miércoles, 4 de febrero de 2009

Vivir, mirar y soñar Cuba

“socialismo” y socialismo suenan parecidos, pero no es lo mismo, ni se construye igual.
(Un camarada y un amigo)

Carlos Ignacio Pino Para Kaos en la Red

Cuando se mira a América Latina, aunque sea a vuelo de gorrión, es muy difícil no alabar al Gobierno cubano. Y es por ello que europeos y latinoamericanos terminan por acusarnos de “miameros” (1), a nosotros, los cubanos que no vivimos tremolando las banderas del oficialismo isleño –además de acusarnos a de que solo vemos las manchas en el sol. Pues desde el Río Bravo hasta la tierra del fuego –y dándose un saltico por las islas del Caribe–, enseguida se nota que el continente está bien revuelto. Pues según algunas publicaciones las ciudades más violentas del mundo están en este continente. México, Colombia, Brasil y Venezuela, tienen ese homicida honor. Y junto a eso, en el plano político, mientras más se sabe sobre la actualidad de Bolivia, Ecuador, Venezuela, es más evidente que la Izquierda no gana espacios en el mundo, como se afirma con el triunfalismo que nos caracteriza. Cuando lo que en realidad gana es la idea –y los sueños– de la Izquierda; porque se intenta mucho del socialismo utópico, pero se hace menos de lo que se puede por el verdadero socialismo.
Luego, y como contraste, en Cuba tenemos seguridad en las calles, la atención médica gratuita –que no es de primera calidad, pero es mejor que nada–, la educación para los niños y los jóvenes –que aunque deja mucho que desear, hay otros que ni siquiera maestros emergentes tienen. Sin embargo no es Cuba un modelo a seguir, ni es un modelo exportable; ni por fuerza, ni por ideología. Más allá de cualquier adjetivo que defina la actualidad del modelo –como gastado, impracticable o senil– se puede afirmar que Cuba no es un modelo exitoso de sociedad, por tanto no es un modelo.
Porque en Cuba lo que aún se denomina Revolución se estancó y no quiere, ni puede, ir más allá. No con este modelo. Puesto que sus líderes se congelaron en sus concepciones filosóficas, en sus metas sociales, y lo único que funcionó –si se le puede llamar así– fue el desmantelar la economía e implantar una falsa idea de la economía socialista; que no tiene mucho de economía y menos de socialista.
Pero mirando a América Latina, sigue siendo difícil criticar al Gobierno, a pesar de que no somos felices aquí. Así que uno dice lo que piensa y deja de importarle lo que pueden pensar la gente que se clasifican como Izquierda en otros lados del mundo, o los oficialistas del patio. Ninguno parece entender que el problema grave de Cuba, no es donde está, ni de dónde vino. El problema es a dónde va, y la isla no va a ningún lugar. Desde esa ignorancia de Cuba –por desconocimiento o por necesidad– se atreven a sugerir “confórmense”, afincándose el trasfondo de la torcida realidad del tercer mundo latinoamericano.
Aunque se puede argumentar –y demostrar– que conformarse no es una actitud socialista, lo peor es que no es siquiera razonable. Personalmente nunca me he conformado, no pretendo hacerlo, digan lo que me digan los que lucharon antes, o los que viven otras realidades. Es condición del ser humano ser inconforme, y es esa la actitud que nos empuja hacia el futuro. Un verdadero revolucionario es más inconforme aún. Y valdría aclarar –por si a alguien no le queda claro– que la resignación ante la realidad como política de estado, es lo que Marx llamó el opio con que el poder duerme al pueblo, en su afán de permanecer.
Sí, y para sorpresa de ellos, podemos aceptar que se ha caminado bastante. Que la Revolución hizo cosas, que al mirar atrás pueden dejarnos admirados. Sin embargo no es suficiente, que nunca lo será. Más cuando eres consciente de que a Cuba no se le puede comparar con Latinoamérica, ni con el norte, ni con Europa. Los patrones de comparación tienen que ser otros y más reales. Por eso a Cuba hay que compararla con lo que pudieron hacer, con lo que podemos hacer; con el proyecto social posible. No hay otra comparación digna de ser tenida en cuenta. Y no es que sea esta una verdad absoluta. Pero sin dudas es una verdad que es cada vez mayor. Porque todos hacemos lo mismo. Comparamos a la realidad de Cuba con nuestros sueños, y aunque no soñemos exactamente lo mismo, el resultado es siempre igual: El inmovilismo –y sus apóstoles burócratas– pierden por K.O. en el primer asalto.
Las personas que componen el Gobierno de este país lo saben. Cuba sólo es comparable con las promesas y los sueños que ellos mismos pusieron en nuestras mentes –y vaya que florecieron. Sin embargo como con estas comparaciones siempre perdería la realidad gubernamental, es por esto que las comparaciones oficiales son siempre de cara a Haití o cualquier otra más desgraciada realidad. Nunca se compara con el horizonte que no llegó, y sí con el pasado desde donde prometieron un horizonte muy diferente al actual. Mucho menos habla el Gobierno del horizonte por llegar, ni promete nada. Quizás porque de antiguas promesas incumplidas, y medias verdades para justificarlas, ya estamos hasta la coronilla.
