lunes, 9 de febrero de 2009

Hacer lo que no se está haciendo





Consolidar el socialismo es el mejor aporte internacionalista de Cuba a la Revolución Continental.



Por Pedro Campos



Las Propuestas Programáticas para un Socialismo Participativo y Democrático, presentadas el 16 de agosto pasado al pueblo cubano con miras al VI Congreso del PCC, expresan:
“Para salvar al pueblo, la Patria y la Revolución urge un nuevo programa socialista, participativo y democrático, capaz de ofrecer soluciones constructivas a esas contradicciones, poner al ser humano –no al estado- al centro de la vida nacional, reanimar el espíritu revolucionario de los trabajadores manuales e intelectuales, reactivar la alianza obrero-campesina, retomar la confianza del pueblo, ganarnos a la juventud, desarrollar la economía, mejorar la vida, destruir los fundamentos del bloqueo enemigo y hacer una contribución más efectiva al renacimiento socialista que tiene lugar en América Latina.” (1)
Efectivamente, uno de sus propósitos es hacer una contribución más efectiva al renacimiento socialista que tiene lugar en América Latina. Es sabido que el socialismo en un solo país, nada más puede ser iniciado, pero nunca consolidado por la sencilla razón de que la economía internacional capitalista lo ahogaría, siendo imprescindible contar con un grupo de países que avance en la misma dirección y posibilite un intercambio que no esté basado en la ganancia, sino en los equivalentes, como se pretendió en el CAME, Consejo de Ayuda Mutua Económica, desgraciadamente deformado y finalmente fracasado.
Salvo los breves períodos del gobierno socialista de Salvador Allende, del primer gobierno sandinista y de la revolución de la Nueva Joya en Granada, la Revolución Cubana estuvo sola en la región en sus propósitos socialistas, no obstante sus esfuerzos por impulsar el movimiento revolucionario continental. Sobrevivía entonces gracias a la ayuda solidaria de la URSS y otros países ex socialistas.
Una valoración desprejuiciada y realista de aquella situación sugiere que además de la oposición del Imperialismo al surgimiento de otras “Cubas” y la reacción de las propias oligarquías latinoamericanas, otro factor que contribuyó al estancamiento revolucionario en la región, fue que la izquierda, el movimiento obrero, comunista y revolucionario latinoamericano en su conjunto no logró aunar, acumular y movilizar fuerzas suficientes en ese período para lograr levantar la revolución continental que los cubanos deseábamos, esperábamos y apoyábamos. Pero las culpas no son solo de ella.
Si es verdad que la izquierda latinoamericana no fue capaz de unirse tras un proyecto común, también es cierto que existían muchas diferencias en cuanto a las vías para llegar al poder, sobre la propia forma de “construir” el socialismo y hasta de su significado. Pero además, y muy importante, el ejemplo de la Revolución Cubano no logró concitar esa unión necesaria en torno a esos factores y muchos revolucionarios valiosos cayeron en el camino tratando de imitarla.
Hoy, a la luz de la debacle del socialismo real, de la propia experiencia de la Revolución Cubana y de los procesos socio-políticos en América Latina y el Caribe, es posible entender que, entre otros, dos importantes factores terminaron por obstaculizar y desestimular la revolución socialista en la región: 1-la vía armada preconizada por Cuba, desde su propia experiencia contra una tiranía, que no lograba los mismos efectos en el resto de la región contra gobiernos llegados al poder por la vía democrático-burguesa y 2-el modelo de socialismo cubano, aún con raíces autóctonas, que estaba altamente contaminado por la experiencia estalinista europea, la cual siempre tuvo un gran rechazo en importantes sectores de la izquierda latinoamericana.
La propaganda imperialista que supo explotar los estrechos vínculos cubano-soviéticos y la bloqueada economía cubana que nunca logró ser un ejemplo imitable a pesar de los subsidios y sus logros en salud y educación se encargaron del resto.
A fines de los 90, el proceso revolucionario venezolano que llega al poder por medios democráticos brinda un respiro a la Revolución Cubana que se había visto obligada a un proceso de ósmosis con el capital internacional en medio de su aislamiento internacional y la delicada situación en la que quedó luego del desastre del “socialismo real”.
Los posteriores triunfos de Evo Morales en Bolivia, de Rafael Correa en Ecuador y del Frente Sandinista en Nicaragua por la vía democrática, así como los de otros gobiernos de tendencia de centro-izquierda en Brasil, Chile, Argentina y Uruguay y ya también en Paraguay, vinieron a confirmar la validez de la vía democrática para hacer avanzar los procesos democrático-revolucionarios en la región, dejando como excepción histórica -hasta ahora- para la revolución cubana, la vía de la lucha armada que sigue presente en Colombia.
