más pobres, gracias a un sistema donde funcionaron, al menos por esta vez, los mecanismos de la democracia formal burguesa, a pesar de todos sus fraudes y defectos.
No debemos esperar milagros de Obama, ni cambios de 180 grados, menos los socialistas; pero tampoco podemos aferrarnos dogmáticamente a la idea de que las cosas allí continuarán igual que hasta ahora. Lo primero que lo impide es la propia situación económica y la crisis que vive el sistema, que sin llegar al borde de provocar revoluciones por faltar las condiciones subjetivas, incidirán en las formas en que el capital y el presupuesto norteamericanos tendrán que redistribuir sus inversiones y gastos, y donde los grandes beneficiarios de las ultimas décadas, la alianza Sur-Oeste de los sectores petroleros y del complejo militar-industrial, van a sufrir –muy probablemente- una reducción de sus ganancias, como base esencial de los reajustes que necesariamente tiene que asumir el sistema para sobrevivir.
La sustitución en la Casa Blanca de la fuerte alianza del Sur-Oeste que se formó a partir de la II Guerra Mundial y se consolidó y extendió con las administraciones Reagan, Bush y Bush Jr., por una nueva composición que no excluye totalmente al complejo militar, pero que sí parece desplazar en buena medida al área petrolera del Oeste de la gran influencia que poseía en la presidencia, deberá tender naturalmente a cambios en las políticas impositivas y presupuestarias, más propensos al desarrollo de los sectores empresariales que han sufrido por aquel predominio, como el de la industria automotriz, productores de otros tipos de energía, la industria alimentaria y ligera en general, los servicios médicos y escolares y otros que a su vez ayudarán a crear empleos y a mejorar las condiciones a los sectores más desvalidos de la población, como ya se observa en el plan presentado por el nuevo mandatario aún sin tomar posesión.
Téngase en cuenta que Obama gobernará con una mayoría demócrata en el Congreso y cuando ya se demostró el fracaso de la “revolución” neoliberal iniciada por Regan, coincidente con el descalabro del “socialismo real” que de haber evolucionado al desarrollo de un campo socialista mundial pujante, fuerte económicamente y, como debiera ser, participativo, democrático, libertario y autogestionario, hubiera generado un polo de atracción que hubiera podido convertir la crisis actual del capitalismo en el preámbulo de trascendentes procesos revolucionarios a escala planetaria.
Pero en las condiciones actuales, la lógica del sistema apunta a la recomposición del capital en crisis, lo cual tendría que implicar un fortalecimiento en las tendencias hacia la consolidación del “estado de bienestar” con políticas que favorezcan el gasto público en las áreas más dañadas por la saliente administración, lo que brindaría beneficios a amplios sectores populares que apoyaron a Obama. El área de los derechos civiles, tan afectada por la administración Bush debido a la “ley patriota” y sus métodos represivos que incluyeron la tortura y el secuestro y que tantos problemas han causado a los norteamericanos y mucho han dañado la imagen externa de EE.UU., debe tener modificaciones.
En la política exterior, la tónica de los cambios será la misma, signada por la necesidad de una nueva imagen tan perjudicada por las guerras en Afganistán e Irak, sobretodo, guardando no afectar -desde luego- los grandes intereses estratégicos y geopolíticos del sistema, solo que ahora el énfasis no estaría en el militarismo (gastos militares como contrapartida de la política interna), sino en los medios de presión políticos, económicos y diplomáticos que implicarán a su vez gastos e inversiones en “ayuda al exterior para el desarrollo”, “promoción de inversiones”, “intercambios académicos y becas para estudiar en EE.UU.” y desarrollo de política económicas más proteccionistas en algunas ramas que afectarán algunas regiones estrechamente vinculadas a la economía estadounidense, especialmente en Asia, hoy gran suministrador de automóviles, electrodomésticos y mercaderías cuya producción se podría desplazar en parte a EE.UU.
A su vez todo Presidente impone un cierto estilo personal a su mandato y si el de Bush se caracterizó por la brutalidad física e intelectual en muchos sentidos, es de esperar que el de Obama más bien muestre el talento que tanto estuvo ausente en el gobierno saliente.
Vienen Obama y su coalición al rescate del sistema que se hunde por sus propias leyes y las políticas excesivamente favorables a sectores privilegiados de la oligarquía financiera. No vienen a acabar con el capitalismo. Vienen a tratar de enderezar la nave escoliada y haciendo agua. Pero lograrlo implicaría algunos cambios que podrían favorecer a amplios sectores populares norteamericanos y también a otros pueblos, si es que las políticas diplomáticas y económicas se imponen a las militares y cesan las amenazas de guerras en “cualquier oscuro lugar del mundo”.
De manera que un nuevo gobierno llega y el sistema capitalita no solo queda, sino que buscará fortalecerse, con otros métodos, con otras políticas, en los ambitos doméstico y foráneo, no por distintos menos imperiales, aunque nadie espere que EE.UU. deje de apoyar a su más importante y tradicional aliado: Israel. Ojala que el origen musulmán del padre de Obama obre en sentido positivo para el futuro de ese conflicto y por el bien de todos los pueblos de esa inflamable región y de todo el orbe.
Socialismo por la vida.

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