domingo, 20 de septiembre de 2009

Cuba.- Consulta vs. método de “barrer para adentro”.


¿Consulta o táctica dilatoria? ¿Auto-revisión crítica frente a justificación desinculpadora? ¿Desconcierto?

por Miguel Arencibia Para Kaos en la Red



“El método ya no puede separarse de su objeto.”
(W. Heisenberg)


Una anécdota real para ilustrar sobre el término:
Fines de noviembre de 2006, el teatro, sede de la reunión municipal del Partido, desbordado por los más de 500 militantes de diversos centros, reverbera por el insoportable calor. En la presidencia, representantes del comité municipal y del nivel superior. La reunión se va desarrollando con la habitualidad de su tipo, hasta que alguien del provincial pone como ejemplo negativo que en un núcleo de otro municipio los militantes “se metieron en camisa de o­nce varas”, analizando situaciones generales del país. ¡Vaya, que se pusieron a buscarle la quinta pata al gato!, dice con una sonrisa medio retorcida cual lleva a pensar que a los analizadores en cuestión “les partieron las patas”, no al gato.
El Primer Secretario municipal, muy concordante con el orador del provincial, aduce que no hay que “estar mirando para otros lados, sino únicamente revisarse interiormente cada organismo de base, cada centro, cada uno. Algo así, expresa, como “barrer para adentro”.
Un joven ingeniero, secretario de un importante comité de dirección y, por demás, miembro municipal del Partido, desde el público pide la palabra para ripostar airadamente que si bien es cierto hay que analizar lo que a cada uno toca en el radio de acción, no puede perderse de vista que también somos ciudadanos y, como tal, muchísimas de las cuestiones a nivel de sociedad nos afectan de una forma u otra, y ejemplifica que hace tres meses no logra emerger de la tramitación burocrática en una problemática de vivienda, y que eso no se resuelve con el método a que nos compulsan.
El murmullo de aprobación que sigue a sus palabras crece como una bola de nieve, recorriendo todo el perímetro teatral.
Un ex-coronel, en la cincuentena y ahora laborando en una entidad civil, se refiere a una extensa carta contentiva de propuestas, que él enviara al más alto nivel del país, y sobre la que -pese al año transcurrido- no ha tenido al menos acuse de recibo. Vuelve el murmullo a rondar por asientos y hasta pasillos.
Otro asistente toma la palabra. Esta vez se trata de alguien que ha entrado en la tercera edad, de reconocido de prestigio. Se refiere a cuestiones de macroeconomía y decisiones –según su opinión- no adoptadas o mal tomadas que vienen gravitando perjudicialmente sobre los cubanos, desde hace largo tiempo. Habla de Viet Nam, donde cumplió reciente misión.
Lo dicho por él parecería que se fragmenta en infinidades de comentarios en todo el lunetario y el balcony.La presidencia pide silencio una, dos, tres veces; evidentemente no se concuerda con lo antes señalado por ella.
¡¿Caramba, pero es que aquí también se le está buscando esa quinta pata al gato?!
Cuesta trabajo callar a la gente. La voz del Primer Secretario intenta elevarse por encima de las demás y, gracias a un micrófono que funciona, lo logra para decir mientras se levanta de su asiento que no hay más asuntos que discutir del Orden del Día y que da por concluida la reunión.
Queda perplejo el público, que comienza a desgranarse lleno de insatisfacción fuera del local. Termina así la actividad, medio “como la fiesta del Guatao”, en esta tarde calurosa de noviembre que, de repente, se ha caldeado aún más.
Esta es una de esas tantas reuniones en que se evidenciaba las muchas inquietudes y hasta frustraciones que, insertas en el consciente acallado de la sociedad, ya salían al exterior de los militantes, sus organizaciones de base, así como de los oficialmente denominados ciudadanos “sin categoría política”.
La exhortación de Raúl Castro, en el tercer trimestre del 2007, para la realización de reuniones de análisis (hablar y con toda valentía) se vio por el pueblo como el “maná caído del cielo”. Y pese a conocidos intentos de otras personalidades e instancias de mediatizar y hasta detener las críticas, además de éstas surgieron millonarias propuestas y sugerencias.
Lástima que, al respecto, la parquedad mediática haya estado lindando con el mutismo, así como que el estado de posterior atención de tales proposiciones siga sumamente por debajo de las expectativas populares. No obstante, siempre se mantuvo las esperanzas puestas en el tratamiento que (para/en) el pospuesto VI Congreso se haría de ello.
Sin embargo, a fines de julio, el VII Pleno del Comité Central decide prorrogar sin determinación de fecha el desdibujado VI Congreso y, entre otras acciones previas al mismo, efectuar una (¿otra?) consulta.