El actual estancamiento en el estatismo-burocrático del proceso socialista cubano es incompatible en muchos aspectos con las ideas centrales que están dominando el movimiento de la región hacia el socialismo; pero de un socialismo distinto, de nuevo tipo, en democracia y a partir de ella, con una gran participación de los movimientos sociales y populares, con claras tendencias a cambiar el trabajo asalariado típico del capitalismo y el absolutismo de la propiedad del estatal, que todavía regentean la economía cubana, por nuevas formas cooperativas, autogestionarias y comunales de propiedad social y también con presencia significativa de propiedad y relaciones capitalistas privadas de producción.
La Revolución Cubana necesita que ese movimiento hacia el socialismo en el Continente se fortalezca y avance para consolidarse ella misma, pero esa relación de influencia mutua implica también cambios en el propio proceso cubano que lo hagan más compatible con el movimiento en la región, el cual demanda –a su vez- que la reacción y el imperialismo no puedan utilizar los defectos, errores y desviaciones de la experiencia cubana para obstaculizar su avance. De manera que la rectificación de nuestro camino sería también una bendición para el nuevo socialismo latinoamericano.
Si aparejado a la crisis actual del capitalismo en EE.UU. tuviéramos en Cuba un socialismo que irradiara desarrollo racional, armonía, democracia y felicidad popular, estaríamos incluso en condiciones de influir nosotros positivamente en los acontecimientos por venir en ese país.
Cuba necesita, pues, un Socialismo Participativo y Democrático, no solo para destrabar su estancada socialización, sino también para contribuir al desarrollo socialista en la región y potenciar, en los marcos del ALBA, la coordinación de un conjunto de países avanzando en una misma dirección, que permita establecer comunes mecanismos financieros y de intercambios equitativos, más allá del nivel actual de los que ocurren entre Cuba y Venezuela, que aminoren el impacto de la interferencia multilateral del imperialismo.
Así lo demanda la idea marxista de la Revolución Permanente, luego desarrollada por el líder bolchevique Leon Trotski, y tratada por el revolucionario ruso Vsevolod Mijailovich Eichenbaum, más conocido por Volin, quien abordó su dialéctica intrínseca, en la “Revolución Desconocida”, su visión de la Revolución de Octubre, escrita durante los años de la II Guerra Mundial, al señalar:
“Lenin esperaba que la revolución comunista se extendiera rápidamente a otros países. Sus esperanzas fueron defraudadas… (…) Y cometió otro error al creer que la suerte de la Revolución rusa dependía de su extensión a otros países. La verdad es exactamente lo contrario: la extensión de la revolución a otros países dependía de los resultados de la revolución rusa. Como éstos eran inciertos los pueblos extranjeros dudaban, esperaban detalles, inquirían pero los informes y esclarecimientos se tornaban cada vez más imprecisos y contradictorios…Al ser dudosa la causa, les faltaba el impulso necesario. Pronto vinieron los desacuerdos y las escisiones. Todo esto hizo perfectamente el juego a la reacción que se preparó, organizó y pasó a la acción.
Los sucesores de Lenin…comprendieron intuitivamente que no había tendencia a una extensión de la revolución comunista, sino por el contrario, una vasta reacción contra ella. Comprendieron que esta reacción sería peligrosa para ellos ya que su revolución, tal y como había sido lograda no podía imponerse al mundo…Inmediatamente, los comunistas se esforzaron por explicar la frustración y los desvíos de su revolución invocando “el cerco capitalista”, la inactividad del proletariado mundial y la fuerza de la reacción internacional”.
La experiencia de la revolución de Octubre y de la propia Revolución Cubana demuestran que la dialéctica intrínseca de la Revolución Permanente estriba en que la extensión de la Revolución a otros países dependerá de los propios triunfos de la revolución, la que a su vez queda sujeta a dicha extensión; y no en esperar o pretender imponer la revolución triunfante en otros países para que venga en su ayuda.
En consecuencia, el deber fundamental de la primera revolución socialista en el continente latinoamericano es servir de ejemplo positivo, mostrando la satisfacción de sus propios trabajadores y su pueblo con sus logros socialistas, aún por alcanzar. Ese sería el mejor de los aportes internacionalistas de Cuba a la revolución socialista en la región.
La Habana 6 febrero de 2009. En el cumpleaños del legendario, inolvidable y querido por todo el pueblo, Comandante Camilo Cienfuegos.

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1-Cuba necesita un socialismo participativo y democrático. Propuestas Programáticas.

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