miércoles, 4 de febrero de 2009

De la indigencia al Indigenismo. Con botas de 7 leguas.

El indio americano. De bestias humanas a criaturas protagónicas. Sus victorias en Bolivia y Ecuador son el comienzo del fin de los racismos y las supremacías étnicas y oligárquicas en el continente.

Félix Guerra Para Kaos en la Red


Al genuino indio de Sudamérica, es decir, en su identidad literaria y en consecuencia cultural y humana, lo descubrieron dos peruanos inmensos: el poeta César Vallejo y el novelista José María Arguedas, que resurgieron en épocas contiguas de las profundidades de esos micro y macromundos, de sus milenarias cosmogonías, con lenguaje y visión que traslucían semejantes realidades históricas y trascendentes complejidades.
En ese tremedal resbaladizo (histórico-literario), habían patinado antes, sin excepción, “indigenistas” e “hispanistas” reputados.
La labor de estos dos gigantes fue búsqueda y culminación. En Arguedas, en particular, tuvo que ocurrir lo previo: vivir y sentir, sufrir y pensar, como indio. Su poética no es la fachada de un estupendo antiguo edificio exótico, desmigajado y deslumbrante, sino el retrato del costillar y los pulmones propios.
FIESTA DEL JAGUAR
Una noche, en una habitación del Hotel Riviera, fui presentado a Arguedas, en ocasión de su visita a Cuba.Yo era el poeta advenedizo, claro,él, el maestro, por supuesto. Enseguida, sin embargo, gracias a la extrema naturalidad de José María, nos entendíamos en un tú a tú que dejó fluir la charla.
La charla transitó de México hasta los límites sureños del continente americano y versó sobre todo de literatura latinoamericana. Pero se detuvo principalmente en esas locaciones donde el indio es mayoritario y transita un camino que va claramente de la indigencia al indigenismo, una épica de500 años y que comienza con la Conquista europea cuando en América no vivían sino criaturas de cobre y piel ámbar que acumulaban con devoción sus dioses autóctonos.
Les fue arrebatado todo. Y fueron empujados a la periferia de la periferia.
Esas nociones no fue necesario conversarlas, las dimos por sentado.
El diálogo fue amplio, sincero, estremecedor por momentos.
Pregunté lo necesario y lo innecesario. Arguedas, sin embargo, entendía como prioritario lo que califiqué anticipadamente como innecesario. Y se divertía con mis escaramuzas reporteriles.No se hacía de rogar, y aunque entono pausado y lento, liberó de sus ataduras las interrogantes.
Por turno, le tocó a Guimaräes Rosa. Se explayó en consideraciones acerca del gran brasileño. Afirmó que si la literatura podía ir más allá en su relación con el hombre, con el indígena americano, Rosa lo hizo con una poesía que palpaba el suelo ardiente del sertón y luego la luz nocturna de los astros.
Su manera de contar es una serpiente en la manigua, no por el veneno, sino por el serpentear milagroso del lenguaje, que se adentra en sus propios meandros y resurge por donde no se le espera. Es sinfonía, una maravilla, idioma sorprendente, cortado y vehemente, con enormes sugerencias, que inventa a cada oración.
Le siguió Rulfo, mexicano que sabe fundar. Su retrato del hombre de campo, del indígena, me recordaba a Picasso -dijo: son Guernicas americanos lo que escribía, bocas de no me maten, cadáveres despatarrados bajo la metralla del hambre, fantasmas deambulando sobre la ruina de una civilización dada por muerta.
Sus relatos del Llano en llamas me conmovían hasta la tristeza, y a la vez me exaltaban como escritor, porque las tragedias de América, casi todas herencias de la Conquista, están grabadas con fuego en las mejores página de la literatura latinoamericana. En particular, de Rulfo.
Conocí a Lezama alguna vez, en la Unión de Escritores --recordó--. El poeta era colosal y poético hasta por el verbo hablado, hasta en el gesto de encender el simple tabaco americano, si es que hay simpleza en una hebra cosechada en la tierra del mejor tabaco. Sus volúmenes de poesía, sus novelas y ensayos, lo que alcanzo a leer hasta hoy, deja entrever una mano clásica y a la vez atrevida y majestuosa, que no para en convencionalismos ni escuelas.
Es un señor de la palabra, ajeno a definiciones. Un portento que camina bamboleando la gruesa humanidad, pero que conquista al amigo y al lector con un par de volutas de su humo literario. Su poesía es lo más enigmático y sugerente que conocí hasta hoy.
Gabriel García Marques se echó al mundo en uno de sus bolsillos con Cien años de soledad, un aislamiento remoto y mágico, repleto de ecos literarios y gitanos paridos en nuestros propios páramos y donde se engendraba casi la totalidad de las potencialidades americanas.
Gabriel se desayunó con William Faulkner quizás, tomó bocadillos de Gunter Grass, una cena carpenteriana, afirman, mas parió una criatura colombiano-americana, del mundo, con ribetes fascinantes, incomparable, una especie de víbora-anaconda que te seduce con la flauta gigante de la imaginación.
A Borges hay que colocarlo en la cúspide también entre los primeros. Un americano que viajó alas diversas latitudes de la cultura, hacia adentro y hacia afuera, con pasaje en primera clase. Con lentitud de gran abolengo. Borges, en realidad, es irreverente con la literatura fosilizada del continente e Hispanoamérica, caída en formatos obsoletos.
El renace, sale de una vieja estirpe con un rostro de estreno. El gaucho de él, sin ser él un gaucho, es tan genuino como los indígenas de Rulfo. Pero el saltó comogran delfín y fue de la Patagonia al Himalaya, de la India y Arabia y China a los arrabales argentinos. Lo hizo siempre con gusto exquisito, puliendo con esmero y lujo sus párrafos, a semejanza de las esculturas de Fidias a Rodin.
¿Y Alejo Carpentier? Hummm, Carpentier está debajo de nosotros. Quiero decir que, siendo nuestro contemporáneo, se adelantó y pisó con pie definitivamente americano el suelo del continente. Trae de Europa una comprensión barroca y a la vez vanguardista, eclecticismo de lujo, asociada a intenciones vanguardistas y renovadoras, y encuentra a cada paso, en La Habana y el Caribe, circunstancias ingenuas e intensamente barrocas y mestizas.
Es el gran cronista de la Conquista y sus secuelas, 4 siglos más tarde. Nadie como él encarna el cronista de Indias, pero superando mucho los antecedentes, convirtiendo la narración de un mundo que se descubre en un mundo que se revela y busca propia identidad. La panoplia de su lenguaje, el retablo de su idioma, enriquecidos ambos por una voracidad universal, es paradigma de la literatura del continente.
Cuando se agotaron las preguntas, a mi pesar, la madrugada ya era dueña de un vasto cielo estrellado apuntando a otro desenlace matutino.
RIOS PROFUNDOS

