miércoles, 23 de julio de 2008

Cuba y Venezuela: ante las urgencias de un cambio de época

Por: Roberto Cobas Avivar

A partir de la tesis, defendida por Cobas Avivar en varios de sus artículos, de la necesidad de un cambio en las relaciones de producción en Cuba, en este texto analiza las economías de Cuba y Venezuela y reconoce que permanecen "atadas conceptualmente a la fuerza inercial de su subdesarrollo económico estructural".



Todo el petróleo de Venezuela no alcanzará para crear los fundamentos estructurales del socialismo en ambos países ni, por consiguiente, en la región, si es que no se plantea el concepto de desarrollo tecnológicamente sostenible. El socialismo es inviable bajo los auspicios de cualquier estrategia de transformación de las fuerzas productivas que no redefina desde ya la política de desarrollo a mediano y largo plazo en términos de un nuevo modelo de sostenibilidad energética.

La revolución energética no consiste en el ahorro de petróleo ni en su uso racional, por importante que ello sea hoy, sino en el cambio radical del modelo tecnológico energético.

Las revoluciones cubana y bolivariana han caído en la hipnosis del desarrollo extensivo que induce la riqueza petrolera venezolana. Para Cuba la dinámica del intercambio económico con Venezuela que roza ya los 5 mil millones de dólares, hasta ayer impensable, viene a reforzar el esquema del socialismo de estado en la isla y del modelo extensivista de desarrollo. En Venezuela todo indica que la economía extractiva apunta al mismo esquema del desarrollismo extensivo.

Ni el gobierno de Cuba ni el gobierno de Venezuela han formulado estrategias de desarrollo que apunten a un salto de magnitud en la reconversión tecnológica estructural de sus economías. Ambas economías permanecen atadas conceptualmente a la fuerza inercial de su subdesarrollo económico estructural.

No son un alarde de la ciencia social los estudios que apuntan al declive de la fase descendente del desarrollo capitalista global, correspondiente al ciclo empírico de sus últimos 50 años. Menos aún el hecho demostrable de que el cambio de las matrices energéticas del desarrollo económico define la transmutación de las fases descendentes en ascendentes en periodos de 100 años y, con ello, la revolución de la base material y cultural del mismo desarrollo. Acéptense o no tales estudios y predicciones, la realidad actual muestra el agotamiento del modelo tecnológico energético de desarrollo.

El socialismo o es una impetuosa proyección moderna y modernizante de las fuerzas productivas o no será socialismo, por mucho que sea el empeño ideológico. El desgaste de las potencialidades humanas en esquemas de desarrollo extensivos continuará siendo el camino fértil hacia la profundización del subdesarrollo estructural de las economías y las sociedades en ambos países. Y esa debilidad conceptual y estructural de las visiones de desarrollo hará pasto de las llamas a ambos proyectos sociales más tarde o temprano.

Es de especial importancia advertir que el colapso de la economía estadounidense está planteado en términos de su actual dependencia política de un esquema de desarrollo atado al modelo energético petrolero. De manera aguda lo acaba de definir Al Gore. La supervivencia del American way of life, tal como hasta ahora lo han conocido los estadounidenses, es insostenible. EEUU necesita y puede - ha expresado - reconvertir la matriz energética en 10 años. Pasar a producir toda su energía eléctrica a partir de fuentes de energías renovables. El impacto de tal alerta en los estados de opinión en el Establishment ha sido estremecedor. El reto no es sólo político para la nueva Administración, sino un desafío al poder de los tradicionales grupos industriales-financieros en los EEUU, estrechamente fusionados con la matriz energética petrolera. No es éste un desafío por desinteresado amor ecológico. Lo que está planteado en esa avanzada económica del capitalismo mundial es la lucha entre grupos de poder por el dominio económico sobre las ganancias del nuevo ciclo energético. “Su visión (de Al Gore) está en integrar el medio ambiente con el mercado de capitales”[1]. Es así como se han producido históricamente las revoluciones tecnológicas que han potenciado hacia niveles más altos cada vez las fuerzas productivas capitalistas. El resultado ha sido el predominio tecnológico histórico del modo de producción capitalista.
Hablar de socialismo y obviar en los discursos la precariedad del pensamiento propio cuando no pone de relieve la dimensión estratégica del reto que para la viabilidad de los proyectos socialistas, sean el de Cuba o el de Venezuela, implica el desarrollo de las fuerzas productivas, es permanecer anclados en una concepción insolvente sobre las posibilidades de una alternativa de desarrollo capitalista.

