La solución definitiva de las crisis está en la abolición del trabajo asalariado y el avance a nuevas formas asociadas de producción. Todo lo demás es reciclar el capitalismo
Por Pedro Campos
“En vez del lema conservador “Un salario justo por una jornada de trabajo justa”,
(la clase obrera) deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria:
“Abolición del sistema de trabajo asalariado”.
(la clase obrera) deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria:
“Abolición del sistema de trabajo asalariado”.
C. Marx.
A casi nadie quedan dudas hoy de que la agravada crisis económica internacional actual, tiene como causa primaria el sistema capitalista de explotación. El discurso que tradicionalmente escondía esa realidad culpando al “neoliberalismo”, a la globalización, a las malas políticas económicas, a los malos gobernantes, a la mala distribución de las riquezas, a los centros financieros internacionales, y otros por el estilo, ha ido desapareciendo para identificar al verdadero y único culpable: el sistema de trabajo asalariado, que es la forma de organizar la producción capitalista.
Marx vuelve a ser ahora el teórico del capitalismo más estudiado y casi nadie pone en duda sus análisis sobre ese sistema de explotación del hombre por el hombre; pero tampoco casi nadie y menos sus revisionistas, lo citan cuando escribió que la solución última de todos sus problemas radicaba en la abolición del trabajo asalariado, mientras no pocos “marxistas” insisten en que él “solo estudió el capitalismo y no escribió cómo hacer el socialismo”, unos por ignorancia y otros para tratar de justificar todas las chapucerías hechas en su nombre.
Él explicó que el origen de las crisis cíclicas de súper producción, que se han venido convirtiendo en permanente y general, se ubica en el crecimiento incontrolado de la producción que genera el ansia de lucro animador del sistema capitalista, a través de la explotación asalariada del trabajo, la moderna esclavitud, que crea un plustrabajo del cual se apropia legalmente -según las leyes capitalistas, roba según las humanas-, el dueño de los medios de producción: la plusvalía. Ésta se verifica en el proceso de producción, cuando la fuerza de trabajo crea valores superiores al que el capitalista paga por su uso. La diferencia entre el valor pagado por el capitalista al trabajador por el uso de la fuerza de trabajo y el valor de lo producido por ella, es la plusvalía.
El crecimiento ilimitado de la producción interesada en el lucro provoca un exceso de productos en el mercado que no encuentra salida; no porque los trabajadores no los necesiten, sino porque el capital no los ha retribuido lo suficiente como para que ellos puedan adquirirlos. Y esto es así, porque debido a la necesidad permanente de perfeccionar los medios y técnicas de producción para bajar los costos y poder competir y sobrevivir en el mercado, el capitalista se ve obligado a aumentar permanentemente su inversión en medios y técnicas de producción (capital constante) a costa de su inversión en fuerza de trabajo.
Como cada vez es menor la inversión en fuerza de trabajo, es menor también la cantidad de dinero que disponen los trabajadores para adquirir los productos, los que se convierten así en “sobrantes” y también, cada vez es menor la cuota de ganancia que obtiene el capitalista en relación con el capital invertido. Se trata de la “Ley decreciente de la cuota de ganancias”, que Marx desarrolla ampliamente en El Capital (1), la lógica ley de agotamiento del sistema lucrativo.
Ante la existencia de enormes cantidades de productos sin salida en el mercado, el capital acude al paro, a la reducción de los salarios, al cierre de fábricas, a la destrucción de productos y medios de producción y al despido de trabajadores, trayendo por consecuencia la depauperación de la clase trabajadora. Se van creando así las condiciones que van demandando un cambio revolucionario en las relaciones de producción. No son los “villanos capitalistas” ni los humildes obreros los que crearon ese sistema asalariado de explotación, es éste el que creó a los capitalistas y a “sus esclavos modernos”. Ambas clases desaparecerán con él.
Carlos Marx y Federico Engels al estudiar las intríngulis de la explotación asalariada capitalista, identificaron que su contradicción fundamental radicaba en que mientras la producción era cada vez más social, la apropiación de la propiedad y el plustrabajo, era cada vez más privada, más concentrada, de donde se desprendía -en forma elemental- que la solución estribaba en la socialización de la propiedad y los resultados de la producción.