Por lo cual, y como pertenezco a la Generación de los inconformes, escribo, critico y hablo. Pero me pregunto ¿qué hemos hecho, nosotros, la Generación de los inconformes para exigir a este Gobierno más derechos, nuevas metas, la oportunidad de hacer? Me pregunto tal cual me preguntó hace unos años una de las inmovilistas más militantes que conozco, ante mi andanada de críticas al Gobierno: ¿Qué has hecho tú por este país? Y para ella –para ellos– el no haber hecho, el haber nacido cuando la Revolución estaba consolidada, invalidaba muestro derecho a pensar, a decir, a intentar. Meritocracia aparte, eso es más que absurdo, porque es ridículo.
Los años han pasado. Por mi parte puedo decir que he hecho poco por este país, ni más ni menos como la mayoría de mi Generación. Lo que ya no pueden decir es que no lo hemos intentado –aunque hasta ahora no tenemos más resultados que algunos chichones en la cabeza y alguna que otra cicatriz sin sanar en el corazón. Intentos sin resultados reales y el rencor a la burocracia, son esos los logros de la Generación Inconforme. Supongo que es la condición de haberlo intentado cada cual por su lado, a veces hasta el cansancio, pero es sabido que una mujer o un hombre solo, no valen mucho.
Además, desde tanta propaganda oficial cotidiana y continua, y tamizado nuestro presente por tantos fracasos personales cuando hemos intentado hacer, mi Generación ha terminado convencida que nada se puede hacer. Como si sólo ellos –la Generación Histórica y su ejército de burócratas– pueden y saben hacer. Incluso asistimos por estos días a la casi criminalización de nuestras aspiraciones, de nuevo. Porque no queremos trabajar para un Gobierno que no nos permite soñar nuestros sueños, menos trabajar por ellos. Porque no queremos aceptar la vida tal como la impone una desfasada estructura de valores. Porque no queremos jugar su juego.
A veces pareciera que es un delito ser joven, si no se es oveja dispuesta a que te esquilmen todos tus sueños, con el pretexto del invierno o del bloqueo. Parece un delito, y no lo es, cuestionar la realidad de la isla, los logros y los fracasos, los métodos del Gobierno –sobre todo aquellos que no dieron resultados positivos y aún así se quieren repetir. Peor si se nos ocurre cuestionar el Gobierno en si mismo.
Hay una cosa ya debemos haber aprendido –a pesar de que será siempre contraria a la recomendación de nuestros mayores– no se puede luchar por los caminos que hoy se permite en las estructuras del Estado. Porque el silencio es la respuesta habitual, y los pedidos de confianza en la dirección de la Revolución terminan con cualquier debate que no puedan ganar –si acaso pueden ganar alguno. Por eso creo que hay que encontrar nuevas vías, intentar nuevas formas. Nuestras vías y nuestras formas.
El tiempo sigue pasando. Silenciosamente. Así estamos viviendo, mirando y pensando, pero sin hacer, sin decir. Sin unirnos para reclamar nuestros sueños de país, de proyecto social, de horizonte futuro. Justificaciones hay muchas para no hacer, entre ellas el miedo a ser declarado “miamero” o a cualquier otra cosa, pues ¿quién no hace algo ilegal para sobrevivir en esta realidad? Sin embargo espero que a ustedes les dé más miedo que el tiempo pase en la inmovilidad, en la supervivencia, en la emigración, o en la espera perfecta donde ningún sueño llega ni se cumple, como la de los últimos 20 años.
Me pregunto y les pregunto ¿Nos vamos a quedar así, en silencio y sin hacer? ¿en la calle y sin bailar?

Carlos Ignacio Pino
carlos.ignacio69@gmail.com

Cuba, Ciudad de la Habana, Centro Habana, el 26 de Enero del 2009

(1) “Miamero” es un adjetivo –totalmente inventado para la ocasión– con el que me clasificaba cierto amigo de Izquierda Unida y de paso descalificaba, medio en broma y medio en serio, los argumentos que no podía rebatirme (hasta que estuvo en la isla en una visita no oficial)
NOTA: Para saber cuáles son mis intenciones políticas y económicas la mejor solución es leer la plataforma programática de Pedro Campos –que es tan de él como nuestra, solo que Perucho la escribió con la colaboración de otros compañeros antes y mejor. Ese texto lo pueden encontrar en Kaos en la red, en El tintero colectivo o en-cuba.com; para los que no tengan internet pueden pedírmelas a mi correo. Espero que al leerlos entiendan y sientan lo mismo que yo, que solo me puedo preguntar ¿dónde está mi socialismo? ¿Por qué sólo existe el “socialismo” en Cuba? Ese socialismo entre comillas, que tiene algunas políticas sociales y el resto de estalinismo sin Siberia.

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