Acerca de ello inquirí en artículo anterior (*): “¿Cómo se conjugaría la anunciada nueva consulta a los militantes y al pueblo con la que únicamente un año y medio atrás tuviera por sedes miles de centros laborales, instituciones educacionales y cuadras, y de la que emergieron más de un millón quinientos mil señalamientos y propuestas, de los que aún no se ha dado detalles ni apreciaciones?”
Hoy, nos llega la respuesta.
Han sido orientadas reuniones para las cuales metodológicamente se instruye hacer una valoración de los dos últimos discursos del compañero Raúl, mediante la que se evidencie el nivel de aprobación de su contenido; y, a partir de diez temas que se relacionan y están enumerados consecutivamente, habrá que “propiciar el debate, enfrentamiento y solución de los problemas presentes en el radio de acción.”
Lo que llama sobremanera la atención es que –quizás por inadecuada redacción de la metodología “bajada” centralmente - entre los temas a poner bajo el microscopio, con el prisma de solucionarlos en los centros de trabajo, estudio o las comunidades, parece que la mitad de ellos se autoexcluyen de tan reduccionista visión. Son ellos: la preparación y realización del VI Congreso del Partido;la institucionalización del país y la Contraloría General de la República; Política Exterior; Relaciones con EE.UU.; 50 de Revolución, los retos futuros y las nuevas generaciones.
Es de enfatizar que se autoexcluyen más aún de lo orientado cuando en la metodología se inserta una especificación que (en frase cubana) “no tiene vuelta de hoja”: ESTE PROCESO NO TIENE COMO FIN ELEVAR PLANTEAMIENTOS CON VISTAS A QUE SE BUSQUEN LAS SOLUCIONES A OTROS NIVELES. (cita fiel).
En todo caso, los cinco temas señalados solo serían para precisar el criterio de los debatientes, teniendo los dos discursos enunciados como una especie de acostumbrado guión, por el que se “trilla el camino” o manufactura el consenso, que no es lo mismo pero es igual.
Y en relación con los otros cinco aspectos (Planificación, gastos, ingresos e inversiones; producción y distribución de alimentos; productividad, ahorro, sustitución de importaciones y recursos exportables; empleo, trabajo y necesidad de trabajo; Educación y Salud) dentro del pueblo se comenta que la “consulta” no es para consultarnos sino para decir que nos revisemos sin tirar para arriba. Y que de ellos se trató amplísimamente por el pueblo hace solo un año y diez meses.
Se patentiza que consulta sí fue aquella de finales de 2007, de la que no se tiene precisiones por vía mediática ni de nuestros dirigente, y sobre las cuales hay mantenida y tensionada expectación; tal y como se ansía contar con el programa para atender lo que de ella emergiera y que debería conectar las decisiones y acciones entre todos, en bucle retroactivo desde abajo hacia arriba y viceversa.
Continúa diciendo Liborio (**) que lo de ahora es una táctica dilatoria por la reiterada posposición del VI Congreso. Operación que pasa por la auto-revisión crítica de los “taínos” y la justificación desinculpadora de los “caciques” que se encuentran hoy en lo profundo de un gran desconcierto y no saben por dónde y cómo empezar los reales cambios “de estructuras y de conceptos”.
En fin, que la denominada consulta es la aplicación -como dijera el primer secretario de nuestra anécdota- del método de “barrer para adentro”, que, además, si no fuera para meter los problemas “debajo de la alfombra” sino para que los resolvamos los “de abajo”, entonces resulta muy poco aplicable en un país con tamaña concentración del poder; sin siquiera un mínimo de autogestión social. En el que al nivel de los centros de trabajo, estudio o comunidades muy pocas cosas se puede resolver, debido a la falta de recursos existentes o asignados o a las impuestas restricciones para disponer de ellos, y por lo cual la casi unanimidad de las soluciones de los problemas pasa por una indispensable y suficiente determinación e intervención de los otros niveles. Incluido el nacional, cima adonde parece no llegar inteligiblemente la voz del ciudadano que más los sufre.
Tiene sentido aquí lo escrito por el Dr. Humberto Miranda Alonso en su trabajo Para ir más allá del capital. Autogestión de la vida cuando propuso: “A referéndum habría que llevar las decisiones sobre el programa social en general, las estrategias que afectan a todo el entramado social de corto, mediano y largo alcance.” Y eso se espera hace largo tiempo. Para que, como en un árbol fundacional, unidos y accionando juntos tronco, raíces y ramas -raíces dando la savia, tronco conduciéndola y ramas floreciendo- se logre el estallido primaveral de presente para el presente y también futuro, de una sociedad que es posible (y debemos) hacerla mejor.
Por ello preguntémonos:
¿A estas alturas del tiempo, habrá que “barrer” sólo para “adentro”?