Pero ellos también ofrecieron la manera concreta de realizar esa socialización y sin esquematismos presentaron una idea general de solución con toda claridad en varias de sus obras: sustituir la organización asalariada del trabajo, por una nueva forma, la asociada, donde los trabajadores fueran sujetos y no objetos del proceso de producción, participaran de la propiedad, la dirección y la gestión de la producción y no obtuvieran solo un salario decidido por el capitalista, que le permitiera a este obtener una plusvalía, sino una participación equitativa en los resultados de su trabajo, en las utilidades obtenidas; y en la producción no para un mercado arbitrario, sino para un intercambio seguro, planificado de antemano de acuerdo con las necesidades de los productores y los consumidores.
Esa nueva forma de organizar la producción la descubrió Carlos Marx en las cooperativas que ya existían en el capitalismo, organizadas por emprendedores trabajadores para escapar a la explotación capitalista. Así lo explica en el Capítulo XXVII del Tercer Tomo del Capital dedicado al crédito en la producción capitalista, donde también señala que la primera descomposición del capitalismo aparece en las sociedades por acciones, indicando como el propio sistema en la búsqueda de soluciones a sus contradicciones va generando una mayor participación de los productores en los resultados generales de la producción.
En el nuevo sistema de trabajo asociado, el cooperativo, los trabajadores ya libres de sus ataduras a la esclavitud asalariada y del ánimo de lucro, no cambiarían sus productos según los precios arbitrarios del mercado, determinados por la ley de oferta y demanda, sino por su verdadero valor, la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción, el trabajo abstracto contenido en el producto, lo que permitiría un intercambio verdaderamente justo, equitativo: el intercambio de equivalentes del que hablan algunos teóricos del nuevo socialismo. Sería la forma de eludir la crematística mercantil, el ansia de lucro en el mercado.
Para evitar el enfrentamiento total con los trabajadores, el capitalismo moderno se ha visto obligado a ir dando a los mismos alguna participación en la propiedad y en las ganancias a través de las acciones, acudiendo también a la autogestión administrativa del capital, estructurándolo en empresas menores, más manejables, con participación operativa, no estratégica, de los trabajadores en la dirección y en la gestión de las empresas, aumentando lo que los capitalistas asiáticos llaman “sentido de pertenencia”. Un simple “sentido”, porque no es una realidad objetiva mientras sean los capitalistas los que posean la mayoría de las acciones.
Algunos defensores del viejo y fracasado “socialismo real” tienden a confundir esa “autogestión administrativa burguesa”, con la autogestión obrera socialista, sustentada en el sistema de trabajo de las cooperativas, que Marx, Engels y Lenin llamaron también trabajo asociado. Las diferencias son muy claras cuando vamos a la raíz, al problema de la propiedad: la propiedad en la “autogestión administrativa” burguesa, sigue siendo privada, individualizada y siguen siendo los capitalistas los que controlan la mayoría de las acciones, donde sigue existiendo una dinámica de explotación. En la autogestión obrera socialista, la propiedad o el usufructo no es privado, de nadie en particular, es colectiva, social, no divisible, pertenece a todos los trabajadores de una empresa, de un colectivo social, comunal o estatal y nadie explota –se apropia del- trabajo ajeno, asalariado. Donde no hay explotación asalariada, no hay capitalismo.
Dichos “socialistas” también aducen que las cooperativas son capitalistas porque funcionan externamente de acuerdo con las leyes del mercado capitalista. Desconocen, como explicó Marx que lógicamente esas nuevas formas de producción tenían necesariamente que asumir las formas externas del medio en que se desenvolvían y que sólo la extensión y generalización social del trabajo asociado en todas las ramas y esferas, sería lo que permitiría la aparición de la nueva sociedad, con una nueva conciencia social: la nueva sociedad socialista.
El socialismo que nunca fue, ese de corte estalinista, jamás entendió la esencia de la teoría de Marx sobre el capital: la organización y explotación asalariada del trabajo que es lo que caracteriza el capitalismo y no la forma de distribución, el mercado, el dinero o el interés material y normal de la gente por vivir mejor, y por eso nunca se desenganchó del tren capitalista. Ningún Partido Comunista de los que seguían el “socialismo” diseñado en Moscú, se propuso nunca abolir el trabajo asalariado.