Ha sido el Presidente Rafael Correa quien ha advertido de manera somera en su discurso durante la reciente inauguración de la refinería ecuatoriano-venezolana en territorio de Ecuador (15.08.2008), que el objetivo de la explotación de los recursos naturales no renovables es crear las condiciones para que el desarrollo no dependa de ellos. Pero la importancia determinante del problema, puntualizo: determinante, no permite el tratamiento somero de su significado.

Es necesario que hagamos hincapié en la cuestión cubana.

Puesto que el problema no se limita a la explotación de fuentes renovables de energía, sino a su combinación con la capacidad de renovación y expansión de las fuerzas productivas. Es en este sentido que llama la atención el discurso del Presidente del Consejo de Estado de Cuba en la reciente clausura de las sesiones del Parlamento cubano. El contenido del discurso, más allá de abordar cuestiones puntuales del desarrollo socio-económico, deja el vacío del pensamiento estratégico acerca de la concepción de desarrollo del Proyecto Socialista. Es decir, del desarrollo estratégico de las fuerzas productivas de la sociedad cubana. La visión crítica acerca del modo de producción cubano se ha reducido a enfatizar la importancia para la economía del país de la “gran empresa estatal socialista”, a partir de las experiencias de las empresas “militares”, sin menoscabo, se explica, de las formas de propiedad cooperativa que se dan en el sector agrario. Constatar el comportamiento eficiente o no de determinados entes económicos no habla sobre la eficiencia sistémica del modo de producción cubano.

En efecto: “La disfuncionalidad del modo de producción y relaciones socioeconómicas consume el crecimiento económico en el extendido subsidio de la ineficiencia económica del sistema. Una constatación relevante expone la naturaleza de la contradicción. Hoy, en franco proceso de autofagia económica, funciona con pérdidas alrededor del 50% del total de las empresas del país. Lo que para los medios de comunicación y los informes de las instancias estatales y partidistas se sigue apreciando imperturbablemente como “problemas con la eficiencia y la disciplina”, en realidad refleja una crisis estructural del modelo socio-económico. Un cuadro de disfuncionalidad económica del sistema empresarial que se mantiene durante el medio siglo que experimenta el modo de producción establecido. Una disfuncionalidad que fue la causante del estremecimiento de los cimientos de la propia supervivencia nacional ante el colapso de las relaciones económicas con el antiguo “campo socialista”. No existen casualidades sino contradicciones de fondo”[2].

Un sistema administrativo de precios al por menor y otro bajo el juego de la oferta y la demanda, un sistema estatal de precios mayoristas, una fragmentación orgánica, por consiguiente, de los mercados, un sistema monetario dual, una profunda incoherencia en el sistema tributario, un sistema de funcionamiento empresarial sujeto a la recaudación centralizadora de las ganancias para el Estado, reñido con toda idea de autogestión socio-económica, son a grandes rasgos factores que evidencian las premisas de la ineficiencia sistémica de la economía.
El debate neurálgico acerca de la viabilidad del modo de producción cubano sigue inhibido a nivel central. Se toman atajos hablando sobre la necesidad de la productividad y la dependencia del salario a ella, sin tocar en lo absoluto el problema de las condiciones estructurales que pueden hacer realmente efectivos tales deseos. Se explica que las decisiones se van tomando sin prisa ni improvisaciones y se trasmite la impresión al pueblo de que Cuba posee todo el tiempo del mundo disponible a su favor. El mensaje es contradictorio. Lo expresa en sus expectativas de cambios el propio pueblo. El tiempo no está a favor del Proyecto Socialista de la Revolución. Cincuenta años de resistencia pueden crear la impresión de que el futuro le pertenece al socialismo, sin advertir los costos sociales y económicos acumulados. El mensaje viene sesgado con un vicio de oficio, puesto que se subvalora la capacidad de subsumisión económica del sistema capitalista global. El trasfondo en el plano interno son las propias palabras del Líder de la Revolución en la Universidad de la Habana en noviembre del 2005, acerca de que el socialismo en Cuba podría ser destruido por sus contradicciones internas. Paradójicamente, la nueva Dirección del Estado asume una visión escéptica con respecto a tal evaluación de la realidad cubana.