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Socialismo Participativo y Democrático por la vida.
Ciudad de la Habana, 15 de septiembre de 2009
http://ar.mc396.mail.yahoo.com/mc/compose?to=mike.aren@gmail.com
(*) Cuba.- Breve crónica de un extendido aplazamiento (Kaosenlared)
(**) Popular personaje de caricatura que simboliza al pueblo cubano

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¿Resolver los problemas particulares, sin resolver los generales?

Por Pedro Campos


¿No se dan cuenta los que instrumentan este proceso, que pueden estar saboteando el debate del modelo socialista solicitado por el Presidente, afectar su credibilidad, la del Partido y sus métodos?

Los núcleos del Partido Comunista de Cuba y las organizaciones políticas y de masas recibieron la orientación de empezar a discutir los últimos discursos del Presidente Raúl Castro, donde expresó que el pueblo decidirá el modelo de socialismo a seguir.

En forma contraria, las indicaciones que traen a las bases los “instructores” -elegidos por nadie- señalan que las intervenciones deberán girar en torno a cómo resolver los problemas en cada uno de los centros de producción o servicios y en las comunidades, en el ámbito específico, “barrer para dentro”. “Discutamos cómo resolver los problemas que tenemos en nuestro radio de acción, dígase centro de trabajo o barrio; este debate no es para discutir lo que no depende de cada lugar”, es la orientación.

Para esta discusión se retoma el viejo y desgastado método voluntarista de enfrentar los problemas como si estuvieran encerrados en compartimentos estancos, sin relación alguna entre ellos y con su entorno, como si no existiera una interrelación entre todos los problemas de la sociedad y unas soluciones no dependieran de las otras, fórmula que conduce inevitablemente a culpar de los problemas a los de abajo, a los trabajadores, a la “indisciplina y la falta de exigencia” y a enfrentar a unos trabajadores con otros, cuando lo que debe buscarse es el consenso y la cooperación entre todos.

Sobre este “proceso de discusiones” otras muchas cosas habría que aclarar y debatir, desde la forma y el momento de su convocatoria, la definición de sus objetivos, la ausencia de información en la prensa sobre el mismo, la falta de un mecanismo de divulgación y circulación horizontal de los planteamientos, la inexistencia de información sobre otras alternativas de solución y otros que son los que conformarían un verdadero debate; pero veamos un aspecto de primera magnitud:

Lenin dijo alguna vez, que sin resolver los problemas generales no es posible resolver los particulares. ¿Cómo resolver los problemas en un lugar específico, cuya solución depende de políticas prediseñadas por la filosofía general del modelo político económico y social del país de matriz neo estalinista que ya demostró su fracaso allá y acá?

Y todo marxista sabe también que en el centro de todos los problemas de una sociedad, están las relaciones de producción, la forma en que se organiza el trabajo, las relaciones de propiedad, intercambio, distribución y consumo: la base económica, sobre la cual se levantan la superestructura, las instituciones y las formas de pensar y actuar de los individuos. Lo lógico sería que una vez enfrentados los problemas generales del sistema que afectan a todos los colectivos laborales y sociales, se fuera entonces a concretar en cada uno de ellos, ya con facultades para tomar decisiones in situ, las nuevas maneras colectivas de hacer las cosas.