A eso y al fetichismo del estado, se debió que aquel mal llamado “socialismo” se estancara en un capitalismo monopolista de estado y en vez de organizar el gobierno democrático de los trabajadores, derivara por naturaliza y necesidad propias a una dictadura burocrática, encubierta en “la dictadura del proletariado”, con todas sus consecuencias negativas para los derechos civiles, políticos, económicos y sociales de todos.
Así, lo que sólo debió ser un breve paso intermedio entre la expropiación de los expropiadores y el proceso de socialización de la propiedad y los resultados de la producción, luego de liquidar las viejas clases burguesas, se extendió en el tiempo y necesitó organizar “su poder” con una “nueva maquinaria estatal” parecida a la de los capitalistas, incluidos sistemas político, de gobierno y aparatos represivos, para tratar de garantizar el control y la eficiencia de los medios de producción y la explotación asalariada de los trabajadores.
Con el tiempo, la jerarquización de la reproducida organización burocrática de la sociedad y del trabajo asalariado que genera un natural aburguesamiento de la nueva clase compuesta por “especialistas” económicos, políticos y militares, la clase “imprevista” según estudiosos rusos, se fue creyendo la dueña de todos los medios de producción en manos del estado que ellos mismos crearon para defender y representar inicialmente los intereses del pueblo. Con el crecimiento de sus funciones, sus propiedades, su poder y empleados, el aparato burocrático del estado fue ganando en independencia relativa, como ha ocurrido con toda burocracia, cuyas capas bajas e intermedias servían al poder real de colchón a las insuficiencias del sistema que, finalmente, cargaban y pagaban los trabajadores en todas partes.
Fue esa nueva clase buro-burguesa que terminó apropiándose de todo y aislándose del pueblo, la que acabó con las aspiraciones socialistas de aquellos países cuando tomó conciencia de clase para sí y en lugar de dar una salida socialista a sus crisis económicas, optó por el retorno al capitalismo clásico privado y terminó aliada al capital internacional, compartiendo con él la explotación de “sus” asalariados. Aquel “socialismo” no fue más que el cambio de unos viejos capitalistas por otros nuevos.
Ya hoy van quedando pocas dudas: los partidos revolucionarios de nuevo tipo que no se propongan abolir el trabajo asalariado y reducir las funciones del estado a las estrictamente necesarias, no son revolucionarios, ni socialistas, ni comunistas; en el mejor de los casos, socialdemócratas.
El desarrollo de las nuevas formas de organizar el trabajo, las nuevas relaciones socialistas de producción, el trabajo asociado, con sus modalidades cooperativas, autogestionarias y cogestionarias (que nunca asumió aquel no-socialismo) y que producirían planificadamente para satisfacer las necesidades, garantizaría que los trabajadores puedan consumir lo producido, por lo que sería la única protección segura contra la crisis de superproducción.
Especialmente en EE.UU., el estado burgués capitalista, está tomando medidas como estatizar bancos, grandes aseguradoras, monopolios y oligopolios; inyectar dinero artificial al crédito; disminuir los impuestos a los más pobres, dedicar más presupuesto a la salud, la educación y el seguro social de la pobrecía; estimular la pequeña producción y a las empresas que repartan acciones y otras por el estilo, que constituyen paliativos a la crisis pero no la resuelven, aunque sí amortiguan algunos efectos a corto y mediano plazos y hacen la caída menos brusca, pues en cierta forma contribuyen a la socialización posible en los marcos del capitalismo que promueven históricamente la socialdemocracia, el capitalismo popular y el estado de bienestar.
Para los estatistas, los que confunden la participación del estado en la economía con el socialismo, con estas medidas, EE.UU. estaría, construyendo el “socialismo”. El estatismo ha sido en verdad el último refugio del capitalismo.
La solución definitiva de las crisis está en la abolición del trabajo asalariado y el avance a las nuevas formas libres asociadas de producción, descentralizadas aunque integradas en un sistema, como explicó Marx, en el que “el libre desarrollo de cada individuo sea la condición del libre desarrollo de todos”. Todo lo demás no son más que acciones para reciclar el capitalismo: cantos de sirenas moribundas.
¡Abajo el trabajo asalariado!
Socialismo por la vida.
La Habana, 17 mayo de 2009. A 50 años de la Reforma Agraria.
1-C. Marx. El Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973.
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