P: Creo que su obra es un río profundo y una fiesta del yawar, -opiné, sin estar convencido de las afirmaciones. Me pareció ingeniosa la insinuación, y entonces era yo no solo el poeta advenedizo sino además un joven periodista ambicionando deslumbrar al interlocutor.
Arguedas: Aprendí temprano a hablar el quechua, no en la escuela sino en la vida. Vi al sirviente indígena alquilado encasa señorial. Compartí sus trabajos y angustias, las penas duraderas, nostalgias de una gran cultura. A algunos enseñé español, como arma para ampararse de dificultades cotidianas, tratando de aliviar dolores milenarios de la raza. Después de aprender yo mismo el español y descubrir el mundo, no encontré mejor arma que la literatura, para improvisar barricadas de resistencia.
Algunos antecesores, sin orientar la brújula en dirección correcta, pintoresqueaban un indio folclórico, intrigante o ingenuo, perezoso y sodomita. O con ojo paternal, el indio deslumbrando con dioses y culturas de occidente, listo a extender manos pedigüeñas. En algunos casos fue una literatura desmañada, torpe, o textos de vitrina, con aristas de cristales importados.
En mi patria yel continente, descubrí atento la enorme atracción y fusión de culturas, india y europea, pero advertí el desprecio del blanco con fortuna, a fuer de expoliar recursos naturales y humanos, así como el rostro agachado de una etnia y una cultura que no se dan por vencidos. La Visión de los vencidos, compilación de historias indias americanas, es la mejor demostración de que los vencidos aspiran siempre a una propia hora de redención, que de forma inevitable llegará, estimo yo.
EL TIEMPO TRAE MAS CAPITULOS
El drama indígena no deja intocada ninguna pulgada de tierra en América.
En USA la supremacía blanca sobre el indio llegó de manos de revólveres y escopetas. Casi se suprimió a las tribus de una sociedad indígena que pobló originalmente el norte del continente y deja rastro de culturas y cosmogonías únicas. El resto permanece marginado aún, cuando allí comienza una Era donde el síndrome genocida del color de la piel debe sufrir grandes traumatismos.
Cuba y las Antillas fueron el escenario de guerras muy desiguales, donde el conquistador europeo aniquiló a los primitivos habitantes hasta casi exterminarlos. Hoy quedan restos arqueológicos y mestizaje que apenas se nota en algunas comarcas del Gran Archipiélago.
El drama de México y Centroamérica multiplicó los horrores con cada embestida conquistadora. En el sur, que es nuestro Sur y nuestro Norte, ningún territorio queda fuera de los mapas de la barbarie. Ni Brasil ni Paraguay ni Uruguay. Ni Argentina ni Chile ni Venezuela ni Colombia. Ni Belice ni Suriman,
Ni Perú, donde el indio erigió una gran civilización que no maravilló al recién llegado conquistador sino que fue un incentivo más para saqueos, el asesinatos, dictadura de las metrópolis, el derrumbe de culturas y civilizaciones.
Antes ocurrió con aztecas, mayas, toltecas y otros, convirtiendo en ruinas y melancolía el esplendor de grandes culturas
Los vencedores escribieron borradores de la historia de esa época, de sus victorias, de los agónicos atardeceres, me digo yo ahora, recordando aquella memorable charla con Arguedas.
Pero los vencidos no lo son definitivamente, nunca, porque la Historia no tiene fin visible y luego el tiempo trae más y más capítulos. Al final la historia compleja demuestra cómo los vencidos reviven de sus cenizas y son siempre el ave Fénix de toda narración verídica. Bolivia lo demuestra. Ecuador lo demuestra. El subcomandante Marcos lo demuestra. Lo evidencia todo lo que ocurre con contundencia cada día a día en América, de uno a otro extremo.
En la aparente leyenda de los vencidos, estarían también el Che, sus compañeros y aquella amarga experiencia boliviana. Sin embargo, los acontecimientos, al margen de cualquier consideración táctica o estratégica, hoy demuestran que los vencedores finales, por muy vapuleados que hayan sido, sonríen mejor y escriben tan bien o mejor que los vencedores de las primeras e incipientes rondas históricas

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