Cuando han aparecido algunas soluciones que parecen permanentes, como el de la leche para los niños en algunos municipios, se ha debido, precisamente, a que se han roto los esquemas generales del sistema burocrático centralizado.

¿Qué tiene que ver con la filosofía de un partido comunista analizar las partes en forma aislada del conjunto; valorar los problemas locales sin relacionarlos con el sistema socio-económico general?

¿No se dan cuenta los que están instrumentando “este proceso micro localizado”, que pueden estar saboteando el debate general sobre el modelo económico solicitado por el Presidente Raúl Castro? ¿Que pueden también afectar la credibilidad del 2do Secretario, la del propio Partido y del método de la consulta popular?

¿Cómo pedir a una cooperativa, a un campesino a una granja, que ha producido cientos de quintales de frutos, viandas y hortalizas que garanticen alimentos para el pueblo, si un aparato burocrático del estado, alejado de la producción y las necesidades de los consumidores, es el único encargado de “organizar” el acopio, transporte y distribución de esos productos?

¿Cómo resolverían los habitantes de un edificio de viviendas, la reparación capital del mismo, si el único mecanismo que lo posibilita es el presupuesto municipal que nunca se decide en el territorio?

¿Cómo pedir al colectivo de profesores de una Secundaria Básica que organice el mantenimiento de su centro de estudios, si ellos no disponen de ningún recurso para hacerlo, pues los mismos son centralizados por el Ministerio de Educación o el gobierno?

¿Cómo pedir a un colectivo de trabajadores que sustituya a un director que está obstaculizando el buen funcionamiento de un centro cualquiera, si tal decisión es prerrogativa única del organismo superior?

¿Cómo pedir a los trabajadores de una tienda cualquiera de productos industriales de amplia demanda, que no les falte el detergente, jabón o aceite comestible, cuando todos saben que eso depende del único suministrador estatal que la abastece?

¿Cómo pedir a los obreros de una fábrica de zapatos que aumenten la producción, cuando el suministro de materias primas está centralizado y para nada depende del colectivo laboral?

¿Cómo pedir a los agro-mercados, que oferten productos frescos, variados y a bajos precios, cuando el aparato centralizado de acopio, transporte y distribución deja que se echen a perder cientos, miles de toneladas de productos agrícolas a la entrada de los puntos concentradores, que van a para finalmente a “pienso líquido” para cerdos?

¿Cómo pedir a los trabajadores que tengan “sentido de pertenencia”, cumplan los planes disciplinadamente, se sacrifiquen y utilicen adecuadamente los recursos del estado, cuando es el estado el dueño real de los medios de producción, el que decide burocráticamente en cada centro de producción o servicios quién dirige, qué se hace y cómo se hace, a quién se compra la materia prima y a quien se vende el producto terminado, a qué precio se compra y a cuál se vende, y cuáles son los salarios que deben devengar los obreros, sean manuales o intelectuales, corten caña, limpien calles u operen cerebros?

Cuba tiene un gran problema, un problema principal del que dependen todos los demás, su actual modelo económico-político y social, sustentado en la propiedad del estado y el trabajo asalariado, burocratizado, centralizado y dirigista, heredado del neo-estalinismo, -en verdad un capitalismo monopolista de estado arropado de socialismo- que estancó el avance del proceso de socialización de la propiedad y las decisiones que le debió seguir.

Eso que debió ser un “momentum” del tránsito socialista, se convirtió en “modelo permanente” que tenemos que acabar de discutir, cuestionar y cambiar sin más demora y avanzar en la socialización hacia un sistema comunal-democrático descentralizado, de trabajadores libres asociados, apoyado fundamentalmente en las nuevas relaciones socialistas de producción de tipo asociado-cooperativistas, donde sean los colectivos sociales y laborales los que tomen todas las decisiones que les afecten y en el que las personas, libremente, puedan decidir sobre sus destinos pues serían dueños concretos de medios de producción en forma colectiva o individual.