El atraso tecnológico de la economía cubana, de sus fuerzas productivas, amerita una revolución conceptual e inversionista para poder ser superado en el tiempo escaso que se dispone y se necesita. Esta realidad debe ser discutida en voz alta por todos los medios de comunicación del país. Tomar conciencia sobre el salto de magnitud cualitativa que necesita dar la economía cubana es la primera condición básica para liberar las energías hoy atadas del pensamiento creador a todos los niveles.

La alianza estratégica para el desarrollo con Venezuela, en primer lugar, no puede dejar de plantearse un objetivo inamovible, puesto en debate público claro y en programas concretos: la reconversión tecnológica de las fuerzas productivas en un horizonte de tiempo racionalmente predecible e imperturbable, si de las voluntades endógenas se trata. No hablo de una declaración de intenciones, sino del compromiso abierto y debatido sobre la necesidad del cambio de la concepción de desarrollo y de las estructuras socio-económicas que han de potenciarlo.

Ese objetivo supremo, al cual lógicamente han de supeditarse todos los movimientos tácticos, será una quimera para Cuba si no se discute la transformación radical del modo de producción y de relaciones socioeconómicas actuales.

A fuer de ser insistente, es oportuno que recuerde los disímiles trabajos en los que desde distintas ópticas he intentado abordar el problema de la transformación del modo de producción cubano actual. Incursionando en aspectos teóricos y prácticos. Desde Cuba no se produce el debate directo que permitiría el enriquecimiento de las ideas. Las contadas voces del pensamiento crítico que dentro de Cuba insisten igualmente en el problema tampoco tienen acceso mayor al debate popular amplio. Es evidente que el Partido dirigente reserva para sí el monopolio de la discusión sobre los problemas de fondo que, sin embargo, conciernen igualmente a toda la sociedad. Por tal razón es necesario que se diga públicamente que no faltan ni han faltado voces que intentan aportar ideas a un debate de ideas conculcadas al saber ciudadano. Puesto que se trata de la confluencia de todas las ideas que puedan brindar horizontes amplios y decididos de pensamiento. Cuando se expone esta arista del fenómeno de la participación social en Cuba, algunos querrán interpretar que no existe un acervo del pensamiento socialista cubano propio ni que se estudian los problemas económicos y sociales del socialismo en Cuba. Lo que expreso es que no está ése acervo acumulado y en actividad enfocado al planteamiento de la tesis sobre el problema fundamental:

¿Es necesaria la transformación estructural del modo de producción cubano actual?

Cuando se evita plantear esa tesis abiertamente se está tomando partido político en contra del reconocimiento del agotamiento del modelo actual de organización y funcionamiento del sistema económico cubano. Asumir la tesis no significa por defecto tomar partido político a favor del reconocimiento de lo contrario. Significa asumir la actitud dialéctica del pensamiento, la única posible si del desarrollo se trata.
Quiero llamar la atención sobre la consideración que en última instancia obliga a asumir la tesis en cuestión en el caso cubano. A la distancia de 50 años de recorrido del modo de producción actual y de sus relaciones socioeconómicas no existen contradicciones de nuevo tipo en su funcionamiento. Es decir, el conjunto de contradicciones que aquejan al sistema son, en esencia, las mismas que hace tantos años atrás. El sistema (en sentido cibernético) socioeconómico cubano no está en condiciones de generar contradicciones de nuevo tipo, de otra cualidad.

Un simple ejercicio periodístico bastaría para demostrar esa incapacidad del sistema para generar las nuevas contradicciones que su movimiento dialéctico produciría en caso de que realmente se diera tal movimiento. Ese ejercicio periodístico podría sin duda develar el sostenimiento del mismo discurso político acerca de la eficiencia o la no eficiencia del sistema socioeconómico cubano en los últimos 4 decenios. Ese ejercicio de investigación periodística vendría a demostrar que las contradicciones no sólo son las mismas en esencia, sino que se han agudizado. Y que su capacidad de implosión es directamente proporcional a la negativa de aceptar la tesis de discusión planteada.

Los que piensan que determinados cambios de la macroeconomía pudieran contradecir la afirmación que expongo tendrán que convenir, sin embargo, en que el modo de producción no se transforma cambiando aspectos de la superestructura político-económica sin alterar la naturaleza orgánico-funcional de la microeconomía.

Es lógico que asumir la tesis en cuestión implica discutir a fondo sobre los fundamentos estructurales del modo de producción actual. En principio sobre el sistema de propiedad y de relaciones de intercambio. Es claro que, en consecuencia, ello implica discutir sobre el sistema de participación socio-económica actual. Es evidente que todo ello conduce a cuestionarnos el modelo de desarrollo socialista tal como lo hemos concebido hasta ahora. Y que llegados a ese punto, estaremos revisando las ideas básicas del Proyecto Socialista.

El capitalismo acepta sus contradicciones internas porque el modelo sociopolítico está regido por el liberalismo del movimiento de su economía. Ésa es tanto su ventaja como su debilidad. En tales circunstancias se lucha por sacarle el mayor partido a las ventajas de tal orden de factores, tratando de minimizar las debilidades. Los procederes están sujetos a un proceso reflexivo de destrucción creativa.

Por el contrario, los hacedores del socialismo han definido el carácter político del proceso de su construcción para restarle importancia al carácter liberal de los procesos económicos creativos. La contradicción es ficticia. Porque lo que no se llega a entender es que el modo de producción debe tener vida propia. Es decir, la dimensión microeconómica del modo de producción obedece, para que su movimiento pueda aspirar a ser eficiente, a principios que rigen el comportamiento autónomo de las empresas, de los actores económicos. La superestructura política establece las reglas del juego, pero el juego ha de ser dominio autónomo de sus actores. Y es cierto que ello implica que el mercado y las relaciones monetario-mercantiles puedan funcionar en toda su capacidad técnica.

En consecuencia, es menester dar por superada definitivamente la discusión bizantina del pensamiento marxista ortodoxo (valga esa necesaria contradicción) que insiste en desgastarse en la criminalización política del mercado en el socialismo. A sabiendas que se hace acudiendo a interpretaciones metafísicas sobre las ideas acerca de la gran producción mercantil o la producción mercantil ampliada, supuestamente defendidas por K.Marx como causa primera del modo de producción extorsivo y de acumulación excluyente capitalista. Los que en esa discusión se desgastan reducen su pensamiento al tratamiento escolástico de las tesis de K.Marx y renuncian a hacer uso de la herramienta que nos legó para que entendiéramos mejor el materialismo histórico: la dialéctica materialista.

Mientras tanto, el tiempo sigue corriendo en desfavor. Asistimos hoy en América Latina al enfrentamiento más radical que se ha conocido entre la insurgencia de los intereses populares y la decisión de las oligarquías criollas no sólo a no ceder, sino a recuperar lo que se haya perdido. Así lo demuestra el carácter de los conflictos políticos en Venezuela, Bolivia, en Argentina y Ecuador. Pero especialmente en Colombia, donde mucho se decide en contra de los intereses progresistas en la región si es que las FARC fuesen definitivamente eliminadas como actor político. Da fe de ello el renovado interés de los EEUU en dar el susodicho golpe de timón al conflicto colombiano y consolidar con ello el apalancamiento de Colombia como su punta de lanza a imagen y semejanza de Israel en el Medio Oriente. Esa fisura de profundo calado en los planes integracionistas impulsados por Venezuela abocaría dichos procesos a un fracaso estratégico. Una vez descabezada la insurgencia radical y apuntalados los grupos de poder, lloverían millones de dólares a Colombia para crear el "estado de bienestar a lo israelí o a lo chileno" con el que deslumbrar el entorno y descalificar los procesos socialistas emergentes. Allí donde los gobiernos progresistas latinoamericanos han asumido la defensa de intereses sociales legítimos, se producen los escenarios que develan la naturaleza de las guerras avisadas.