Una vez resuelto ese problema general: los campesinos no tendrían que depender de ningún aparato central-burocrático para hacer llegar alimentos al pueblo; los habitantes de un edificio y el colectivo de profesores de la Secundaria podrían acometer con recursos propios el mantenimiento y reparación de sus inmuebles; los directores que se constituyan en obstáculos al trabajo del colectivo serían revocados de inmediato; los empleados de una tienda podrían abastecerse de los mejores proveedores sin intermediarios estatales burocráticos; los obreros de la fábrica de zapatos contratarían las materias primas que necesiten directamente; entonces los trabajadores sí se “sentirían” –porque lo serían de verdad- dueños de los medios de producción, actuarían auto-disciplinadamente y no desviarían recursos, los agro-mercados tendrían siempre productos frescos, variados y baratos y no existiría ningún aparato burocrático que vertiera el fruto del sudor de los agricultores, destinado a alimentar al pueblo, en los comederos del los puercos.

Socialismo por la vida

La Habana, 12 de septiembre de 2009
perucho1949@yahoo.es

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domingo, 13 de septiembre de 2009

Socialismo no es Estatismo


“El socialismo ha fracasado en todas partes”, se afirma hoy con frecuencia entendiendo como tal el modelo centralizado de los regímenes del llamado “socialismo real”.



Esta atribución semántica provoca que cuando se habla de “democracia económica” o de “control de los medios de producción por los trabajadores”,no se piense en otra cosa que en el Estado como patrón y amo absoluto de todas las riquezas, una confusión que ya desde el origen de este modelo llevó a algunos intelectuales a decir que los partidos socialistas carecen de un programa de emancipación del proletariado, como el escritor español Ramiro de Maetzu:“El Estado no es el obrero, sino el burócrata. La verdadera emancipación de los obreros sólo puede consistir en la toma de posesión de los instrumentos de trabajo por los obreros mismos, como piden los sindicalistas, no por los burócratas”[1].

Pero es el caso que los primeros teóricos socialistas, incluyendo al propio Marx, no sólo no concebían a los gobiernos como intermediarios de ese control, sino que incluso vaticinaban la disolución del propio Estado puesto que, como instrumento de represión clasista, estaría llamado a perder sentido al desaparecer las clases. Estatismo no es socialismo, sino una centralización que niega la sociedad civil, modelo irreconciliable con la concepción originaria del socialismo, el cual sería más bien socialización, es decir, libre participación de todos los sectores sociales en las actividades económicas sin intermediarios burocráticos.

El filósofo alemán J.G. Fichte alertaba contra este error de confundir la sociedad en sí “con esta especie particular de sociedad que se denomina Estado”, y señalaba que mientras la sociedad es un fin, el Estado es una organización superpuesta a la nación, llamada a aniquilarse: “El Estado es comparable a una vela que se consume a sí misma al dar luz, y que se apaga cuando llega el día”[2], una idea que quizás fuese el germen de la posterior concepción marxista de la extinción gradual del Estado en la sociedad socialista.

Cuando en Cuba se llevó a cabo la primera Reforma Agraria y se comenzaron a intervenir los latifundios, el nuevo liderato hablaba de entregar las tierras a los campesinos: “La tierra debe ser de quien la trabaja”. La Ley de Reforma Agraria proscribía el latifundio en su artículo 1 y establecía en sus Disposiciones Finales “la adecuada redistribución de tierras entre gran número de pequeños propietarios y agricultores”. Y cuando se intervinieron industrias, comercios y bancos, se dijo que se hacía en nombre de los trabajadores para que fueran “dueños de los medios de producción”.

De acuerdo a la concepción originaria marxista-leninista, la misión de una vanguardia de guiar el proceso de transición al socialismo, era sólo temporal. Dada la indefensión del proletariado, se requería la destrucción revolucionaria del Estado burgués que lo reprimía y su sustitución por otro que representara sus intereses, un instrumento de fuerza que le permitiera el cumplimiento de su misión, esto es, expropiar a la burguesía para luego hacer propietarios a los trabajadores. El Estado revolucionario, que en una primera etapa sustituía al Estado “burgués”, en una segunda estaba destinado, a su vez, a extinguirse en la medida en que el pueblo mismo adquiriese los instrumentos institucionales.

El Estado revolucionario, por tanto, se concebía como un medio para el traspaso de las riquezas de una clase social a otra, un instrumento para realizar esta transición en dos etapas:
1)Desprivatización: Expropiación de la burguesía, confiscación por parte del Estado revolucionario de tierras, industrias, bancos, comercios y otros medios de producción.
2)Socialización: Conversión del trabajador de proletario en propietario, delegando poco a poco todos estos bienes de producción en los colectivos laborales para el control directo de ellos en función de toda la sociedad.

Nadie puede negar seriamente – ni tiros ni troyanos - que el primer paso de esta transición se realizó hasta sus últimas consecuencias, porque todos los capitalistas y terratenientes fueron expropiados. La absorción de toda la sociedad por el Estado se llevó a cabo confiscando grandes unidades económicas en los primeros años del proceso revolucionario como latifundios (Reforma Agraria del 17 de abril de 1959), bancos, fábricas, edificios de apartamentos (Ley de Reforma Urbana en 1960) comercios (Ley 1076 en diciembre de 1962).

Pero lo que sí puede ser cuestionado es que la segunda fase llegara a realizarse. La “distribución de tierras” casi se limitó al reparto de títulos de propiedad de pequeñas parcelas ya ocupadas por aparceros, precaristas y arrendatarios, mientras que las inmensas extensiones de los latifundios fueron destinadas a la creación de granjas estatales. Y los directores y administradores de todas las empresas eran designados por nombramientos desde las altas instancias, con un sistema presupuestario nacional y una planificación económica donde, supuestamente, no escapaba a la dirección central ningún movimiento en la esfera económica del país.

En Cuba sólo se permitiría, por el compromiso inicial de que la tierra debía ser para quienes la trabajaran, la existencia legal de pequeños propietarios agrícolas cuyas tierras no excedieran el límite de 67,1 hectáreas (5 caballerías). Pero aun cuando no fueron confiscados, sufrieron una política de condicionamientos y excesivas regulaciones que frenaba su libre desenvolvimiento económico. Se ejercía, asimismo, el control crediticio a través de las llamadas Cooperativas de Créditos y Servicios (CCS). También se instrumentó una forma de control político: la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). La integración en estas instituciones, así como en las posteriores variantes de cooperativas controladas por el Estado, Cooperativas de Producción Agropecuaria (CPA) y Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC), se incentivaba mediante diversos beneficios, como el uso colectivo de instalaciones y servicios, el trámite global de créditos, mejores viviendas y acceso más fácil a los servicios de educación, salud pública y seguridad social. Pero implicaban numerosos condicionamientos.

No obstante, todavía hasta principios de 1968 muchos intelectuales y funcionarios dentro del proceso albergaban la esperanza de que finalmente la dirigencia en el poder definiera el curso del proceso por un cause genuinamente revolucionario y soberano. Pero en ese año, en una segunda etapa de confiscaciones, la llamada “ofensiva revolucionaria”, se confiscaron no ya a capitalistas y terratenientes sino a trabajadores independientes y cooperativas familiares: carnicerías, barberías, bares, tiendas de comestibles, lavanderías, e incluso hasta a los vendedores de las calles, los llamados “chinchales”, vendedores de fritas, heladeros, verduleros, etc, que hasta entonces no eran asalariados, sino dueños de sus propios medios laborales, pero que serían convertidos, a partir de ese instante, en empleados del Estado. Como consecuencia, las calles quedaron desabastecidas. Antes un caminante podía en cualquier cafetería, bar o bodega, ingerir fritas, croquetas, refrescos y a veces hasta batidos y helados. Después de la medida los estantes estaban completamente vacíos mientras el empleado dormitaba con sus codos sobre el mostrador.

El marxismo no proclamaba como meta la supresión de toda forma de propiedad privada, sino del Capital, interpretado como una relación social expresada en el salario, precio de la mercancía-fuerza de trabajo. Puesto que el objetivo del marxismo era convertir a los trabajadores en dueños de los medios de producción, lo que se estaba hacíendo en la práctica era marchar en sentido inverso a la ideología en nombre de la cual se estaban dando estos pasos. Aunque esta medida se dicta a nueve años del ascenso revolucionario al poder, esta orientación se revelaba ya desde el principio cuando una de las confiscaciones iniciales fue la del Hotel Havana Hilton, por entonces propiedad del sindicato de los gastronómicos.