Desde el Norte los escenarios futuros están ya declarados. Todo el lobby político detrás del presidenciable Barack Obama deja claro que una de las prioridades primeras del nuevo presidente será recuperar el patio trasero. Y es en ese contexto que toma profunda importancia política el grito de Al Gore, militante demócrata, sobre reducir al máximo la dependencia tecnológica de los EEUU de la matriz petrolera. Diez años es un tiempo extremadamente corto para lograrlo, pero no imposible si de la capacidad de redireccionamiento de los intereses de la economía empresarial estadounidense se trata.

Estamos, por lo tanto, ante un escenario de alta potencialidad en el mediano plazo de una tendencia a la baja pronunciada de los precios del petróleo y de la reducción con ello de la capacidad de influencia política de Venezuela y de la OPEC en general. A ello hay que añadir los planes de expansión de la producción de energía atómica tanto en los propios EEUU como en Europa y China, a pesar de sus peligros y la insostenibilidad fósil y ecológica a largo plazo. Puede arriesgarse la afirmación de que el petróleo está condenado a dejar de ser en el mediano plazo una ventaja económica comparativa. No necesariamente por la limitación de las reservas mundiales, sino por la rápida relativización de su importancia económica estratégica. Si se asume que la “civilización“ se encuentra ante un cambio revolucionador de la matriz energética, no puede más que apostarse por una consecuente revolución tecnológica.

La inversión estratégica acelerada para Venezuela y Cuba está en los sectores de la educación, la salud y las ciencias aplicadas. Es altamente sintomático que Cuba esté atravesando por una crisis estructural de su sistema educacional y que su sistema de salud corra igual peligro. Todo el petróleo que fuere necesario ha de sembrarse en lograr en el mediano plazo sistemas de educación escolar, técnica y superior universales y de excelencia incuestionable. A la par de ello, tendría que desarrollarse un vasto conjunto de programas complejos de desarrollo tecnológico-industrial en ambos países, de manera que el esfuerzo mancomunado diera resultados de excelencia en horizontes cortos planificables.

Es de primera importancia decir en voz alta que para el socialismo hoy la conciencia política está encarnada en el desarrollo dinámico de las ciencias aplicadas. El nivel de inversiones en I+D estará definiendo la independencia política de los proyectos socialistas. Es decir, en el grado en que las ciencias aplicadas determinen el desarrollo las fuerzas productivas de la sociedad. Al desarrollo intensivo de las fuerzas productivas le está dado preservar la viabilidad del proyecto socialista, sea en Cuba o Venezuela. El empuje de las fuerzas productivas, como sabemos, lleva a los extremos de su capacidad al modo de producción. Esa saludable contradicción dialéctica se hace antagónica e implosiva cuando el sistema político reduce y maniata la capacidad de movimiento autónomo de la sociedad.

El compromiso revolucionario con los problemas cardinales del ser o no ser del Proyecto Socialista de la Revolución y, en consecuencia, del futuro de la nación cubana, no puede reducirse, como nos conmina el discurso de clausura de las sesiones del Parlamento cubano, a dedicarnos “cada cual en el puesto que le corresponde, al cumplimiento diario y estricto del deber”. La apelación resulta contraproducente cuando los deberes, establecidos verticalmente, no llegan a cumplir con las expectativas de participación y creatividad de los ciudadanos. Una constatación irrebatible no por algún ejercicio mental, sino porque la naturaleza verticalista del actual modo de producción y de las relaciones socioeconómicas que lo caracterizan no dejan resquicio alguno a la autodeterminación ciudadana.
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NOTAS


[1] “Al Gore y el cambio climático como negocio”, en: http://www.soloenergias.com/2007/12/30/al-gore-y-el-cambio-climatico-c omo-negocio/ (fuente primaria: El País)
[2] Roberto Cobas Avivar ,“Principio y final del socialismo en Cuba”, en: http://www.kaosenlared.net/noticia/principio-final-socialismo-cuba

Publicado en: www.kaosenlared.net

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