Así, el curso tomado por estos procesos no ha sido el indicado por Marx, sino más bien el que señaló Hegel. Si para aquél el Estado era un producto circunstancial de la historia destinado a desaparecer con el desarrollo social, para Hegel era más bien el fin mismo de ese desarrollo tal y como lo expresara en Filosofía del Derecho. El Estado, como “encarnación de la divinidad en la Tierra”, estaba destinado a absorber todas las instituciones de la sociedad civil. “La acción del Estado consiste en llevar la Sociedad Civil, la voluntad y la actividad del individuo, a la vida de la sustancia general, destruyendo así, con su libre poder, éstas subordinadas, para conservarlas en la unidad sustancial del Estado”.

Al convertirse los latifundios en granjas estatales bajo la pretensión de identificar estas confiscaciones con socialización, el monopolio de las tierras no desapareció sino que sólo cambió su carácter, de privado a estatal. El propio Carlos Marx advertía en el tomo III de El Capital, que la estatización de las tierras no implicaba necesariamente el fin del latifundio y de la explotación del campesino: “Cuando no son terratenientes privados, sino el propio Estado, como ocurre en Asia, quien los explota directamente como terrateniente además de enfrentarse a ellos como soberano, coinciden la renta y el impuesto o, más bien, no existe impuesto alguno distinto de esta forma de la renta de la tierra. (...) El Estado es aquí el supremo terrateniente, y la soberanía no es más que la concentración de la propiedad agraria en escala nacional”. En este pasaje Marx añadía que en tales condiciones la dependencia no era sólo simplemente económica como en el latifundio privado, sino “relación de dependencia económica y política”.
Significativo sería el uso del concepto de “propiedad estatal” en vez de propiedad social en la terminología oficial como forma esencial en la sociedad socialista. Según los cursos académicos oficiales, de los dos tipos de propiedad social, la cooperativa y la estatal, esta última se consideraba una forma superior. La contradicción saltaba a la vista: ¿Cómo pretender que la propiedad social ideal fuera la estatal cuando los mismos clásicos marxistas habían previsto la abolición del propio Estado como fase desarrollada del socialismo? Para esto no había respuesta, al menos convincente.

Generalmente se piensa que el modelo actualmente vigente y el propuesto por la oposición tradicional son dos opciones diametralmente opuestas, porque para cada uno el proyecto contrario no es más que una transición a la inversa: en uno, una supuesta colectivización absoluta bajo dirección unipartidista; en el otro, la privatización en los marcos pluripartidistas. Pero las dos posiciones descansan sobre una base común. Ninguno altera lo esencial: el control monopólico de la propiedad y de las opciones políticas, la ausencia de los trabajadores en la gestión de los procesos productivos y en la determinación real de los procesos electorales.

Un latifundio no deja de serlo porque se estatice o se privatice. El monopolio queda siempre intacto. No importa si el control monopólico se ejerce a través del Estado o de grandes consorcios. Sólo cambia su forma de control y apropiación. No se trata, por tanto, de privatizar o estatizar el control monopólico de las riquezas, sino de poner fin a ese monopolio en todas sus formas. La real alternativa de ese monopolismo bicéfalo sería su contrapartida, la participación económica de la ciudadanía, el socialismo democrático y participativo.

[1] Ramiro de Maetzu: El Ideal Sindicalista, 1913. Artículos publicados en El Heraldo de Madrid.


[2] J.G. Fichte: El Destino del Sabio, vol. VI.

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jueves, 3 de septiembre de 2009

Las chapucerías tienen una causa política


Los que le interpretaron a Marx no comprendieron esta frase suya que hizo en la “Crítica al programa de Gotha”: “…cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital”.


Chapucerías, un artículo de Félix López[i]


En la era revolucionaria cubana, fue el propio Comandante Fidel Castro, quien se encargó de advertirnos de un lastre que debíamos sacudirnos. Así lo muestra este fragmento de un discurso que pronunció en el temprano 1963: "(? ) Es mucho más político, mucho más socialista, mucho más revolucionario, que esa empresa, en aquel lugar, funcione bien y atienda al público. Y no ocurra, como en algunos casos, que cuando quitaron al dueño y pusieron administrador allí, pusieron un perfecto vago que no atiende a nadie; el otro era un capitalista que defendía sus intereses, y este es un vago que no está dispuesto a defender los intereses de nadie; y como tiene un sueldo asegurado, no se preocupa por atender al público. Que nadie se crea que eso es revolución, que nadie se crea que eso es socialismo. Eso es confundir la chapucería con el socialismo".


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Este comentario de Félix López sobre las chapucerías cubanas, del que entresaco esta frase, evidencia que algo muy grave tiene lugar en Cuba.

O Marx se equivocó cuando en sus manuscritos económicos y filosóficos define el trabajo enajenado, o los que le interpretaron no comprendieron el fondo de esta frase suya que hizo en la “Crítica al programa de Gotha”: “…cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital”.

Para que el trabajo deje de ser trabajo enajenado, una venta de la fuerza de trabajo de los trabajadores a capitalistas o al socialismo burocrático y convertirse en la primera necesidad del ser humano creativo, liberado de toda enajenación, es necesario que exista socialismo integrador y participativo de todos los trabajadores, ya organizados como clase dominante.
Cuando por mandato del tribuno salvador se imponen los administradores, sin control desde abajo, en vez de los trabajadores organizados como clase dominante, controlando el poder político y productivo al mismo tiempo, de forma permanente, de abajo arriba, desde el único lugar donde siempre está organizado, desde los centros de producción hasta la cúspide gubernativa. Es decir ejerciendo la democracia directa sin delegar su responsabilidad política en la llamada clase política, en el ¡PARTIDO!, entonces se establecen las condiciones objetivas para que los trabajadores dejen de ser chapuceros, ser el nuevo ser socialista solidario y creativo, donde el trabajo estimula y les permite plasmar su capacidad creativa.
Los trabajadores organizados como clase dominante desde los lugares donde laboran, eligen a los compañeros con mayor capacidad y respeto para el mejor funcionamiento productivo y político. Esos mandatarios, siguiendo el ejemplo de la Comuna de París, son elegidos con un mandato del que tienen que dar cuenta en cada momento a los que le eligieron, de esa forma directa, pueden ser controlados y revocados cuando defraudan o incumplen con el mandato recibido.
Sin embargo, cuando se tiene poca confianza en los trabajadores, de hecho se cae en posiciones mentales capitalistas, “los trabajadores no valen para dirigir y controlar solo para obedecer a los grandes tribunos salvadores”, a semejanza de Stalin que en aras del desarrollo productivo cercenó el poder soviético leninista imponiendo los administradores. Los soviets (consejos obreros) perdieron todo su significado como elementos de poder de los trabajadores organizados como clase dominante.
La Unión Soviética solo lo era de nombre, el poder estaba en manos del partido, de los aparatichis que finalmente se hicieron burgueses y retornaron al capitalismo, engañando a aquel pueblo que veía la burocracia y confiaba que en el capitalismo disfrutarían de los privilegios y manjares que el turista extranjero mostraba en sus viajes a la URSS.
Los trabajadores no sentían propias las fábricas y no opusieron ninguna resistencia para que estas se privatizaran. Los bonos de propiedad accionista que se repartieron entre los trabajadores, agudizada por la penuria económica fueron vendidos, cayeron en manos de los organizados aparatichis que se hicieron los grandes dueños capitalistas.
Es muy grave que en Cuba después de 50 años de la revolución, se vean esos problemas que se denuncian, pero no se profundice en las causas que les dan lugar, a que los trabajadores sientan el trabajo como algo ajeno, caigan en el chapuceo, roben tabaco o gasolina que venden en un mercado más o menos negro. Que se limiten a sancionar a los chorizos, o fomentar iniciativas al estilo de los paladares como estímulo personal, que poco tiene que ver con la mentalidad socialista en su caminar comunista.
Siempre los administradores impuestos desde arriba terminan relajándose, haciéndose vagos, como se denuncia, o lo más grave constituyéndose en clase dominante con privilegios que están por encima de los que el pueblo disfruta. El tribuno salvador que los impone desde arriba no dispone del ojo de dios que lo ve todo, cuando llega a ver a los vagos o disfrutadores de privilegios clasistas, ya es demasiado tarde para compensar el daño provocado entre el pueblo que sí los vio durante todo el tiempo.
Como muy bien dijo Fidel Castro el 17 de noviembre de 2005 el peligro de la revolución es interior, corresponde a los cubanos honrados el denunciar las carencias de la revolución para que se recupere el que todos los trabajadores se organicen como clase dominante.

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